Read Casa de muñecas Online

Authors: Henrik Ibsen

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

Casa de muñecas (13 page)

BOOK: Casa de muñecas
13.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

HELMER
.—Hablas como una niña. No comprendes nada de la sociedad en que vivimos.

NORA
.—No, de fijo. Pero ahora quiero tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la sociedad o a mí.

HELMER
.—Estás enferma, Nora; tienes fiebre, y casi temo que no te rija la cabeza.

NORA
.—Jamás me he sentido tan despejada y segura como esta noche.

HELMER
.—¿Y con esa lucidez y esa seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?

NORA
.—Sí.

HELMER
.—Entonces no hay más que una explicación posible.

NORA
.—¿Cuál?

HELMER
.—Que ya no me amas.

NORA
.—No, en efecto.

HELMER
.—¡Nora!… ¿Y me lo dices así?

NORA
.—Lo lamento, Torvaldo, porque has sido siempre bueno conmigo… Pero no lo puedo remediar; ya no te amo.

HELMER
.—
(Haciendo esfuerzos por dominarse.)
Por lo visto, también de eso estás perfectamente convencida…

NORA
.—Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme aquí ni un instante más.

HELMER
.—¿Y puedes razonarme cómo he perdido tu amor?

NORA
.—Con toda sencillez. Ha sido esta noche, al ver que no se realizaba el milagro esperado. Entonces comprendí que no eras el hombre que yo me imaginaba.

HELMER
.—Precisa algo más.

NORA
.—He esperado durante ocho años con paciencia. De sobra sabía, Dios mío, que los milagros no se realizan tan a menudo. Por fin llegó el momento angustioso, y me dije con toda certeza: «Ahora va a venir el milagro». Cuando la carta de Krogstad estaba en el buzón, no supe ni aun figurarme que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre. Estaba firmemente persuadida de que le dirías: «Vaya usted a contárselo a todo el mundo». Y cuando hubiera sucedido eso…

HELMER
.—¡Como!… ¿Cuándo yo hubiera entregado a mi propia esposa a la vergüenza y a la deshonra…?

NORA
.—…Cuando hubiera sucedido eso, tenía la absoluta seguridad de que te habrías presentado a hacerte responsable de todo, diciendo: «Yo soy el culpable».

HELMER
.—¡Nora!

NORA
.—¿Vas a añadir que yo jamás habría aceptado un sacrificio semejante? Claro que no. ¿Pero de qué habrían valido mis afirmaciones al lado de las tuyas?… Era ése el milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo quería acabar con mi vida.

HELMER
.—Nora, por ti hubiese trabajado con alegría día y noche, hubiese soportado penalidades y privaciones. Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.

NORA
.—Lo han hecho millares de mujeres.

HELMER
.—¡Oh! Hablas y piensas como una chiquilla.

NORA
.—Puede ser. Pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda unirme. Cuando te has repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que me amenazaba, sino por el riesgo que corrías tú; cuando ha pasado todo, era para ti como si no hubiese ocurrido nada. Volví a ser tu alondra, tu muñequita a la que tenías que llevar con mano más suave aún, ya que había demostrado ser tan frágil y endeble…
(Levantándose.)
Torvaldo, en ese mismo instante me he dado cuenta de que había vivido ocho años con un extraño. Y de que había tenido tres hijos con él… ¡Oh, no puedo pensar en ello siquiera! Me dan tentaciones de despedazarme…

HELMER
.—
(Sordamente.)
Lo veo… lo veo. En realidad, se ha abierto entre nosotros un abismo… Pero ¿no esperas, Nora, que pueda colmarse?

NORA
.—Tal como soy ahora, no puedo ser una esposa para ti.

HELMER
.—Puedo transformarme yo…

NORA
.—Quizá… si te quitan tu muñeca.

HELMER
.—¡Separarme…, separarme de ti! No, no, Nora; no acierto a formularme esa idea.

NORA
.—
(Saliendo por la puerta de la derecha.)
Razón de más para que así sea.
(Vuelve con el abrigo puesto y un maletín, que deja sobre una silla, cerca de la mesa.)

HELMER
.—¡Nora, Nora; todavía no! Aguarda a mañana.

NORA
.—
(Poniéndose el abrigo.)
No debo pasar la noche en casa de un extraño.

HELMER
.—Pero ¿no podemos vivir juntos como hermanos?…

NORA
.—
(Atándose el sombrero.)
Demasiado sabes que eso no duraría mucho…
(Se envuelve en el chal.)
Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en manos mejores que las mías. Dada mi situación, no puedo ser una madre para ellos.

HELMER
.—Pero ¿algún día, Nora… algún día…?

NORA
.—¿Cómo voy a saberlo? Si hasta ignoro lo que va a ser de mí…

HELMER
.—Pero eres mi esposa, sea de ti lo que sea.

NORA
.—Escucha, Torvaldo. He oído decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su marido, como yo lo hago, está él exento de toda obligación con ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por nada, como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío.

HELMER
.—¿También eso?

NORA
.—Sí.

HELMER
.—Aquí lo tienes.

NORA
.—Bien. Ahora todo ha acabado. Toma las llaves. Las muchachas están al corriente de cuanto respecta a la casa… mejor que yo. Mañana, cuando me haya marchado, vendrá Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.

HELMER
.—¡Todo ha terminado! Nora, ¿no pensarás en mí nunca más?

NORA
.—Seguramente, pensaré a menudo en ti, en los niños, en la casa.

HELMER
.—¿Puedo escribirte, Nora?

NORA
.—¡No, jamás! Te lo prohíbo.

HELMER
.—O por lo menos, enviarte…

NORA
.—Nada, nada.

HELMER
.—…ayudarte, en caso de que lo necesites.

NORA
.—He dicho que no, pues no aceptaría nada de un extraño.

HELMER
.—Nora… ¿no seré ya más que un extraño para ti?

NORA
.—
(Recogiendo su maletín.)
¡Ah, Torvaldo! Tendría que realizarse el mayor de los milagros.

HELMER
.—Dime cuál.

NORA
.—Tendríamos que transformarnos los dos hasta el extremo de… ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los milagros!

HELMER
.—Pero yo sí quiero creer en ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de…?

NORA
.—…hasta el extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio. Adiós.
(Vase por la antesala.)

HELMER
.—
(Desplomándose en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.)
¡Nora, Nora!
(Mira en tomo suyo, y se levanta.)
Nada. Ha desaparecido para siempre.
(Con un rayo de esperanza.)
¡Él mayor de los milagros!…
(Se oye abajo la puerta del portal al cerrarse.)

HENRIK IBSEN, nació el 20 de marzo de 1828 en el puerto de Skien, pequeña ciudad al sur de Noruega y murió el 23 de mayo de 1906 Cristianía (actual Oslo). Considerado el más importante dramaturgo noruego y uno de los autores que más ha influido en la dramaturgia moderna, padre del drama realista moderno y antecedente del teatro simbólico.

En su época, sus obras fueron consideradas escandalosas por una sociedad dominada por los valores victorianos, obras que cuestionaban el modelo de familia y de sociedad dominantes. Sus obras no han perdido vigencia y es uno de los autores no contemporáneos más representado en la actualidad.

La obra dramática de Henrik Ibsen puede dividirse en tres etapas. Una primera etapa romántica que recoge la tradición y el folclore noruego. Obras significativas de éste periodo son
Brand
(1879) y
Peer Gynt
(1876).

Una segunda etapa sería la que se ha llamado realismo socio-crítico. En esta segunda etapa Ibsen se interesa por los problemas sociales de su tiempo y los convierte en tema de debate. Los estrenos de sus obras se convirtieron en grandes polémicas cuando no en grandes escándalos. Ibsen en estas obras cuestiona los fundamentos de la sociedad burguesa. De esta etapa son
Casa de muñecas
(1879),
Espectros
(1881),
Un enemigo del pueblo
(1882) y
El pato silvestre
(1884).

La tercera etapa de Ibsen es la simbolista, en esta etapa predomina un sentido metafórico. Son obras significativas de esta etapa:
La dama del mar
(1888),
Hedda Gabler
(1890) y
El maestro constructor
(1892).

NOTAS

[1]
En Noruega está bastante extendido el uso de estas estufas, llamadas suecas, con un metro de diámetro y dos de altura.
<<

[2]
Cincuenta céntimos.
<<

BOOK: Casa de muñecas
13.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sleight of Hand by CJ Lyons
Only One for Me by Candace Shaw