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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (20 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Ivy parpadeó al verme.

—¿Cuándo te has comprado eso? —preguntó, y yo sonreí con ganas.

—Kist lo encontró en el fondo de mi armario —respondí alegremente, y aquella sería la única afirmación de mi falla de gusto que él iba a obtener.

Era una cita, así que fui a ponerme junto a Kisten; Nick se habría llevado un beso, pero mientras Ivy y Jenks revolotearan por allí (literalmente en el caso de Jenks), se imponía un poco de discreción. Y lo más importante; no era Nick.

Jenks aterrizó sobre el hombro de Ivy.

—¿Hace falta que diga algo? —inquirió el pixie, con las manos en sus caderas para asemejarse a un padre protector.

—No, señor —respondió Kisten, completamente serio, y luché por reprimir una sonrisa. La imagen de un pixie de diez centímetros amenazando a un vampiro vivo de un metro noventa habría resultado ridícula si Kisten no se lo estuviera tomando en serio. La advertencia de Jenks era real y de obligado cumplimiento. Lo único más imparable que las hadas asesinas eran los pixies. Podrían gobernar el mundo si quisieran.

—Bien —dijo Jenks, aparentemente satisfecho.

Permanecí junto a Kisten y me balanceé dos veces hacia delante y hacia atrás sobre mis tacones planos mientras miraba a todos. Nadie decía una sola palabra. Aquello era realmente extraño.

—¿Nos vamos? —propuse finalmente.

Jenks se rió entre dientes y se alejó volando para reunir a sus crías de nuevo en el escritorio. Ivy le dedicó a Kisten una última mirada, y salió del santuario. Antes de lo que había esperado, la televisión resonó con un estruendo. Paseé mis ojos sobre Kisten, pensando que parecía tan distinto a su habitual uniforme de motero, como una cabra lo es de un árbol.

—Kisten —le dije, llevándome una mano al collar—. ¿Qué es lo que… dice?

Se inclinó hacia mí.

—Confianza. No buscas nada, pero eres traviesa tras una puerta cerrada.

Contuve un escalofrío de emoción cuando se alejó de nuevo.
Vale. Eso… está bien
.

—Permíteme que te ayude con el abrigo —se ofreció, y emití un sonido de consternación al acompañarle al vestíbulo. Mi abrigo. Mi feo, feo abrigo con pelaje de imitación alrededor del cuello.

—Ufff —dijo Kisten al verlo, frunciendo el ceño bajo la tenue luz que se filtraba desde el santuario—. ¿Sabes qué? —Se quitó su abrigo—. Puedes ponerte el mío. Es unisex.

—Echa el freno —protesté, retrocediendo un paso antes de que pudiera colocarlo sobre mis hombros—. Soy más lista de lo que crees, «colmillitos». Acabaré oliendo como tú. Esta es una cita platónica, y no voy a romper la regla número uno mezclando nuestros olores antes incluso de haber salido de la iglesia.

Sonrió; sus blancos dientes destellaban en la suave luz.

—Me has descubierto —admitió—. ¿Pero qué vas a llevar? ¿Eso?

Torcí el gesto al mirar hacia mi abrigo.

—De acuerdo —acepté, ya que no deseaba arruinar mi nueva imagen de elegancia con piel de imitación y nailon. Y además, estaba mi nuevo perfume…—. Pero no me lo pongo intencionadamente para mezclar nuestros olores, ¿entendido?

Él asintió, pero su sonrisa me hizo pensar lo contrario, y le permití que me ayudase a ponérmelo. Mi mirada se hizo distante cuando sentí su peso caer sobre mis hombros, cálido y reconfortante. Kisten podía no ser capaz de olerme, pero yo podía oler a Kisten, y su calidez corporal penetró en mí. Cuero, seda y el sutil y limpio matiz de una loción de afeitado formaron una mezcla ante la que me costó horrores no suspirar.

—¿Tú estarás bien? —pregunté al ver que tan solo se quedaba con la chaqueta de su traje.

—El coche ya está caldeado. —Intercepto mi intención de alcanzar la puerta, tocando mi mano con la suya sobre el tirador—. Permíteme —dijo galantemente—. Soy tu pareja. Deja que actúe como tal.

Pensé que estaba haciendo el tonto; no obstante, le permití abrir la puerta y cogerme del brazo mientras bajaba los escalones, ligeramente cubiertos de nieve. Esta había comenzado a caer, escasa, tras el crepúsculo, y los horribles pegotes grisáceos acumulados por las quitanieves estaban cubiertos por una blancura virginal. El aire era frío y estimulante, y no hacía viento.

No me sorprendió que maniobrase para abrirme la puerta del coche y no pude evitar sentirme especial al acomodarme. Kisten cerró la puerta y se apresuró hacia su sitio. Los asientos de cuero eran cálidos y no había ningún ambientador de pino colgado del espejo interior. Mientras entraba, le eché un rápido vistazo a los discos que había en el compartimento. Iban desde Korn hasta Jeff Beck, e incluso tenía uno de monjes cantores. ¿Escuchaba monjes cantores?

Kisten se acomodó en su asiento. Tan pronto como arrancó el motor, puso la calefacción al máximo. Me hundí en el asiento, disfrutando del profundo rugido del motor. Era notablemente más potente que el de mi pequeño coche, y vibraba a través de mí como un trueno. Además, el cuero era de una calidad superior, y la caoba del salpicadero también era auténtica, no de imitación. Yo era bruja; podía notar la diferencia.

Me negué a comparar el coche de Kisten con la ajada y fea camioneta de Nick, aunque era difícil no hacerlo. Y me gustaba ser tratada de forma especial, pero esto era distinto. Era divertido arreglarse, aunque terminásemos cenando en un McDonald's. Lo cual era una posibilidad muy real, ya que Kisten tan solo podía gastar sesenta dólares.

Al mirarle, allí sentado junto a mí, comprendí que no me importaba.

11.

—De modo que —dije lentamente mientras luchaba por no abalanzarme sobre el tirador de la puerta para evitar que se abriera cuando pasamos sobre una vía de tren—, ¿dónde vamos?

Kisten me ofreció una sonrisa pícara; le iluminaban las luces del coche que había detrás de nosotros.

—Ya lo verás.

Elevé las cejas y tomé aire para sonsacarle detalles cuando una suave melodía provino de su bolsillo. Mi buen humor se transformó en exasperación cuando me lanzó una mirada de disculpa y estiró la mano en busca de su móvil.

—Espero que esto no vaya a ocurrir toda la noche —murmuré, apoyando el codo sobre la manilla de la puerta al tiempo que miraba hacia la oscuridad—. Porque puedes dar la vuelta y llevarme a casa si es así. Nick jamás contestaba llamadas durante una cita.

—Nick tampoco trataba de organizar media ciudad. —Kisten levantó la tapa plateada—. ¿Si? —dijo; su repentino enfado me hizo apartar el codo de la puerta y centrar mi atención en su conversación. Se podía oír el apagado y débil sonido de una súplica. De fondo se escuchaba una música potente—. Estás bromeando. —Kisten me miró antes de volver a poner sus ojos en la carretera. Su mirada contenía una mezcla de fastidio e incredulidad—. Bueno, sal de ahí y abre la pista.

—¡Ya lo he intentado! —gritó la voz—. Son animales, Kist. ¡Unas jodidas fieras salvajes! —La voz cayó en un lamentable y agudo pánico.

Kisten suspiró al mirarme.

—De acuerdo, de acuerdo. Pasaremos por allí. Me encargaré de ello.

La voz al otro lado de la línea resopló de puro alivio, pero Kisten no se molestó en escucharlo; cerró la tapa del teléfono y se lo guardó.

—Lo siento, cariño —me dijo con aquel ridículo acento—. Una parada rápida, cinco minutos. Te lo prometo.

Y la cosa había empezado tan bien
.

—¿Cinco minutos? —inquirí—. Aquí hay algo que tiene que desaparecer —le amenacé con algo de seriedad—. O el teléfono o ese acento.

—¡Oh! —exclamó, llevándose la mano al pecho dramáticamente—. Me has herido profundamente. —Me miró con recelo, claramente aliviado de que me lo estuviera tomando tan bien—. No puedo prescindir de mi teléfono. Dejaré el acento… —sonrió— …cariño.

—Oh, por favor —gemí, disfrutando de la pequeña broma. Llevaba demasiado tiempo andándome con pies de plomo con Nick, temerosa de decir algo que empeorase las cosas. Supongo que ya no tenía que preocuparme más de ello.

No me sorprendió cuando Kisten giró en dirección al puerto. Ya había deducido que el problema estaba en Piscary's. Desde que había perdido su Licencia Pública Mixta el pasado otoño, se había limitado a albergar una clientela exclusivamente vampírica y, por lo que había oído, Kisten le estaba sacando un verdadero rendimiento. Era el único sitio acreditado de Cincinnati sin LPM que lo hacía.

—¿Fieras salvajes? —pregunté mientras estacionábamos en el aparcamiento del restaurante de dos plantas.

—Mike estaba exagerando —explicó Kisten al aparcar en la plaza reservada para él—. No son más que un puñado de mujeres. —Salió del coche y me quedé allí sentada, con las manos sobre el regazo, al tiempo que cerraba la puerta. Había esperado que dejase el motor encendido por mí. Moví la cabeza bruscamente cuando abrió la puerta de mi lado, y me quedé mirándole inquisitivamente.

—¿No vas a entrar? —dijo inclinado; la fría brisa que provenía del río hacía moverse su flequillo—. Aquí fuera hace un frío que pela.

—Ah, ¿debería? —tartamudeé, sorprendida—. Perdiste tu LPM.

Kisten me ofreció su mano.

—No creo que tengas que preocuparte.

El pavimento estaba congelado, y me alegré de llevar botas de suela plana al salir del coche.

—Pero no tienes LPM —volví a decir. El aparcamiento estaba repleto, y ver a vampiros mordiéndose entre ellos no podía ser muy agradable. Además, si entraba allí de forma voluntaria, a sabiendas de que el local carecía de LPM, la ley no me ayudaría si las cosas se ponían feas.

Kisten se cerraba la chaqueta mientras me cogía del brazo, escoltándome hacia la entrada, cubierta por un toldo.

—Todos los que están ahí saben que dejaste fuera de combate a Piscary —explicó suavemente, a escasos centímetros de mi oído para que notase su aliento en mi mejilla—. Ninguno de ellos se atrevería ni a pensarlo. Y tú pudiste haberlo matado, pero no lo hiciste. Se necesitan más pelotas para dejar vivo a un vampiro que para matarlo. Nadie te molestará. —Abrió la puerta y de ella salió una mezcla de luces y música—. ¿O es la sangre lo que te preocupa? —inquirió cuando me resistí a entrar.

Fijé mis ojos en los suyos y asentí sin darle importancia a que advirtiese mi aprensión.

Con una expresión distante, Kisten me condujo hacia el interior.

—No verás ni una gota —aseguró—. Todo el mundo viene aquí a relajarse, no a alimentar a la bestia. Este es el único sitio de Cincinnati donde los vampiros pueden estar en público y ser ellos mismos, sin tener que comportarse según la idea de algunos humanos, brujas u hombres lobo de lo que deberían ser o de cómo deberían actuar. No habrá nada de sangre, a no ser que alguien se corte en un dedo al abrir una cerveza.

Todavía insegura, dejé que me acompañara adentro, y nos detuvimos junto a la puerta mientras él se sacudía la nieve de sus elegantes zapatos. Me sobrevino un golpe de calor como primera impresión, y no creí que proviniera en su totalidad de la chimenea que había al fondo de la habitación. Allí tenía que haber cerca de treinta grados; el calor llevaba consigo un agradable aroma a incienso y a cosas oscuras. Respiré profundamente mientras me desabrochaba el abrigo de Kisten, y pareció calar en mi cerebro, relajándome de la misma forma en que lo harían un baño caliente y una buena comida.

Una sensación de incomodidad arruinó el efecto cuando un vampiro vivo se acercó con una rapidez desconcertante. Sus hombros parecían tan anchos como mi altura, y pesaría alrededor de ciento treinta kilos de haber tenido una báscula. Sin embargo, sus ojos eran agudos, revelaban una gran inteligencia y movía su masa muscular con la gracia atractiva típica en la mayoría de los vampiros vivos.

—Lo siento —dijo al acercarse con voz de «musculitos» de gimnasio. Levantó su mano; no para tocarme, sino para indicarme claramente que debía marcharme—. Piscary's perdió su LPM. Solo se permiten vampiros.

Kisten se deslizó a mi espalda y me ayudó a quitarme su abrigo.

—Hola, Steve. ¿Algún problema esta noche?

—Señor Felps —exclamó suavemente el hombretón, adoptando un tono más educado que encajaba mejor con la inteligencia que mostraban sus ojos—. No le esperaba hasta más tarde. No. Ningún problema aparte de lo de Mike, arriba. Aquí abajo está todo tranquilo. —Me lanzó una mirada de disculpa con sus ojos marrones—. Lo siento, señora. No sabía que estaba con el señor Felps.

Sonreí al ver una oportunidad de oro para curiosear.

—¿El señor Felps acostumbra a traer a su club jovencitas que no son de condición vampírica? —pregunté.

—No, señora —respondió aquel hombre con tanta naturalidad que tuve que creerle. Sus movimientos y palabras eran tan inocentes y poco habituales en vampiros, que tuve que olfatearle dos veces para asegurarme de que era uno de ellos. No me había dado cuenta de la medida en que la identidad vampírica dependía del comportamiento. Al examinar la planta baja, decidí que era como cualquier restaurante de categoría, más vulgar que cuando poseía su LPM.

Los camareros estaban ataviados apropiadamente, con la mayoría de sus cicatrices ocultas, y se movían con una expeditiva rapidez bastante seductora. Mis ojos deambularon sobre las fotografías sobre la barra, y se detuvieron al ver una borrosa toma de Ivy, con su uniforme de cuero, montada en su moto con una rata y un visón colgados del depósito de combustible.
Oh, Dios: Alguien nos vio
.

Kisten me lanzó una mirada llena de ironía, al ver donde dirigía mis ojos.

—Steve, esta es la señorita Morgan —dijo al darle mi abrigo prestado al portero—. No nos quedaremos mucho tiempo.

—Sí, señor —dijo el hombre, antes de detenerse por el camino y girarse hacia mí—. ¿Rachel Morgan?

Mi sonrisa se hizo más amplia.

—Encantada de conocerte, Steve —le saludé.

Me invadió una corriente de inquietud cuando Steve tomó mi mano y la besó en el dorso.

—El placer es mío, señorita Morgan. —El enorme vampiro titubeó, con una expresión de gratitud en sus expresivos ojos—. Gracias por no matar a Piscary. Eso habría convertido Cincinnati en un infierno.

Dejé escapar una risita.

—Oh, no lo hice yo sola; me ayudaron a encerrarle. Y no me lo agradezcas aún —le advertí, sin saber si hablaba o no en serio—. Piscary y yo tenemos un viejo dilema, y simplemente no he decidido si merece el esfuerzo de matarle o no.

Kisten rió, pero sonó algo forzado.

—Está bien, está bien —dijo al retirar mi mano de la de Steve—. Ya es suficiente. Steve, ¿puedes hacer que alguien coja mi abrigo largo de cuero de abajo? Nos marcharemos en cuanto haya abierto la pista.

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