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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (49 page)

BOOK: Assur
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Desde el océano llegaban nubes bajas que anunciaban un cambio de tiempo, el invierno se presentaba reclamando frío y nieve, y las estrellas se escondían oscureciendo la noche.

Hardeknud consiguió revolverse obligando a Assur a soltar su presa. Al estar tirado en el suelo no pudo echar el brazo atrás tanto como hubiera deseado, pero aun así el puñetazo fue brutal, tanto como para descabalgar al hispano y lanzarlo a un lado.

Assur cayó pesadamente cerca del cuerpo de su hermano y perdió unos instantes preciosos asumiendo lo sucedido ante los ojos apagados de Sebastián, dándole tiempo al nórdico para abalanzarse de nuevo sobre él. Ahora era Assur el que sentía sobre su pecho las tres fanegas del corpachón del nórdico.

Descargó sus puños con toda la rabia que pudo, pero Hardeknud no se inmutaba, parecían no afectarle.

Braceó buscando una piedra con la que conseguir un golpe mucho más contundente, y al desatender la guardia recibió una serie de rápidos puñetazos que le entumecieron el rostro. No había nada, solo hierbajos y tierra suelta; entonces recordó el pequeño cuchillo. Pero estaba demasiado lejos.

Llegaron más golpes, y mientras intentaba protegerse de las arremetidas enfurecidas del nórdico, escurrió la cadera para cambiar las piernas de posición y asentarse mejor. Y, cuando pensaba en usar las rodillas, Hardeknud cesó en sus golpes para abrir los brazos y echarle las manos al cuello con la intención segura de acabar con él del mismo modo que con Sebastián, pero Assur reaccionó con presteza; viendo la oportunidad, lanzó un salvaje golpe a la nuez del normando, que, de inmediato, se quedó sin aire, boqueando. Assur aprovechó la debilidad para desasirse al modo de un turón saliendo de la madriguera.

Y todo acabó en un instante. Assur llegó hasta el cuchillo, se revolvió, y antes de que Hardeknud se levantase lo apuñaló. La hoja entró sin resistencia en el ojo derecho del nórdico y, pese al escaso tamaño, llegó hasta los sesos interrumpiendo el gesto de Hardeknud de echarse las manos a la cara. Murió al momento. Tardó un buen rato en desplomarse, tanto como para darle tiempo a Assur a llegar hasta el cadáver de su hermano y recoger en el regazo a Sebastián conteniendo las lágrimas que pugnaban por ser liberadas.

No supo cuánto tiempo pasó, pero el cielo estaba ya cubierto por completo de densas nubes bajas cuando la oyó regresar. Entre los pasos de sus pies delicados sonaba el frufrú de los harapos que intentaba arreglar para cubrir su desnudez.

Assur no se giró, siguió sosteniendo el cuerpo de Sebastián, al que la noche arrebataba avariciosamente el calor. Hizo la pregunta asumiendo de antemano las responsabilidades con las que habría de cargar si la respuesta era afirmativa.

—Estás embarazada, ¿verdad?

Como ella no contestaba, él la miró.

—¿Sí o no? ¿Lo estás?

Toda pensaba con rapidez sin querer dar una respuesta que la comprometiese inútilmente. Conocía a Assur lo suficiente como para darse cuenta de que estaría dispuesto a hacerse cargo de ella y su bebé si creía que Sebastián era el padre, pero dudaba de si sería lo más conveniente.

—¡Contesta! ¿Es Sebastián el padre? —insistió él con un gesto tan duro como para obligarla a dar un paso atrás.

Assur bajó los ojos un instante al percatarse de que había hablado de su hermano como si aún estuviese vivo. Toda advirtió que prefería volver a Galicia que quedarse como concubina de Gorm, no podía dejar escapar esa oportunidad, además, podía quedarse con el mejor de los hermanos.

—Sí, lo estoy, y sí…, fue Sebastián —contestó finalmente componiendo la voz con la mayor melancolía de la que fue capaz, convencida ya de que era mejor aprovechar esa oportunidad que arriesgarse a esperar la comprensión y afecto del hijo del
jarl
.

Assur volvió a mirarla destilando una suspicacia que a ella no le pasó desapercibida.

—Es de él, ¡es suyo! —aclaró señalando el cuerpo de Sebastián—. El hijo que llevo en mis entrañas es de Sebastián —se apuró a insistir entrecerrando los ojos y apretando las manos contra su vientre.

Assur escrutaba el rostro de la mujerzuela buscando la verdad, que intuía lejana y distante. Y, aunque dudó, terminó asintiendo.

Aceptando los problemas que suponían las palabras de Toda con resignación evidente, Assur empezó a maquinar una salida de todo aquel embrollo.

—¡Tenemos que irnos! —urgió Toda.

Assur no dijo nada, era evidente que tenían que huir, pero ahora estaba pensando en cómo arreglárselas para darle cristiana sepultura a su hermano.

—No podemos dejar que nos encuentren así —volvió a insistir ella señalando el cadáver de Hardeknud.

Era obvio y no ayudaba en nada. Aunque el propio Sigurd estuviera de viaje, sus hombres no permitirían que Assur saliese con bien de aquello, lo apresarían hasta el regreso del
jarl
y luego tendría que responder por haber matado al hijo de Barba de Hierro. Assur sabía que aunque Sigurd no tuviese aprecio por su díscolo vástago, su propia posición como señor del lugar lo obligaba a tomar medidas, como poco lo despellejarían, de nada servirían las excusas que pudiese urdir, y tampoco estaba dispuesto a pedir clemencia por haber acabado con aquel desgraciado de Hardeknud. Había que salir de allí cuanto antes.

—Vamos a por la barca, ¡marchémonos! ¡Tenemos que irnos!

Assur pasó la mano una última vez por el rostro de su hermano y le cerró los ojos con un gesto lleno de cariño contenido. Apoyó el torso de Sebastián en el frío suelo y se irguió para encarar a la mujer que él creía sería la madre del hijo de su hermano.

—Tendremos que hacerlo a pie, el bote aún no está listo —anunció él aceptando el irremisible hecho de que ni siquiera tendrían tiempo para terminar los trabajos de reparación del esquife, sabía que debían poner tierra de por medio cuanto antes.

—Pero… pero Sigurd y Gorm regresarán en cualquier momento, y si no los hombres de Hardeknud… ¡Nos atraparán! ¡Necesitamos el bote!

Assur pensaba ya en la necesidad de hacerse con rapidez con algún pellejo para el agua y unos pocos víveres. Todo se había ido al traste, pero no podía dejar que la situación lo sobrepasase.

—Por tierra no lo conseguiremos, ¿adónde iríamos? —insistió Toda con la voz tomada por un nerviosismo evidente.

Pero las palabras urgentes de ella de nada servían, la barca no estaba lista. Y, tristemente, aunque lo estuviese, la malina no les favorecía, no era el momento de hacerse al mar, y a cada instante que se entretenían allí perdían una ventaja preciosa. En cualquier momento podían salir de la
skali
los acólitos de Hardeknud, o cualquier otro, ninguno de los normandos se quedaría de brazos cruzados ante lo sucedido.

—Iremos al norte, a la desembocadura del río Nid, allí hay un gran puerto.

Assur lo había dicho pretendiendo una mayor seguridad de la que sentía. Pero no tenían otra opción, y la llamada Nidaros era una importante aldea comercial con un puerto relevante desde el que, con un poco de suerte, podrían apañárselas para buscar un modo de regresar a casa.

Toda lo miraba con ojos desorbitados y Assur lamentó no ver en ella algo más de afectación por la pérdida de Sebastián.

—Nos llevará días, puede que semanas. ¡Y llega el invierno!

Assur sabía que no sería fácil, el frío había empezado, había noches en las que en el cielo se dibujaban las
guovssahas
, y era un trayecto desconocido para ellos, por tierras que se empezaban a cubrir de nieve y en las que el horizonte insinuaba agrestes colinas y costas escarpadas de las que nada sabían.

—Cierto —concedió Assur—, pero no queda otra opción. ¿Acaso prefieres esperar a ver cómo se lo toman?

Toda recomenzó a arrepentirse de la baza jugada. La opción de Gorm empezaba a parecer mucho más atractiva, aquel trayecto hasta Nidaros se le antojaba una locura, ella había supuesto que podrían usar el bote que Assur llevaba meses reparando, Sebastián le había dicho que estaba prácticamente a punto, pero ahora intuía que la complacencia del muchacho era solo un modo de afianzar su relación haciéndose imprescindible para ella. Y ahora todo se había convertido en humo. A cada instante le parecía más fácil imaginar cómo Gorm, emocionado por saberse padre, la liberaba y la convertía en su esposa, dispuesto a cederle las llaves de su casa y a convertirla en su
husfreya
.

—Pero es un suicidio, no llegaremos, ¿por qué no lo intentamos con la barca? —objetó ella sin atreverse a extenderse con más quejas.

Assur decidió no perder el tiempo.

—Yo iré a la cabaña, a por las pieles y los pocos aprestos que he tenido tiempo de preparar —dijo pensando en un pequeño pedernal, un pellejo de agua remendado, un cuenco rajado, y unos pocos avíos más que tenía previstos—. Tú búscate algo de ropa y mira a ver si puedes hurtar algo de las despensas, necesitamos víveres.

Toda no reaccionó, pero Assur miraba de nuevo hacia el cuerpo de Sebastián, luchando contra la necesidad que sentía de cavar una fosa para su hermano y sabiendo que no tenía tiempo que perder.

—¡No llegaremos! —insistió Toda—. No podemos cruzar este maldito lugar de hielo y nieve a pie, ¡es imposible!

A ella le bullían los sesos pensando en cómo darle la vuelta a la situación, decidida ahora a quedarse allí y esperar a Gorm, y Assur estaba a punto de contestar cuando los interrumpieron.

—Diga lo que diga, serán mentiras, no es más que una puta… —dijo alguien en normando a sus espaldas.

Era el
godi
, que golpeaba con la contera de su bastón el cuerpo de Hardeknud mientras una sonrisa le cruzaba la cara arrugada.

—Así que Tyr, riendo en su sitial del Asgard, se ha servido de tu brazo para matar a este desgraciado engreído —continuó el rancio hechicero al tiempo que se acercaba renqueando sobre sus piernas torcidas y un gesto socarrón le removía el rostro—. Los hombres mueren por sus madres, pero matan por sus putas… No dudo que lo tenga bien merecido —añadió señalando con su bastón el cadáver de Sebastián—, pero te van a hacer falta algo más que las ocho patas de Sleipnir para poder escapar.

El viejo hechicero same no necesitaba que nadie le explicara lo que había sucedido. Los hispanos llevaban tanto tiempo entre ellos como para que los hechos resultaran evidentes a sazón de los dos cadáveres y la ropa desgarrada de Toda.

—Espero que termine en las simas del
Hel
y que el acceso a los grandes banquetes le sea negado, no era más que un presuntuoso cagajón reseco salido del culo de una cabra tiñosa. Pero no creo que a Sigurd le haga tanta gracia como a mí —terminó el
godi
entre divertidas carcajadas que enseñaban sus encías, desnudas a excepción de unos pocos dientes oscurecidos y corruptos.

Assur lamentó que la situación se hubiese vuelto tan enrevesada. No había otra opción que matar al viejo antes de que diese la alarma; dio un par de pasos decididos hacia el same.

El hechicero se dio cuenta de la frialdad escondida en los profundos ojos azules del hispano.

—Tranquilo, tranquilo, cachorro —le dijo alzando su mano de dedos engarfiados de articulaciones hinchadas—. Por mí puedes ir en paz, si este irrespetuoso aborto de loba tiñosa se hubiese hecho con el poder, mis días habrían llegado a su fin, se hubiera buscado su propio
godi
. Ahora ya no es más que un pedo al viento —dijo riendo su propia gracia—, y eso es bueno para mí, y bueno para ti —añadió haciendo sonar sus palabras como el estribillo de una cantinela de taberna—. Ahora lo peor que puede hacer es convertirse en
haugbui
, y para luchar contra eso ya tengo mis propios remedios…

Aquellas palabras pillaron a Assur por sorpresa.

—Puedes ir, yo no diré nada, pero te aseguro que aunque se llevasen como dos cuervos peleando por el mismo ojo del único cadáver, Sigurd no te dejará escapar así como así, es cierto que no se soportaban, pero, al fin y al cabo, era su hijo, y un
jarl
no puede permitir que algo así quede impune.

Eso Assur ya lo sabía. Aunque oírlo de labios del
godi
le convenció de que podía dejarlo tranquilo para trampear sus propios achaques, lo que tenía que hacer era huir. Finalmente asintió y, obviando al viejo, se volvió hacia Toda.

—¡Vámonos! Haz lo que te he dicho.

Ella no hizo gesto alguno y Assur estaba a punto de volver a exigirle que se pusiera en marcha cuando por fin habló con una contundencia que el hispano no esperaba.

—¡No! No pienso arriesgarme a morir congelada…

Algo había cambiado en la expresión de ella, había algo nuevo y malicioso sin restos del miedo aparente y el desconsuelo. Assur se dio cuenta de que había estado fingiendo, pero no quiso creer lo que su intuición le decía.

—Y yo no pienso dejar que el hijo de mi hermano nazca sin… —Calló un momento, no estaba muy seguro de lo que quería decir, y mucho menos de las implicaciones y responsabilidades que arrastrarían sus palabras—. Sin un padre… —terminó la frase titubeando.

Ella torció el rostro con una sonrisa difícil de interpretar. El
godi
, por su parte, miraba la conversación sin necesidad de entender el idioma para barruntarse lo que discutían los dos hispanos. Él, como curandero que era, había notado el rubor y la hinchazón de los pechos, estaba al menos de cuatro lunas. Y la pequeña redondez del vientre a medio cubrir por los jirones de la camisola de lana burda lo hacía aún más evidente.

—No eres tú el que tiene que decidir sobre el padre de mi hijo —le espetó Toda con furia evidente.

El viejo same seguía riendo, complacido.

Assur bajó el rostro por un momento y, sin quererlo, volvió a ver el cuerpo de Sebastián.

—Ni siquiera lo sabes, ¿no es así?

Esta vez fue ella quien permaneció callada, manteniendo una expresión altiva y adusta que decía mucho más que las palabras que guardaba.

—Ni siquiera sabes quién es el padre. Me has dicho que era Sebastián solo para poder venir conmigo en ese maldito bote…

Y Assur no supo qué más decir. Una bilis amarga y correosa se le revolvió en el gaznate dejándole un terrible sabor a decepción.

Se dio la vuelta y echó a andar. Quería abandonarlo todo.

El
godi
se reía y Toda pensaba ya en el regreso de Gorm, pero, para desilusión de ambos, las cosas no resultarían como tanto anhelaban, el uno acabaría asaetado contra un árbol por no haber ofrecido sacrificios apropiados que le hubiesen permitido evitar el fatal desenlace, la otra acabaría repudiada por reclamar la paternidad del heredero defenestrado. En aquellos mismos momentos Gorm yacía muerto, desmembrado y exangüe, mientras, su padre, habiendo arrancado la confesión sujetando sogas atadas a sus sementales a las extremidades de uno de sus atacantes, volaba a uña de caballo para matar a su otro hijo. Sigurd Barba de Hierro clamaba venganza y Assur no llegó a saber jamás que el
jarl
no solo hubiese perdonado su crimen, sino que, de hecho, también le hubiera ofrecido su herencia.

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