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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (60 page)

BOOK: Assur
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—A la única a la que le ha hecho gracia la historia esa del Cristo Blanco es a mi madre, no deja de atosigar al gordinflón de Clom sobre los milagros del crucificado… —dijo Leif contestando con prisa, como queriendo librarse de aquellas respuestas cuanto antes—. Y mi padre no ha tomado una decisión por el momento sobre ese asunto de la religión, de hecho, creo que no le hace mucha gracia que su propia esposa se interese por esa patraña; además, con la nueva ruta abierta hasta Nidaros, lo que le interesa al viejo es convencer a más paisanos para que la hagan de vuelta y estas colonias crezcan.

—Está bien —concedió Assur—, ¿y qué tiene que ver Bjarni con todo eso?

Leif sintió la tentación de corregir la pronunciación del hispano, que seguía siendo muy extraña, pero estaba demasiado impaciente.

—Pues que, hasta ahora, en razón del honor, suyo sería el derecho, pero, si no piensa volver a navegar, entonces, podríamos hacerlo nosotros, ¡nosotros!, ¡podríamos ir!

Assur seguía sin entender de qué hablaba el navegante.

—¿Qué derecho? ¿Adónde?

—Sobre las tierras que ese roñoso tacaño de Bjarni vio cuando se perdió, esos grandes bosques del oeste —contestó Leif con una enorme sonrisa en el rostro—, podríamos reclamarlos.

Assur se sentía a gusto en el asentamiento groenlandés, como hombre de confianza de Leif, disfrutaba de los privilegios que suponía su cercanía a la familia de Eirik el Rojo, y le agradaban las gentes y el ambiente de aquella colonia resguardada en el fértil fiordo. Sin embargo, desde su regreso de la bahía de Dikso ciertos asuntos se habían complicado, precipitándose como un guijarro cayendo cuesta abajo, y Assur se sentía llevado por el desconcierto, dividido entre el anhelo y el deber. Especialmente después de la decisión que Eirik el Rojo había tomado al poco de su vuelta del
thing
y de haber puesto en conocimiento de los groenlandeses las noticias traídas por su hijo.

El descubridor de las
tierras verdes
había optado por aprovecharse de la nueva ruta abierta por su heredero hasta la madre patria. Como había supuesto Leif y, esperando atraer el mayor número posible de nuevos colonos a los asentamientos de las
tierras verdes
, Eirik el Rojo había decidido acoger en Groenland la vieja norma que había regido la
isla de hielo
durante los primeros pasos de su propia colonización: cualquier recién llegado podía reclamar su propio pedazo de tierra. Siempre y cuando no perteneciera ya a alguien, el nuevo colono podía tomar posesión de aquel territorio que fuese capaz de cubrir caminando desde el amanecer al anochecer, marcar los lindes y establecer su hacienda como hombre libre. El Rojo, habiendo madurado la idea entre pasada y pasada de su sobado peine, había hecho correr la voz entre todos los marinos que se disponían a viajar ese verano siguiendo los pasos de Leif; todas las nuevas demarcaciones de los que llegasen serían validadas en el
thing
del verano siguiente, dándoles tiempo a regresar tal y como lo había hecho su propio hijo. De ese modo, Eirik esperaba atraer a un gran número de colonos que harían crecer la población de Groenland y, por tanto, su riqueza y posibilidades de comercio, lo que convertiría a las
tierras verdes
, hasta el momento poco más que el feudo privado del propio Rojo, en una región tan relevante como Halogaland o Agdir. Además, para ello y al menos de cara al nuevo rey, declararía que todos los cristianos serían bien recibidos, pues, tal y como el
konungar
había propuesto, el culto al crucificado sería adoptado por quien lo desease. De hecho, gracias a las labores que desempeñaba el fraile Clom, cuando no estaba tan borracho como para ser incapaz de articular media docena de palabras seguidas, las conversiones se empezaban a producir en la misma Groenland, y aunque era un secreto a voces que en la mayoría de los casos no eran más que una simple declaración pública que poco tenía que ver con la fe, a ojos de Eirik deberían ser suficientes como para que los rumores que llegasen hasta Olav Tryggvasson le resultaran satisfactorios. Por ende, y a instancias de su esposa, Thojdhild, que parecía ser de los pocos sinceramente convencidos de las bondades del culto al Cristo Blanco, Eirik había ordenado construir una pequeña iglesia de tepe en honor al crucificado, y darle así al borrachín escoto un lugar sagrado en el que celebrar sus estrambóticos rituales y a los conversos un aparente refugio para su nueva fe.

Con tales decretos la vida de Assur se veía asaltada por las dudas. Por primera vez desde que había sido capturado, el hispano podía soñar con recuperar su antigua existencia, podía imaginar las sensaciones que supondría ser dueño de un pedazo de tierra, construir un hogar, tener una finca que roturar, una granja en la que criar ganado, un futuro en el que las estaciones pasasen esperando la cosecha y en el que cada anochecer lo arropase ante un hogar encendido. Sin embargo, no se atrevía a plantearlo, tenía con Leif deudas impagables y, precisamente en esos mismos días en que las noches de Assur se llenaban de sueños, el navegante aspiraba a acometer una nueva hazaña para con la que, irremediablemente, el arponero se sentía obligado.

—Esa nueva ley que tu padre ha instaurado, eso del
landman
, ¿es así?, ¿el terreno que pueda cubrir en un día?

Junto con otros hombres del Mora, Leif y Assur observaban a algunos navíos prepararse para partir antes de la llegada del otoño. Era el momento en el que se enviaban mensajes a los parientes que se habían instalado en Iceland, en las tierras anglas dominadas por los de Danemark, o en los archipiélagos de Orkney y Hjaltland. Y era habitual que los marinos desocupados curioseasen en los pantalanes, además, precisamente, Leif estaba allí recordando con su presencia a todos los que partían el edicto de su padre y el ofrecimiento de tierras disponibles que suponía.

—A pie, debe ser a pie —aclaró el navegante—, pero sí, es así —concluyó mirando con suspicacia al hispano.

Assur se arrepintió al momento de haber hablado y cambió el tema de inmediato.

—¿Y cuándo piensas partir exactamente hacia el oeste?

Leif miró a los ojos durante un rato al que ya consideraba su amigo antes de contestar.

—Pues lo sabrás esta noche —dijo Leif volviendo a sonreír abiertamente—, iremos a ver a Bjarni y, en cuanto le saquemos a ese cobarde avaricioso los detalles de la ruta que siguió, lo decidiremos.

Assur se sentía agradecido por la confianza que el patrón había depositado en él al anunciarle sus planes, le constaba que solo había compartido sus propósitos con Tyrkir y con él; pero verse incluido como partícipe de la decisión lo abrumó y apesadumbró. Gutier le había enseñado que el honor exigía pagar las deudas de un hombre y, si Leif contaba con él hasta ese punto, Assur sabía que, por mucho que lo desease, no debería anteponer sus anhelos de sosiego y vida asentada a su servicio al patrón, que le había brindado una vida más allá de la mísera existencia que había llevado en Nidaros.

No era una hacienda grande, pero era lo que Bjarni había heredado de su padre, y se consideraba más que afortunado por no haber tenido que hacer menguar sus propios ahorros para conseguirse un techo. Además, como el viejo verde de Herjolf había sido uno de los primeros en seguir a Eirik hasta Groenland, había podido elegir un terreno de situación inmejorable que ahora permitía a su hijo disfrutar de los frutos que, en cada cosecha, cedían aquellas fértiles tierras oscuras.

El veterano Tyrkir, que en los últimos tiempos ya se quejaba de dolores en las articulaciones; Assur, al que todos seguían llamando Ulfr; y Leif, que llevaba en el rostro la expresión soñadora de un adolescente enamorado, apenas tardaron en llegar hasta el muro que rodeaba la propiedad de Bjarni. En el trayecto el único que habló fue Tyrkir, que pronosticó un cambio de tiempo.

Uno de los
thralls
de Bjarni los recibió con la deferencia debida al hijo de Eirik el Rojo, y Assur, consciente de la condición del hombre, no pudo evitar un desagradable escalofrío al rememorar las interminables horas que había compartido con Sebastián obteniendo sal.

La
skali
de Bjarni estaba repleta de trastos de toda condición y había tantos arcones como para que los visitantes se preguntaran si aquel vejancón cegato podría recordar lo que guardaba en cada uno de ellos.

Una muchacha alta de largos y finos cabellos rubios les ofreció hidromiel y cerveza que, como pronto descubrieron los hombres del Mora con disgusto, estaban aguadas.

—Gracias por recibirme, Bjarni, hijo de Herjolf —dijo finalmente Leif con toda la cortesía que pudo después de perderse por un momento en las bonitas líneas que dibujaban las largas piernas de la muchacha en la tela del delantal.

Bjarni desechó las fórmulas de protocolo con un gesto vacío de la mano que daba a entender, para quien desease sentirse aludido, que no tenía otra opción tratándose de quien se trataba su visitante.

—He de decir que, tanto mi padre como yo —continuó Leif sin darle importancia al ademán de Bjarni—, lamentamos haberte oído anunciar en el
thing
que habías decidido quedarte en tierra. Tus dotes como navegante son legendarias y el comercio de estas tierras echará de menos tus mercancías —continuó Leif con los halagos de rigor.

Tyrkir, que ya había vaciado su cuerno de hidromiel, hizo una seña a la muchacha para que le sirviera más, esperando que el calor del alcohol desentumeciese sus coyunturas resentidas con la humedad que cargaba el ambiente. El viejo contramaestre sabía que las estrellas brillarían antes de que aquella reunión terminase y prefería aguardar sabiendo que los dolores de sus manos no le molestarían.

—Odín reserva la gloria para los jóvenes vigorosos y yo, como una vaca vieja, ya solo deseo pasar el día tumbado en el heno —contestó Bjarni con voz rasposa—. Pero acepto vuestros cumplidos con agradecimiento, y espero que sean muchos los inviernos que os aguarden.

Mientras las fórmulas de cortesía se prolongaban la joven se acercó con una jarra y Assur se dio cuenta de cómo los curiosos ojos de la muchacha lo miraban con intensidad. El hispano se sabía una exótica novedad en la colonia y, aceptando amablemente su papel, sonrió con afabilidad hacia aquella mirada del color de la miel de cerezo.

Cuando ya habían hablado de cuantas nimiedades habían podido sacar a colación, y Tyrkir ya había vaciado su buena media docena de cuernos de hidromiel, Leif intentó llevar la conversación hacia el tema que, en realidad, lo había traído hasta allí.

—Hace años —dijo Leif con voz clara—, cuando llegaste aquí por primera vez siguiendo los pasos de tu padre, contaste frente al fuego la historia de tu viaje…

La pausa del patrón le dio tiempo a Bjarni a entornar los ojos, sin embargo, Leif no supo si era suspicacia o si al viejo le fallaba la vista.

—Todavía recuerdo, a pesar de los inviernos que han transcurrido, la narración de aquel viaje… Y estoy seguro de que a tu pericia se sumó la misma fortuna de Baldr para guiarte hasta aquí y poder vender la carga de tu
knörr
obteniendo buenos beneficios —añadió Leif tras darse cuenta de que no debía ser demasiado explícito si no deseaba que el viejo avaro se adelantase a sus intenciones—. Fue sin duda tu sombra, así como la de mi propio padre, las que hicieron mella en mí y me obligaron a convertirme en navegante con la esperanza de igualar hazañas como las vuestras.

Bjarni entornó los ojos de forma enigmática una vez más y, de nuevo, Leif no supo si el vejestorio se olía o no sus intenciones.

A instancias de Tyrkir la joven volvió a acercarse para servir más hidromiel y, en esta ocasión, a pesar de que su cuerno no estaba más que mediado, Assur también lo alzó para que la muchacha lo rellenase. Por alguna razón que no vislumbraba, le apetecía volver a verse observado por aquellos ojos trigueños enmarcados por altos pómulos.

—Puede ser… Puede ser —dijo Bjarni pensativamente—. Pero ahora debo esperar cada noche sentado e inútil, demasiado viejo para pensar en otra cosa que dormir malamente, comer purés que no molesten a mis machacadas encías y tirarme pedos.

Leif sabía que el viejuco exageraba. Bjarni disfrutaba todavía de suficiente salud como para buscar el calor de sus mujeres en las noches frías, y durante el
thing
había presumido de ello con bravuconería, pero Leif suponía que aquellos lamentos tendrían alguna segunda intención. De modo que, como si ambos estuviesen ante las piezas dispuestas en el tablero, Leif esperó el siguiente movimiento de Bjarni antes de hacer su jugada.

Assur, dándose cuenta de que la conversación empezaba a ponerse interesante, dejó de mirar en derredor buscando a la muchacha de los ojos de miel y se centró en el cruce de palabras entre los dos hombres de mar.

—Y ni siquiera puedo tener la seguridad de que las rentas obtenidas a lo largo de tantas temporadas de ir y venir de acá para allá me sustenten —continuó Bjarni con aire apesadumbrado—, apenas tengo suficiente para comportarme como es debido con mis obligaciones; mi hermano Egil, que vive en la otra colonia, me ha enviado a su hija para que me haga cargo de ella unos inviernos, y con una boca más mis despensas se resienten…

Leif supuso que Bjarni se refería a la muchacha rubia que parecía dispuesta a servirle suficiente hidromiel a Tyrkir como para emborracharlo. Y también se dio cuenta de que, aunque era difícil que Bjarni hubiera adivinado sus intenciones, era innegable que se había percatado de que Leif pretendía algo de él, por lo que, fuera cual fuera el asunto, empezaba a allanar el terreno para pedir algo a cambio.

—Estoy convencido de que quien ha sido capaz de cerrar tratos tan memorables encontrará el modo de proveer su hacienda para los años venideros —dijo Leif con una sonrisa.

Tyrkir, que empezaba a agradecer el aturdimiento del alcohol, rechazó una nueva ración, deseoso de permanecer con la cabeza lo suficientemente despejada como para poder servir de ayuda a su patrón si le era necesario.

—Nunca se sabe —replicó Bjarni negando con su cabeza cubierta de lacios cabellos canosos—, Loki podría tentarme con algún engaño y hacerme perder lo poco que me queda —graznó lastimeramente.

Leif entendió que el viejo parecía dispuesto a perder el tiempo toda la noche, aferrado como una garrapata a su tacañería; como era de esperar, no insinuaría un precio si no sabía cuál era la mercadería. Así que Leif decidió sincerarse esperando no hablar demasiado.

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