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Authors: Mariano Sánchez Soler

Tags: #Ensayo

Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (8 page)

BOOK: Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros
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Cartel de
Atraco perfecto
, de Stanley Kubrick.

Ya en su primera novela,
Now and on Earth
, deja patente que Pop no comprendía a su hijo. La victoria de publicar por primera vez a los 36 años, tras ser presidente del Federal Writers' Project en Oklahoma, quedaba disminuida ante sí mismo por el fracaso de no haber podido sacar a su padre del asilo. En su sabotaje íntimo, Thompson trató de no ser más que su padre, de no hacerle sombra, porque, de haberlo conseguido, hubiera significado para él la última traición.

«Lo mejor sería que no me acercara a mi padre —escribe en
La sangre de los King
—. Es un hombre extraño, ciertamente, pero justo. Absolutamente justo, a su modo. Jamás excusó sus propios fracasos y por eso tampoco justificó los de los demás… (Seré su hijo) sólo si decide aceptar que lo soy. Y ya sé que jamás lo haría si yo no estuviera a la altura que él espera».

La figura de James Sherman Thompson quedó marcada en el triste y turbulento Jim como un hierro al rojo que le persiguió hasta la muerte: «Pop no tendría nunca que pasar por lo que yo —escribió—, ni de pequeño ni más tarde. En el mundo de Pop, bien y mal estaban claramente diferenciados. Cuando se hacía el mal, eras malo. Cuando se hacía el bien, eras bueno. En el mundo donde yo vivía, en la parte específica del mundo que ocupaba, prevalecía casi lo contrario. Y yo vivía constantemente entre la desesperación y el desorden».

T
HOMPSON VERSUS
T
HOMPSON

Entre la desesperación y el desorden. En este espacio se funden profundamente las raíces de una emoción tormentosa, psíquica, dual, mantenida en el silencio doméstico de su casa, pero desbocada en el estruendo de todos los Thompson que desfilan por sus escritos; a lo largo de unas novelas donde se vuelca el atormentado mundo interior de este hombre corpulento, de voz dulce, refinado, portador de una increíble cortesía sudista e incapaz en su vida cotidiana de blindarse frente a la violencia del mundo, hasta el extremo de que, al ser contratado por un periódico de Texas para escribir relatos basados en crímenes reales, la investigación tenían que realizarla personalmente su madre y su hermana Freddie, porque él no soportaba el peso de la realidad.

Fotograma de
Atraco perfecto
, estrenada en 1956.

«Era muy sensible —relató su hermana al biógrafo McCauley—, no era capaz de leer la menor historia un poco terrorífica en un periódico. Además, como era muy tímido, no le gustaba hacer entrevistas. Nosotras íbamos al juzgado y a la morgue y hacíamos las investigaciones para que él luego escribiera las historias».

¿De qué Jim están hablando? Sus obras y sus personajes reflejan diametralmente lo contrario; relatan el crimen con un cáustico sentido de humor, a través de seres marcados por la esquizofrenia; por una doble personalidad desconcertada. Ahí están sus asesinos sin arrepentimiento, sus delincuentes gélidamente amorales, sus víctimas no siempre inocentes… Sus Lou Ford, Nick Corey, Tom Lord, Doc McCoy, Mitch Corley, Critch King, Roy Dillon o esa Joyce Lakeland que es asesinada en dos novelas distintas. Todos ellos son los nombres con los que bautiza su alma mientras nos arrastra a un infierno personal que también nos pertenece a nosotros. A todos nosotros. Que deseamos tanto y hemos obtenido tan poco, que con tan buenas intenciones… Y el conductor del carro del infierno, el nuevo barquero del crimen existencialista, es James Myers Thompson, «el Albert Camus del crimen», como le gustó llamarlo a un crítico del
USA Today
.

Cubierta de
1280 almas
, editado por Bruguera en su colección Club del Misterio.

«Es probable que ningún momento sea el adecuado para comenzar este relato —es Allen Talbert quien habla en
El criminal
—. Una cosa así seguramente comienza muy atrás. Andas por ahí haciendo lo que hay que hacer y, cuando te paras y te miras a ti mismo, te puedes quedar pasmado. Piensas: "¡Dios mío!, no soy yo. ¿Cómo me he puesto así?". Pero sigues adelante, pasmado o no, odiándote o no, porque no tienes mucho que explicar. No te mueves, te mueven».

Y Nick Corey, el sheriff matador de un poblacho con
1280 almas
, argumenta: «¿Cuántos hay entre nosotros que ejerzan su libre albedrío? Todos estamos condicionados desde el principio, tanto física como psíquicamente, por nuestro entorno, por nuestros antecedentes. Todo esto nos transforma, nos modela de una determinada manera, para que tengamos nuestro jodido rol en la existencia, y yo te lo digo, George, en este papel, que es mejor adaptarse y rellenar el hueco, o todo lo que quieras, porque si no será el jodido sistema el que te caiga sobre el cráneo, si no haces lo que estás destinado a hacer, lo que tienes encargado, un buen día será a ti a quien se lo hagan».

Steve McQueen, Ali MacGraw y Sam Peckinpah en una imagen tomada durante el rodaje de
La huida
.

Sus asesinos de mente psicópata, fríos, rutinarios, son transgresores que a veces establecen duelos contra sí mismos. Thompson contra Thompson: «Tras el hablar arrastrado, en el interior del bobo de Tom Lord había otro hombre, el hombre verdadero… que no podía vivir el papel que le había correspondido en el reparto y que estaba condenado a no tener derecho a la muerte. A medida que pasaban los años, él, el hombre verdadero, se hacía cada vez más pequeño, mientras su caparazón exterior se iba volviendo cada vez más espeso. Pero él seguía ahí. Algo en él pugnaba continuamente por salir a la superficie, haciendo su aparición en exagerados modos del Oeste y en mofas salvajemente maliciosas… golpeando amarga y ciegamente a un mundo que no podía cambiar».

Porque Thompson, desdoblado en sus personajes, sabía que no había podido elegir libremente su manera de ser, y que era, por lo tanto, su propia víctima. Como la mayoría de los seres humanos, al no tener elección, al sentirse forzado a una forma de vida, tendría que vivir escondido dentro de un caparazón opresor del que solo se puede escapar con el dinero del éxito. A los cuarenta y nueve años, tras haber publicado trece novelas —en libros populares de veinticinco centavos—, él pensaba que no había llegado a ninguna parte como escritor, a pesar de algunas críticas entusiastas como la de Anthony Boucher, en el
New York Times
, que proclamó durante los años cincuenta: «Jim Thompson debe ser colocado en el primer lugar entre los escritores policíacos. Les encarezco a que no se pierdan ni una sola de sus novelas». El crítico R.V. Casill añade: «Thompson es lo que los franceses amantes de la violencia existencial americana andaban buscando en los trabajos de Hammett, McCoy y Chandler. Ninguno de ellos ha escrito jamás un libro comparable a los de Thompson».

El guión de
Senderos de gloria
corrió a cargo de Stanley Kubrick, Calder Willingham y Jim Thompson.

Tampoco tuvieron su trepidante método de trabajo. Jim pensaba que, cuanto escribiera bajo la placidez protectora del domicilio familiar —rodeado por sus tres hijos y su mujer Alberta—, sería invendible. Por ello, en los momentos de creación, se encerraba en un hotel de Nueva York o se iba a la casa de su hermana Maxine. Allí trabajaba muy deprisa, con un tope máximo de veinte páginas diarias, pero con gran meticulosidad; corregía repetidas veces la misma página mientras desarrollaba su propia teoría narrativa, según la cual cada página, impecablemente escrita, debía contener una pequeña historia dentro del relato global. Esto le obligaba a trabajar más y no precipitarse.

Fotograma de
Senderos de gloria
, protagonizada por Kirk Douglas.

«Aunque —como señala Geoffrey O'Brien— las obsesiones de Thompson sean personales, su tono pertenece a la cultura en general. El material de sus tramas deriva de las atrocidades de los periódicos de cada día y sus escenarios reflejan toda una vida de autopistas, estaciones de tren y vestíbulos de hotel. Está demasiado claro que, lejos de ser fantasías subjetivas, los libros de Thompson reflejan una mentalidad que mana de nuestro alrededor, tan americana como el próximo asesinato en masa».

Como cultivador de su propio fracaso, Jim Thompson se dejó deslizar por el terraplén de la bebida. Trató así de justificar el escaso éxito de su carrera literaria, plenamente convencido de que jamás tendría un nombre literario y que, por lo tanto, su visión del mundo p asaría desapercibida, al tiempo que las ventas de sus novelas iban declinando y no eran reeditadas.

Casi en los umbrales de los años sesenta, fue para él un golpe de suerte la llegada del joven Stanley Kubrick, de veinticinco años, y del productor James B. Harris, a quienes casi doblaba en edad. Los filmes
Atraco perfecto
y
Senderos de gloria
, en los que fue guionista, marcaron una colaboración con Kubrick que acabó rota tras la pérdida del único manuscrito de su novela
Lunatic at Large
, que Kubrick pensaba llevar al cine. Aunque en 1958 el éxito cinematográfico llamó a su puerta, Thompson debió conformarse con escribir para la televisión, en el Hollywood de la caza de brujas maccarthista. Tuvieron que transcurrir trece años para que otra novela suya,
La huida
, fuera llevada al cine por Sam Peckinpah.

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