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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (53 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Schofield, aturdido, se quedó mirando el correo durante unos instantes.

Halcón era el distintivo de Andrew Trent.

Andrew Trent, quien (según le habían dicho a Schofield) había muerto en un «accidente» durante una operación en el Perú en 1997.

Andrew Trent estaba vivo…

Renshaw imprimió una copia del correo y se la pasó a Schofield. Él volvió a leerlo atónito.

No sabía cómo, pero Trent había descubierto que Schofield se encontraba en la Antártida. También había descubierto que un segundo equipo de apoyo estaba de camino a Wilkes. Lo más inquietante de todo, sin embargo, era que había descubierto que el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos ya había hecho oficial la muerte de Schofield.

Y, por ello, Trent le había enviado ese correo, junto con una lista de los informadores del
GCI
conocidos, por si Schofield tenía algún traidor en su unidad.

Schofield miró la hora del correo. Las 7.32 p.m. Tenía que haber sido transmitido vía satélite durante la ruptura de la erupción solar a las 7.30 p. m.

Schofield leyó rápidamente la lista. Un par de nombres atrajo su atención.

KAPLAN, SCOTT M. USCM SGT ARTLLR

Serpiente. Como si Schofield necesitara saber que Serpiente era un traidor. Y luego:

KOZLOWSKI, CHARLES R. USCM SGT MYR

Oh, Dios mío
, pensó Schofield.

Chuck Kozlowski. El sargento mayor del Cuerpo de Marines, el suboficial con el más alto rango del Cuerpo, pertenecía al
GCI
.

Y entonces Schofield vio otro nombre y se quedó helado.

LEE, MORGAN T. USCM SGT SNR

—Oh, no —dijo Schofield en voz alta.

—¿Qué? —dijo Renshaw—. ¿Qué ocurre?

Montana
, pensó Schofield. El verdadero nombre de Montana era Morgan Lee. Morgan T. Lee.

Schofield alzó la vista horrorizado.

Montana era del
GCI
.

En el hangar, Gant y los demás estaban buscando información acerca del avión.

En un pequeño taller,
Santa
Cruz estaba mirando unos planos y esquemas. Sarah Hensleigh estaba detrás, sentada frente a un escritorio, con lápiz y papel.

—Es un buen nombre —dijo Cruz rompiendo el silencio.

—¿Qué? —dijo Sarah.

—El nombre del avión. Aquí dice que lo llamaron
Silhouette
—dijo
Santa
Cruz—. No está mal.

Sarah asintió.


Mmm
.

—¿Ha habido suerte con el código? —preguntó
Santa
Cruz.

—Creo que me estoy acercando —dijo Hensleigh—. El número que aparecía en la pantalla, 24157817, parece una serie de números primos: 2, 41, 5, 7, hasta llegar al 817. Pero el 817 es divisible entre 19 y 43, que también son números primos. Pero el 817 también podría ser dos números, el 81 y el 7, o quizá tres. Esa es la parte difícil, averiguar cuántos números se supone que representa la cifra 24157817.

Santa
Cruz sonrió.

—Mucho mejor usted que yo, señora.

—Gracias.

Montana entró en el taller en ese momento.

—¿Doctora Hensleigh? —dijo.

—Sí.

—Zorro dice que quizá quiera echar un vistazo a algo que ha encontrado en el despacho. Dice que se trata de un libro de códigos o algo así.

—De acuerdo —Hensleigh se levantó y salió del taller.

Montana y
Santa
Cruz se quedaron solos.

Santa
Cruz retomó los esquemas que estaba examinando.

Dijo:

—¿Sabe, señor? Este avión es algo más. Dispone de un sistema motor propulsor estándar de turbohélices con capacidad de supercrucero. Y de ocho pequeños retrorreactores en la parte inferior para despegues y aterrizajes verticales. Pero lo extraño es que los dos sistemas motor propulsores funcionan con combustible normal.

—¿Entonces? —dijo Montana desde la entrada.

—Entonces… ¿qué es lo que hace el plutonio? —dijo
Santa
Cruz mirando a Montana.

Antes de que Montana pudiera responder, Cruz volvió a mirar los planos y esquemas. Sacó de debajo de estos algunas notas escritas a mano.

—Pero creo que lo he averiguado —dijo
Santa
Cruz—. Se lo estaba comentando a Zorro antes. Estas notas que he encontrado dicen que los ingenieros de este hangar estaban trabajando en una especie de mecanismo furtivo mediante generación electrónica para el
Silhouette
, un campo magnético que rodeara al avión. Pero para generar ese campo electromagnético necesitaban un montón de energía, alrededor de 2,71 gigavatios. Y lo único que puede generar esa cantidad de energía es una reacción nuclear controlada. De ahí el plutonio —asintió para sí mismo
Santa
Cruz, satisfecho.

No se percató de que Montana se le acercaba rápidamente por detrás.

—Esta misión —prosiguió
Santa
Cruz— ha sido muy jodida. Naves espaciales, soldados franceses, británicos, bases secretas, núcleos de plutonio, traidores del
GCI
… Joder, es como si…

El cuchillo de Montana atravesó la oreja de
Santa
Cruz, perforándole el cerebro en un segundo.

Los ojos del joven soldado se abrieron como platos y, a continuación, cayó hacia adelante y se golpeó el rostro en el escritorio que tenía ante sí. Estaba muerto.

Montana sacó el cuchillo ensangrentado del cráneo de
Santa
Cruz, se dio la vuelta…

… y vio a Libby Gant en la puerta del taller, con una pila de papeles en las manos, mirándolo horrorizada.

Schofield activó el micro de su casco.

—¡Gant! ¡Gant! ¿Me recibe?

No obtuvo respuesta.

Schofield miró su reloj.

Las 9.58 p. m.

Mierda. La ruptura en la erupción solar se produciría en dos minutos.

—Gant, no sé si puede oírme, pero si es así, escúcheme. ¡Montana es del
GCI
! Repito, ¡Montana es del
GCI
! ¡No lo pierda de vista! Neutralícelo si es necesario. Repito, neutralícelo si es necesario. Tengo que dejarla.

Schofield corrió escaleras arriba y se dirigió hacia la sala de radio.

Gant echó a correr por el gran hangar tenebroso con Montana pisándole los talones. Pasó por una pared de hielo en el preciso instante en que una ráfaga de disparos impactó en ella.

Gant se quitó el MP-5 del hombro mientras salía a la carrera por la puerta del mamparo que conducía a la fisura y a la caverna principal. Disparó a sus espaldas. A continuación se lanzó a la fisura horizontal y rodó por ella cuando Montana apareció por la puerta y la disparó de nuevo.

Los disparos perforaron la pared de hielo donde se encontraba la fisura horizontal, solo que esta vez sí que alcanzaron su cuerpo.

Dos balas se alojaron en la placa de protección que llevaba en el pecho. Una de ellas le abrió un agujero ensangrentado e irregular en el costado.

Gant reprimió un grito mientras rodaba por la fisura. Se agarró con fuerza el costado. Apretó los dientes y vio que la sangre se le escurría por entre los dedos. Era un dolor insoportable.

Mientras rodaba por la fisura y salía a la caverna principal, Gant vio a los elefantes marinos cerca de la nave espacial. Tan pronto como salió de la fisura vio que una de las focas alzaba la cabeza y miraba en su dirección.

Era el macho. El enorme macho con sus temibles colmillos inferiores. Debía de haber vuelto en aquella media hora, pensó Gant.

El macho le ladró. A continuación comenzó a mover aquel inmenso cuerpo en su dirección. Las capas de grasa se le tambaleaban conforme iba avanzando hacia ella.

La herida de bala del costado de Gant le abrasaba.

Se arrastró boca abajo para alejarse de la fisura con un ojo fijo en el elefante marino y el otro en la fisura. Un rastro de sangre tiñó el suelo cubierto de escarcha a su paso, delatándola.

Montana salió de la fisura horizontal. Lo primero que asomó fue su arma.

No veía a Gant por ninguna parte.

Montana vio el rastro de sangre en el suelo, que se desviaba hacia la derecha y que a continuación rodeaba una enorme roca de hielo y desaparecía tras ella.

Montana siguió el rastro de sangre. Llegó en poco tiempo a la roca de hielo y descargó una ráfaga de disparos brutal. No impactó en nada. Gant no estaba allí. Su MP-5 se encontraba en el suelo, tras la roca de hielo.

Montana se volvió.

¿Dónde demonios estaba?

Gant vio que Montana rodeaba la roca de hielo y la veía.

Estaba sentada en el suelo, delante de la fisura horizontal, haciendo presión en la herida del costado con las dos manos. Había tenido que hacer acopio de todas sus fuerzas (y de sus dos manos) para incorporarse y correr a la parte izquierda de la fisura sin derramar más sangre antes de que Montana saliera del agujero. En un principio había pretendido volver a entrar por la fisura, pero solo había conseguido llegar hasta allí.

Montana sonrió y se acercó lentamente hacia ella. Se colocó delante, dando la espalda a la caverna.

—Es un verdadero hijo de puta, ¿Lo sabe? —dijo Gant.

Montana se encogió de hombros.

—Ni siquiera es una puta nave espacial y aun así nos mata —dijo Gant mirando a la caverna tras Montana.

—No es solo la nave, Gant. Es lo que saben del
GCI
. Por eso no puedo dejar que vuelvan.

Gant miró a Montana fijamente a los ojos.

—Pues aquí me tiene.

Montana levantó el arma para dispararle, pero, en ese momento, un rugido terrible resonó por la caverna.

Montana se volvió y vio al enorme elefante marino macho acercarse hacia él, ladrando fuera de sí. El suelo se estremeció a su paso.

Gant aprovechó la oportunidad y rodó rápidamente a través de la fisura horizontal situada a sus espaldas. Cayó de bruces al suelo del túnel que había tras la fisura.

La enorme foca recorrió la caverna a gran velocidad, cubriendo la distancia entre la nave y la fisura en cuestión de segundos.

Montana levantó el arma y disparó.

Pero el animal era demasiado grande y estaba demasiado cerca.

Desde el interior del túnel, Gant alzó la vista y vio el contorno de Montana a través de la pared translúcida de hielo situada sobre ella.

Y, de repente, vio cómo el cuerpo de Montana se golpeaba contra la otra cara de la pared de hielo. Una explosión de sangre grotesca, en forma de estrella, salió del cuerpo de Montana cuando la inmensa foca lo aplastó contra la pared de hielo con una fuerza atronadora.

Con fuertes dolores, Gant se puso en pie lentamente y miró por entre la fisura horizontal a la caverna principal.

Vio cómo el elefante marino sacaba los colmillos del vientre de Montana. Los largos y ensangrentados dientes del animal salieron del traje de buceo de Montana y este cayó al suelo. El elefante marino se irguió triunfal sobre el cuerpo tendido boca abajo de Montana.

Y de repente Gant escuchó a Montana gemir.

Seguía con vida.

Apenas si respiraba, pero seguía con vida.

Gant observó entonces cómo la descomunal foca se inclinaba sobre Montana y le desgarraba la carne de la caja torácica.

Schofield entró en la sala de radio del nivel A a grandes zancadas en el momento en que el reloj marcaba las diez en punto. Renshaw y Kirsty entraron tras él. Schofield se sentó delante del receptor de radio y pulsó el micrófono.

—Atención, McMurdo. Atención, McMurdo. Aquí Espantapájaros, ¿me reciben?

No obtuvo respuesta.

Schofield repitió su mensaje.

Ninguna respuesta.

Y, de repente:

—Espantapájaros, aquí Romeo. Le recibo. Deme un informe de la situación.

Romeo, pensó Schofield. Romeo era el apelativo del capitán Harley Roach, el oficial al mando de la quinta unidad de reconocimiento de los marines. Schofield había coincidido con
Romeo
Roach en un par de ocasiones. Era seis años mayor que Schofield, un buen soldado y una leyenda entre las mujeres (de ahí su apodo).

Pero, lo más importante, era un marine. Schofield sonrió. Tenía a un marine en la línea.

—Romeo —dijo Schofield mientras sentía cómo una ola de alivio le recorría todo el cuerpo—, la situación es la siguiente: tenemos el control del objetivo. Repito, tenemos el control del objetivo. Hemos sufrido numerosas pérdidas, pero el objetivo es nuestro. —El objetivo, por supuesto, era la estación polar Wilkes. Schofield suspiró—. ¿Qué hay de usted, Romeo? ¿Dónde se encuentra?

—Espantapájaros, nos hallamos en este momento a bordo de unos aerodeslizadores, en un circuito de espera de aproximadamente un kilómetro y medio del objetivo…

Schofield levantó bruscamente la cabeza.

Kilómetro y medio…

Pero eso era justo en el exterior de la entrada principal…

—… Y tenemos órdenes de permanecer aquí hasta nuevo aviso. Nos han ordenado que no entremos bajo ningún concepto en la estación.

Schofield no podía creerlo.

Había marines en el exterior de la estación polar Wilkes. A solo un kilómetro y medio. Lo primero que Schofield quería saber era…

—Romeo, ¿cuánto tiempo llevan allí?

—Pues, cerca de treinta y ocho minutos, Espantapájaros
—dijo la voz de Romeo
.

Treinta y ocho minutos
, pensó con incredulidad Schofield. Un pelotón de marines de reconocimiento llevaba cruzado de brazos en el exterior de Wilkes durante la última media hora.

De repente, una voz irrumpió por el intercomunicador del casco de Schofield, no por los altavoces de la sala de radio. Era Romeo.

—Espantapájaros, tengo que hablar con usted en privado.

Schofield apagó la radio de la estación y habló por el micro de su casco. Romeo estaba usando el circuito cerrado de los marines.

—Romeo, ¿qué coño están haciendo? —dijo Schofield. No podía creerlo. Mientras él había estado librando una dura batalla con Trevor Barnaby, una unidad de marines había llegado a la estación polar Wilkes y se había quedado esperando fuera.

—Espantapájaros, aquí fuera hay montado un puto circo. Hay marines, boinas verdes. Joder, si hasta hay un maldito pelotón de Rangers del Ejército vigilando el perímetro. La
NCA
y el Estado Mayor Conjunto han enviado a todas las unidades a cubrir esta estación. Pero la cuestión es que, una vez llegamos aquí, nos ordenaron esperar hasta que llegara un equipo de
SEAL
de la Armada. Espantapájaros, mis órdenes son muy claras: si alguno de mis hombres intenta entrar en la estación antes de que lleguen los
SEAL
, serán abatidos.

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