Antártida: Estación Polar (10 page)

Read Antártida: Estación Polar Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Antártida: Estación Polar
6.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

Era una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar.

Y lo bueno del plan era que, si los franceses lograban sacar la nave espacial de la estación polar Wilkes, ¿podría el Gobierno estadounidense ir llorando a las Naciones Unidas o al Gobierno francés y decirles que Francia había robado una nave espacial extraterrestre a los Estados Unidos? Es muy difícil reclamar el robo de algo que se supone que no tienes.

Pero los franceses se habían encontrado con dos problemas.

Primero: los científicos estadounidenses en Wilkes. Tendrían que ser eliminados. No podían dejar testigos.

El segundo problema era peor: casi con toda probabilidad, Estados Unidos enviaría una unidad de reconocimiento para proteger Wilkes. El tiempo corría. Los franceses se habían dado cuenta de que era más que probable que las tropas estadounidenses llegaran a Wilkes antes de que ellos pudieran sacar la nave del continente.

Lo que significaba que se libraría una batalla.

Pero los franceses estaban ahí por azar. No habían tenido ni tiempo ni recursos para preparar un asalto completo a Wilkes. Eran una fuerza pequeña que se enfrentaba a la posibilidad de que los Estados Unidos aparecieran en escena con una fuerza mayor que la suya antes de que pudieran escapar con la nave espacial.

Necesitaban un plan.

Y por ello se habían hecho pasar por científicos, vecinos preocupados. Presumiblemente con la intención de ganarse la confianza de los marines y matarlos en cuanto les dieran la espalda. Era una estrategia tan buena como cualquier otra para una fuerza improvisada y menor.

Lo que dejaba otra pregunta más
: ¿Cómo iban a sacar la nave espacial de la Antártida?

Schofield decidió que esa pregunta podía esperar. Lo mejor era abordar la batalla que se le presentaba en ese momento. Así que preguntémonos de nuevo:

¿Cuál es su objetivo?

Eliminarnos a nosotros y a los científicos de Wilkes.

¿Cómo van a lograrlo?

No lo sé.

¿Cómo lo haría yo?

Schofield lo meditó.

Probablemente intentaría llevarlos a todos a un solo lugar. Resultaría mucho más eficaz que intentar buscarnos por toda la estación y cogernos uno a…

—¡Granada! —gritó Gant.

Schofield regresó bruscamente al presente cuando vio una pequeña granada negra rodar por la barandilla del nivel A y formar un arco descendiente en su dirección. Seis granadas similares volaron desde el nivel A al interior de los tres túneles que se ramificaban hasta el nivel B.

—¡Muévase! —le dijo rápidamente a Gant. Se guareció en el interior de la sala y cerró la puerta.

Gant y él se colocaron en la parte más alejada de la sala cuando oyeron cómo la granada rebotaba contra la gruesa puerta de madera.

Y entonces la granada explotó. Del interior de la puerta salieron disparadas cientos de astillas blancas cuando las puntas afiladas de los fragmentos de metal reemplazaron su lugar.

Schofield miró anonadado la puerta.

Toda la puerta, de arriba abajo, estaba plagada de pequeñas protuberancias. Lo que antes había sido una superficie de madera lisa parecía ahora un siniestro instrumento de tortura medieval. Toda la puerta estaba cubierta de puntas afiladas de metal que a punto habían estado de atravesar por completo la puerta maciza de madera.

Otras explosiones similares se oyeron en el nivel superior al que se encontraban Schofield y Gant. Ambos alzaron la vista.

Nivel B
, pensó Schofield.

Probablemente intentaría llevarlos a todos a un lugar.

—¡Oh, no! —dijo en voz alta Schofield.

—¿Qué? —preguntó Gant.

Pero Schofield no respondió. Abrió rápidamente la puerta destrozada y miró al eje central de la estación polar.

Una bala se estrelló en el marco cubierto de hielo, cerca de su cabeza. Pero eso no impidió que los viera.

Arriba, en el nivel A, cinco de los soldados franceses estaban disparando fuego de supresión a toda la estación.

Fuego para cubrir a los otros cinco soldados que se encontraban en ese momento descendiendo por cuerdas del nivel A al B. Fue un descenso breve y controlado y, en cuestión de segundos, los cinco soldados se hallaban en la pasarela del nivel B con las armas empuñadas, rumbo a los túneles.

Cuando los vio, Schofield, horrorizado, lo comprendió todo. La mayoría de sus marines se encontraban en el nivel B, pues se habían replegado allí después de que el segundo equipo francés hubiese atacado por la entrada principal de la estación.

Y había algo más.

El nivel B era la zona donde se encontraban las dependencias de los trabajadores de la estación polar Wilkes. Y había sido el propio Schofield quien había enviado a los científicos estadounidenses a sus habitaciones mientras su equipo y él recibían al aerodeslizador recién llegado.

Schofield alzó la vista al nivel B horrorizado.

Los franceses los habían juntado a todos en un solo lugar.

En el nivel B, el mundo pareció volverse loco de repente.

Tan pronto como Riley y Hollywood doblaron la curva del túnel de hielo, se toparon con los rostros horrorizados de las personas que trabajaban en la estación polar Wilkes.

En el mismo instante en que los vio, Riley recordó lo que había en el nivel B.

Las habitaciones de los trabajadores.

De repente, una ráfaga de disparos de ametralladora golpeó la pared de hielo que había tras él.

Al mismo tiempo, la voz de Schofield surgió en el intercomunicador del casco de Riley.

—A todas las unidades, aquí Espantapájaros. Desde mi posición puedo ver a cinco sujetos hostiles que acaban de aterrizar en la pasarela del nivel B. Repito, cinco sujetos hostiles. Marines, si se encuentran en el nivel B, mantengan los ojos bien abiertos.

La mente de Riley se puso a trabajar a toda marcha. Intentó recordar el plano del nivel B.

Lo primero que recordó fue que la disposición del nivel B difería ligeramente del resto de las plantas de Wilkes. Los otros niveles constaban de cuatro túneles rectos que salían del eje central de la estación y terminaban en el túnel exterior circular. Pero, debido a una anómala formación rocosa incrustada en el hielo, el nivel B no tenía túnel sur.

Solo constaba de tres túneles rectos, lo que significaba que el túnel circular exterior no formaba un círculo completo como las plantas restantes. El resultado era un callejón sin salida en el punto más al sur del círculo exterior. Riley recordaba haber visto adónde conducía esa parte del túnel: albergaba la habitación en la que estaba retenido James Renshaw.

En ese momento, sin embargo, Riley y Hollywood se encontraban en el túnel exterior, en la curva situada entre el túnel este y el norte. Con ellos estaban los científicos de Wilkes, que obviamente habían oído que algo sucedía fuera, pero que no se habían aventurado a ir más allá de sus habitaciones. Entre los rostros aterrorizados que tenía ante sí, Riley vio a una niña pequeña.

Dios santo.

—Vaya a la parte de atrás —le dijo Riley a Hollywood, refiriéndose a la parte del túnel exterior que conducía de vuelta al túnel norte.

Riley comenzó a moverse por entre el grupo de científicos para poder colocarse en un lugar desde donde ver el túnel este.

—¡Damas y caballeros! ¡Vuelvan a sus habitaciones!

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó enfadado uno de los hombres.

—Sus amigos, los que están arriba, no eran realmente sus amigos —dijo Riley—. Ahora hay un equipo de paracaidistas franceses en el interior de su estación y los matarán si los ven. Ahora, ¿serían tan amables de volver a sus habitaciones?

—¡Libro! ¡Granada! —resonó la voz de Hollywood por el pasillo.

Riley se volvió y vio a Hollywood doblar la curva hacia él. También pudo atisbar la granada de fragmentación rodando por el túnel, a seis metros de su compañero.

—Oh, joder. —Riley se giró al instante buscando, en dirección contraria, dónde guarecerse. El túnel este, a unos diez metros.

Fue entonces cuando vio dos granadas más rodar por el túnel este, granadas que fueron a parar a la pared del túnel exterior.

—Oh, joder. ¡Joder! —Los ojos de Riley casi se le salen de las órbitas. Había granadas de fragmentación en los dos extremos del túnel.

—¡Entren! ¡Ahora! —gritó Riley a los científicos mientras abría la puerta más cercana—. ¡Vuelvan a sus habitaciones ahora!

A los científicos les llevó un segundo captar lo que decía Riley, pero, cuando lo entendieron, corrieron a ponerse a cubierto en sus dependencias.

Riley se lanzó al interior de la entrada más cercana y se asomó para ver qué estaba haciendo Hollywood. El joven cabo corría con todas sus fuerzas por el túnel hacia Riley.

Y de repente se resbaló. Y cayó.

Hollywood prosiguió torpemente a rastras por el suelo helado del túnel.

Riley observó impotente como Hollywood se incorporaba rápidamente sin dejar de mirar ansiosamente a su espalda, a la granada de fragmentación que tenía tras de sí.

Quizá faltasen dos segundos.

Y, en un instante, Riley sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago.

Hollywood no va a lograrlo.

Justo delante de Hollywood, en la única puerta a la que podría llegar a tiempo, dos de los científicos intentaban desesperadamente entrar en la misma habitación. Uno empujaba al otro por la espalda para intentar que entrara dentro.

Buck Riley observó horrorizado como Hollywood miraba a los dos científicos y comprendía que no tenía posibilidad de entrar en esa habitación. Hollywood se volvió entonces para mirar a la granada, que se encontraba a nueve metros de él.

Un giro final, desesperado, y los ojos de Hollywood se encontraron con los de Riley. Ojos blancos del miedo. Los ojos de un hombre que sabe que está a punto de morir.

No tenía escapatoria.

Y entonces, con una intensidad atronadora, las tres granadas (una desde el túnel norte y dos desde el túnel este) desataron su furia y Riley se guareció tras la entrada y vio miles de brillantes fragmentos de metal pasar en ambas direcciones.

Otra explosión golpeó el exterior de la puerta maciza de madera y nuevos fragmentos de metal impactaron contra ella.

Schofield y Gant se encontraban en la parte más alejada de la sala del nivel C, cubriéndose tras una mesa de aluminio que habían tumbado.

—Marines, informen —dijo Schofield.

Sus voces hicieron acto de presencia por el intercomunicador, mientras de fondo se escuchaba el sonido de los disparos.

—¡Aquí Quitapenas! ¡Estoy con Piernas y Madre! ¡Estamos bajo fuego enemigo en el cuadrante noroeste del nivel B!

Las interferencias dificultaban la comunicación.

—Aquí Libro… wood ha caído. Estoy en… cuadrante…

La voz de Libro se interrumpió de repente. La señal se había ido.

—Aquí Montana. Santa Cruz está conmigo. Seguimos en el nivel A, pero no podemos avanzar.

—Teniente, aquí Serpiente. Estoy fuera, acercándome en este momento a la entrada principal.

Hollywood no se comunicó con Schofield. Y Mitch Healy y Samurái Lau ya estaban muertos. Schofield hizo los cálculos. Si los tres estaban muertos, entonces el número de marines se había reducido a nueve.

Schofield pensó en los franceses. Habían comenzado con doce hombres más los dos científicos civiles. Serpiente había dicho anteriormente que había matado a uno fuera, y el mismo Schofield había rematado a uno en el nivel superior. Eso significaba que los franceses eran diez, además de los dos civiles, donde quiera que estos estuviesen.

Los pensamientos de Schofield regresaron al presente. Miró la puerta de madera que tenía ante sí, cubierta de prominentes puntas plateadas.

Se volvió hacia Gant.

—No podemos quedarnos aquí.

—Ya me lo había figurado —respondió Gant de una manera deliberadamente inexpresiva.

Schofield se volvió para mirarla, confundido por su respuesta. Gant no dijo nada. Se limitó a señalar por encima del hombro de Schofield.

Schofield se volvió y, por primera vez, observó la habitación en que se encontraba.

Parecía una especie de sala de calderas. El techo estaba cubierto de tuberías negras anodizadas. Dos enormes cilindros blancos (colocados en horizontal, uno encima del otro) ocupaban toda la pared derecha de la sala. Cada cilindro medía tres metros y medio de largo y metro ochenta de alto.

Y en medio de cada cilindro había una pegatina roja en forma de rombo. En cada pegatina había un dibujo de una llama y, en enormes letras en negrita, las palabras:

PELIGRO

PROPELENTE INFLAMABLE L-5

ALTAMENTE INFLAMABLE

Schofield observó los inmensos cilindros blancos. Parecían estar conectados a un ordenador que se hallaba en una mesa en la esquina posterior de la sala. El ordenador estaba encendido, pero en ese instante la pantalla solo mostraba el salvapantallas de una portada de la revista
Sports Illustrated
: una rubia bien dotada con un minúsculo e imposible bikini tumbada de manera provocativa en alguna playa tropical.

Schofield cruzó la habitación a toda velocidad y se colocó delante del ordenador. La atractiva mujer de la pantalla le hizo un mohín.

—Quizá más tarde —dijo Schofield a la pantalla mientras pulsaba una tecla del teclado. El salvapantallas desapareció al instante.

El salvapantallas fue sustituido por un diagrama esquemático a color de las cinco plantas de la estación polar Wilkes. Cinco círculos llenaban la pantalla (tres a la izquierda, dos a la derecha); cada uno de ellos comprendía el eje central de la estación rodeado de un círculo exterior mayor. El círculo exterior estaba conectado al eje central por cuatro túneles rectos.

Las habitaciones estaban dispuestas entre el túnel exterior y el eje central y también fuera del túnel exterior. Las distintas salas y habitaciones tenían colores diferentes. Una tabla de colores situada en un lateral de la pantalla explicaba que cada color indicaba una temperatura diferente. Las temperaturas oscilaban entre los -5,4° y -1,2° centígrados.

—Es el sistema de refrigeración del aire —dijo Gant desde la puerta—. El L-5 significa que usa fluorocarbono como propelente. Debe de ser muy antiguo.

—¿Por qué no me sorprende? —dijo Schofield mientras se dirigía hacia la puerta y cogía el pomo.

Abrió la puerta un poco…

… Y vio un objeto negro, del tamaño de una pelota de béisbol, dirigirse a toda velocidad hacia él.

Other books

Capturing Kate by Alexis Alvarez
The Great Arc by John Keay
Straightjacket by Meredith Towbin
Debris by Kevin Hardcastle
Different Paths by Judy Clemens
Associates by S. W. Frank
Rebel by Mike Shepherd
Mommywood by Tori Spelling