Read Antártida: Estación Polar Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
¿Tritonal 80/20?,
pensó Schofield
. ¿Por qué demonios traerían los británicos eso a Wilkes?
El tritonal 80/20 era un explosivo altamente concentrado; un líquido muy combustible que se empleaba en bombas lanzadas desde el aire. El tritonal no era nuclear, pero, cuando explosionaba, la explosión era enorme y alcanzaba elevadas temperaturas. Un kilogramo de ese material (la cantidad que contenía cada uno de los botes que Schofield tenía delante) podía derrumbar un edificio pequeño.
Schofield soltó a Kirsty con dulzura y se dirigió hacia el compartimento cercano al salpicadero. Sacó uno de los botes verdes y plateados.
Se volvió para mirar a Kirsty.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo Kirsty.
—Bien —dijo Schofield guardándose la carga de tritonal en uno de los bolsillos que tenía en la pernera del pantalón—. Porque tengo que volver a…
Schofield no lo vio venir.
El impacto lo tiró al suelo.
Todo el aerodeslizador dio un bandazo a la izquierda.
Schofield miró por el enorme agujero del lado derecho de su aerodeslizador y vio a uno de los dos aerodeslizadores británicos avanzar a gran velocidad por la llanura de hielo junto a él.
Volvió a embestirlos.
Con dureza.
Con tanta dureza que Schofield sintió cómo el aerodeslizador se desplazaba hacia la izquierda.
—Pero qué… —dijo Schofield en voz alta.
Miró a la izquierda y en un aterrador instante cayó en la cuenta de lo que estaban haciendo.
—Oh, no… —dijo—. Oh, no…
El aerodeslizador británico volvió a embestirlos y el de Schofield y Kirsty volvió a desplazarse a la izquierda.
Schofield miró por el parabrisas delantero (sin cristal) y vio cómo la llanura de hielo se extendía interminable ante sus ojos. Pero, a la izquierda, vio que esa llanura finalizaba abruptamente. Es más, parecía como si cayera en picado…
Los acantilados.
Con cada embestida, el aerodeslizador británico estaba empujando a Schofield y a Kirsty hacia el borde.
Estaban intentando tirarlos por el acantilado.
Schofield comenzó a forcejear con la horquilla de dirección de su aerodeslizador, pero fue inútil.
No podía girar a ningún lado.
Sin espacio para maniobrar y escapar, Schofield intentó librarse del aerodeslizador británico, pero todo esfuerzo fue inútil.
Schofield volvió a mirar hacia adelante y vio el borde del acantilado a menos de diez metros a su izquierda.
Más allá del borde, pudo vislumbrar diminutas olas de crestas blancas. Estaban a mucha, mucha distancia de ellos.
Dios santo…
De repente, otro impacto los alcanzó y el aerodeslizador de Schofield se desplazó más hacia la izquierda, más cerca del borde del acantilado.
El borde estaba ya a menos de ocho metros de ellos.
Un par de embestidas más, pensó Schofield, y todo habría acabado.
Por acto reflejo, Schofield fue a hablar por el micro de su casco. Pero no estaba allí. Iba unido a su casco y él ya no lo llevaba puesto.
Mierda.
No tenía el casco. No podía ponerse en contacto con los demás.
Otro impacto. De mayor dureza esta vez.
El aerodeslizador volvió a deslizarse hacia la izquierda.
Cinco metros del borde.
Schofield miró a la derecha, por el agujero abierto en el lateral de su aerodeslizador, y vio al aerodeslizador negro británico avanzar a gran velocidad junto a él. Vio cómo se alejaba de ellos y a continuación regresaba a gran velocidad para embestirlos.
Los dos aerodeslizadores chocaron de nuevo y Schofield sintió cómo su aerodeslizador se desplazaba un par de metros hacia el borde.
Dos metros.
Los dos aerodeslizadores siguieron avanzando junto al borde de la parte superior del acantilado, a noventa metros por encima de las olas blancas y revueltas del océano Antártico.
Schofield no perdió de vista al aerodeslizador británico.
Cuando se separó de nuevo de ellos, como un boxeador que se pone en posición para dar su próximo golpe, Schofield vio que otro aerodeslizador se materializaba en la distancia, más allá del aerodeslizador negro británico.
Schofield parpadeó.
Era el aerodeslizador naranja francés.
¿El aerodeslizador naranja?,
pensó Schofield
.
Pero la única persona que había en ese aerodeslizador era…
Renshaw.
Schofield vio al aerodeslizador de brillante color naranja situarse junto al aerodeslizador británico. Ahora había tres aerodeslizadores desplazándose en paralelo junto al borde del acantilado de hielo.
De repente, el aerodeslizador británico embistió contra ellos y el faldón del aerodeslizador de Schofield se asomó por el borde del acantilado. Grandes trozos de hielo cayeron por el borde, trozos que se fueron convirtiendo en pequeñas motas blancas conforme fueron desapareciendo en la espuma del mar, noventa metros por debajo.
—¡Vamos! —Schofield agarró de repente la mano de Kirsty.
—¿Qué vamos a…?
—Nos vamos —dijo Schofield.
Schofield sacó a Kirsty por el agujero abierto en el lado derecho del aerodeslizador.
Vio cómo el aerodeslizador británico volvía a separarse de nuevo, preparándose para el golpe final.
Schofield tragó saliva. Iba a tener el tiempo justo para…
Sacó su pistola Desert Eagle.
El aerodeslizador británico avanzó hacia ellos.
Los dos aerodeslizadores chocaron y, en ese instante, Schofield saltó al faldón del aerodeslizador británico, llevando a Kirsty consigo.
Aterrizaron en el faldón del aerodeslizador británico justo cuando el suyo cayó a gran velocidad por el borde del acantilado. El aerodeslizador vacío rodó por los aires durante unos segundos antes de descender en picado noventa metros. Impacto en el agua con un tremendo golpe y se rompió en mil pedazos.
Schofield y Kirsty, mientras, no se quedaron quietos.
Saltaron al techo del aerodeslizador y, mientras tanto, Schofield apuntó hacia abajo con la pistola y efectuó tres disparos al techo bajo sus pies. De repente, se hallaban al otro lado del aerodeslizador. Schofield podía ver el aerodeslizador de Renshaw delante de ellos.
El aerodeslizador naranja se acercó justo cuando Schofield y Kirsty saltaron del faldón del aerodeslizador británico. Aterrizaron sin problemas en el faldón del aerodeslizador de Renshaw y este se alejó al instante del aerodeslizador negro británico.
Schofield miró al aerodeslizador británico y vio una salpicadura de sangre en el parabrisas delantero. En el interior del aerodeslizador alguien seguía moviéndose, intentando agarrar la horquilla de dirección.
Schofield supuso que había alcanzado al conductor y que quienquiera que siguiera allí con vida estaba intentando a la desesperada hacerse con el control de…
Demasiado tarde.
El aerodeslizador británico hizo una acrobacia aérea similar a la de los coches que ejecutan piruetas sobre rampas. Salió disparado por el borde del acantilado. Se sostuvo en el aire un instante hasta que la gravedad siguió su curso y el aerodeslizador comenzó a arquearse en dirección descendente. Schofield atisbó al hombre que seguía con vida en el interior del aerodeslizador mientras este se precipitaba por el acantilado y desaparecía para siempre.
Schofield se volvió de nuevo y vio la puerta corredera del aerodeslizador naranja abrirse ante él y, tras ella, el rostro sonriente de Renshaw.
—¿Sé o no sé conducir esta cosa? —dijo Renshaw.
Ahora solo quedaba un aerodeslizador británico.
Puesto que estaba en inferioridad numérica con respecto a los marines (uno frente a dos), mantenía las distancias.
Schofield cogió el casco de marine de Renshaw y se lo puso. Pulsó el micro de su casco.
—Quitapenas, ¿sigue ahí?
—Sí.
—¿Están todos bien?
—Más o menos.
—¿Qué hay del aerodeslizador? —preguntó Schofield.
—Ha recibido bastantes golpes, pero está bien. Volvemos a tener velocidad máxima —dijo Quitapenas.
—Bien —dijo Schofield—. Bien. Escuche, si nos ocupamos de este último tipo, ¿cree que podría ganar algo de ventaja y llegar a McMurdo?
—Lograremos llegar.
—De acuerdo, entonces —dijo Schofield mientras miraba a Kirsty—. Espere. Va a recibir a otro pasajero.
Schofield le dijo a Renshaw que acercara su aerodeslizador al de Quitapenas. Quería que Kirsty subiera a él y que a continuación pusieran rumbo a McMurdo, mientras Renshaw y él se encargaban del último aerodeslizador británico.
Los dos aerodeslizadores se pusieron a la misma altura.
Se abrieron las puertas correderas de ambos.
Libro apareció en la puerta corredera del aerodeslizador de Quitapenas. Schofield estaba junto a Kirsty en la puerta del aerodeslizador francés naranja, justo enfrente de él.
El último aerodeslizador acechaba inquietantemente sobre ellos, a menos de doscientos metros por detrás.
—De acuerdo, vamos allá —dijo la voz de Libro por el auricular de Schofield.
Schofield le dijo a Kirsty:
—¿Estás preparada?
—Sí —dijo.
Salieron al faldón del aerodeslizador juntos.
En la cabina del aerodeslizador, Quitapenas vigilaba al aerodeslizador británico.
Parecía contemplar la escena sin hacer nada al respecto.
—¿Qué estás haciendo, hijo de puta? —dijo en voz alta Quitapenas.
Libro gritó:
—¡De acuerdo! Láncemela.
Schofield y Kirsty se asomaron todo lo que pudieron al borde del faldón. El viento los sacudía de forma implacable.
En el faldón del otro aerodeslizador, Libro alargó los brazos para coger las manos estiradas de Kirsty. Schofield la sostenía. El transbordo ya casi había sido realizado…
Y, de repente, la voz de Quitapenas irrumpió por los intercomunicadores de sus micros.
—Oh, ¡joder! ¡Acaba de lanzarlo!
Schofield y Libro se volvieron al mismo tiempo.
Vieron primero la estela de humo.
Giraba haciendo espirales en el aire. Una estela de humo estrecha y blanca.
Y, delante de ella, un misil.
Su origen: el último aerodeslizador británico.
Era otro misil antitanques Milan y volaba bajo, cerca del suelo. Atravesó el aire a gran velocidad, recorriendo la distancia entre ellos en poco tiempo y entonces, de repente, con una alarmante intensidad, impactó en la parte trasera del aerodeslizador naranja de Schofield y explosionó.
El aerodeslizador dio una violenta sacudida y Schofield salió despedido a la cabina de su aerodeslizador, soltando a Kirsty. Mientras caía, alzó la vista y lo último que vio antes de caer al suelo fue cómo Libro se lanzaba para intentar coger las manos de Kirsty mientras esta caía entre los dos aerodeslizadores.
Libro y Kirsty cayeron.
El faldón negro de uno de los aerodeslizadores llenó el campo de visión de Libro mientras caía entre los dos vehículos.
Cogió la mano de Kirsty y, mientras caían, tiró con fuerza de ella hacia sí y giró en el aire de forma que, cuando impactaran en el suelo, él se llevara la peor parte.
Y, de repente, cayeron al suelo, golpeándose con gran dureza.
—¡Libro ha caído! ¡Libro ha caído! —gritó la voz de Quitapenas por el auricular de Schofield—. ¡La niña ha caído con él!
El aerodeslizador avanzaba por el terreno totalmente fuera de control.
El impacto del misil en la parte trasera del aerodeslizador había destrozado su hélice de propulsión trasera y la mitad de la aleta y el timón de orientación, haciendo que el vehículo coleara descontroladamente y se desviara hacia la izquierda, directamente al borde del acantilado.
Renshaw intentó manejarlo con la horquilla de dirección, pero con el timón de orientación medio destruido, el aerodeslizador solo giraba hacia la izquierda. Renshaw tiró de la horquilla de dirección y, gradualmente, el aerodeslizador comenzó a girar formando un amplio arco, de forma que en ese momento avanzaba junto a los acantilados rumbo de nuevo a la estación polar Wilkes.
—¡Quitapenas! —gritó Schofield por el micro de su casco, haciendo caso omiso de los esfuerzos de Renshaw por controlar el aerodeslizador.
—¿Qué?
—¡Váyanse de aquí!
—¿Qué!
Schofield dijo:
—¡Hemos sido alcanzados! ¡Estamos jodidos, el juego ha terminado para nosotros! ¡Váyanse! ¡Lleguen a McMurdo! ¡Traigan ayuda! ¡Es la única oportunidad que tenemos!
—Pero qué hay de…
—¡Váyanse!
—Sí, señor.
En ese momento Renshaw dijo:
—Ah, teniente…
Pero Schofield no estaba escuchando. Estaba observando cómo el aerodeslizador de Quitapenas se alejaba en la otra dirección.
A continuación, Schofield miró por la ventana lateral de su aerodeslizador destrozado y vio en la distancia un bulto oscuro en la nieve.
Libro y Kirsty.
—Teniente…
Schofield vio cómo el último aerodeslizador británico se acercaba a Libro y Kirsty; vio como se detenía junto al cuerpo doblado de Libro. Del aerodeslizador salieron varios hombres vestidos de negro.
Schofield no podía hacer otra cosa que no fuera mirar.
—Maldición.
A su lado, Renshaw seguía forcejeando con la horquilla de dirección.
—¡Teniente! ¡Agárrese!
En ese momento, Renshaw tiró de la horquilla de dirección y esta se partió. De repente, el aerodeslizador giró lateralmente hacia la izquierda y en un instante Schofield y Renshaw volvieron a desplazarse marcha atrás.
—¿Qué demonios está haciendo? —gritó Schofield.
—¡Estaba intentando evitar eso! —gritó Renshaw mientras señalaba a la parte trasera del aerodeslizador que, en ese momento, era la parte que iba por delante.
Schofield siguió el dedo de Renshaw y casi se le salen los ojos de las órbitas.
Se estaban precipitando (a gran velocidad y marcha atrás) hacia el borde del acantilado.
—¿Por qué no terminará este día de una puta vez? —dijo Schofield.
—No estaría mal —dijo Renshaw.
Schofield empujó a Renshaw fuera del asiento del conductor y él ocupó el puesto. Comenzó a pisar el pedal del freno.
No respondía.
El aerodeslizador siguió desplazándose hacia el borde.
—¡Ya lo intenté! —dijo Renshaw—. ¡No van los frenos!
El aerodeslizador siguió avanzando hacia el borde del acantilado, marcha atrás, totalmente fuera de control.