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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (89 page)

BOOK: Assur
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—Para algo así tendrá que esperar al verano —interrumpió el Sureño—, y por lo que has dicho, no creo que encuentre la paciencia necesaria, ¿crees que se atreverá con un nuevo desafío?

Leif bebió otro trago de cerveza encogiéndose de hombros antes de volver a hablar.

—No lo sé, supongo que podemos esperar cualquier cosa —concedió el nuevo
jarl
acomodándose en el sitial que los carpinteros habían tallado para que él dominase el gran salón de Brattahlid desde la misma tarima desde la que lo había hecho su padre.

—Pero tú declaraste vencedor a Ulfr, le guste o no, tendrá que aceptarlo —insistió Tyrkir.

Assur escuchaba a sus dos amigos sin animarse a intervenir, estaba pensando en Thyre.

—Ya veremos, ya veremos… —dijo Leif mirando hacia el hispano, que se mantenía absorto, como si la conversación no fuera con él.

Tyrkir estaba a punto de añadir algo cuando Assur los interrumpió.

—¿Vas a enviar al Mora a Jòrvik de nuevo? —le preguntó al
jarl
.

Leif, sorprendido por el cambio de rumbo, sopesó la pregunta antes de responder.

—Todavía no lo he pensado…

Assur inclinó el rostro para asentir y se levantó.

—Estaré en los pantalanes si necesitáis algo —les dijo.

Tyrkir y Leif se miraron y, cuando el antiguo ballenero cruzaba el umbral de la
skali,
el contramaestre se decidió a preguntar.

—¿A qué ha venido eso?

El patrón dudó por un instante. No quería traicionar la confianza que Assur había depositado en él, pero intuyó que, especialmente después de la ayuda que Tyrkir le había prestado al hispano en el
hólmgang
, al arponero no le importaría la confidencia. Así que el nuevo
jarl
, después de terminar su cerveza, le contó a su contramaestre lo poco que sabía, completando con sus propias deducciones aquello de lo que no estaba seguro. Fue un relato desordenado y apresurado, y aun así les dio tiempo a despachar un cuarto del barril de cerveza del que se estaban sirviendo.

—… Algo de lo que le dijo Karlsefni lo cambió todo, aunque no sé exactamente qué fue. Pero creo que por eso quiere regresar, hay deudas que el tiempo no sabe saldar…

—¡Jacobsland! Aún se habla de aquella expedición del Berserker —dijo Tyrkir con asombro—. Ahora entiendo por qué le daba igual ganar o perder el duelo… ¡Y muchas otras cosas!

Leif ya pensaba en cómo organizar sus naves para la siguiente temporada, había estado considerando enviar ambos barcos a Vinland, con un gran contingente que pudiera enfrentarse a los
skraelingar
y asegurar un buen cargamento de madera y uvas, pero no le disgustó la idea de recibir un nuevo envío de cobre desde Jòrvik, sobre todo si así podía hacerle un último favor al hispano. Además, aunque todavía no había encontrado a nadie dispuesto a probarlo, y él mismo no quería reconocerlo, el mejunje que fermentaba en el fondo de los barriles que habían traído repletos de las frutas de Vinland parecía cualquier cosa menos vino. Con lo que quizá fuese mejor traer únicamente madera desde aquellas costas de poniente.

—Entonces bastará con que Víkar no encuentre redaños para desafiarlo de nuevo antes de la primavera —añadió el contramaestre interrumpiendo los razonamientos de Leif—. Porque lo vas a dejar marchar, ¿verdad?

Leif, olvidándose del aparente fiasco de las uvas de Vinland, sonrió al comprender que aquel hombre que había sido para él como un segundo padre había adivinado su decisión antes incluso que él mismo.

—Sí, claro que sí, le debo la vida… Y tú también —apuntilló recordando el encuentro en Nidaros con el
konungar-
. Lo echaremos de menos, pero debemos dejar que siga su camino. Se lo ha ganado… Se lo ha ganado…

Tyrkir asintió pensativamente, rememorando algunos de los momentos vividos junto a Ulfr, y una sonrisa le enseñó sus muchas arrugas al patrón. Luego, recordó algo de improviso.

—¿Y Thyre? —preguntó el contramaestre pensando en las habladurías que llenaban el Eiriksfjord—. Después de todo este revuelo, ¿crees que Ulfr esperará a la primavera y se marchará sin más?…

A Leif se le escapó una risotada antes de responder.

—Eso no sería muy propio de nuestro amigo, ¿no es cierto? —cuestionó. Y se sirvió una nueva ración de cerveza al tiempo que negaba con la cabeza y sonreía francamente.

Assur no recordaba haberse sentido así desde que era un niño. Había subido a la bahía de Dikso para enfrentarse a los titánicos machos de morsa, pero ni siquiera cara a cara con aquellos monstruos de enormes colmillos, o arponeando los gigantescos rorcuales de las costas del
paso del norte
, había vivido un temor tan intenso. El hispano sabía que esa sería su única oportunidad.

—No tengo nada que decir y tampoco hay nada que quiera escuchar —le dijo ella barriendo sus ojos dorados con aquellas largas pestañas del color del trigo maduro.

Assur la vio darse la vuelta para marcharse y no pudo reprimirse.

El antiguo ballenero se adelantó, la tomó del brazo y la obligó a girarse de nuevo. El cubo de corteza de abedul en el que ella llevaba la leche recién ordeñada cayó al suelo derramando su contenido.

—Tienes que escucharme…

Thyre miró aquel rostro conocido deseando acercar la mano para dibujar con las yemas de sus dedos las líneas que marcaban los labios apretados de él.

—No, no tengo, ¡déjame en paz!

Un cabrito que tenía un parche de pelaje negro que le cubría uno de los ojos hasta el carrillo baló asustado, como protestando por el alboroto. Después de mirar a la pareja con preocupación se alejó con saltos inconexos, buscando a su madre, que ramoneaba un poco más allá.

Él aumentó la presión del brazo y ella hizo el ademán de zafarse, enfadada.

—No tenía otra opción —dijo él odiando tener que excusarse—, era lo mejor que podía hacer —concluyó. Y tras soltar el brazo de Thyre, cerró el puño sin saber a qué dedicar la mano libre.

Ella se envalentonó al oír aquello.

—Sí la tenías, podías haberte quedado… Tenías que haberte quedado. ¡Lo arruinaste! Lo arruinaste…

»Todo fueron mentiras, ¡todo! Me enseñaste el lugar donde construiríamos nuestro hogar, me hablaste de tu pasado, me contaste tus secretos. Me hiciste soñar… ¡Me mentiste! ¡Me mentiste! Eres un embustero, ¡y un cobarde! Te fuiste dejando tus promesas en el aire.

Ella, con el rostro arrobado, respiraba entrecortadamente después de la parrafada. Su pecho subía y bajaba. Sus ojos amenazaban con lágrimas contenidas. El cielo amenazaba con abrirse. Algunos de los animales se apretujaban anticipando la primera nevada de la temporada.

—¡Me mentiste!

Assur la miró ocultando su dolor.

—No, yo no te mentí, hice lo único que podía hacer —insistió él, y se arrepintió una vez más por la excusa.

Ella volvió a girarse y él volvió a sujetarla.

Algunas nubes se apelotonaron sobre ellos y el rebaño se reunió por sí solo. El viento empezó a soplar, primero indeciso, luego constante. El fuerte olor de los animales se esparció entre ellos.

Thyre no pensaba consentírselo. Se zafó con brusquedad, echó un paso atrás para tomar impulso e, inclinándose de nuevo hacia delante, terminó por darle una bofetada que hizo que el rebaño se abriera con ondulaciones como las que hubiera provocado una piedra en un charco.

Assur recibió el golpe sin otro gesto que la inclinación de su cabeza.

Ella naufragó una vez más en el mar de los ojos de él, y él se acercó mirándola con intensidad.

Thyre sintió cómo sus piernas flaqueaban y silenció los gritos indignados de su orgullo derrotado. Sus labios se mantuvieron cerrados hasta que los brazos de él la rodearon, recogiéndola.

Fue un beso largo, urgente, dulce, capaz de barrer el rencor y el dolor. Un beso que les dijo mucho más de lo que hubieran podido confesar sus silencios o sus palabras. Sus lenguas jugaron a esconderse la una de la otra y, cuando Thyre ya no fue capaz de escuchar las protestas airadas de su orgullo, ella también alzó los brazos para rodear al hombre que le había robado el corazón. Giraron sobre sí mismos y encontraron lo que habían perdido sujetándose los labios con bocas ansiosas que no querían separarse. Ambos supieron que en aquel mismo instante sellaban para siempre una promesa mutua que perduraría hasta el último día de sus vidas.

Cayeron los primeros copos, grandes y plumosos; envolviéndose en la brisa y alzándose justo antes de llegar al suelo para posarse con suavidad. Algunos se quedaron prendidos de sus cabellos y permanecieron allí, fundiéndose, mientras ambos volteaban sus rostros para encontrar en sus bocas rincones que habían creído perdidos.

Se separaron solo el tiempo justo para tomar aire y, cuando Assur quiso decir algo, ella lo calló besándolo de nuevo con todavía más ardor.

Dejaron caer los brazos y se tomaron de las manos al tiempo que volvían a mirarse a los ojos. Y Assur, tan rendido como ella, le contó la verdad. Le habló de las amenazas de Thojdhild y del pavor que había sentido al imaginarla convertida en esclava. Thyre escuchó.

Ella se dio cuenta de que él había hecho lo que había hecho, precisamente, porque la amaba. Se sintió henchida de una satisfacción inimaginable que contradecía los reproches que su conciencia quería hacerle por haber sido egoísta. Él no la había abandonado, la había protegido, y había dejado atrás sus propios sueños para salvarla. En aquel mismo instante ella supo que jamás se separaría de él, tuvo la certeza de que ansiaba ser la madre de sus hijos. Quería ser el calor de sus noches, quería enseñarle su amor cada mañana. Sin embargo, él mudó pronto el gesto y Thyre se preocupó una vez más.

La contemplaba con devoción y no pudo evitar sonreír cuando un copo se entretuvo en el puente de su nariz, obligándola a palmearse el rostro con un gesto ansioso que también hizo caer la nieve que cubría el delicado garvín con el que ella se recogía la melena; un detalle al que Assur no prestó atención, pues, aun con los años que había pasado entre ellos, no conocía todas sus costumbres.

—Puede que mi hermana esté viva —le dijo entonces retomando el aire preocupado que ella había intuido un momento antes.

Y Assur le contó lo que había oído de labios de Karlsefni, ni siquiera le ocultó el odio que sintió. También le dijo lo que había pasado, y cómo el ataque de aquellos feroces nativos le había impedido averiguar toda la verdad; aunque no hizo mención alguna al combate que había librado en el puente. Luego le explicó sus dudas, deseaba regresar a Jacobsland, pero no estaba dispuesto a perderla de nuevo. Le pidió comprensión. Le rogó con la devoción de un pecador arrepentido que esperase, y le dio su palabra de que regresaría. Le suplicó comprensión, porque desde lo más profundo de su alma sentía la certeza de que no podía dejar su vida pasar sin saber qué había sido de Ilduara.

Él era consciente de que estaba pidiendo demasiado y se arrepintió al instante, buscando el modo de silenciar la necesidad que tenía de regresar. Assur, tolerante, temió que ella se enfadase de nuevo, sabiendo que medio mundo los iba a separar mientras él iba en busca de una quimera. Pero no fue así.

—Entonces —dijo ella haciendo que Assur se preparase para escuchar lo peor—, tendrás que enseñarme a hablar tu lengua…

Al principio no la entendió. Y Thyre sonrió con picardía al ver el asombro en los ojos de él.

—¿Cuándo partimos?

Y, comprendiendo, Assur se sintió el hombre más afortunado del mundo.

Se besaron de nuevo mientras la nieve arreciaba y el rebaño se apretujaba mirando con desconfianza los grandes copos que caían a su alrededor.

Cuando se enteró, contento por la felicidad que irradiaba su timonel, Leif tomó la decisión en un abrir y cerrar de ojos. No pensaba consentirle a su amigo que hiciera las cosas de manera chapucera y chabacana; si había encontrado a su futura esposa, él pensaba ayudarlo. Y ya que Ulfr no tenía una familia que respondiese por él ni un padre que le cediese su nombre, Leif asumió, entre los efusivos agradecimientos del hispano, la tarea de apadrinarlo. El patrón, harto de las habladurías y chismes que llenaban las
tierras verdes
, se propuso organizar un enlace digno y acorde a las viejas tradiciones, deseando acallar los rumores y esperando lo mejor para su amigo.

Siguiendo la costumbre y aprovechando la abundancia de después de las cosechas, el nuevo
jarl
organizó la boda para hacerla coincidir con las festividades del Jolblot. Sería una ceremonia celebrada por todo lo alto y, tal y como le había dicho a Tyrkir, no solo serviría para demostrar su beneplácito como señor de Groenland, sino también para terminar de una vez con el escándalo que toda aquella historia entre Ulfr y Thyre había provocado.

A excepción de Thojdhild, que se iba hundiendo día a día en un pozo de desconsuelo del que solo salía para acompañar a Clom con sus rezos al Cristo Blanco en la capilla que Eirik había construido para ella, todas las mujeres de Brattahlid, incluyendo las esclavas, se alegraron de saber de la buena fortuna de Ulfr Brazofuerte. El extravagante extranjero siempre había sido amable y correcto con ellas. Y todas envidiaron a Thyre, pues el extraño sureño era un hombre fornido y apuesto que, además de haberse hecho rico, había forjado su propia leyenda consiguiendo auparse hasta una posición predominante como hombre de confianza del nuevo
jarl.

En cuanto a los hombres, las cosas no fueron tan correctas, y entre las bromas que Assur aguantaba estoicamente se podía intuir la corrosiva dentera que a muchos les provocaba la belleza de la novia. Aunque el hispano también sabía que muchas de las felicitaciones que recibió eran sinceras. Pero los comentarios mordaces o las miradas envidiosas no fueron el mayor problema: Starkard, con su hijo todavía convaleciente, reclamaba una indemnización por la ruptura del acuerdo al que había llegado con la
husfreya
de Brattahlid. Y no se sintió satisfecho hasta recibir un dispendio igual a la mitad de lo que se había pactado meses antes, pero Assur pagó contento por zanjar el asunto. Por desgracia, la plata que sirvió para calmar al padre no hizo más que echar sal en la herida del hijo; mientras Starkard pareció conformarse con ese modo de salvar las apariencias, Víkar, aún convaleciente, a punto estuvo de matar a golpes al
thrall
que le dio la noticia. Si el resultado del
hólmgang
hubiese sido distinto, quizá hubiera podido conformarse con aquel modo de restaurar su maltrecho honor tras el público rechazo de Thyre, pero el vergonzoso resultado del duelo había infiltrado la conciencia de Víkar de un solitario odio inconmensurable, tan espeso y oscuro como el más pestilente de los albañales del
Hel
.

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