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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Canticos de la lejana Tierra (20 page)

BOOK: Canticos de la lejana Tierra
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Loren ya se había enterado del riesgo que corrió el muchacho en aquel tumultuoso mar. Fue una suerte para ambos que Kumar nunca dejara la costa sin llevar un cuchillo de buzo atado a la pierna; aun así, había permanecido bajo el agua durante más de tres minutos, cortando el cable que apresaba a Loren. La tripulación del
Calypso
estaba convencida de que ambos se habían ahogado.

Pese al vínculo que les unía ahora, a Loren le resultaba difícil mantener una larga conversación con Kumar. Después de todo, sólo había un limitado número de formas de decir: «Gracias por haberme salvado la vida», y sus pasados eran tan tremendamente diferentes, que tenían muy pocos puntos de referencia comunes. Si él hablaba con Kumar de la Tierra o de la nave, Loren comprendía que estaba perdiendo el tiempo. A diferencia de su hermana, Kumar vivía en el mundo de la experiencia inmediata; sólo el aquí y el ahora de Thalassa eran importantes para él. En una ocasión, Kaldor había exclamado: «¡Como le envidio! ¡Es una criatura de hoy, no está acuciada por el pasado ni temerosa del futuro!»

Loren estaba a punto de irse a dormir, en lo que confiaba que sería su última noche en la clínica, cuando Kumar llegó con una botella muy grande, que sostenía con aire de triunfo.

—¡Adivina!

—No tengo ni idea —mintió Loren.

—El primer vino de la temporada, de Krakan. Dicen que será un año muy bueno.

—¿Cómo te has enterado tú?

—Nuestra familia ha tenido allí unos viñedos durante más de cien años. Los vinos «Marca del León» son los más famosos del mundo.

Kumar miró en todas direcciones, sacó dos vasos y los llenó abundantemente. Loren tomó un sorbo con precaución; era un poco dulce para su gusto, pero muy, muy suave.

—¿Cómo lo llamáis? —preguntó.

—«Krakan Especial».

—Ya que Krakan casi me mata en una ocasión, ¿tengo que arriesgarme?

—Ni siquiera te dará resaca.

Loren tomó otro trago más largo y, en un plazo de tiempo sorprendentemente corto, el vaso quedó vacío. En menos tiempo aún volvió a llenarse.

Aquélla parecía una manera excelente de pasar su última noche en el hospital, y Loren sintió que su natural gratitud hacia Kumar se extendía al mundo entero. Incluso una de las visitas de la alcaldesa Waldron no sería mal recibida.

—Por cierto, ¿cómo está Brant? Hace una semana que no lo veo.

—Sigue en la Isla Norte, encargándose de las reparaciones del barco y hablando con los biólogos marinos. Todos están muy entusiasmados por lo de los escorpios; pero nadie decide qué hay que hacer respecto a ellos. Si es que hay que hacer algo.

—¿Sabes? A veces siento lo mismo respecto a Brant.

Kumar se echó a reír.

—No te preocupes. Ya ha encontrado a una chica en la Isla Norte.

—Oh. ¿Lo sabe Mirissa?

—Por supuesto.

—¿Y no le importa?

—¿Por qué habría de importarle? Brant la quiere... y siempre vuelve.

Loren procesó esa información, aunque de manera bastante lenta. Se le ocurrió que él era una variable nueva en una ecuación ya compleja. ¿Tenía Mirissa otros amantes? ¿Quería él saberlo, realmente? ¿Debería preguntárselo?

—Sea como sea —continuó Kumar mientras volvía a llenar ambos vasos—, lo que importa de verdad es que sus mapas genéticos han sido aprobados, y que se han registrado para tener un hijo. Cuando nazca, todo será distinto. Entonces sólo se necesitarán el uno al otro. ¿No pasaba lo mismo en la Tierra?

—A veces —dijo Loren. De modo que Kumar no lo sabía; el secreto permanecía entre ellos dos.

«Al menos veré a mi hijo —pensó Loren—, aunque sea sólo durante unos meses. Y luego...»

Para su horror, notó que unas lágrimas le resbalaban por las mejillas. ¿Cuándo había llorado por última vez? Doscientos años atrás, contemplando la Tierra en llamas...

—¿Qué pasa? —preguntó Kumar—. ¿Piensas en tu esposa?

Su preocupación era tan sincera que a Loren le resultó imposible ofenderse por su rudeza... o por su alusión a un tema que, por consentimiento mutuo, era mencionado en raras ocasiones porque no tenía nada que ver con el aquí y el ahora. Doscientos años atrás en la Tierra y trescientos a la vista en Sagan Dos quedaban demasiado lejos de Thalassa para que sus emociones fuesen muy fuertes, especialmente en su actual estado, algo confuso.

—No, Kumar, no pensaba en... mi esposa.

—¿Le hablarás... algún día... de Mirissa?

—Tal vez sí. Tal vez no. La verdad es que no lo sé. Tengo mucho sueño. ¿Nos hemos bebido toda la botella? ¿Kumar? ¡Kumar!

La enfermera entró durante la noche y, reprimiendo la risa, arregló las sábanas para que no cayeran al suelo.

Loren fue el primero en despertarse. Tras la sorpresa inicial, al darse cuenta de la situación, se echó a reír.

—¿Qué es lo que encuentras tan divertido? —preguntó Kumar, levantándose algo aturdido de la cama.

—Si realmente quieres saberlo... me preguntaba si Mirissa estaría celosa.

Kumar sonrió irónicamente.

—Puede que estuviera algo borracho, pero estoy totalmente seguro de que no ha pasado nada.

—Y yo también.

Sin embargo, se dio cuenta de que quería a Kumar; no porque le hubiera salvado la vida, ni porque fuera el hermano de Mirissa... sino, tan sólo, porque era Kumar. El sexo no tenía absolutamente nada que ver; la propia idea les habría llenado no de vergüenza, sino de hilaridad. Estaba bien así. La vida en Tarna ya era bastante complicada.

Loren añadió:

—Y tenías razón respecto al «Krakan Especial». No tengo resaca. De hecho, me siento de maravilla. ¿Puedes enviar algunas botellas a la nave? Mejor aún: algunos centenares de litros.

38
Debate

Era una pregunta sencilla, pero no tenía una respuesta sencilla: ¿Qué pasaría con la disciplina a bordo de la
Magallanes
si el mismísimo objetivo de la misión de la nave era sometido a votación?

Naturalmente, el resultado no sería vinculante, y podría no hacer caso de él si lo considerara necesario.
Tendría
que hacerlo si la mayoría decidían quedarse, aunque ni por un momento había imaginado... Pero un resultado así sería psicológicamente devastador. La tripulación se dividiría en dos facciones, y ello podría conducir a situaciones que prefería no considerar.

Y con todo... un comandante debía ser firme, pero no terco. Había mucho sentido común en la propuesta, y tenía muchos atractivos. Después de todo, él había disfrutado de los beneficios de la hospitalidad del presidente, y tenía intención de ver de nuevo a aquella campeona de decatlón. Éste era un mundo muy hermoso; tal vez pudieran acelerar el lento proceso de construcción de un continente para hacer sitio a todos los millones de personas de más. Sería infinitamente más sencillo que colonizar Sagan Dos.

En cuanto a esto, podrían no alcanzar nunca Sagan Dos. Aunque la fiabilidad operacional de la nave se estimaba en un noventa y ocho por ciento, existían circunstancias externas imprevistas que nadie podía predecir. Sólo unos pocos de sus oficiales de más confianza estaban informados acerca de la sección del escudo de hielo que se había perdido en alguna parte cerca del año luz número cuarenta y ocho. Si aquel meteorito interestelar, o lo que fuera, hubiera pasado sólo unos metros más cerca...

Alguien había sugerido que aquella cosa podía ser una antigua sonda espacial de la Tierra. Las probabilidades en contra eran literalmente astronómicas y, por supuesto, una hipótesis tan irónica jamás podría probarse.

Y ahora, sus desconocidos solicitantes se llamaban a sí mismos «los nuevos thalassanos». El capitán Bey se preguntó si aquello significaba que eran muchos y que se estaban organizando para formar un movimiento político. En tal caso, quizá lo mejor sería sacarlos a la luz lo antes posible.

Sí, era el momento de convocar el Consejo de la Nave.

La negativa de Moses Kaldor había sido rápida y cortés.

—No, capitán; no puedo participar en el debate... ya sea a favor o en contra. Si lo hiciera, la tripulación dejaría de confiar en mi imparcialidad. Pero sí aceptaría actuar como presidente, o moderador... o como quiera usted llamarlo.

—De acuerdo —se apresuró a decir el capitán Bey; esto era lo que de verdad esperaba—. Y, ¿quién presentará las mociones? No podemos esperar que los nuevos thalassanos salgan a la luz para defender su causa.

—Ojalá pudiéramos tener un voto directo sin disputas ni discusiones —se lamentó el segundo comandante Malina.

En privado, el capitán Bey estaba de acuerdo con él; pero aquélla era una sociedad democrática de hombres responsables y de educación elevada, y las Ordenanzas de la Nave reconocían este hecho. Los nuevos thalassanos habían pedido que se celebrara un Consejo para dar a conocer sus puntos de vista; si se negaba, estaría desobedeciendo sus propias cartas de nombramiento y violando la confianza depositada en él en la Tierra doscientos años atrás.

No había sido fácil organizar el Consejo. Como a todos, sin excepción, se les debía dar la oportunidad de votar, había que reorganizar los programas y las listas de tareas, y había que interrumpir los períodos de sueño. El hecho de que la mitad de la tripulación estuviera en Thalassa presentaba otro problema que nunca se había dado antes: el de la seguridad. Cualquiera que fuera el resultado, era altamente indeseable que los thalassanos oyeran por casualidad el debate...

De modo que, cuando empezó el Consejo, Loren Lorenson estaba solo en su despacho de Tarna, y por primera vez, según podía recordar, con la puerta cerrada con llave. Una vez más llevaba gafas de visión completa; pero en esta ocasión no se abría paso a través de un bosque submarino. Estaba a bordo de la
Magallanes
, en la familiar Sala de Juntas, mirando los rostros de sus colegas y, cada vez que cambiaba el punto de mira, en la pantalla aparecían sus comentarios y su veredicto. En aquel momento anunciaba un breve mensaje:

RESOLUCIÓN:

Que la Nave Estelar
Magallanes
termine su misión en Thalassa, ya que todos sus objetivos primordiales pueden ser alcanzados aquí.

«Así que Moses está en la nave —pensó Loren mientras escrutaba a los presentes—. Me extrañaba no haberle visto últimamente. Parece cansado... y también el capitán. Puede que esto sea más serio de lo que imaginaba.»

Kaldor pidió atención con unos golpes secos.

—Capitán, oficiales, compañeros miembros de la tripulación... Aunque éste es nuestro primer Consejo, todos ustedes conocen las reglas del procedimiento. Si desean hablar, levanten la mano para ser reconocidos. Si desean hacer una declaración por escrito, usen sus teclados; las direcciones han sido entremezcladas para asegurar el anonimato. En cualquier caso, sean lo más breves posible, por favor.

»Si no hay preguntas, abriremos la sesión con el asunto cero cero uno.

Los nuevos thalassanos había añadido algunos argumentos, pero el 001 seguía siendo, esencialmente, el memorando que había sobresaltado al capitán Bey dos semanas atrás, período durante el cual no había hecho ningún progreso en cuanto al descubrimiento de su autoría.

Posiblemente, el punto adicional más poderoso era la sugerencia de que su
deber
era permanecer aquí. Thalassa les
necesitaba
, técnica, cultura y genéticamente. «¿De verdad? —pensó Loren, pese a sentirse tentado a estar de acuerdo. En cualquier caso, primero deberíamos pedirles su opinión a los thalassanos. No somos imperialistas a la vieja usanza... ¿o sí lo somos.»

Todos tuvieron tiempo de volver a leer el memorando; Kaldor les pidió atención de nuevo.

—Nadie ha, eh... pedido permiso para hablar a favor de la resolución; naturalmente, más tarde habrá otras oportunidades. Así que le pido al teniente Elgar que defienda su propuesta en contra.

Raymond Elgar era un joven ingeniero de Energía y Comunicaciones, de carácter pensativo, a quien Loren conocía muy ligeramente; tenía talento para la música y aseguraba estar escribiendo un poema épico sobre el viaje. Cuando se le desafiaba a recitar uno de sus versos, replicaba de manera invariable: «Esperad a que pase un año después de llegar a Sagan Dos».

Era evidente por qué el teniente Elgar se había prestado voluntario, si es que realmente lo había hecho, para esta labor. Sus pretensiones poéticas no le permitían hacer otra cosa; y quizá fuese cierto que trabajaba en esa epopeya.

—Capitán... Compañeros... Prestadme oídos.
[3]

Loren pensó: «Una frase impresionante. Me pregunto si es original».

—Creo que todos nos mostraremos de acuerdo, de mente y de corazón, en que la idea de permanecer en Thalassa tiene muchos atractivos. Sin embargo, considerad los siguientes puntos:

»Sólo somos 161. ¿Tenemos derecho a tomar una decisión irrevocable en nombre del millón que todavía duerme?

»Y, ¿qué hay de los thalassanos? Se ha sugerido que, si nos quedamos, los ayudaremos. Pero, ¿será realmente así? Tienen una forma de vida que parece irles a la perfección. Considerad nuestra historia, nuestros entrenamientos... el objetivo al que nos hemos dedicado desde hace años. ¿Podéis creer realmente que un millón de personas pueden convertirse en parte de la sociedad thalassana sin alterarla por completo?

»Y está la cuestión del deber. Varias generaciones de hombres y de mujeres se sacrificaron para hacer posible esta misión... para darle a la raza humana mayores posibilidades de supervivencia. Cuantos más soles alcancemos, mayor será nuestra seguridad frente al desastre. Ya hemos visto lo que pueden hacer los volcanes thalassanos; ¿quién sabe qué puede suceder en los siglos venideros?

»Se ha hablado con mucha ligereza de la ingeniería técnica para crear muchas tierras y facilitar espacio a la nueva población. ¿Me permitís que os recuerde que incluso en la Tierra, después de miles de años de investigación y de desarrollo, todavía no era una ciencia exacta? ¡Recordad la catástrofe de la meseta de Nazca en 3175! No puedo imaginar nada más irresponsable que interferir en las fuerzas contenidas en el interior de Thalassa.

»No es preciso decir nada más. Sólo puede tomarse una decisión a este respecto. Debemos dejar a los thalassanos en manos de su propio destino;
tenemos
que proseguir hasta Sagan Dos.

A Loren no le sorprendió el aplauso que se fue intensificando poco a poco. La pregunta más interesante era: ¿quién no se había sumado a él? Por lo que podía ver, el público estaba dividido en dos grupos casi iguales. Naturalmente, algunas personas podían estar aplaudiendo porque admiraban su eficaz presentación, y no necesariamente porque estuvieran de acuerdo con el orador.

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