Área 7 (44 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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—¡Humvee por los aires, Batman! —gritó Madre.

—¡Rápido! —dijo Schofield—. ¡Por aquí!

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó el presidente.

Schofield señaló al avión en movimiento.

—Vamos a subir a ese avión.

Al igual que ocurría con muchas bases emplazadas en el desierto, la pista de aterrizaje del Área 8 tenía forma de ele y el lado más corto de esta era el que daba a la puerta del hangar principal del complejo.

Los aviones despegaban y aterrizaban en el brazo alargado de la «L» pero, para salir a la pista, tenían que recorrer primero la parte más corta. Mientras que la pista de aterrizaje principal medía cuatro kilómetros y medio de largo, la corta, o pista de rodaje, no llegaba a los quinientos metros.

El 747 plateado, con el transbordador X-38 encima, recorría la pista de rodaj e flanqueado por los dos Penetrator negros de la Fuerza Aérea.

Las ráfagas de arena lo golpeaban a su alrededor y el brutal sol del desierto iluminaba sus costados.

El 747 había alcanzado la mitad del recorrido de la pista de rodaje cuando un vehículo a gran velocidad salió del hangar principal tras él.

Era una cucaracha.

Uno de los vehículos tractores de color blanco que había estacionados en el interior del hangar. Parecía un ladrillo sobre ruedas. Recorrió a gran velocidad la pista de rodaje, a la caza del avión.

En el reducido compartimento del conductor, Madre conducía. Schofield y el presidente compartían el asiento del copiloto.

—¡Vamos, Madre! ¡Alcánzalo! —dijo Schofield—. ¡Tenemos que cogerlo antes de que llegue a la pista de aterrizaje principal! ¡Una vez que llegue allí y comience las maniobras de despegue, estaremos jodidos!

Madre metió la tercera, la velocidad mayor del vehículo. El motor V8 rugió cuando aceleró y echó a correr bajo el calor abrasador del desierto.

La cucaracha corría por la pista de rodaje, acercándose al 747.

Los Penetrator abrieron fuego contra el vehículo, pero Schofield rompió de una patada la ventana del copiloto y los disparó con su P-90 y el de Madre, alcanzando el cañón Vulcan de uno de los Penetrator y haciendo que este comenzara a dar bandazos. Pero el otro helicóptero siguió disparando, levantando chispas alrededor del vehículo tractor.

—¡Madre! ¡Métenos bajo el avión! ¡Necesitamos sus contramedidas!

Madre pisó el gas y la cucaracha metió un acelerón, alcanzando su velocidad máxima. Se fue pegando centímetro a centímetro al 747 hasta lograr meterse bajo la elevada sección de cola del avión.

Fue como entrar en una burbuja de aire.

Las balas del segundo Penetrator dejaron de impactar a su alrededor. La pirotecnia de chispas cesó de repente.

La cucaracha siguió avanzando, en esos momentos bajo la sombra del 747. Pasó el tren de aterrizaje y continuó bajo la protección de su enorme estructura.

La cucaracha se colocó bajo el ala izquierda del 747, mientras el asfalto se sucedía a gran velocidad bajo el vehículo, en dirección a la escalera de cuerda que colgaba de la puerta izquierda del avión, aún abierta.

La cucaracha llegó a la escalera de cuerda… justo cuando el 747 giró abruptamente a la derecha.

—¡Joder, maldita sea! —gritó Madre cuando el vehículo salió de la protección del jumbo a la abrasadora luz del sol.

—¡Está girando a la pista de aterrizaje principal! —gritó Schofield.

Como un ave lenta y gigante, el 747 plateado (con el transbordador X-38 encima) giró a la pista de aterrizaje alargada del Área 8.

—¡Tienes que llegar a la escalera, Madre! —gritó Schofield.

Madre giró el volante bruscamente a la derecha y la cucaracha (momentáneamente privada de la protección electromagnética del avión) se dirigió de nuevo hacia la escalera de cuerda, pero no antes de que uno de los Penetrator girara y se colocara delante del 747 y abriera fuego.

Una devastadora ráfaga de balas trazadoras impactó en el asfalto, delante de la cucaracha, levantando chispas que rebotaron por todas partes.

Varias de las balas impactaron en el parabrisas del vehículo, resquebrajándolo. Muchas más, sin embargo, rebotaron bajo el parachoques delantero del vehículo tractor e impactaron contra la parte inferior de la cucaracha. Tres de ellas alcanzaron la columna de dirección del vehículo.

La respuesta fue inmediata.

El volante, en manos de Madre, se volvió loco.

La cucaracha comenzó a dar bandazos mientras avanzaba junto al ala del 747, dando sacudidas de lado a lado.

Madre tuvo que hacer uso de toda su fuerza para mantener recto el volante y a la cucaracha bajo control.

El 747 finalizó el giro y comenzó a enderezarse.

La pista de aterrizaje que tenía ante sí se extendía en la distancia: una cinta negra, larga y recta que desaparecía en el horizonte desértico.

—¡Madre! —gritó Schofield.

—¡Lo sé! —gritó Madre—. ¡Vete! ¡Sube al techo! Me pegaré bajo la escalera. ¡Y llévate al presidente contigo!

—Pero ¿qué hay de ti…?

—¡Espantapájaros! En menos de doce segundos, ese avión va a despegar y, si no estás en él, ¡perderemos al crío! Tengo que permanecer al volante de esta cosa, ¡de lo contrario perderá el control!

—¡Pero los Penetrator te matarán cuando nos hayamos ido…!

—¡Razón por la que tienes que llevarlo contigo! —dijo Madre mientras señalaba al presidente—. No te preocupes por mí, Espantapájaros. Sabes que hace falta más que un puñado de chupapollas de la Fuerza Aérea para acabar conmigo.

Schofield no estaba tan seguro.

Pero vio cómo ella lo miraba y supo que Madre estaba resuelta a seguir conduciendo el vehículo (a una muerte casi segura) hasta que el presidente y él subieran a bordo de ese avión.

Schofield se volvió hacia el presidente.

—¡Vamos! Usted viene conmigo.

La cucaracha corría paralela al 747, protegida de nuevo por las contramedidas electrónicas del avión. El vehículo se colocó bajo la puerta de entrada delantera izquierda, la puerta de la que pendía la escalera de cuerda.

Las dos diminutas figuras de Schofield y el presidente (ataviados aún con el uniforme de combate negro) treparon al techo del vehículo tractor. Los uniformes del séptimo escuadrón incluían unas gafas protectoras, así que se las pusieron para proteger sus ojos de la tormenta de arena.

En la cabina del conductor, Madre seguía aferrándose con todas sus fuerzas al volante, intentando mantener el vehículo en línea recta.

En el techo de la cucaracha, golpeado por el viento, Schofield intentó agarrar la escalera de cuerda. Esta se balanceaba y alejaba de su alcance…

Entonces un estruendo ensordecedor llenó sus oídos.

Los cuatro motores a reacción de las alas del 747 estaban cobrando vida.

A Schofield se le heló la sangre.

El avión estaba ganando potencia para despegar y se disponía a recorrer la pista de aterrizaje principal. En cualquier momento, aceleraría de manera considerable y dejaría atrás a la cucaracha.

La escalera de cuerda seguía agitándose con el viento a escasos centímetros de la cucaracha.

Schofield se volvió hacia el presidente y gritó:

—¡De acuerdo! ¡Yo cojo la escalera! ¡Usted se agarra a mí!

—¿Qué?

—¡Ahora lo entenderá!

Y, tras eso, Schofield echó a correr por el techo plano del vehículo y saltó del extremo delantero…

Voló por los aires con los brazos extendidos…

Y cogió el extremo inferior de la escalera de cuerda.

Le hizo un gesto con la mano al presidente para que fuera.

—¡Ahora agárrese a mí!

El presidente negó dubitativo con la cabeza y a continuación dijo:

—De acuerdo…

Echó a correr y saltó…

Justo cuando el 747 salió disparado por la aceleración de sus motores.

El presidente voló por los aires durante un breve espacio de tiempo por delante de la cucaracha antes de que su cuerpo se golpeara contra el de Schofield. Se agarró con los brazos a la cintura del capitán mientras Schofield se aferraba con fuerza al último travesaño de la escalera de cuerda con las dos manos.

La cucaracha de Madre, incapaz de mantener esa velocidad, se alejó al instante de ellos. Los dos Penetrator también abandonaron la persecución y viraron para detenerse justo encima de la pista de aterrizaje.

Colgando de la escalera de cuerda (y desplazándose a una velocidad de fácilmente ciento sesenta kilómetros por hora, con el viento golpeándolo por todos los flancos y el presidente de Estados Unidos colgando de su cintura), Schofield observó horrorizado que uno de los Penetrator lanzaba un misil a la cucaracha de Madre, ya sin protección.

El misil impactó en la parte trasera de la cucaracha y estalló con gran violencia, levantando metro y medio del suelo la sección posterior del vehículo.

Cuando el misil impactó, el vehículo comenzó a dar bandazos y se salió de la pista de aterrizaje, a la arena, levantando una enorme nube de polvo, y a continuación comenzó a dar tumbos y vueltas de campana (una, dos, tres veces) hasta precipitarse y detenerse sobre la cabina, rodeado de una lluvia de arena.

Y, mientras Schofield seguía colgando de la escalera del 747, solo pudo rogar que la muerte de Madre hubiera sido rápida.

* * *

Pero en esos momentos tenía otras cosas que hacer.

El 747 seguía avanzando por la pista de aterrizaje.

Mientras lo hacía, Schofield y el presidente colgaban de la entrada izquierda delantera.

El 747 ganó velocidad. Con el peso extra del X-38, el avión necesitaba recorrer más pista de lo habitual para despegar.

El viento los azotaba sin piedad mientras pendían de la escalera.

—¡Usted primero! —gritó Schofield—. ¡Trepe por mí y suba a la escalera!

El presidente hizo lo que se le pidió.

Mientras la pista menguaba a gran velocidad, primero trepó por el cuerpo de Schofield, valiéndose de sus pies y manos. A continuación usó los hombros de Schofield para subir a la escalera y comenzar a ascender por ella.

Tan pronto como el presidente estuvo en la escalera, Schofield comenzó a auparse, valiéndose solo de sus brazos.

El terreno se sucedía bajo ellos mientras ascendían por la escalera de cuerda y el viento golpeaba con fuerza sus cuerpos.

Y entonces, de repente, cuando llegaron al extremo superior de la escalera y a la puerta, la pista de aterrizaje que se sucedía bajo ellos a gran velocidad desapareció, de repente, y se tornó en oscuridad.

Schofield tragó saliva.

Estaban en el aire.

El helicóptero de César Russell aterrizó sin problemas en la pista de aterrizaje, ya muy por debajo del 747 y a menos de veinte metros de la cucaracha siniestrada de Madre.

César salió del helicóptero y se quedó contemplando el avión.

Kurt Logan se acercó a la cucaracha. Estaba destrozada. Había quedado reducida a un amasijo de hierros.

La cabina del conductor estaba completamente aplastada y el parabrisas combado hacia dentro. Parecía una lata de aluminio aplanada.

Y entonces vio el cuerpo. Yacía boca abajo en la arena, delante del vehículo siniestrado. Solo se le veía el torso y las extremidades, no así la cabeza, que se encontraba bajo el parachoques delantero de la cucaracha, hundido en el suelo. La pernera izquierda terminaba abruptamente en la rodilla; la pierna le había sido arrancada del impacto.

Logan regresó junto a Russell. César no había apartado la vista del avión plateado.

—Eco tiene al niño —dijo Logan—. Y los marines al presidente.

—Sí —dijo César mientras contemplaba el avión en vuelo—. Sí. Así que ahora, por desgracia, tendremos que pasar al plan B. Lo que significa que debemos regresar al Área 7.

El presidente aterrizó con un ruido sordo en el interior del 747. Estaba completamente exhausto.

Schofield lo siguió instantes después, también con la respiración entrecortada. Logró ponerse de rodillas y cerrar la puerta tras él. Esta se selló con un sonoro golpe.

Los dos estaban desplomados en el suelo, con las gafas protectoras puestas, cuando uno de los pilotos del 747, un soldado de la unidad Eco, bajó las escaleras de la cubierta principal.

El piloto llevaba un traje de vuelo naranja que Schofield reconoció inmediatamente: era un traje presurizado.

Los trajes presurizados son obligatorios en los vuelos a elevada altitud u órbita baja. Aunque su exterior es holgado, son bastante ceñidos en su interior, con mangas y perneras elásticas que se ajustan a las extremidades para regular el flujo sanguíneo y evitar así que la sangre no llegue a la cabeza.

El traje de ese hombre llevaba un aro metálico alrededor del cuello al que podía unírsele un casco para vuelos espaciales, y una especie de toma en la cintura a la que se conectaba una unidad de soporte vital.

—Ah, lo han conseguido —dijo el piloto de Eco mientras se acercaba a ellos, obviamente sin ver más allá de su ropa y gafas protectoras cubiertas de arena del uniforme del séptimo escuadrón—. Lo siento, pero no podíamos esperar más. Cobra dio la señal. Vamos, solo quedamos Coleman y yo. Todos los demás están ya en el transborda…

Schofield se puso rápidamente de pie y lo golpeó en el rostro, dejándolo fuera de juego de un solo golpe.

—Disculpas no aceptadas —dijo Schofield. A continuación se volvió hacia el presidente—. Espere aquí.

El 747 seguía ascendiendo en el aire. En su interior, el mundo viró casi cuarenta y cinco grados.

Schofield subió a toda prisa las escaleras que daban a la cubierta superior y a la cabina de pilotaje. Delante de él iba su P-90, pues estaba buscando al segundo piloto, el hombre llamado Coleman.

Lo encontró. Estaba saliendo de la cabina de pilotaje. Otro golpe (esa vez con la culata del P-90) y Coleman cayó también inconsciente.

Schofield corrió a la cabina, en esos momentos vacía, y la escudriñó rápidamente.

Tenía la esperanza de tomar los mandos y hacer descender el avión… No hubo suerte.

Una pantalla del visualizador de la cabina mostraba que el avión estaba volando con el piloto automático y que se disponía a ascender hasta una altura de sesenta y siete mil pies, la altura en la que el 747 soltaría el transbordador espacial. En la parte inferior de la pantalla, sin embargo, podían leerse las palabras:

PILOTO AUTOMÁTICO ACTIVO.

PARA INUTILIZAR EL PILOTO AUTOMÁTICO O ALTERAR LA TRAYECTORIA,

INTRODUZCA CÓDIGO DE AUTORIZACIÓN.

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