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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (53 page)

BOOK: Área 7
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A continuación dijo:

—Entonces, el país no sabe que esto ha ocurrido.

El presidente asintió atribulado.

—Al parecer —dijo—, los estadounidenses llevan todo el día preocupados por otro drama: la actriz mejor pagada de Hollywood ha sufrido un accidente junto a su pareja.

Según cuentan, la desafortunada pareja lleva todo el día atrapada en los Alpes suizos por culpa de una avalancha mientras hacían senderismo en una zona militar suiza de acceso restringido. Su inescrupuloso guía ha fallecido, pero confío en que en las próximas horas encontrarán a esas dos celebridades sanas y salvas.

Por lo que sé, la CNN lleva todo el día cubriendo la noticia, informando de las últimas novedades del caso, haciendo conexiones periódicas al lugar, pasando una y otra vez una grabación del área realizada por un aficionado. La noticia más importante desde el accidente de coche de Diana, dicen.

Schofield casi rompe a reír.

—Así que no lo saben —dijo.

—Así es —dijo el presidente—. Y así, capitán, es como se quedarán las cosas.

* * *

Exactamente seis horas después, el segundo transbordador espacial X-38 del Área 8 fue lanzado desde un 747.

Su misión: la destrucción del satélite de reconocimiento de la unidad traidora de la Fuerza Aérea situado en órbita geosincrónica al sur de Utah.

De acuerdo con los pilotos del transbordador, el satélite en cuestión había estado enviando y recibiendo una peculiar señal de microondas en el desierto de Utah.

Pero poco les importaba a los pilotos lo que hubiera estado haciendo el satélite. Tenían unas órdenes que cumplir y las siguieron a rajatabla. Volaron en pedazos el satélite.

Una vez el satélite fue destruido, los explosivos de plasma del tipo 240 colocados en los aeropuertos quedaron inutilizados, salvo sus sensores de proximidad, cuya desactivación llevó algo más de tiempo.

En las siguientes horas, las catorce bombas fueron desactivadas y desmontadas para su posterior análisis.

Además de la desactivación y desarme de las bombas de plasma, la destrucción del satélite también permitió la extracción del radiotransmisor que habían colocado en el corazón del presidente.

La intervención fue realizada por un renombrado cirujano civil del hospital universitario Johns Hopkins bajo la supervisión de otros tres cirujanos cardíacos, el servicio secreto de Estados Unidos y el Cuerpo de Marines.

Nunca antes un cirujano tuvo tanto cuidado, ni tantos nervios, durante una operación.

Se empleó una anestesia limitada. Aunque a los ciudadanos nunca les fue notificado, el vicepresidente estuvo al frente del país durante veintiocho minutos.

Se creó un comité de investigación para establecer el papel desempeñado por la Fuerza Aérea en el incidente del Área 7.

Como resultado de dicha investigación, nada más y nada menos que dieciocho oficiales de rango elevado de la Fuerza Aérea al frente de una docena de bases sitas en el sudoeste del país y noventa y nueve oficiales y alistados que prestaban servicios en dichas bases fueron juzgados a puerta cerrada, acusados de traición.

Resultó que todos los hombres relacionados con los acontecimientos de aquel día estaban prestando servicio activo, o lo habían prestado, en el Mando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea en Florida o en el decimocuarto y vigésimo escuadrón en las bases de la Fuerza Aérea de Warren y Falcon (en Wyoming y Colorado). Todos ellos habían estado en algún momento bajo las órdenes directas de Charles César Russell.

Así, teniendo en cuenta los casi cuatrocientos mil hombres y mujeres que componen la Fuerza Aérea, ciento diecisiete traidores no era un número demasiado elevado, apenas una docena por cada una de las bases en cuestión. Pero, considerando los aviones y artillería de que disponían dichas bases, el número era más que suficiente para poder acometer el plan de César.

Asimismo, en los juicios salió a la luz que cinco de los miembros de la Fuerza Aérea implicados en la conspiración eran cirujanos de la Fuerza Aérea que habían realizado varias intervenciones de ese tipo a miembros del congreso, incluido el senador estadounidense y potencial candidato a la presidencia Jeremiah K. Woolf.

Las pruebas circunstanciales presentadas en los juicios sugerían asimismo que todos los miembros de la Fuerza Aérea implicados en el incidente pertenecían a una sociedad clandestina y racista de la Fuerza Aérea conocida como la Hermandad.

Todos ellos fueron condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad provisional en una prisión militar cuyo nombre no fue revelado. Por desgracia, el avión que los trasladaba a la prisión secreta se estrelló inexplicablemente durante el vuelo. No hubo supervivientes.

En el informe final del comité de investigación al Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos se hizo hincapié en la existencia de «grupos clandestinos de interés antisocial» dentro de las distintas fuerzas armadas. Si bien en dicho informe se reconocía que la mayoría de esas sociedades había desaparecido del ejército durante la purga iniciada en la década de los ochenta, se recomendaba el inicio de una nueva investigación a tenor de su latente presencia.

El Estado Mayor Conjunto, sin embargo, no aceptó la existencia de dichas sociedades y rechazó por tanto las recomendaciones del comité de investigación al respecto.

Durante los seis meses siguientes, un gran número de turistas de la zona del lago Powell informó de la presencia de una familia de osos Kodiak por la sección noreste del lago.

El servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos investigó tales informes, pero los osos jamás fueron encontrados.

* * *

Un par de semanas después tuvo lugar una discreta ceremonia en una sala de reuniones subterránea de la Casa Blanca.

En la sala se encontraban nueve personas.

El presidente de Estados Unidos.

El capitán Shane Schofield (con el brazo en cabestrillo).

La sargento de personal Elizabeth Gant (con muletas y un tobillo fracturado).

La sargento de artillería Gena Madre Newman (con Ralph, su marido).

El sargento Buck Riley júnior (con cabestrillo).

La agente del servicio secreto Juliet Janson (con cabestrillo).

David Fairfax, de la agencia de Inteligencia del departamento de Defensa (con sus mejores zapatillas).

Y un niño llamado Kevin.

El presidente otorgó a Schofield y a su equipo de marines la Medalla al Honor por actos de valentía en combate con riesgo de sus propias vidas.

Era una condecoración de la que, sin embargo, no podrían hablar a nadie.

Pero, una vez más, todos se mostraron conformes con que probablemente fuera lo mejor.

Mientras los demás disfrutaban de una cena en el comedor de la Casa Blanca (durante la cual el presidente mantuvo una conversación especialmente animada con Madre y Ralph sobre los Teamsters), Schofield y Gant se marcharon para tener su segunda cita.

Al llegar a la Casa Blanca les habían informado de que tenían un lugar reservado para ellos.

Una mesa con velas en el centro de una enorme habitación revestida de paneles de madera.

Y, así, ocuparon sus asientos y cenaron.

Solos.

En el comedor privado del presidente, en la planta superior de la Casa Blanca, desde el que se divisaba el monumento a Washington.

—Deles todo lo que quieran —le había dicho el presidente a su chef personal—. Póngalo en mi cuenta.

Bajo la luz de las velas, hablaron y hablaron hasta altas horas de la noche.

Cuando llegaron a los postres, Schofield se metió la mano en el bolsillo.

—¿Sabes? —dijo—. Quería habértelo dado en tu cumpleaños, pero el día se nos fue un poco de las manos.

Sacó una tarjeta un poco arrugada del bolsillo. Era pequeña, del tamaño de una felicitación navideña.

—¿Qué es? —preguntó Gant.

—Era tu regalo de cumpleaños —dijo Schofield con tristeza—. Lo llevé en el bolsillo de los pantalones durante todo el día. Tuve que sacarlo cada vez que me cambiaba de uniforme, así que me temo que está un poco estropeado.

Se lo dio a Gant.

Gant lo miró y sonrió.

Era una fotografía.

Una fotografía de un grupo de gente posando en una hermosa playa hawaiana. Todos llevaban bermudas y estridentes camisas hawaianas.

Y, juntos en un extremo de la foto, sonriendo a la cámara, estaban Gant y Schofield. La sonrisa de Gant era un poco incómoda y la de Schofield (con sus gafas plateadas reflectoras) triste.

Gant recordaba ese día como si hubiese sido ayer.

Era la barbacoa que habían celebrado en una playa cercana a Pearl Harbour para celebrar su ascenso e incorporación a la unidad de reconocimiento de Schofield.

—Fue la primera vez que nos vimos —dijo Schofield.

—Sí —dijo Gant—. Así es.

—Nunca lo he olvidado —dijo.

Gant resplandeció.

—¿Sabes? Es el mejor regalo de cumpleaños que he recibido este año.

A continuación se levantó de silla, se inclinó sobre la mesa y lo besó en los labios.

Tras la cena, bajaron las escaleras del edificio, donde se encontraron con una limusina presidencial. La limusina, sin embargo, estaba flanqueada (por delante y por detrás) por cuatro Humvee del Cuerpo de Marines, seis coches patrulla de la policía y cuatro escoltas en moto.

Gant arqueó las cejas al ver semejante despliegue de vehículos.

—Oh, sí —dijo Schofield con vergüenza—. Hay algo más de lo que tenía que hablarte.

—¿Sí? —dijo Gant.

Schofield abrió la puerta trasera de la limusina.

Y allí estaba Kevin, dormido, en el asiento trasero.

—Necesitaba un lugar donde quedarse, al menos hasta que le encuentren un nuevo hogar. —Schofield se encogió de hombros—. Así que dije que yo me haría cargo de él el tiempo que fuera necesario. El Gobierno, sin embargo, insistió en proporcionarnos seguridad extra.

Gant negó con la cabeza y sonrió.

—Venga —dijo—. Vámonos a casa.

Fin

Notas
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