Al regresar a casa, Mike se sintió frustrado. Pasó una hora en el estudio procurando concentrarse en una novela, pero
Buick 8
no le proporcionó la distracción necesaria para alejarlo de los acontecimientos en la puerta de la comisaría y su comportamiento digno de
American Pie
.
Pensaba en eso cuando el timbre del teléfono lo sobresaltó. Mientras se dirigía a la sala, recordó la llamada de Robert de la noche anterior y su relato de la discusión con Danna. Se culpó por no haberlo llamado ese día para ver cómo estaba. Supuso que sería él quien llamaba.
¿Quién si no?
Tras media hora de trabajo, Allison tenía clasificadas las cintas en tres montículos. Las cintas sin identificación, que eran las que verdaderamente la preocupaban, eran unas veinte. Suponiendo que la caja número dos contuviera la misma cantidad que la uno (lo que en realidad era una suposición sumamente arbitraria), el trabajo le exigiría más tiempo del que había creído al principio. Quizás tres sesiones de una hora cada una.
Escogió una de las cintas del montículo de las sin identificación y la introdujo en el reproductor. Había llevado consigo un par de auriculares, lo cual resultó una buena idea, pues la calidad de la cinta era pésima. Aun así, tuvo suerte con la primera grabación, ya que una voz que no reconoció se encargó en los primeros segundos de especificar la información necesaria para identificarla. Interrogatorio a Jason Anthony Worthington, asalto a mano armada expediente 027-036, 3 de marzo, 1989. Satisfecha, apuntó los datos en una etiqueta autoadhesiva. Extrajo la cinta y se la pegó. La colocó temporalmente en la repisa del escritorio; más tarde tenía pensado ordenarlas por fecha.
Bebió el último sorbo de café frío.
Encontró dos cintas unidas por cinta adhesiva y decidió que serían las próximas. Introdujo una en el reproductor y presionó PLAY.
Esta vez no se habían tomado la molestia de indicar de qué trataba la cinta. Escuchó:
No es indispensable dormirse por completo, pero si siente sueño, no se resista, es posible que abandone la sensación de bienestar que lo embargará en un momento. Con esto en mente, debe mirarme a los ojos y permitir que agarre sus pulgares… Así. Muy bien.
Luego, silencio.
Allison enarcó las cejas. Avanzó la cinta, luego presionó PLAY otra vez.
La voz que llegó a sus oídos no era la misma de antes; pertenecía a un hombre que hablaba sin variar el tono. Allison la había escuchado antes, pero la mala calidad de la grabación le hizo imposible identificar a su dueño.
… regreso al jardín delantero de la casa. La llave inglesa no está. ¡Ha desaparecido!
Retrocedió la cinta. Allí estaba otra vez la primera voz, con la misma cadencia inanimada.
—Está recordando algo, posiblemente de su infancia…
—¿Qué debemos hacer?
—Dejarlo hablar, desde luego… sólo así lograremos que se remita a la fecha que buscamos.
Allison detuvo la cinta. Se suponía que no debía escucharlas. Además, el contenido carecía de sentido para ella. Pensó que quizás en la otra cinta, la que estaba unida con cinta adhesiva, estaría la información que buscaba, por lo que extrajo del reproductor la que estaba escuchando y colocó la otra.
¿De dónde conocía esa voz?
Cuando la cinta comenzó a correr, no encontró referencias al motivo de la grabación. Otra vez habló la voz del principio, que supuso que pertenecería a un hipnotizador o algo por el estilo.
—Díganos qué ocurre cuando llega su padre…
Silencio.
Estudió la posibilidad de buscar otro fragmento de la voz que le había resultado familiar, pero la descartó. Le sorprendió encontrar una grabación de esas características entre confesiones de delincuentes o disertaciones entre policías, pero ya era suficiente. Lo que tenía que hacer era extraer la cinta y colocarla en un grupo aparte; si se proponía escuchar en detalle todas las cintas que no tuvieran referencias, llegaría el día del juicio final y ella seguiría en el archivo.
Observó las dos cintas un buen rato, mientras se quitaba los auriculares y sus oídos se acostumbraban a los comentarios de los policías y el golpeteo sobre el teclado de una o dos máquinas de escribir que llegaban desde el lado opuesto de los tabiques divisorios. Se disponía a colocar la tercera cinta en el reproductor cuando súbitamente una idea se materializó dentro de su cabeza como por arte de magia: supo a quién pertenecía la voz que acababa de escuchar.
Era Robert Green. Estaba segura.
Mike atendió el teléfono.
—¿Allison?
—La misma. Hola, Mike.
—Qué gusto oírte.
—Espero no ser inoportuna. Busqué tu número en la guía.
—No eres inoportuna, en realidad…
—¿Qué ocurre?
—Nada, nada para alarmarse. Han pasado varios días desde la búsqueda en el bosque; sin embargo, hoy he estado pensando en llamarte.
—¿De veras?
—Sí.
—Mike, la oficial Dufresne me dijo que te vio fuera de la comisaría hoy.
Silencio.
—¿Mike?
—Allison, en cuanto a eso, yo…
—Está bien. En realidad estuve ocupada con un trabajo para Harrison. Más tarde, Dufresne mencionó tu nombre y en cierta medida está relacionado contigo. Ha sido una gran coincidencia. No entiendes nada, ¿verdad?
—La verdad es que no, ¿quieres hablarme de ello?
—Preferiría no hacerlo por teléfono.
—¿Te parece que cenemos juntos? Me han recomendado un sitio nuevo…
—Sería perfecto. Sólo debo comprobar que mi hermana pueda hacerse cargo de Tom.
—¿Cómo está él?
—Bien, dentro de lo que se puede esperar. Trata de seguir adelante, de mostrarse fuerte, pero sé que por dentro está sufriendo muchísimo. Estoy muy preocupada por él.
—Allison, si crees que no es conveniente que nos veamos hoy…
—No, Mike, no es eso. A Tom le gusta estar con su tía; habla con ella de cosas que no habla conmigo.
—¿Te parece que te recoja a las ocho?
—Perfecto, eso me da una hora para prepararme y hablar con mi hermana. Respecto a ese lugar…
—Un vestido estará bien.
Allison rió y se despidieron. Mike permaneció junto al teléfono, observándolo con incredulidad. ¿Había sido real aquella conversación con Allison Gordon? Ese mismo día la había esperado en la puerta de su trabajo, había hecho el ridículo ante una oficial de policía y ahora, mágicamente, ella lo llamaba y aceptaba gustosa una invitación para ir a cenar. Se le iluminó el rostro. Reemplazaría una cena de microondas por una salida con una mujer que le gustaba. Increíble, pero cierto.
The Oysterhouse era una construcción de ladrillos en lo alto de una colina. Para llegar había un sendero de piedra con una suave pendiente que serpenteaba entre unas cuantas palmeras iluminadas desde el suelo. Mike había elegido para la velada un traje gris oscuro; Allison, un pantalón de gasa negro y un corsé rojo que dejaba sus hombros al descubierto. Cuando Mike posó una tímida mano sobre ellos, vio pequeñísimas y delicadas pecas color miel.
El silencio mientras ascendían no resultó incómodo. Mike suponía que si pensaba en algo inteligente que decir no podría concentrarse en los infinitos detalles que debía atender: la noche poblada por cientos de estrellas, por ejemplo, que la ciudad normalmente eclipsaba y que él tan bien conocía gracias a sus noches de soledad en la casa del lago, el vaivén acompasado de la cadera de Allison cuando ascendía los peldaños, su cuello esbelto, el perfume dulce y penetrante.
Tras franquear una pesada puerta de madera, se encontraron en una estancia desierta, decorada con plantas y fotografías en blanco y negro. Había algunos sillones y dos altavoces diminutos en las esquinas que emitían una melodía suave. Una mujer de sonrisa radiante apareció por una puerta y los invitó a pasar.
El salón comedor era inmenso, con suelo y columnas de madera e iluminado suavemente por lámparas de cristales de colores que pendían sobre las mesas. El lugar tenía distintos niveles que conformaban ambientes individuales separados entre sí por barandas, también de madera. La cocina era visible en la parte trasera, aunque se encontraba lo suficientemente alejada para no perturbar el clima íntimo que reinaba en torno a las mesas. Las paredes eran de cristal y ofrecían una vista impresionante a la ladera iluminada.
La joven de la sonrisa radiante los guió hacia uno de los laterales donde quedaba un solo reservado libre.
Se sentaron uno frente al otro.
—Mike, el lugar es hermoso.
—Es cierto. Tengo que darle las gracias a quien me lo ha recomendado.
Una camarera se presentó instantes después y les entregó los menús.
Dedicaron diez minutos a la elección de cada plato, comentando en voz alta las bondades de cada uno. Allison resultó conocedora de varios platitos de pescado, lo cual se debía, según explicó, a haber acompañado a pescar a su padre más de una vez, escuchar sus historias y esas cosas. «El problema de los hombres que tienen sólo hijas —en mi caso somos tres mujeres—; yo soy la mayor, de modo que no tenía otra opción más que acompañarlo. Alguien tenía que hacerlo, ¿no? Pero me gustaba».
Allison se decidió por un filete de pez espada con verduras. Mike, por langosta.
Después de ordenar, Allison tomó la iniciativa en la conversación. Preguntó a Mike a qué se dedicaba exactamente, utilizando la palabra «exactamente» en forma deliberada, en un intento por no iniciar el diálogo como lo haría un agente de la CIA. Lo cierto es que, aunque sabía cosas de Mike por intermedio de Ben, no tenía idea de cómo se ganaba la vida.
Mike le habló del negocio de alquiler de maquinaria que su padre había iniciado tiempo atrás, y de cómo se había hecho cargo de él. Se sintió satisfecho al notar que las palabras brotaban de su boca con naturalidad.
—Me han ocurrido cosas increíbles, créeme —dijo él, sabiendo en el fondo que el comentario desviaría la conversación en otra dirección.
—¿Qué tipo de cosas?
—No las creerías.
—Cuéntame una.
Mike la observó con incredulidad.
—Oh, no sabría exactamente…
—Vamos, puedo ver en tu rostro que ahora mismo estás pensando en algo gracioso.
Y era cierto. Mike se sorprendió por la perspicacia de Allison.
—Una vez vino un sujeto a alquilar una excavadora —dijo con resignación exagerada.
Allison enarcó una ceja.
—Es una máquina similar a un tractor —explicó Mike—, pero con una pala en la parte delantera. Se utiliza básicamente para arrastrar materiales en la construcción de caminos, pero es una máquina potente, capaz de tronchar un árbol.
»Generalmente nuestros clientes son siempre los mismos; pero ocasionalmente viene alguien que quiere excavar por sí mismo el pozo para una piscina, mover tierra o lo que sea. No es normal, pero ocurre. En estos casos me da por preguntar para qué utilizará la máquina, y por lo general no suele ser una pregunta bien recibida.
Mike se interrumpió. Advirtió que mientras hablaba habían depositado una botella de Beringer sobre la mesa. Asimismo, la vela blanca que un momento antes había estado apagada exhibía ahora una diminuta llama danzante.
—¿Para qué necesitaba el hombre la máquina?
—Se negó a decirlo, pero me pidió también alguien para conducirla, de manera que me enteraría tarde o temprano. Confieso que a esas alturas estaba intrigado. El hombre vestía un traje hecho a medida y gafas de montura dorada; no era precisamente el tipo de persona con el que me encuentro a diario.
»Envié al día siguiente a Gary, uno de los conductores más experimentados y que trabaja con nosotros desde hace tiempo. Antes de irse le dije que se llevara la radio y que me mantuviera al tanto de lo que sucedía.
Mike hizo una rápida evaluación de Allison: seguía el relato con interés; era evidente que no la estaba aburriendo.
—A media mañana, Gary me llamó y me dijo lo siguiente: «Mike, el sujeto que alquiló la máquina es un demente. Dime qué hago».
Allison dejó escapar una risita.
—Le pregunté a Gary qué ocurría —prosiguió Mike—, y me dijo que estaba en la esquina de la casa del hombre y que éste quería que avanzara con la excavadora en dirección a ella. Que la embistiera. Hasta indicó a Gary el sitio exacto en el que debía impactar.
—¿Quería demoler su casa?
—Eso mismo pregunté yo, pero no era el caso. Resulta que el señor Gafas Doradas estaba convencido de que su mujer lo engañaba. Lo intuía desde hacía tiempo, según dijo, pero en ese momento tenía la certeza de que ella lo estaba
haciendo
en su propia casa, vaya uno a saber con quién…
—Y decidió darle un buen susto, por lo que parece —apostilló Allison.
—Exacto. Imagínalos, alerta sabiendo que están haciendo lo que no deben, donde no deben, y de pronto, un monstruo amarillo derribando la pared.
—Dios mío.
—Intenté decirle a Gary por radio que regresara de inmediato, pero ya no me escuchaba.
—¿Qué ocurrió?
Mike tomó un sorbo de vino. Allison casi había vaciado su copa.
—Según Gary, cuando le dijo a Gafas Doradas que no haría semejante cosa y que regresaría tal como yo le había dicho, el hombre se puso frenético, se subió a la cabina y lo amenazó con un arma que Gary no supo de dónde había sacado. Según me dijo, podría haberlo derribado de un golpe, pero la actitud del hombrecito bien vestido lo divirtió y decidió seguirle el juego. Gary pensó que el arma era de juguete.
»Con el hombre montado en la cabina, avanzaron por la calle hasta la casa. Gary dijo que era una casa bonita y que cuando el hombre le indicó dónde debía embestir, sintió un escalofrío. Pero no dudó. Cuando se colocó de frente a la pared de la habitación, arremetió a toda potencia. Gary explicó que experimentó una especie de excitación, como un niño. La excavadora entró en la habitación con un estruendo infernal, levantando una nube de polvo y provocando una explosión de trozos de madera y mampostería.
—¿Qué fue lo que vio?
—Ciertamente estaban engañando a Gafas Doradas. Gary apenas podía contener la risa mientras lo contaba, decía que tenía la imagen de lo sucedido tan grabada que no podía evocarla sin que le diera un ataque de risa. Según su descripción, la mujer de Gafas Doradas estaba en la cama, a cuatro patas, con la cabeza apuntando a la cabecera…