Read Antártida: Estación Polar Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
A Schofield casi se le salen los ojos de las órbitas al verlo. Abrió la boca para gritar. Pero era demasiado tarde.
En el comedor, Petard se guareció tras los contenedores mientras Latissier (que no había sido cacheado, pues ya se encontraba en la estación cuando los marines llegaron) se abrió la parka y dejó al descubierto un fusil de asalto francés
FAMAS
. Al mismo tiempo, el hombre llamado Cuvier se sacó las manos de los bolsillos. En ambas sostenía dos modelos de la misma arma que Gant sostenía ahora en su mano. Cuvier disparó con una de ellas a Gant y Schofield vio cómo la cabeza de Libby caía hacia atrás del impacto. Se desplomó en el suelo.
Disparos ensordecedores quebraron el silencio cuando Latissier apretó el gatillo de su fusil de asalto y roció el comedor con una ráfaga de fuego de supresión. Los disparos cortaron el aire como si de una guadaña se tratara y prácticamente rompieron en dos a Augustine Lau.
Latissier no dejó transcurrir ni diez segundos y otra ráfaga de disparos obligó a todos a ponerse a cubierto.
La estación polar Wilkes se había convertido en un campo de batalla.
16 de junio, 09.30 horas
—¡Aquí Espantapájaros! ¡Aquí Espantapájaros! —gritó Schofield por el micro del casco mientras se escondía tras una puerta en medio del estruendo de los disparos—. ¡Ocho fuerzas hostiles! ¡Repito, ocho sujetos hostiles! Seis militares, dos civiles. Los civiles probablemente oculten armas para que las usen los soldados. ¡Marines, no muestren piedad!
A su alrededor cayeron algunos trozos de hielo cuando la ráfaga de disparos de Latissier impactó en la pared de hielo que se alzaba sobre él.
Había sido la ballesta la que lo había desencadenado todo.
Cada una de las unidades militares de élite de todo el mundo tenía su propia arma característica. La de los
SEAL
[1]
de la Armada de los Estados Unidos, expertos en combates en espacios cerrados, era la escopeta de corredera Ruger del calibre doce. El arma con que se identificaba al Servicio Aéreo Especial británico, las famosas fuerzas especiales
SAS
, eran las cargas de nitrógeno. Para las unidades de reconocimiento de los marines de los Estados Unidos, la élite del Cuerpo de los Marines de los Estados Unidos, era el Armalite MH-12 Maghook, una especie de gancho con cable que también incluía un poderoso imán que podía adherirse a superficies metálicas verticales.
Sin embargo, solo una fuerza de élite se caracterizaba por llevar ballestas.
El Primer Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina, la unidad de operaciones espaciales más destacada de Francia. El equivalente francés de las
SAS
O
los
SEAL
.
Lo que quería decir que no se trataba de un cuerpo como, por ejemplo, el de los marines. Ellos estaban en un escalafón superior. Era una unidad ofensiva, un equipo de ataque, una fuerza de élite secreta que existía por un solo motivo: llegar los primeros, moverse con rapidez y matar a todo el que vieran.
Esa era la razón por la que, cuando Schofield vio a Gant sacar la pequeña ballesta de la lata de comida, supo que esos hombres no eran científicos de D'Urville. Eran soldados. Soldados de élite.
Habían sido astutos y habían supuesto que él sabría los nombres de los científicos de D'Urville, por lo que se habían apropiado de sus nombres. Para darle aún más veracidad a su historia, habían llevado consigo a dos científicos verdaderos de la estación de investigación francesa (Luc Champion y Henri Rae), gente a la que las personas destinadas en la estación polar Wilkes conocían personalmente.
El toque final había sido probablemente lo mejor de todo. Habían dejado que Luc Champion, uno de los civiles, tomara el mando cuando los marines llegaron a la estación polar Wilkes, reforzando así la idea de que todos ellos no eran más que meros científicos que seguían las órdenes de su superior.
El hecho de que los franceses se hubieran llevado a cinco de los científicos de la estación polar Wilkes (civiles inocentes) en un aerodeslizador fingiendo llevarlos a un lugar seguro para luego ejecutarlos en medio de la nieve hizo enfurecer a Schofield. En un apartado rincón de su mente, evocó cómo habría sido la escena: los científicos estadounidenses, mujeres y hombres, llorando, defendiéndose, suplicando por sus vidas mientras los soldados franceses apuntaban con las pistolas a sus cabezas y derramaban sus sesos por el interior del aerodeslizador.
Que al menos dos de los científicos franceses (Champion y Rae) hubiesen ido con los soldados franceses le enfurecía aún más. ¿Qué les habían prometido por tomar parte en el asesinato de inocentes?
La respuesta, por desgracia, era muy sencilla.
Serían los primeros en tener la oportunidad de estudiar la nave espacial cuando los franceses se hicieran con ella.
Por el intercomunicador del casco de Schofield se escucharon voces cargadas de desesperación.
—… ¡Devuelvan el fuego!
—¡Despejado!
—¡Samurái ha caído! ¡Zorro ha caído!
—… No puedo hacer ni un puto disparo…
Schofield se asomó por detrás de la puerta y vio a Gant tumbada boca arriba en la pasarela, a medio camino entre el comedor y el pasillo que daba a la entrada principal. No se movía.
Sus ojos se posaron a continuación en Augustine Lau, cuyos restos yacían desparramados por la pasarela, en la entrada del comedor. Los ojos de Lau estaban abiertos de par en par; su rostro cubierto de sangre, sangre de su propio estómago, pues Latissier prácticamente lo había disparado a quemarropa.
No muy lejos de Schofield, en el túnel que conducía a la entrada principal de la estación, Buck Riley se asomó y devolvió el fuego con su MP-5, ahogando el minúsculo sonido del
FAMAS
francés con el profundo sonido, similar al de un pinchazo, del MP-5 alemán. A su lado, Hollywood hizo lo mismo.
Schofield se giró buscando a Montana, acurrucado en la entrada del túnel oeste.
—Montana, ¿se encuentra bien?
Cuando Latissier había abierto fuego instantes antes, Montana y Lau eran los que estaban más cerca de él, pues se encontraban en la entrada del comedor. Cuando el arma de Latissier había comenzado a disparar, Montana había sido lo suficientemente rápido como para guarecerse tras la puerta. Lau no.
Y mientras Lau había ejecutado lo que los soldados de infantería llamaban la
danse macabre
bajo el fuego atroz de Latissier, Montana había corrido a ponerse a cubierto al punto de seguridad más próximo, el túnel oeste.
Schofield vio a Montana hablar por el micro de su casco a quince metros de él.
—Sí, Espantapájaros. Un poco conmocionado, pero estoy bien.
—De acuerdo.
Más balas golpearon el hielo sobre la cabeza de Schofield. Este se guareció tras la entrada. Entonces, con gran rapidez, se asomó por el marco. Pero cuando lo hizo escuchó una especie de silbido.
Un virote de diez centímetros se alojó en el hielo a cinco escasos centímetros del ojo derecho de Schofield.
Schofield alzó la vista y vio a Petard en el comedor con la ballesta en la mano. Tan pronto como Petard hubo disparado la ballesta, Luc Champion le lanzó un subfusil de cañón corto y Petard retomó la batalla con una descarga de disparos.
Parapetado tras la puerta, Schofield volvió a mirar hacia donde se encontraba Gant. Seguía tumbada inerte en la pasarela, a medio camino entre el comedor y el túnel de la entrada principal.
Y de repente su brazo se movió.
Debía de haber sido un movimiento reflejo conforme iba recuperando lentamente la conciencia.
Schofield lo vio y habló por el micro de su casco.
—Aquí Espantapájaros, aquí Espantapájaros. Zorro sigue con vida. Repito. Zorro sigue con vida. Pero está en medio del fuego abierto. Necesito que me cubran para poder cogerla. Confirmación.
Las voces se sucedieron como en una votación.
—¡Hollywood, recibido!
—¡Quitapenas, recibido!
—¡Montana, recibido!
—¡Libro, recibido! —dijo Buck Riley—. Despejado, Espantapájaros. ¡Ahora!
—De acuerdo, entonces. ¡Ahora! —gritó Schofield mientras abandonaba el lugar donde se había puesto a cubierto y corría por la pasarela.
A su alrededor, al unísono, los marines salieron de sus posiciones y dispararon al comedor. El ruido se tornó ensordecedor. Las paredes de hielo del comedor estallaron en miles de pedazos. La fuerza combinada del ataque obligó a Latissier y a Petard a cesar los disparos y ponerse a cubierto.
En la pasarela, Schofield se puso de rodillas junto a Gant.
Miró su cabeza. El virote de la ballesta de Cuvier se había alojado en la protección de la frente de su casco de kevlar y un estrecho hilo de sangre le corría desde la frente hasta una aleta de la nariz.
Al ver la sangre, Schofield se acercó más y vio que la fuerza de la ballesta había sido tal que el virote había atravesado el casco de Gant. Casi tres centímetros del virote habían atravesado el kevlar, por lo que la punta brillante del virote se encontraba justo delante de la frente de Gant.
Gracias al casco, el virote se había quedado a escasos milímetros de su cráneo.
Ni siquiera. La punta afilada del virote le había rozado la piel, de ahí la sangre.
—Vamos, en marcha —dijo Schofield a pesar de que estaba seguro de que Gant no podía oírlo. Los disparos de los marines siguieron cubriéndolos mientras Schofield arrastraba a Gant por la pasarela hacia el pasillo de la entrada principal.
De repente, uno de los soldados franceses apareció, fusil en ristre, de detrás de un agujero abierto en la pared del comedor.
Schofield, que seguía arrastrando a Gant, levantó rápidamente la pistola, apuntó a través de la mira y disparó dos veces. Si el sonido del
FAMAS
era minúsculo y el del MP-5 era similar a un pinchazo, la pistola automática Desert Eagle Colt tronaba como un cañón. La cabeza del soldado francés estalló en pedazos, tiñendo de rojo todo lo que estaba a su alrededor cuando las dos balas encontraron su objetivo: el puente de su nariz. Su cabeza se sacudió hacia atrás, dos veces, y cayó fuera de su campo de visión.
—¡Salga de ahí, Espantapájaros! ¡Muévase! —gritó la voz de Riley por el auricular de Schofield.
—¡Ya casi estoy! —gritó Schofield por encima de los disparos.
De repente se escuchó otra voz por el intercomunicador.
Era una voz tranquila, fría. No se oía ningún disparo de fondo.
—Marines, aquí Serpiente. Sigo en mi posición en el exterior de la estación. Puedo ver a seis hostiles más saliendo del aerodeslizador francés. Repito. Estoy viendo a seis hombres armados más desembarcar del aerodeslizador francés y acercarse a la entrada principal de la estación.
Un disparo repentino y discordante se escuchó por el intercomunicador. El rifle de francotirador de
Serpiente
Kaplan.
—Marines, aquí Serpiente. Cinco hostiles se acercan a la entrada principal de la estación.
Schofield miró tras él al túnel que llevaba a la entrada principal. Ahí era adonde Gant y él se dirigían. Riley y Hollywood se encontraban allí en ese momento, disparando al comedor. A su lado, el sargento Mitch
Rata
Healy estaba haciendo lo mismo.
Y entonces, de repente, sin previo aviso, el pecho de Healy explotó. Un disparo por la espalda efectuado con un arma de gran potencia.
Healy se convulsionó violentamente mientras la sangre le brotaba de la caja torácica. La fuerza del impacto y la posterior convulsión nerviosa le combaron la espalda hacia adelante en un terrible ángulo y Schofield escuchó un crujido escalofriante cuando la columna del joven soldado se partió.
Riley y Hollywood salieron del pasillo de la entrada en un nanosegundo. Mientras disparaban al túnel que tenían tras ellos, a algún enemigo oculto, retrocedieron a toda velocidad hasta la escalera más cercana que conducía al nivel B.
Por desgracia, dado que acababan de llegar a la estación, los seis marines que habían ido con Riley a investigar el aerodeslizador que había sufrido el accidente se habían reunido en el pasillo de la entrada principal cuando se había desencadenado la pelea. Lo que significaba que estaban atrapados entre dos fuerzas hostiles: la que se encontraba en el comedor delante de ellos y la que se acercaba por la entrada principal a sus espaldas.
Schofield lo vio.
—¡Libro! ¡Baje! ¡Baje! ¡Lleve a sus hombres al nivel B!
—Ya estamos allí, Espantapájaros.
Schofield y Gant estaban aún peor.
Atrapados en la pasarela, entre el comedor y el pasillo de la entrada principal, no tenían adónde ir; no había puertas tras las que guarecerse, ni pasillos en los que esconderse. Tan solo una pasarela de metal de menos de un metro de ancho, flanqueada a un lado por una pared de hielo vertical y al otro por una caída de más de veinte metros.
Y el segundo equipo francés irrumpiría de un momento a otro en el pasillo de la entrada principal y lo primero que verían sería a Schofield y a Gant.
Un trozo de hielo estalló cerca de la cabeza de Schofield y este se volvió. Petard se había vuelto a incorporar y los estaba disparando sin piedad con su fusil de asalto. Schofield apuntó con su Desert Eagle al comedor y devolvió seis disparos rápidos a Petard.
Miró de nuevo a la entrada principal.
Diez segundos como mucho.
—Mierda —dijo en alto mientras contemplaba el cuerpo inerte de Gant en sus brazos—. Mierda.
Miró por la barandilla de la pasarela y vio el tanque de agua al fondo de la estación. No podía haber más de dieciocho o veinte metros. Podían sobrevivir a la caída.
De ningún modo.
Schofield miró a la pasarela en que se encontraba y a continuación a la pared de hielo situada tras él.
Mejor.
—¡Espantapájaros, será mejor que salga de ahí! —Era Montana. En ese momento ya no se encontraba en la pasarela, sino en el lado sur de la estación. Desde donde estaba situado podía ver el túnel de la entrada principal, en el lado norte. Lo que quisiera que estuviera viendo, no pintaba nada bien.
—Lo intento, lo intento —dijo Schofield.
Schofield disparó dos veces más a Petard antes de enfundar su pistola.
A continuación cogió rápidamente de la funda que llevaba en el hombro su Maghook. El Armalite MH-12 se parecía un poco al desfasado subfusil Thompson, Tenía dos empuñaduras: una normal con un gatillo y otra situada justo delante de la empuñadura anterior, por detrás de la boca del arma. En efecto, el Maghook era un arma, un dispositivo de lanzamiento accionado a dos manos que disparaba a gran velocidad un gancho unido a una especie de cable muy resistente.