El mundo de Krynn no cesa de cambiar e incluso los dioses pueden verse sorpendidos. Y si eso ocurre con ellos, ¿qué oportunidades puede tener un simple mortal? Atrapados por unas fuerzas a los que ninguno de ellos podría enfrentarse solo, un pequeño pero decidido grupo de aventureros se unen en un esfuerzo desesperado por evitar una invasión.
Mina, tan enigmática como siempre, logra escapar para emprender una búsqueda que pondrá a prueba su voluntad. Mientras tanto, el mal se extiende por el mundo, ganando terreno día a día. Cuando incluso el alma de Krynn está en juego, hay que encontrar héroes aun en los lugares más oscuros.
Margaret Weis
Ámbar y Hierro
Dragonlance: La Discípula Oscura 2
ePUB v1.0
OZN23.05.12
Título original:
Amber and Iron
Margaret Weis, 01/06/2006.
Traducción: Mila López
Ilustraciones: Matt Stawicki
Diseño/retoque portada: OZN
Editor original: OZN (v1.0)
ePub base v2.0
Dedicatoria
Con profundo agradecimiento dedico este libro a los miembros del Consejo de la Piedra Blanca y a todos aquellos que han dedicado voluntariamente su tiempo y su talento a DRAGONLANCE. Estas personas me han sido de gran ayuda. Siempre están para responder a mis preguntas. Se ocupan de que el sitio dragonlance.com vaya como la seda. Ayudan en la investigación, la redacción y las pruebas de los productos de juegos. Hay algunos que llevan trabajando años con DRAGONLANCE, desde el principio.
Cam Banks
Shivam Bhatc
Ross Bishop
Neil Burton
André La Roche
Sean Macdonald
Joe Mashuga
Tobin Melroy
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Joshua Stewart
Trampas Whiteman
Richard Connery
Luis Fernando De Pippo
Matt Haag
Sin autorrealización, ninguna virtud es genuina.
Sri Nisargardatta Maharaj
En el nombre de Chemosh
Timoteo Curtidor no era un hombre malo, sólo era débil.
Tenía esposa, Gerta, y un bebé recién nacido que estaba sano y era precioso. Los amaba entrañablemente a los dos y habría dado la vida por ellos. Lo malo es que era. incapaz de ser fiel a su esposa. Se sentía terriblemente culpable por su «pindongueo», como lo llamaba él, y cuando el bebé nació se prometió a sí mismo que jamás volvería a mirar siquiera a otra mujer.
Pasaron tres meses y Timoteo mantuvo su promesa. De hecho había rechazado a un par de sus antiguas amantes, a quienes explicó que era un hombre nuevo, cosa que parecía verdad porque realmente adoraba a su hijo y sólo sentía gratitud y amor por su esposa.
Entonces, un día Lucy Ruedero entró en su tienda.
Aunque venía de una familia de curtidores, Timoteo había sido aprendiz de zapatero y se ganaba la vida haciendo y reparando calzado.
-Quiero saber si este zapato tiene arreglo -dijo Lucy.
Puso el pie en un taburete bajo y se remangó la falda hasta más arriba de la rodilla, de manera que dejó a la vista una pierna contorneada y aún más.
-¿Y bien, maese Curtidor? -inquirió pícaramente ella.
Timoteo apartó la vista de la pierna de la joven, no sin esfuerzo, y la bajó al zapato. Estaba completamente nuevo. Alzó los ojos hacia la chica, que le sonrió. Después ella se bajó la falda y se inclinó, supuestamente para atarse el zapato, si bien le mostró el generoso busto todo el rato. El zapatero se fijó en una señal que tenía en el pecho izquierdo; parecía la marca de un beso. Se imaginó posando los labios en aquel mismo lugar y se quedó sin aliento.
Lucy era una de las chicas más bonitas de Solace y también una de las más inalcanzables, si bien corrían rumores...
Al igual que Timoteo, estaba casada. Su esposo era una bestia de hombretón, amén de terriblemente celoso.
La joven se irguió y se colocó bien la blusa mientras echaba una ojeada a la puerta.
-¿Podrías ocuparte del zapato ahora? Realmente lo necesito. Lo necesito terriblemente...
-¿Y tu esposo? -preguntó Timoteo entre toses.
-Ha salido de cacería. Además, podrías echar el cerrojo para que nadie te interrumpiera en tu trabajo.
Timoteo pensó en su esposa y en su hijo, pero no estaban allí y Lucy sí. Se levantó de la banqueta y se dirigió a la puerta, que cerró con llave. Era casi cualquier cliente pensaría que había ido a casa a comer.
Para más segundad, condujo a Lucy a la trastienda. Ya mientras cruzaban la tienda la mujer se puso a besarlo, a acariciarlo, a desabrocharle la camisa y toquetearle los pantalones. En su vida había conocido a alguien tan ardiente, y a él lo consumía la pasión. Se tendieron sobre un montón de pieles apiladas. Lucy se despojó de la blusa y el zapatero le besó el pecho justo sobre la marca de los labios, pero ella le puso la mano sobre la boca.
—Quiero que hagas algo por mí, Timoteo —dijo, entre jadeos. —¡Cualquier cosa! -Apretó el cuerpo contra el de la mujer, pero ella lo mantuvo a raya.
—Quiero que te entregues a Chemosh.
—¿A Chemosh? -Timoteo rió. ¡No era el momento más oportuno para discutir sobre religión!-. ¿El dios de los muertos? ¿A qué viene eso?
-Sólo es algo que se me ha antojado -contestó Lucy mientras enroscaba el cabello del hombre en un dedo-. Soy una de sus seguidoras. Y es el dios de la vida, no de la muerte. Son esos horribles clérigos de Mishakal los que van diciendo cosas malas sobre él. No debes creerles.
-No sé... -A Timoteo aquello le parecía muy raro.
-Deseas complacerme ¿verdad? -preguntó Lucy a la par que le besaba el lóbulo de una oreja—. Soy muy agradecida con los hombres que me complacen.
Deslizó las manos hacia abajo por el cuerpo del hombre. Era muy diestra, y Timoteo gimió de deseo.
-Sólo tienes que decir: «Me entrego a Chemosh» -susurró Lucy-. A cambio tendrás vida eterna, juventud eterna... Y a mí. Si quieres podremos hacer el amor así todos los días.
Timoteo no era un hombre malo, sólo era débil. Jamás había deseado tanto a una mujer como deseaba a Lucy en ese momento. No era religioso en absoluto y no veía qué había de malo en prometer algo a Chemosh si con eso la hacía feliz.
-Me entrego a Chemosh... y a Lucy—dijo, bromeando.
Lucy le sonrió y presionó los labios contra el pecho izquierdo del hombre, sobre el corazón.
Un dolor espantoso acometió a Timoteo. El corazón empezó a latirle desbocado, irregularmente. El dolor se extendió por los brazos, torso abajo y por las piernas. Intentó apartar a Lucy, frenético, pero la mujer tenía una fuerza terrible y lo mantuvo inmóvil sin dejar de apretar los labios contra su pecho. Sintió un espasmo en el corazón. Quiso gritar, pero le faltaba el aliento. El cuerpo se le estremeció, lo sacudió una convulsión y se puso rígido a medida que el dolor, como si fuera la mano de un dios maligno, lo asía y lo estrujaba, lo retorcía, lo desgarraba y lo arrastraba a la oscuridad.
Timoteo salió de la oscuridad y entró en un mundo que parecía todo él penumbra. Vio objetos que le resultaban familiares pero que no conseguía reconocer. Sabía dónde estaba, pero eso no tenía importancia. Le daba igual. La mujer con la que había estado se había marchado. Intentó recordar su nombre, pero le fue imposible.
Sólo había un nombre en su mente, y fue el que pronunció:
-Mina...
Sabía quién era a pesar de que no la conocía. Tenía unos preciosos ojos ambarinos.
—Ven a mí —lo llamó Mina-. Mi señor Chemosh te necesita. -Iré -prometió Timoteo-. ¿Dónde te encontraré? -Sigue la calzada hacia el amanecer. -¿Quieres decir que abandone mi casa? No, no puedo... El dolor asaltó a Timoteo, un dolor espantoso que eta como la agonía de la muerte.
-Sigue la calzada hacia el amanecer -repitió Mina. -¡Lo haré! -jadeó, y el dolor cesó.
—Tráeme discípulos —le dijo-. Da a otros el regalo que se te ha dado a ti. Jamás morirás, Timoteo, jamás envejecerás, jamás sentirás temor. Da a otros ese regalo.
La imagen de su esposa acudió a su mente. Timoteo tuvo la vaga sensación de que no quería hacer eso, de que le causaría un gran daño a Gerta si le hacía eso. No, no lo...
El dolor lo desgarró, lo retorció, lo estrujó.
-¡Lo haré, Mina! —gimió-. ¡Lo haré!
Timoteo fue a casa con su familia. El bebé descansaba en la cuna echando la siesta de la tarde, pero Timoteo no le hizo el menor caso. No recordaba que fuera hijo suyo ni le importaba nada. Sólo veía a su esposa y sólo oía una voz, la de Mina, ordenándole: «Tráela...».
-¡Querido! -lo saludó Gerta, complacida pero sorprendida-. ¿Qué haces en casa a esta hora?
-Vine para estar contigo, amor mío —contestó Timoteo, que la estrechó entre sus brazos y la besó-. Vamos a la cama, esposa.
-¡Tim! -Gerta soltó una risita e intentó, sin demasiado empeño, apartarlo-. ¡Aún es de día!
-¿Y eso qué importa? -No dejaba de besarla, de tocarla, y sintió que ella se derretía entre sus brazos.
-El niño... -dijo Gerta, haciendo un último y débil intento.
-Está dormido. Vamos. -Timoteo llevó a su esposa al lecho-. ¡Déjame probarte que te amo!
-Sé que me amas -repuso Gerta, que se acurrucó contra él y empezó a responder a sus besos.
Comenzó a desabrocharle la túnica, pero Timoteo le asió las manos.
—Hay algo que has de hacer como prueba de que me amas, esposa. Recientemente me he convertido en seguidor de un dios, Chemosh, y quiero que compartas el gozo que yo he hallado en servirlo.
—Oh, pues claro que sí, esposo, si eso es lo que quieres —respondió Gerta-. Pero no sé nada sobre dioses. ¿Qué clase de dios es Chemosh?
-Un dios de vida eterna -dijo Timoteo-. ¿Te entregarás a él?
-Haré lo que sea por ti, esposo.
Él abrió la boca para decir algo, pero se frenó. Notaba una lucha en su interior. El rostro se le contrajo en un gesto de dolor. -¿Qué te ocurre? —preguntó ella, alarmada.
-¡Nada! Me ha dado un calambre en el pie, eso es todo. Di las palabras: «Me entrego a Chemosh».
Gerta hizo lo que le pedía y añadió: -Te amo.
Entonces Timoteo musitó algo muy raro mientras se inclinaba sobre ella y apretaba los labios contra su pecho, sobre el corazón. -Perdóname...
Ausric Krell, Caballero de la Muerte, contempló atónito cómo una pieza blanca del khas, el kender, corría a través del tablero, se abalanzaba a toda velocidad contra el caballero oscuro de sus fichas y luchaba a brazo partido con él. Ambas piezas cayeron del tablero y empezaron a rodar por el suelo.
«¡Eh, un momento! Eso va contra las reglas», fue el primer pensamiento indignado de Krell.
El segundo pensamiento, estupefacto, fue: «Jamás había visto hacer eso a una pieza de khas».
El tercer pensamiento incluía una conclusión reveladora: «Ésa no es una pieza de khas normal y corriente».
El cuarto pensamiento fue profundamente receloso: «Aquí está pasando algo muy raro».
Después de eso, los pensamientos que tuvo fueron tremendamente embarullados, sin duda debido al hecho de que estaba enzarzado en un combate contra una mantis gigantesca para salvar su existencia como muerto viviente.