Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (19 page)

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Authors: Mariano Sánchez Soler

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BOOK: Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros
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Cubierta de
Kim
, de Kipling, editado por Ediciones del Viento.

En todos los casos, los espías protagonistas de estas novelas tienen otra característica que les acerca al arquetipo del investigador
hard-boiled
: la neutralidad moral, su existencia personal al margen de lo que están investigando o espiando. El agente secreto hace su trabajo al servicio del imperialismo, de la aventura o del oficio burocrático, pero siempre se mantiene —o trata de mantenerse— en un territorio moralmente neutral. Es una pieza en un engranaje que les supera, un eslabón del mecanismo inevitable. También el fatalismo aparece aquí, como en las buenas novelas negras. El destino también juega.

Sean Connery interpretó por primera vez a James Bond en
Agente 007 contra el Dr. No
.

Al margen de estas consideraciones, que las novelas de espías sean más o menos negras dependerá del tratamiento literario y de la ficción concreta que cada una de ellas relata; estará en función de su mayor o menor realismo, de su objetivo de denuncia, de sus afanes por revelar el verdadero funcionamiento de los mecanismos del poder, que aquí es directamente el aparato de Estado.

En la literatura de espionaje, como explicaba Julian Symons, «existen dos tradiciones tanto en la novela de espionaje como en la novela de temática criminal. La primera es conservadora, se coloca en el bando de la autoridad, reconoce que los agentes luchan para proteger cosas que poseen un valor. La segunda es radical, critica a la autoridad, acusa a las fuerzas del orden de perpetuar —de crear incluso— unas barreras falsas entre "nosotros" y "ellos"».
[32]

Dos tendencias, como ocurre entre la novela de intriga y la novela negra. El padre literario de James Bond, Ian Fleming, pertenece a la primera tradición conservadora; John le Carré, creador de Smiley, a la segunda. Fleming es el paradigma de la corriente fantástica de la narrativa de espionaje. Por el contrario, Le Carré es el mejor cultivador de la corriente realista.

Dejaremos a Fleming y a su serie para un estudio sobre literatura de fantaciencia. El cine ha convertido a 007 en un mito más allá de las cualidades de las novelas en que se inspira. El fenómeno se aleja de la novela criminal y entra en otros territorios mestizos. Como escribe Francisco Montaner: «Cuando en 1954 Ian Fleming publicó la primera novela en que aparecía James Bond,
Casino Royale
, nadie podía imaginar que acababa de nacer un mito, un mito de una categoría excepcional, comparable, en la temática que nos ocupa [Los mitos de la fantasía], a Tarzán, Supermán, etc. Y lo que es altamente significativo, el único mito importante aparecido en esta época y que trata de reflejar de un modo caricaturesco la idiosincrasia de nuestra generación».
[33]

Recorramos, pues, los territorios negros, realistas y críticos de la novela criminal de espionaje. Cuatro maestros brillan con luz propia, trascendentales dentro del subgénero: Eric Ambler, Graham Greene, John le Carré y Len Deighton. A través de este cuarteto, queremos articular este encuentro con la novela de espionaje entendida como una de las aristas más políticas del género negro-criminal.

Empecemos por Eric Ambler. «La acción no tiene sentido. Simplemente nos ata a la existencia», escribe en su primera novela de espionaje,
Fronteras sombrías
, publicada en 1936; la bomba atómica es su telón de fondo, tres años antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial y a nueve de que la amenaza fuera evidente. Ambler impuso una literatura de aventuras en la que los acontecimientos están protagonizados por personas corrientes a las que golpean los grandes sucesos.
Insólito peligro
(1937),
Epitafio para un espía
(1938),
Motivo de alarma
(1938),
El proceso Deltchev
(1951),
Contrabandistas de armas
(1960),
Una cierta angustia
(1964)… En sus obras, nos habla del hombre acosado que, en su huída, se encuentra con un mundo de fronteras, pasaportes y problemas burocráticos; que es perseguido a través de ciudades como Estambul, Sofía, Belgrado, Milán. Gracias a su aportación, la novela de servicios secretos se convierte en una materia protagonizada por gente normal que se ve envuelta en un torbellino. Su influencia ha sido decisiva para los autores posteriores. Especialmente, para el maestro Le Carré.

A partir de
La máscara de Dimitrios
, escrita en 1939, la novela policíaca de espías alcanzó con Eric Ambler su cota máxima. «Es la investigación de un tiempo pasado, a través de las huellas que va dejando un griego llamado Dimitrios —escribe Juan Antonio de Blas—, y que abarca el período tumultuoso de la década de los treinta». Y el estudioso añade: «Es una novela que se ha convertido en el clásico por excelencia de los géneros negro y de espionaje, y de lectura obligada a pesar del medio siglo transcurrido desde que se escribió. La trayectoria del maestro ha ido desde un comienzo liberal, influido por el John Buchan de
39 escalones
, hasta posiciones cada vez más radicales, en las que ha puesto en solfa las verdades de nuestro occidental estilo de vida»
[34]
.

Peter Lorre protagonizó en 1944
La máscara de Dimitrios
, dirigida por Jean Negulesco.

En el prólogo a la edición española de
La máscara de Dimitrios
, Carlos Pujol concluye: «El thriller, complicado con cuestiones éticas e incluso de denuncia política, podría ser aquí como una lección metafórica de la desconfianza ante una realidad que nos presenta amañada».
[35]

El mismo año que Ambler, Graham Greene escribió su primera novela de espionaje,
El agente confidencial
(1939), ambientada en la guerra civil española. Hasta 1944 trabajó en el Foreing Office, actuó como agente en África Occidental y fue subdirector del servicio secreto inglés para la sección Iberia. Sus novelas de espionaje son:
Una pistola en venta
(1936),
El ministerio del miedo
(1943),
El tercer hombre
(1950, guión cinematográfico antes que novela),
El americano impasible
(1954),
Nuestro hombre en La Habana
(1958) una divertida sátira del mundo del espionaje burocrático y, por fin, en 1978, su obra maestra,
El factor humano
. En ella cuenta la historia de Castle, un funcionario del servicio secreto inglés, casado con una sudafricana negra, que se ve inmerso en un complot blanco contra el África negra y que, por solidaridad con su mujer, lo filtra a sus amigos comunistas. Castle es el factor humano, imprevisible para las computadoras y capaz de alterar el más perfecto de los planes. Triste y oscura como pocas,
El factor humano
es, sin duda, una de las novelas más hermosas de toda la literatura de espías.

Joseph Cotten en
El tercer hombre
.

«Lo que para Greene es la necesidad de construir un proceso íntimo de espía a solas con su memoria y su responsabilidad, en Le Carré es ambición coral, la plasmación de la sentimentalidad colectiva de un espionaje, un mundo, un imperio venido a menos, convertido lentamente en periferia». Certeras palabras de Vázquez Montalbán.
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John le Carré (seudónimo permanente de John Moore Cornwell) es, posiblemente, el autor que ha elevado la narrativa de espionaje a su máxima categoría literaria. Como Greene, trabajó en el Foreing Office durante varios años, también escribió alguna novela policíaca ocasional (
Un asesinato de calidad
) y su obra gira en torno a su personaje, George Smiley, que aparece desde su primera novela,
Llamada para el muerto
(1961). En plena euforia
jamesbondiana
, esta novela realista pasó inadvertida a pesar de su gran calidad. Smiley ya estaba en ella como un personaje verosímil, auténtico, un hombre de cincuenta años, de baja estatura, obeso, apacible y miope, que había sido introducido en la sociedad londinense por su matrimonio, pero que volvió a ser un paria en cuanto su mujer le abandonó por un corredor cubano de Fórmula 1. «Viajaba sin etiquetas en el furgón de equipajes del expreso social y no tardó en convertirse en una maleta perdida», escribe Le Carré. Pero Smiley, profesor de futuros espías a quienes juzgaba con una inhumanidad absoluta, era un profesional implacable, un «mercenario internacional de su profesión, amoral y sin ningún estímulo distinto a su satisfacción personal».

A través del mundo del espionaje, Le Carré retrata los cambios sociales y políticos en los que está inmerso el servicio de inteligencia, como parte de una maquinaria histórica superior. Eran los nuevos tiempos. «El inspirado diletantismo de un puñado de hombres de grandes cualidades y poca paga había dejado paso a la eficacia, la burocracia y la intriga de un amplio departamento gubernamental».

En 1963, su tercera novela,
El espía que surgió del frío
, se convirtió en un éxito internacional y su versión cinematográfica, magistralmente dirigida por Martin Ritt, hizo justicia al relato. Cuando Le Carré publicó su siguiente obra,
El espejo de los espías
, ya no era diplomático ni daba clases de literatura alemana, se dedicaba exclusivamente a escribir novelas. En
El espejo de los espías
Smiley protagoniza una triste historia en la que la rutina y las costumbres conducen al drama.

Richard Burton protagonizó en 1965
El espía que surgió del frío
.

A partir de entonces, el universo de Smiley se desarrolló en tres novelas magistrales:
Calderero, sastre, soldado y espía
(1974), que en España titularon
El topo; El honorable colegial
(1977), que retoma el final de
El topo
y sitúa la acción en el sudeste asiático; y
La gente de Smiley
(1980), la última entrega, donde el agente, solitario y jubilado, sale de las sombras para recuperar el tiempo perdido. Ha pasado el tiempo de Inglaterra, no hay colonias que conservar ni prestigios que mantener, pero queda gente como Smiley que guarda su lealtad para su propia gente.
[37]

Para finalizar este recorrido, debemos mencionar a Len Deighton, el cuarto maestro anglosajón de la narrativa de espionaje, que irrumpió en la literatura a principios de los años sesenta. Un novelista hermético, con tres obras maestras dentro del género, y con un personaje, Harry Palmer, nacido como antítesis de James Bond. Su primera novela de espías,
Ipcress
(1961), fue llevada al cine y su agente lo encarnó Michael Caine. Así nació para la pantalla un espía vulnerable, miope, poco afortunado con las mujeres, en oposición a la deshumanización que había puesto de moda Fleming. Harry Palmer es el protagonista de la segunda entrega, y su mejor novela,
Funeral en Berlín
(1964), sobre el gran negocio de los especialistas que cobraban por hacer que la gente escapara desde el bloque oriental, y de la siguiente,
El cerebro del billón de dólares
(1966). A mediados de los ochenta, después de publicar un buen numero de novelas de espionaje de contenido errático, Deighton volvió por sus fueros con
El juego de Berlín
, donde un agente inglés investiga sobre filtraciones hasta descubrir que su esposa es el auténtico agente soviético que está buscando. Deighton recupera los escenarios y el pulso narrativo de
Funeral en Berlín
y su radicalismo se llena de amargura. Lo que empezó siendo una manera de patriotismo, acaba reducido a las reglas fijas de una burocracia empeñada en resistir al cambio de los tiempos.

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