Azteca (58 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

BOOK: Azteca
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¿Podría atreverme a suponer que Su Ilustrísima se ha unido hoy con nosotros para poder escuchar cómo violé a toda la población femenina de Záachila?

¿No?

Si como usted dice, no se sorprendería de oír tal cosa, pero no desea escucharlo, entonces, permítame realmente sorprender a Su Ilustrísima. Aunque nosotros pasamos varios días en Záachila y sus alrededores, no toqué ni siquiera a una mujer ahí. Sí, como Su Ilustrísima lo hace notar, ésa no era una de mis características, aunque no puedo clamar el haber gozado de una repentina redención en mi manera libertina de ser. Más bien, yo estaba en esos momentos afligido por una nueva perversidad. Yo no deseaba a ninguna de las mujeres que podía tener, porque las
podía
tener. Esas mujeres eran adorables, seductoras y sin duda muy diestras —Glotón de Sangre se revolcó en el prostíbulo todo el tiempo que estuvimos allí—, pero la sola facilidad de tenerlas me hizo declinarlas. Lo que yo quería, lo que deseaba con lujuria y que insistía en tener, era una verdadera mujer de la Gente Nube, quiero decir una mujer que pudiera recular de horror ante un forastero como yo. Ése era el dilema. Yo deseaba lo que no podía tener y no quería nada más que eso. Así es que no tuve a ninguna mujer y por eso no puedo decirle nada a Su Ilustrísima acerca de las mujeres de Záachila. Permítame en su lugar hablar un poco acerca de Uaxyácac. Esa tierra es un caos de montañas, picos y peñascos; montañas junto a montañas, montañas sobre montañas. Los tzapoteca, contentos con la protección y el aislamiento que reciben de sus montañas, rara vez se han tomado la molestia de aventurarse más allá de esas murallas. Así, también rara vez le dan la bienvenida a otras personas adentro. Para otras naciones, han llegado a ser «la gente encerrada».

Sin embargo, el primer Motecuzoma había determinado extender las rutas comerciales de los mexica hacia el sur y más allá del sur y decidió hacerlo empleando la fuerza y no por negociaciones diplomáticas. En el año de mi nacimiento, él guió a un ejército dentro de Uaxyácac y después de causar una gran devastación y muerte entre los tzapoteca, decidió finalmente tomar a Záachila por asalto. Él exigió libre paso a los viajeros
pochteca
mexica y, por supuesto, puso a la Gente Nube bajo el tributo de Tenochtitlan. Pero careció de un ejército más grande para apoyar las fuerzas de ocupación, y cuando regresó a su tierra llevando consigo la mayor parte de su ejército, dejó sólo una pequeña guarnición para amparar al gobernador mexica y a los recaudadores de impuestos. En cuanto él estuvo fuera de la vista, los tzapoteca mataron con toda naturalidad a toda la guarnición y reanudaron su forma de vida, y jamás pagaron por tributo algo más que una mezquina cantidad de algodón. Esto hubiera atraído una nueva y punitiva invasión por parte de los mexica, quienes hubieran destruido esa nación, ya que a Motecuzoma no se le llamaba el Señor Furioso sin ninguna razón. Pero hubo dos cosas que lo impidieron: los tzapoteca fueron lo suficientemente sabios como para mantener su promesa de dejar a los mercaderes mexica viajar por sus tierras sin ser molestados, y en ese mismo año Motecuzoma murió. Su sucesor, Axayácatl, estuvo satisfecho con la concesión que le daban al comercio mexica y lo suficientemente consciente de las dificultades que acarrearía el conquistar y sostener una nación tan lejana, así es que no mandó más ejércitos. Aunque no había mucha amistad entre las dos naciones, sí se estableció una tregua mutua y tratos comerciales, que prevalecieron durante los veinte años antes de mi llegada y por algunos años después de ella.

El centro ceremonial y la ciudad más venerada de Uaxyácac era la antigua ciudad de Lyobaan, a una corta jornada hacia el este de Záachila, a la cual Gíigu nos llevó un día a Cózcatl y a mí, para conocerla. (Glotón de Sangre se quedó en Záachila divirtiéndose en la
auyanicali
, casa de placer). El nombre de la ciudad, Lyobaan, significa El Hogar Santo, pero nosotros los mexica la conocíamos desde hacía ya mucho tiempo por Mictlan, porque aquellos mexica que la habían visto, de verdad creían que era la entrada terrestre hacia la oscuridad y hacia el horrendo lugar de ese mundo del más allá.

Es una ciudad muy hermosa y bien conservada para su antigüedad. Hay muchos templos con muchas habitaciones, una de las cuales era la más grande que jamás había visto en mi vida, con un techo que sólo hubiera podido estar soportado por un bosque de pilares. Las paredes de los edificios, tanto afuera como adentro, estaban adornadas con diseños profundamente labrados, que parecían tejidos petrificados, repetidos infinitamente en mosaicos blancos de piedra caliza, perfectamente bien acomodados. Como a Su Ilustrísima difícilmente necesita que le digan, esos numerosos templos de El Hogar Santo evidenciaban claramente que la Gente Nube, como nosotros los mexica y ustedes los Cristianos, rendía homenaje a una hueste completa de deidades. Allí estaba la virgen diosa luna Beu y el dios jaguar Béezye y la diosa del amanecer Tangu Yu y no sé cuántos más.

Pero a diferencia de nosotros los mexica, la Gente Nube cree, como ustedes los Cristianos, que todos esos dioses y diosas están subordinados a un gran señor todopoderoso que creó el universo y que gobierna sobre todas las cosas. Como sus ángeles, santos y demás, esos dioses menores no podrían hacer uso de sus varias y separadas funciones, y en verdad ni siquiera hubieran podido existir, sin el permiso y la supervisión del dios más alto de toda la creación. Los tzapoteca lo llaman Uizye Tao que quiere decir El Aliento Poderoso. Sin embargo, esos grandes templos austeros están construidos solamente en el nivel más alto de Lyobaan. Fueron construidos especialmente sobre aberturas terrestres que llevan a cuevas naturales, túneles y cavernas, en lo más profundo de la tierra, dando lugar a los tzapoteca para enterrar a sus muertos por años incontables. A esa ciudad siempre han sido llevados sus nobles, altos sacerdotes y héroes guerreros muertos, para ser ceremoniosamente enterrados en cuartos ricamente decorados y amueblados, directamente debajo de los templos.

Pero también había y hay habitación para los plebeyos en esas criptas profundas. Gíigu nos contó que no se conocía el final de esas cuevas; se comunicaban y corrían bajo el suelo por incontables largas-carreras, y que había festones de piedra colgando de sus techos y pedestales de piedra surgiendo de sus suelos, que había cortinas y drapeados de piedra con diseños naturales, maravillosos y sobrenaturales como si fueran cascadas petrificadas o como los temerosos mexica imaginaban los portones de Mictlan.

«Y no sólo los muertos vienen a El Hogar Santo —dijo él—. Como ya les dije, cuando sienta que mi vida ya no sirve para nada, vendré aquí para desaparecer».

De acuerdo a lo que él decía, cualquier hombre o mujer, plebeyos o nobles, quien estuviera baldado por la ancianidad, o cargado por sufrimientos o pesares, o cansado de vivir por alguna razón, podía demandar a los sacerdotes de Lyobaan un entierro voluntario en El Hogar Santo. Él o ella, provistos con una antorcha de palo de pino, pero sin nada para comer, sería dejado en una de las cuevas que se cerraría a su espalda. Entonces, vagaría a través de los pasajes hasta que la luz o su fuerza se agotaran, o encontrara una caverna conveniente, o diera con un lugar que por instinto le dijera que alguno de sus antepasados yacía allí y era un lugar agradable para morir. Entonces el nuevo habitante se acomodaría y esperaría con calma a que su espíritu partiera a cualquier destino que le estaría reservado. Una de las cosas que me tenía perplejo de Lyobaan era que ese lugar sagrado estuviera enclavado sobre plataformas de piedra al nivel del piso, y no hubiera sido elevado, con todo y sus templos, sobre una pirámide. Le pregunté al viejo el porqué.

«Los ancestros construyeron así este lugar para que tuviera solidez para resistir el
zyuüù
», dijo, usando una palabra que yo no conocía. Pero en un momento tanto Cózcatl como yo supimos a lo que se refería, porque lo sentimos, como si nuestro guía lo hubiera citado especialmente para instruirnos.

«
Tíalolini
», dijo Cózcatl, con una voz que resonó, como todo lo que nos "rodeaba. Nosotros lo llamamos en náhuatl,
tlalolini
; los tzapoteca lo llaman
zyuüù
; ustedes lo conocen por temblor de tierra. Yo ya había sentido a la tierra moverse antes en Xaltocan, pero su movimiento era un moderado bailoteo hacia arriba y hacia abajo, y nosotros sabíamos que era solamente un acomodamiento de la isla, para estar más confortablemente asentada en el fondo inestable del lago. Allí, en El Hogar Santo, el movimiento era diferente; un bamboleo rodante de lado a lado, como si la montaña hubiera sido un bote pequeño en un lago enfurecido. Exactamente como lo había sentido algunas veces en aguas turbulentas, y en ese momento tuve náuseas. Varias piezas de piedra se salieron de su lugar en la parte alta de un edificio y llegaron fuertemente rodando hacia abajo un poco más allá. Gíigu, apuntando hacia ellas, dijo: «Los antepasados construyeron fuertemente, pero rara vez pasa un día sin que haya un
zyuüù
en Uaxyácac, moderado o fuerte. Así, nosotros generalmente construimos las casas menos fuertes. Una casa hecha con el alma de la hoja de palma y tejado de palma o paja, no puede dañar mucho a sus habitantes si los techos se caen encima de ellos y se puede reconstruir con facilidad».

Yo asentí con la cabeza, pues mi estómago estaba tan revuelto que tuve miedo de abrir la boca. El viejo sonrió comprensivamente.

«Esto ha afectado sus tripas, ¿verdad? Le apuesto a que afectará además, a otro de sus órganos».

Y así fue. Por alguna razón, mi
tepuli
se puso erecto y se estiró en toda su longitud y grosor.

«Nadie sabe el porqué —dijo Gíigu—, pero el
zyuüù
afecta a todos los animales, de preferencia a los humanos. Los hombres y las mujeres se excitan sexualmente y en ocasiones, en un gran terremoto, se exaltan de tal manera que hacen cosas inmorales y en público. Cuando un temblor es realmente violento o prolongado, aun los muchachos pequeños eyaculan involuntariamente y las muchachas pequeñas llegan al orgasmo, como si fueran los adultos más sensuales y por supuesto que se descarrían por lo ocurrido. Algunas veces, mucho antes de que la tierra se mueva, los perros y los
coyotin
empiezan a lloriquear y a aullar y los pájaros revolotean alrededor. Sabemos por su conducta cuándo un temblor verdadero y peligroso está por sentirse. Nuestros mineros y canteros corren a lugares seguros, los nobles abandonan sus palacios de piedra, los sacerdotes dejan sus templos de piedra. Aun estando prevenidos, una convulsión muy fuerte puede causar mucho daño y muerte. —Para mi sorpresa, él se sonrió otra vez—. A pesar de todo, nosotros tenemos que conceder que un temblor de tierra nos da más vida de las que arrebata. Después de cada temblor fuerte, cuando tres cuartas partes del año han transcurrido, una gran cantidad de bebés nacen con solamente unos días de diferencia unos de otros».

Podía creerlo, pues mi rígido miembro se había levantado de repente como un garrote y se negaba a apaciguarse. Envidié a Glotón de Sangre quien estaba haciendo que ese día fuera, probablemente, recordado para siempre en la
auyanicali
. Si yo hubiera estado en cualquiera de las calles de Záachila, habría podido romper la tregua entre los mexiea y los tzapoteca y desnudar y violar a la primera mujer que encontrara…

No, no necesito platicar sobre eso. Pero quiero decir a Su Ilustrísima, que aunque un temblor de tierra produce temor a los animales menores, a los humanos les inspira temor
y
excitación sexual.

En la primera noche en que nuestro grupo acampó al aire libre, al principio de aquella larga jornada, por primera vez sentí el impacto del miedo hacia la oscuridad, el vacío y la soledad durante la noche en la selva y después me embargó un sentimiento que me empujaba con urgencia a copular. Tanto el animal humano como cualquier otro animal irracional, sentimos miedo al enfrentarnos a cualquier aspecto de la naturaleza que no podemos comprender ni controlar. Sin embargo, las criaturas inferiores no saben lo que es sentir miedo a la muerte, porque ellas no saben lo que
es
la muerte. Nosotros los humanos sí lo sabemos. Un hombre puede afrontar cara a cara una muerte honorable en el campo de batalla o en un altar. Una mujer puede afrontar el riesgo de una muerte honorable al dar a luz. Pero nosotros no podemos afrontar una muerte que llega de un modo diferente, como el soplo que apaga la llama de una lámpara. Nuestro miedo más grande proviene de ser extinguidos de una manera caprichosa y sin sentido. Y en el momento en que sentimos ese gran pavor, nuestro impulso instintivo nos hace hacer la única cosa que sabemos hacer en preservación de la vida. Algo muy profundo dentro de nuestro cerebro nos grita con desesperación: «
¡Ahuilnéma!
¡Copula! Si no puedes salvar tu vida, puedes hacer otra». Y así el
tepuli
del hombre se levanta por sí solo, las
tepiti
, partes de la mujer, se abren incitadoras, sus jugos genitales empiezan a fluir… Bueno, ésta es solamente una teoría, y una teoría solamente mía. Sin embargo, Su Ilustrísima, y también ustedes reverendos frailes, eventualmente tendrán la oportunidad de verificar o desaprobar lo que les digo. Esta isla de Tenochtitlan-Mexico está asentada en una forma todavía más incómoda que la de Xaltocan sobre el fondo fangoso del lago, y ha cambiado su posición varias veces antes y algunas de ellas muy violentamente. Tarde o temprano, ustedes sentirán un convulsivo temblor de tierra, y entonces podrán verificar por sí mismos lo que sienten sus reverendas partes.

No había ninguna razón verdadera para que nuestro grupo se quedara en Záachila y en sus alrededores por tantos días, como nosotros hicimos, excepto porque era el lugar más agradable para descansar antes de que emprendiéramos la larga y pesada caminata ascendente a través de las montañas, y también por el hecho de que, por todos los días grises que Glotón de Sangre había vivido, parecía determinado a no dejar desatendida a ni una sola de las accesibles y bellas tzapoteca. Por lo tanto, yo me dediqué a ver los bellos paisajes de la comarca y ni siquiera me esforcé en concertar algún trato comercial, por una simple razón, la mercancía local más apreciada era el famoso colorante y éste estaba agotado. Ustedes llaman a ese colorante cochinilla y quizá sepan que se obtiene de cierto insecto, el
nocheztli
. Esos insectos viven por millones en inmensas plantaciones de una variedad especial de
nopali
, cactos, de los que se alimentan. Todos los insectos maduran en la misma estación y sus cultivadores los toman de los cactos y los introducen en bolsas para luego matarlos, ya sea metiendo las bolsas en agua hirviendo, colgándolas en las casas de vapor o dejándolas secar al sol. Los insectos se secan hasta que quedan como semillas arrugadas y entonces son vendidos por su peso. El color que se desprende de ellos, depende de la forma en que hayan sido matados —cocidos, por vapor o asados— y cuando han sido aplastados su colorante puede ser jacinto amarillo-rojo o escarlata brillante o un carmín particularmente luminoso, que no se puede obtener de ninguna otra fuente. Si yo les explico todo esto es porque la última cosecha de los tzapoteca había sido vendida en su totalidad a un mercader mexica, el mismo con el que había conversado tiempo atrás en la nación de los xochimilca, y ya no había más colorante durante ese año, pues ni aun a los insectos más mimados se les puede apurar para que se reproduzcan.

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