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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Canticos de la lejana Tierra (21 page)

BOOK: Canticos de la lejana Tierra
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—Gracias, teniente Elgar —dijo Kaldor, presidente de la reunión—. Agradecemos muy especialmente su brevedad. ¿Alguien desea expresar ahora la opinión contraria?

Hubo una cierta agitación incómoda, seguida de un profundo silencio. Durante un minuto al menos, no sucedió nada. Luego, empezaron a aparecer unas letras en la pantalla.

002 ¿QUIERE EL CAPITÁN HACER PÚBLICA SU ÚLTIMA ESTIMACIÓN DE LAS PROBABILIDADES DE ÉXITO DE LA MISIÓN, POR FAVOR?

003 ¿POR QUÉ NO REANIMAMOS A UNA CANTIDAD REPRESENTATIVA DE DURMIENTES PARA SABER SU OPINIÓN?

004 ¿POR QUÉ NO PREGUNTAMOS A LOS THALASSANOS QUÉ PIENSAN ELLOS? SE TRATA DE SU MUNDO

Con absoluto secreto y neutralidad, el ordenador almacenó y enumeró las propuestas de los miembros del Consejo. En dos milenios, nadie había sido capaz de inventar una manera mejor de recoger las opiniones de un grupo y obtener un consenso. En toda la nave —y en Thalassa— hombres y mujeres tecleaban mensajes en los siete botones de sus pequeños teclados manuales. La primera habilidad que aprendía un niño era, quizá, la de escribir al tacto todas las combinaciones necesarias sin siquiera pensar en ellas.

Loren paseó la mirada por los presentes y le divirtió notar que casi todos tenían las dos manos a la vista. No pudo ver a nadie con la típica mirada lejana, indicando que se estaba transmitiendo un mensaje privado a través de un teclado oculto. Pero, de algún modo, mucha gente estaba hablando.

015 PODRÍAMOS LLEGAR A UN COMPROMISO. TAL VEZ ALGUNOS DE NOSOTROS PREFIERAN QUEDARSE. LA NAVE PODRÍA PROSEGUIR SU CAMINO.

Kaldor volvió a pedir atención.

—Ésa no es la resolución que estamos discutiendo —dijo—, pero se admite.

—Para contestar a cero cero dos —dijo el capitán Bey, recordando apenas a tiempo que el presidente tenía que concederle la palabra con un gesto de la cabeza afirmativo—, la cifra es noventa y ocho por ciento. No me sorprendería que nuestras posibilidades de llegar a Sagan Dos fueran mayores que las de las Islas Norte o Sur de permanecer sobre el nivel del mar.

021 ADEMÁS DE KRAKAN, ANTE EL QUE NO PUEDEN HACER MUCHO, LOS THALASSANOS NO TIENEN PLANTEADOS GRANDES RETOS. TAL VEZ TENDRÍAMOS QUE DEJARLES ALGUNOS. KNR.

«Ése era, veamos claro: Kingsley Rasmussen. Obviamente, no tenía ninguna intención de permanecer en el anonimato. Expresaba una idea que, en un momento u otro, se les había ocurrido a casi todos».

022 YA HEMOS SUGERIDO QUE RECONSTRUYAN LA ANTENA ESPACIAL DE GRAN POTENCIA SOBRE KRAKAN, PARA MANTENER EL CONTACTO CON NOSOTROS. RMM

023 UNA LABOR DE DIEZ AÑOS A LO SUMO. KNR.

—Caballeros —dijo Kaldor algo impaciente—, nos estamos apartando del tema.

«¿Tengo yo algo que aportar? —se preguntó Loren—. No, me mantendré apartado de este debate; puedo distinguir demasiados bandos. Tarde o temprano, tendré que elegir entre el deber y la felicidad. Pero aún no...»

Después de que no apareciera nada más en la pantalla durante dos largos minutos, Kaldor dijo:

—Estoy muy sorprendido de que nadie tenga nada más que decir sobre un asunto tan importante.

Esperanzado, aguardó un minuto más.

—Muy bien. Tal vez deseen continuar la discusión de un modo informal. No realizaremos ahora una votación, sino que durante las próximas cuarenta y ocho horas podrán emitir su opinión de la manera habitual. Gracias.

Lanzó una mirada al capitán Bey, quien se puso de pie con una rapidez que revelaba su evidente alivio.

—Gracias, doctor Kaldor. El Consejo de la nave ha terminado.

Luego miró ansiosamente a Kaldor, quien contemplaba la pantalla como si fuera la primera vez que la veía.

—¿Se encuentra bien, doctor?

—Lo siento, capitán; estoy perfectamente. Acabo de recordar algo importante; eso es todo.

Así era. Por enésima vez, como mínimo, se maravilló del funcionamiento laberíntico de la mente subconsciente.

La propuesta 021 lo había hecho. «Los thalassanos no tienen planteados grandes retos».

Ahora
sabía por qué había soñado con el Kilimanjaro.

39
El leopardo de las nieves

Lo siento, Evelyn: han pasado muchos días desde que hablé contigo por última vez. ¿Significa esto que tu imagen se desvanece en mi mente a medida que el futuro me absorbe más y más energías y atención?

Supongo que así es, y, lógicamente, debería congratularme. Aferrarse en demasía al pasado es una enfermedad, como tú solías recordarme. Pero en mi corazón aún no puedo aceptar esta amarga verdad.

Han sucedido muchas cosas en las últimas semanas. La nave ha sido infectada con lo que llamo «el síndrome de la
Bounty
». Debimos haberlo previsto... y, de hecho, lo hicimos, mas sólo como una broma. Ahora es algo grave aunque, por ahora, no demasiado. Eso espero.

A una parte de la tripulación le gustaría quedarse en Thalassa —¿quién puede reprochárselo?— y lo han admitido abiertamente. Otros quieren terminar aquí toda la misión y olvidarse de Sagan Dos. No conocemos la fuerza de esa facción, porque aún no ha salido a la luz.

Realizamos la votación cuarenta y ocho horas después del Consejo. Aunque naturalmente el voto fue secreto, no sé hasta qué punto son fiables los resultados. 151 votaron a favor de proseguir el viaje; sólo 6 querían acabar aquí la misión; y hubo 4 abstenciones.

El capitán Bey estaba satisfecho. Cree que la situación está bajo control, pero va a tomar algunas precauciones. Comprende que cuanto más tiempo permanezcamos aquí, mayor será la presión para que no nos vayamos. No le importaría que hubiera algunas deserciones; «si quieren irse no tengo la menor intención de retenerles», eso es lo que dijo. Pero le preocupa que el descontento se extienda al resto de la tripulación.

De modo que está acelerando la construcción del escudo. Ahora que el sistema es completamente automático y que funciona sin problemas, planeamos hacer dos izados diarios en vez de uno. Si sale bien, podremos marcharnos dentro de cuatro meses. Esto aún no ha sido anunciado. Confío en que no habrá protestas cuando llegue el momento, ni por parte de los nuevos thalassanos ni de nadie.

Hay otro asunto, que puede carecer por completo de importancia, pero que encuentro fascinante. ¿Recuerdas que, cuando nos veíamos al principio, solíamos leernos historias el uno al otro? Era una manera maravillosa de llegar a conocer cómo vivía y pensaba la gente hace miles de años... mucho antes de que existieran las grabaciones sensoriales, o incluso las de vídeo...

Una vez me leíste —no tenía el menor recuerdo consciente de ello— una historia sobre una gran montaña de África con un nombre extraño: Kilimanjaro. Lo he consultado en los archivos de la nave, y ahora entiendo por qué me ha estado persiguiendo.

Parece que había una caverna en lo alto de la montaña, sobre el límite de las nieves perpetuas, y en esa caverna estaba el cuerpo helado de un gran gato cazador: un leopardo. Ése es el misterio; nadie supo jamás qué hacía el leopardo a tal altitud; tan lejos de su territorio habitual.

Ya sabes, Evelyn, que siempre me enorgullecía (¡muchos decían que me envanecía!) de mis poderes intuitivos. Bien, pues me parece que algo así está sucediendo aquí.

No una vez, sino varias veces, ha sido detectado un animal marino grande y poderoso a mucha distancia de su hábitat natural. Recientemente, fue capturado el primero; es una especie de enorme crustáceo, como los escorpiones de mar que en un tiempo vivieron en la Tierra.

No estamos seguros de que sean inteligentes, y tal vez sea ésta una cuestión sin importancia. Sin embargo, sí son animales sociales altamente organizados, con tecnologías primitivas... aunque puede que ésa sea una palabra demasiado fuerte. Por lo que hemos descubierto, no demuestran tener mayores habilidades que las abejas, las hormigas o las termitas, pero su escala de operaciones es distinta, y muy impresionante.

Lo más importante es que han descubierto los metales, aunque, al parecer, sólo los usan como ornamentos, y su única fuente de abastecimiento es lo que pueden robarles a los thalassanos. Ya lo han hecho varias veces.

Y hace poco, un escorpio se arrastró por el canal hasta el corazón de nuestra planta congeladora. La ingenua suposición fue que iba buscando comida. Pero había mucha en el lugar del que procedía, al menos a cincuenta kilómetros de distancia.

Quiero saber qué estaba haciendo aquel escorpio tan lejos de su hogar; creo que la respuesta puede ser muy importante para los thalassanos.

Me pregunto si lo descubriremos antes de que empiece el largo sueño hasta Sagan Dos.

40
Confrontación

En el mismo instante en que el capitán Bey entró en el despacho del presidente Farradine, supo que algo iba mal.

Normalmente, Edgar Farradine le saludaba llamándole por el nombre de pila y, de forma inmediata, sacaba la garrafa de vino. En esta ocasión, no hubo ningún «Sirdar», ni vino, pero al menos le ofreció una silla.

—Acabo de recibir unas noticias inquietantes, capitán Bey. Si no le importa, me gustaría que se nos uniera el primer ministro.

Era la primera vez que el capitán oía al presidente ir directamente al grano (cualquiera que fuera éste), y también era la primera vez que se encontraba con el PM en el despacho de Farradine.

—En tal caso, señor presidente, ¿puedo pedirle al embajador Kaldor que se una a mí?

El presidente vaciló sólo un momento; luego, respondió:

—Desde luego.

El capitán se sintió aliviado al ver una sombra de sonrisa, como en reconocimiento de esta sutileza diplomática. Los visitantes podían ser superiores en rango; pero no en número.

El primer ministro Bergman, como el capitán Bey sabía perfectamente, era el que ostentaba el poder auténtico. Bajo el PM estaba el gabinete, y bajo el gabinete estaba la Constitución Tipo Tres de Jefferson. El esquema había funcionado bien durante los últimos siglos; el capitán Bey tuvo el presentimiento de que dicho esquema estaba a punto de sufrir una perturbación importante.

Kaldor fue rápidamente rescatado de la señora Farradine, que le estaba utilizando como conejillo de indias para someter a prueba sus ideas para redecorar la mansión presidencial. El primer ministro llegó pocos segundos después, con su habitual expresión inescrutable.

Cuando todos estuvieron sentados, el presidente se cruzó de brazos, se recostó en su adornada silla giratoria y lanzó una mirada acusadora a sus visitantes.

—Capitán Bey... Doctor Kaldor... Hemos recibido una información sumamente inquietante. Nos gustaría saber si hay algo de verdad en la noticia de que ahora pretenden ustedes finalizar su misión aquí... y no en Sagan Dos.

El capitán Bey sintió una gran sensación de alivio, seguida al instante por otra de asombro. Debía de haber una grave brecha en la seguridad; había confiado en que los thalassanos jamás sabrían nada de la petición ni del Consejo de la nave... aunque quizás eso era esperar demasiado.

—Señor presidente... Señor primer ministro... Si han oído un rumor así, puedo asegurarles que es absolutamente falso. ¿Por qué creen que estamos izando seiscientas toneladas de hielo diarias para reconstruir nuestro escudo? ¿Nos molestaríamos en hacerlo si planeáramos quedarnos aquí?

—Tal vez. Si, por alguna razón, cambiaran de opinión, veo difícil que nos alertasen suspendiendo las operaciones.

La veloz réplica sorprendió momentáneamente al capitán; había subestimado a aquellas amigables personas. Luego comprendió que ellos —y sus computadoras— debían de haber analizado ya todas las posibilidades más obvias.

—Cierto, pero quisiera decirles (es algo todavía confidencial y no ha sido anunciado) que planeamos doblar el ritmo de izado para acabar el escudo más rápidamente. Lejos de quedarnos, tenemos intención de marcharnos antes. Esperaba poder informarles de ello en circunstancias más agradables.

Incluso el primer ministro no pudo ocultar por completo su sorpresa; el presidente ni siquiera lo intentó. Antes de que pudieran recuperarse, el capitán Bey reanudó el ataque:

—Y es justo, señor presidente, que nos dé pruebas de acusación. De otro modo ¿cómo podemos refutarla? El presidente miró al primer ministro. El primer ministro miró a los visitantes.

—Me temo que es imposible. Eso revelaría nuestras fuentes de información.

—Entonces, estamos en un punto muerto. No podemos convencerles hasta que nos marchemos... dentro de ciento treinta días contando a partir de hoy, según el programa corregido.

Hubo un silencio pensativo y bastante triste; luego, Kaldor dijo en voz baja:

—¿Puedo mantener una breve charla en privado con el capitán Bey?

—Por supuesto.

Mientras se marchaban, el presidente le preguntó al primer ministro:

—¿Dicen la verdad?

—Kaldor no mentiría; estoy seguro de ello. Pero puede que no conozca todos los hechos.

No tuvieron tiempo de continuar la conversación antes de que los componentes de la otra parte volvieran para hacer frente a sus acusadores.

—Señor presidente —dijo el capitán—, el doctor Kaldor y yo coincidimos en que hay algo que deberíamos contarles. Esperábamos que no se divulgase; era embarazoso y creíamos que el asunto había quedado zanjado. Posiblemente, estábamos equivocados; en tal caso, puede que necesitemos su ayuda.

Resumió brevemente las actividades del Consejo y los hechos que habían conducido a ellas, y concluyó:

—Si lo desean, estoy dispuesto a mostrarles las grabaciones. No tenemos nada que ocultar.

—Eso no será necesario, Sirdar —dijo el presidente, obviamente muy aliviado. El primer ministro, sin embargo, aún parecía preocupado.

—Eh... Espere un minuto, señor presidente. Eso no coincide con los informes que hemos recibido. Recordará que eran muy convincentes.

—Estoy seguro de que el capitán podrá explicarlos.

—Sólo si me dicen de qué se trata.

Hubo otra pausa. Luego, el presidente se inclinó hacia la garrafa de vino.

—Bebamos antes un trago —dijo alegremente—. Después le diré cómo lo averiguamos.

41
Charla con la almohada

Owen Fletcher se dijo que todo había ido muy bien. Naturalmente, estaba algo decepcionado por el resultado de la votación, aunque se preguntaba hasta qué punto reflejaba la opinión existente a bordo de la nave. Después de todo, había dado instrucciones a dos de sus compañeros de conspiración para que votasen NO, para que la fuerza todavía ínfima del movimiento de los nuevos thalassanos no fuera revelada.

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