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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (77 page)

BOOK: Assur
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›De todos modos, empezaremos a llenar las bodegas, así estaremos preparados para izar velas sin dejar el cargamento atrás…

Tyrkir asintió, le parecía una idea sensata. No sabían cuántos serían o si eran hostiles, y antes que huir cabía la posibilidad de luchar y vencer. Fuera como fuese, estar preparado era la mejor opción.

Luego, el patrón dibujó en su rostro una de sus grandes sonrisas y cambió de tema con rapidez dejando que el verde de sus ojos brillase con intensidad.

—Así que uvas… ¡Ricos! Nos haremos ricos, nunca faltarán los borrachos dispuestos a pagar por vino, basta con que lo ofrezcamos a mejor precio que el que llega desde los mercados del sur… Ricos —dijo echando el brazo cariñosamente por encima de los hombros de su contramaestre—. Anda, vayamos a buscarte algo de comer, viejo amigo.

Tyrkir hubiera preferido discutir las posibilidades con el patrón, pero el arrollador buen humor de Leif no le dejó. Antes de que pudiese poner una sola objeción ya estaba riendo con las bromas del hijo del Rojo. Leif, por su parte, solo quería asegurarle algo de descanso al que consideraba un segundo padre, más tarde pensaba impartir algunas órdenes.

Assur había intentado llegar la noche anterior, pero por más que apuró el ritmo, no fue capaz, de modo que pasó una impaciente velada de luna nueva, obligado a esperar hasta que el alba le dio luz como para poder continuar sin miedo a partirse la crisma.

Cuando ya estaba cerca se llevó la sorpresa de que le dieran el alto, y se alegró de saber que Leif había adoptado una medida tan prudente.

Una vez franqueado el paso, descubrió el campamento, que en ese momento despertaba. Un somnoliento Bram pasó ante él frotándose los ojos con una mano y rascándose las posaderas con la otra. Solo le dedicó una breve inclinación de cabeza. Y Halfdan quiso entretenerlo haciéndole inoportunas preguntas sobre las que respondió con evasivas. A lo lejos, Helgi y Finnbogi discutían por alguna nimiedad mientras salían de la forja con algo entre las manos.

Sorteó los bancos improvisados en que algunos hombres desayunaban entre bostezos y entró en la mayor de las
skalis
. Encontró a Leif y a Tyrkir sentados junto al fuego, el Sureño extendía sus manos ante sí intentando robarle calor a la lumbre para calentar sus huesos. Tras ellos algunos marinos se movían preparando macutos y morrales.

—Tenemos que hablar —anunció sin siquiera saludar.

El patrón lo miró fingiendo disgusto por el ímpetu de Assur.

—¿Acaso has encontrado oro? —preguntó el patrón mordaz.

Assur negó antes de responder.

—No, no he encontrado oro. Pero es igual de importante…

Leif calibró la expresión de su amigo y vio la oportunidad perfecta para bromear un poco.

—Seguro que no es tan importante como lo que ha encontrado Tyrkir…

Assur, confundido, dudó el tiempo suficiente para darle al patrón oportunidad de continuar hablando.

—Vamos a tener todo el vino que queramos, ni cerveza, ni hidromiel, ¡vino!

El hispano, que había nacido en un lugar en el que el vino no resultaba tan excepcional como en las tierras del norte, negó con la cabeza.

—Creo que te interesará más…

—Y yo creo que a ti te interesa echar algo caliente a las tripas y prepararte, te vienes con nosotros a buscar esas uvas que Tyrkir ha encontrado.

Assur miró al contramaestre y vio la sonrisa contenida, sus ansias se calmaron de pronto comprendiendo.

—¿Ya lo sabéis?

—Sí, lo sabemos —afirmó Leif lanzándole a Assur los abalorios que el contramaestre había encontrado en el bosque—, pero ellos todavía no —añadió señalando vagamente en derredor—. Así que cállate y come algo antes de que nos pongamos en marcha.

Mientras Assur se echaba al buche algo de pan ácimo, recién horneado con la harina de la primera cosecha de aquel trigo salvaje que habían encontrado, Leif le explicó que, además de haber establecido turnos de vigía para el campamento, también había ordenado que se empezasen a llenar las bodegas del Gnod.

Leif, Tyrkir y Assur disimulaban; el hispano llevaba los abalorios en su mano y, de vez en cuando, los observaba haciéndose preguntas. El resto de los hombres caminaba con alborozo, contándose chufas y bravuconerías; más de uno pensaba que a la tarde siguiente estarían bebiendo vino.

Tyrkir guiaba la ruta, andando con tan buen ritmo como le permitían sus añejadas piernas. A su paso marchaban Leif y Assur; tras ellos, cargando cuantos capazos y cuévanos tenía la expedición, caminaban las dos docenas de hombres que el patrón había designado: el contramaestre había sugerido que la partida fuera numerosa, por si se producía un mal encuentro, y Leif había decidido llevarse a la mayoría de sus tripulantes.

Teniendo en cuenta que lo descubierto por Assur reforzaba los indicios sobre presencia nativa que ya había encontrado Tyrkir, el patrón se había vuelto precavido. En cuanto tuviesen las bodegas cargadas, abandonarían aquellas tierras hasta la temporada siguiente, cuando pudieran volver con un mayor número de hombres. Y, por el momento, Leif había preferido que formasen un grupo nutrido no solo para poder cargar con tantas uvas como fuera posible, sino también por acallar las reservas de Tyrkir. En el campamento quedaron solo unos cuantos a cargo de Bram, al que había advertido sobre las últimas noticias. Le ordenó que estuviera atento y que no dudase en recurrir a las armas si lo creía necesario.

—Los cristianos siempre usan vino en sus ritos —apuntilló Karlsefni de pronto sacando de sus pensamientos a Leif—. Y Olav Tryggvasson está obligando a todo el norte a abrazar la fe del Cristo Blanco… —concluyó con marcada intención.

Leif, que había tenido otros asuntos de los que preocuparse, cayó en la cuenta y se detuvo. Cuando se giró hacia su contramaestre, los ojos le brillaban.

—¿Te das cuenta, amigo mío? —le preguntó a Tyrkir con una amplia sonrisa—. Karlsefni tiene razón —concedió el patrón al recordar al borrachín de Clom—. Al viejo le va a encantar… Le va a encantar —dijo entre carcajadas—. Cada otoño recogemos las uvas, nos las llevamos para Brattahlid —titubeó un momento dudando de cómo diantres se hacía el vino—, las dejamos fermentar y, para la primavera —afirmó no muy convencido—, un
knörr
cargado de cubas de vino partirá hacia Nidaros… ¡Ricos! Ulfr —añadió mirando a Assur—, vas a poder construirte la
skali
más grande de todo el norte…

El hispano no recordaba mucho sobre la elaboración de los caldos de uva, los recuerdos de su vida en Outeiro quedaban muy lejos, pero dudaba de que los normandos consiguieran lo que pretendían, al menos, no por el sencillo método que proponía el patrón del Gnod.

—¡Cagaremos oro cada mañana! —gritó Halfdan entre risas—. Ni siquiera el Tuerto encontrará furcias suficientes para arruinarse.

Tyrkir pidió calma alzando las manos e instó al patrón a seguir la marcha. Assur, más preocupado por saber que no eran los únicos en aquel lugar que por la elaboración del vino, prefirió callar y no arruinar las ilusiones de Leif.

Ahora se escuchaban las risas de todos y francas carcajadas rompían el barullo de las voces de la veintena larga de hombres.

Karlsefni, encantado por haber sido el protagonista, no quiso perder la atención del patrón y se decidió a seguir hablando con aire baladrón.

—Sí, así es. A los cristianos les encanta el vino —dijo disfrutando por saberse escuchado—. Yo estuve en la expedición de Gunrød el Berserker a Jacobsland. —Leif fue el único que vio el frío relámpago que cruzó los ojos azules de Assur—. Sus casas y pueblos eran pobres, pero en sus templos conseguíamos siempre buenos botines —fanfarroneó—. En sus santuarios siempre había oro y plata, y estatuas y símbolos hechos de materiales preciosos, y sus libros, con herrajes que servían para comprarse una hacienda, ¡y en todos ellos había vino! A ese crucificado suyo le debe gustar mucho pasarse el día borracho… Y fue fácil, como un paseo —continuó Karlsefni buscando qué más decir para no perder la atención de Leif—, sus
godis
se negaban a pelear, y los demás eran labriegos y campesinos, apenas encontramos resistencia…

—Eso no es lo que yo he oído —dijo Halfdan con retranca—, por lo que me han contado, salisteis de allí con el rabo entre las piernas —apuntilló entre risas.

Leif cambió el paso para ponerse junto a Assur.

—No es cierto, ellos perdieron más hombres que nosotros, y eso no fue hasta el final —protestó Karlsefni negando con su cabeza—. Fue una pena. Perdimos docenas de
drekar
y
knerrir
, y muchos hombres. Los sucios cristianos nos tendieron una trampa, una emboscada terrible en un valle estrecho que parecía un fiordo afilado, una ratonera infecta en la que quedamos atrapados… —Leif miró a Assur, cuyos dientes oía rechinar, con una sombra cómplice en el rostro, pidiéndole que evitara problemas—. Íbamos a cobrar un
heregeld
que un infiltrado del Berserker había negociado, ¡cien mil sueldos de oro! —presumió Karlsefni como si hubiera sido uno de los hombres que había llegado a luchar en la ría de Adóbrica—. Pero esos sucios perros nos mintieron, nos tendieron una trampa.

Assur perdió su ira por un momento, disuelta en el remolino de pena que le trajeron aquellas palabras al recordarle la traición de Weland.

—Ya, ellos a vosotros… No sería tanto como dices —intercedió Leif queriendo quitarle hierro al asunto—, no conocí al Berserker, pero mi padre sí. Y conque tan solo la mitad de lo que he oído fuese cierto, me apostaría el Gnod a que Gunrød hubiera cobrado el
heregeld
y no se hubiera marchado. Era un tipejo de la más baja calaña —terminó el patrón cruzando una nueva mirada con Assur.

El hispano tensaba su mandíbula. Su expresión se endurecía y sus ojos relampagueaban. Llevaba la mano apoyada en el pomo de la espada y Leif temió que no fuese capaz de contenerse.

—Supongo que sí, supongo que sí… —concedió Karlsefni—. El trato era que nos marcharíamos tras cobrar, pero aún no habíamos logrado hacernos con las arcas de su lugar más sagrado, y ese era el verdadero objetivo del Berserker, siempre lo había sido, en Jacobsland está uno de los santuarios más venerados de los adoradores del crucificado, y Gunrød lo quería arrasar… Al parecer —dijo con afectación—, allí guardan el cadáver de uno de sus santones, y cristianos de todo el mundo viajan para llevarle tributos, sedas, joyas, ámbar, ¡y oro! —añadió sacudiendo la cabeza dando a entender que no lograba comprender tan bárbaras costumbres; todos en el norte sabían que para evitar pestes y enfermedades lo mejor que se podía hacer con los muertos era quemarlos—. ¿Podéis imaginarlo? El más importante de todos, el más rico. Gunrød nos decía que había tanto oro que no seríamos capaces de cargarlo todo en nuestros
knerrir

Tyrkir, que aún sin saber el porqué se había dado cuenta de que su patrón había intentado detener las fanfarronadas del otro, intervino también.

—¿Tanto oro como para que las bodegas de docenas de barcos no fuesen suficientes? Cuesta creerlo… Mejor será que olvidemos viejas batallas y nos ocupemos de recoger esas uvas.

Leif inclinó el rostro en un suave ademán en el que su contramaestre supo ver el agradecimiento. Assur giraba su puño apretado en el pomo de la espada y, tras ellos, los hombres más cercanos prestaban atención a las palabras de Karlsefni mientras los de la retaguardia seguían con sus chanzas.

La marcha se había ralentizado y el Tuerto aprovechó para aliviar la vejiga. El aire de la mañana racheaba haciendo que los árboles enseñaran el envés de sus hojas. Tyrkir olió la tormenta que se estaba preparando en el aire, que tenía el mismo deje metálico de una forja achuchada por el fuelle.

—Pero es cierto —protestó—, allá, los
godis
, esos hombres del crucificado, son ricos, ¡muy ricos! Y ese santuario debe de ser un lugar lleno de tesoros de incalculable valor…

—¡Claro! Y los cristianos iban a abriros las puertas amablemente… —dijo Halfdan.

—No, por supuesto que no —renegó Karlsefni—. Pero estoy seguro de que el Berserker hubiera descubierto el modo. Era tan astuto como el mismísimo Loki… Además, son débiles, no saben luchar, ni siquiera quieren luchar… Solo lo intentaron una vez, al poco de que llegásemos, al sur de su gran templo, pero no dejamos a uno con vida, solo las murallas de la ciudad nos detuvieron y Gunrød prefirió buscar un lugar donde acuartelarnos antes de planificar un sitio u otro ataque. Fue la única represalia que sufrimos, la única… Y solo al final topamos con hombres de armas de verdad, con capacidad para plantarnos cara… Pero hasta entonces fue como dar un paseo.

Leif apoyó su propia mano sobre la de Assur, intentando evitar que su amigo pudiera llegar a desenfundar. Tyrkir vio el gesto y se preparó aun sin entender lo que estaba sucediendo.

—Recuerdo una ocasión en la que nos hicimos con un cargamento de candelabros de plata y barriles de vino sin siquiera desenvainar… —Karlsefni, como tantas otras veces a lo largo de su vida, no supo mantener la boca cerrada—. Y con uno de esos libros sagrados que decoran con piedras y oro, también había maderas pintarrajeadas y ropas extrañas que no valían nada, pero a pesar de las bagatelas fue un botín excepcional, con un pedazo de aquella
hacksilver

Y Karlsefni calló de pronto, pensándose mejor si le convenía terminar la historia de la apuesta en la que había perdido el trozo de plata, del tamaño de un pulgar, que el propio Gunrød le había entregado como monto.

—Seguro, de los árboles caían monedas y las mujeres hacían cola para tirarse encima de vosotros levantándose las faldas —comentó Halfdan picajoso, buscando entre los hombres miradas cómplices de incredulidad.

Leif se envaró al ver que Assur se giraba hacia el Rubio, reaccionando al burdo comentario con una tensión evidente en los músculos de su cuello, que palpitaban abultando la piel curtida por el mar.

—Fue así —continuó Karlsefni molesto de que se llegara a dudar de su palabra—, no miento. Llevábamos en Jacobsland varias lunas, y nos habíamos instalado para el invierno en un gran valle. Ya habíamos arramplado con todo lo que habíamos encontrado en los villorrios de los alrededores y Gunrød, a la vez que negociaba con los
jarls
que tienen allí y ganaba tiempo, rumiaba sus planes para atacar el gran templo cristiano. Pero mientras, el Berserker nos mantenía ocupados. Casi todos los días salían partidas, a veces el propio Gunrød las lideraba. —Assur volvió a girarse—. Exploramos aquellas tierras buscando sus templos y fortalezas, las que no estaban defendidas las arrasábamos y las mayores las dejábamos para la primavera…

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