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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Azteca (106 page)

BOOK: Azteca
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Yo arrastré pesadamente mis sandalias de garras sobre los escalones de entrada de mi casa, y si no hubiese estado tan cansado, me habría sorprendido de que Cosquillosa me abriera la puerta en lugar de Turquesa. Una solitaria lámpara de débil llama, ardía en la entrada del vestíbulo.

Le dije: «Ya es muy tarde. Espero que Cocoton ya esté dormida en su cama. ¿Por qué tú y Cózcatl no os habéis ido a vuestra casa?».

«Cózcatl se fue a Texcoco a tratar un asunto de la escuela. En cuanto se desocupó un
acali
después del funeral, él lo contrató para ir allá. Así es que aproveché esa oportunidad para pasar un rato más con mi… con tu hija. Turquesa te está preparando tu baño y el cuarto de vapor».

«Bien —dije—. Déjame llamar a Estrella Cantadora para que te alumbre todo el camino hasta tu casa y yo me apresuraré a ir a la cama, para que los sirvientes se puedan acostar también».

«Espera —dijo nerviosa—. No me quiero ir». Su rostro de un color cobre claro se había encendido a un color cobre rojizo, como si la débil llama de la lámpara que estaba en el vestíbulo no estuviera atrás de ella sino dentro de su cuerpo. «Cózcatl no estará de vuelta hasta mañana en la noche, lo más pronto. Esta noche me gustaría estar contigo en tu cama, Mixtli».

«¿Qué significa esto? —dije pretendiendo que no había comprendido—. ¿Pasa algo malo en tu casa. Cosquillosa?».

«¡Sí, y tú sabes qué es! —Su color se encendió todavía más—. Tengo veintiséis años y he estado casada durante cinco y todavía no sé lo que es sentir realmente a un hombre».

Yo le respondí: «Si te hace sentirte mejor, te diré que tengo una buena razón para creer que nuestro flamante Venerado Orador está tan impedido en ese aspecto como tu esposo Cózcatl».

«Eso es muy difícil de creer —dijo—, ya que en cuanto se le dio la regencia a Motecuzoma, éste tomó
dos
esposas».

«Y que presumiblemente han de estar tan insatisfechas como tú lo estás».

Cosquillosa denegó impacientemente con la cabeza. «Por lo menos es lo suficientemente adecuado como para embarazar a sus esposas. Cada una de ellas tiene un niño, ¡y es más de lo que yo puedo esperar! Si fuera la esposa del Venerado Orador, por lo menos pariría un hijo. Pero no he venido aquí para hablar de las esposas de Motecuzoma. ¡No me importan las esposas de Motecuzoma!».

Yo dejé caer inmediatamente: «¡Ni a mí! ¡Pero les alabo que sigan estando en sus propias camas conyugales, en lugar de venir a asediar la mía!».

«No seas cruel conmigo, Mixtli —dijo—. Si sólo supieras lo que he sufrido. ¡Cinco años, Mixtli! Cinco años de sumisión y de pretender que me siento satisfecha. He rezado y he hecho ofrendas a Xochiquétzatl, suplicándole que me ayude a estar contenta con las atenciones de mi esposo. Pero no ha dado resultado. Todo el tiempo me pregunto: ¿Cómo será en realidad, con un hombre normal? Ese preguntarme, y luego la tentación, la indecisión finalmente el tener que humillarme al pedírtelo a ti».

«Así es que me lo pides a mí, de entre todos los hombres, a mí, para que traicione a mi mejor amigo. Para poner a la esposa de mi mejor amigo y a mí a riesgo del garrote».

«Pues por eso te lo he pedido, porque tú eres su amigo. Tú nunca te estarías sugiriendo como otro hombre lo haría. Y aunque Cózcatl se diera cuenta, él nos ama lo suficiente a ambos como para denunciarnos. —Ella hizo una pausa y luego añadió—: Si el mejor amigo de Cózcatl no hace esto, entonces le hace un gran perjuicio. Te digo la verdad. Si tú no me aceptas, no me humillaré más pidiéndoselo a algún otro conocido, alquilaré a un hombre por una noche o se lo pediré a algún forastero en alguna hostería. Piensa en lo que eso sería para Cózcatl».

Yo pensé. Y recordé que un día él había dicho que si esa mujer no lo quería, él acabaría con su vida de algún modo. Yo le creí entonces y también creí que él haría lo mismo si llegaba a saber que ella lo traicionaba.

Le dije: «Dejando todas esas consideraciones a un lado, Cosquillosa, en estos momentos estoy tan fatigado que no serviría para ninguna mujer. Has esperado cinco años, así es que yo creo que puedes aguardar hasta que me haya bañado y haya dormido, sobre todo si dices que tenemos todo el día de mañana. Así es que ve a tu casa y piensa un poco más sobre esto y si mañana todavía estás determinada a…».

«Así lo haré, Mixtli. Y vendré mañana otra vez».

Llamé a Estrella Cantadora y él encendió una antorcha, y él y Cosquillosa salieron a la noche. Estaba tomando mi baño cuando le oí regresar, y fácilmente me hubiera quedado dormido, de no haber sido porque el agua estaba demasiado fría, y me forzó a salir. Me tambaleé hacia mi habitación y me dejé caer sobre la cama, cogí las cobijas y me quedé profundamente dormido, sin tomarme siquiera la molestia de apagar la lámpara que Turquesa había dejado encendida.

Sin embargo, aun en medio de mi sueño pesado, debí de estar anticipando y temiendo el regreso impetuoso de la impaciente Cosquillosa, porque abrí los ojos cuando la puerta se abrió. La luz de la lámpara era pobre y débil, pero por la ventana entraba una gris claridad, la primera luz del amanecer y lo que vi me hizo estremecer.

De abajo no había llegado ningún sonido que me previniera de esa aparición increíble e inesperada… y estaba seguro de que si Turquesa o Estrella Cantadora hubieran visto a ese fantasma en particular, habrían proferido un grito. Aunque ella estaba vestida para viajar, con un chai en la cabeza y un pesado manto de piel de conejo y aunque la luz era débil, mi mano tembló al levantar el topacio enfrente de mi ojo para ver… ¡a Zyanya Parada enfrente de mí!

«Zaa —dijo en un susurro deliciosamente audible, pues era la voz de Zyanya—. No estás dormido, Zaa».

Pero debí de estarlo, estaba seguro de eso, pues estaba viendo lo imposible y eso sólo lo había visto en sueños.

«Sólo tenía la intención de mirar. No deseaba despertarte», dijo ella, todavía susurrando; manteniendo su voz baja para que no me espantara, por lo menos eso supuse. Traté de hablar, pero no pude, una experiencia que también había tenido en sueños.

«Iré a la otra habitación», dijo ella. Su chai se movió al impulso de su movimiento, y empezó a caminar tan despacio, como si estuviera muy cansada habiendo viajado por un largo, inimaginable largo camino. Pensé en todos los obstáculos, en esas montañas que se cerraban juntas, en el río negro de la noche negra, y temblé de miedo.

«Cuando mandé mi mensaje para avisar de mi llegada —dijo ella—, tenía la esperanza de que no me esperaras dormido». Sus palabras no tenían ningún sentido para mí, hasta que su chai resbaló de su cabeza y entonces vi que no había ningún mechón blanco en su pelo. Beu Ribé continuó: «Por supuesto, que sería muy agradable saber que al recibir mi mensaje de llegada, éste te excitó tanto que no pudiste dormir. Estaría muy contenta de saber que estabas tan ansioso de verme».

Por fin encontré mi voz y ésta sonó áspera: «¡No recibí ningún mensaje! ¿Cómo te atreves a entrar a hurtadillas en mi casa? ¿Cómo puedes pretender que…?». Pero me reprimí, pues no era justo acusarla de parecerse tanto a su difunta hermana, como si ella lo hiciera a propósito.

Ella pareció genuinamente abatida y empezó a balbucear tratando de explicar: «Pero yo mandé a un muchacho… Le di una semilla de cacao para que trajera el mensaje. ¿Entonces no vino? Pero si allá abajo… Estrella Cantadora me recibió muy cordialmente. Y te encontré despierto, Zaa…».

Yo gruñí: «Ya antes Estrella Cantadora me invitó a que le diera una buena azotaina. Tendré que hacerlo esta vez».

Hubo un corto silencio, en el cual yo estaba esperando que mi corazón dejara de latir fuertemente, por el miedo, la alarma y la alegría. Beu se sintió vencida por el aturdimiento y reprochándose su intrusión dijo por fin, demasiado humildemente para ella: «Iré a dormir al cuarto que antes ocupé. Quizás mañana estés menos enojado porque yo estoy aquí…». Y salió de la habitación antes de que yo pudiera responder.

Por un breve momento en la mañana, respiré un poco del sentimiento que tenía de verme asediado por mujeres. Fui a desayunar solo, a excepción de los dos esclavos que me servían, pero empecé el día gruñendo: «No me agradan las sorpresas que llegan en la madrugada».

«¿Sorpresas, mi amo?», dijo Turquesa sin saber de lo que yo hablaba.

«No me avisasteis de la llegada de la señora Beu».

Ella dijo todavía más perpleja: «¿La señora Beu está aquí? ¿En la casa?».

«Sí —dijo Estrella Cantadora—. También fue una sorpresa para mí amo, pero supuse que a usted se le había olvidado informarnos».

Por lo tanto, el muchacho que Beu había enviado, nunca avisó de su inminente llegada. El primer aviso que tuvo de eso Estrella Cantadora fue cuando unos golpecitos en la puerta de la calle, lo despertaron. Como Turquesa seguía durmiendo, él se levantó para dejar entrar a la visitante y ella le había dicho que no me molestara.

«Como la señora Luna que Espera llegó con bastantes cargadores —dijo él—, yo supuse que ya la estaba usted esperando. —Eso explicaba por qué él no se había asustado al verla, pensando erróneamente como yo lo hice, que era el fantasma de Zyanya—. Ella me dijo que no lo despertara a usted, y que no hiciera ningún ruido, ya que ella conocía la casa, podía ir escaleras arriba. Sus cargadores trajeron mucho equipaje, mi amo, y yo acomodé todos sus bultos y canastos en el cuarto de enfrente».

Bueno, por lo menos podía dar gracias de que ninguno de los sirvientes se había dado cuenta de mi perturbación ante la presencia repentina de Beu y que Cocoton no se había despertado y asustado, así es que olvidé el asunto. Seguí tomando mi desayuno con tranquilidad, aunque no por mucho tiempo. Estrella Cantadora, aparentemente temeroso de que me volviera a enojar con nuevas sorpresas, vino a anunciarme con toda formalidad de que tenía otra visitante, pero que a ésta no la había admitido más allá de la puerta de la entrada. Sabiendo de antemano quién era, terminé mi
chocólatl
y suspirando fui hacia la entrada.

«¿Nadie me va a invitar a pasar? —dijo Cosquillosa en broma—. Éste es un lugar muy público, Mixtli, para lo que nosotros va…».

«Debemos olvidar todo lo que hablamos —la interrumpí—. La hermana de mi difunta esposa llegó de visita. Tú recuerdas a Beu Ribé».

Por un momento Cosquillosa me miró desconcertada. Luego dijo: «Bueno, si no lo podemos hacer aquí, entonces ven a mi casa».

Dije: «Entiende, querida, que es la primera visita de Beu en tres años. Sería muy descortés por mi parte el dejarla sola y muy difícil de explicar el porqué».

«¡Pero Cózcatl regresará esta noche!», gimió.

«Entonces temo que hemos perdido nuestra oportunidad».

«¡Debemos tener otra! —dijo desesperadamente—. ¿Cómo podemos arreglar otra y cuándo?».

«Probablemente nunca —dije, no muy seguro de sentir pena o alivio ante esa delicada situación, que se resolvía de esa manera—. De hoy en adelante, habrán aquí muchos ojos y oídos. No podremos evitarlos. Es mejor que te olvides de…».

«¡Tú sabías que ella iba a llegar! —se encendió Cosquillosa—. ¡Sólo estabas aparentando cansancio anoche, para que me fuera y luego tener una verdadera excusa para rehusarte!».

«Cree lo que quieras —dije cansado y rio estaba aparentándolo—. Pero debo rehusar».

Ella pareció desplomarse. Desviando sus ojos de mí, dijo suavemente: «Por mucho tiempo tú has sido mi amigo, y por más lo has sido de mi esposo, pero lo que estás haciendo en estos momentos, Mixtli, no es de amigos. Para ninguno de los dos». Y ella bajó despacio la escalera y muy lentamente se alejó a lo largo de la calle.

Cuando volvía al interior de la casa, Cocoton estaba tomando su desayuno, así es que llamé a Estrella Cantadora e inventando un mandato totalmente innecesario en el mercado de Tlatelolco, lo mandé sugiriendo que llevara a la niña consigo. Cuando ella terminó de desayunar, se fueron los dos y yo esperé no muy contento que Beu hiciera su aparición. La confrontación con Cosquillosa no había sido fácil para mí, pero por lo menos había sido breve, cosa que no esperaba con Luna que Espera. Ella durmió hasta tarde y bajó la escalera al mediodía, con la cara hinchada y líneas marcadas en su rostro, debido a un sueño ligero. Yo me senté en el lado opuesto de la mesa y cuando Turquesa la hubo servido y se retiró a la cocina, le dije:

«Siento mucho haberte recibido con tanta aspereza, hermana Beu. No estoy acostumbrado a recibir visitas tan temprano y mis modales no son los mejores, hasta haber pasado un tiempo considerable después de la aurora, y de todos los visitantes que yo esperara, el último serías tú. ¿Puedo preguntarte por qué estás aquí?».

Ella me miró con incredulidad, casi sorprendida: «¿Y necesitas preguntármelo, Zaa? Entre nosotros, la Gente Nube, los lazos familiares están fuertemente unidos. Yo pensé que podría ser de alguna ayuda, de alguna utilidad, aun un consuelo para el viudo de mi hermana y para su criatura huérfana».

Le dije: «En cuanto al viudo, he estado fuera de la nación desde la muerte de Zyanya. He ido muy lejos, y por lo menos he sobrevivido a mi aflicción. En cuanto a Cocoton, ella ha sido muy bien atendida durante estos dos años. Mis amigos Cózcatl y Quequelmiqui han sido unos adorables Tata y Tene. —Y añadí secamente—: Durante esos dos años, tu aparente solicitud no ha sido muy evidente».

«¿Y de quién es la culpa? —me demandó enojada—. ¿Por qué no me mandaste un mensajero-veloz para que me contara la tragedia? No fue sino hasta hace un año que recibí, casi por casualidad, tu carta arrugada y tiznada, que me fue entregada por un mercader que pasaba. ¡Mi hermana llevaba muerta más de un, año cuando lo supe! Y después me tomó casi la mayor parte del año para encontrar alguien que me comprara la hostería, para arreglar todos los detalles de la venta y para prepararme para venir a Tenochtitlan a vivir permanentemente. Entonces supimos que el Venerado Orador Auítzotl había vuelto de su locura y que pronto había muerto, lo que significaba que nuestro Bishosu Kosi Yuela, naturalmente, tendría que asistir a la ceremonia aquí. Así es que esperé hasta poder viajar con su escolta para mi conveniencia y protección. Sin embargo me detuve en Coyohuacan, no queriendo tener que pasar entre el gentío que había en la ciudad, durante el funeral y fue por eso que le di un cacao a aquel muchacho para que te viniera a avisar de que pronto estaría aquí. No fue sino hasta cerca de la madrugada que pude procurar cargadores para mis pertenencias. Te pido que me disculpes por haber llegado en ese momento y en la forma en que llegué, pero…».

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