Read Casa de muñecas Online

Authors: Henrik Ibsen

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

Casa de muñecas (5 page)

BOOK: Casa de muñecas
11.96Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

NORA
.—Sin duda, no he querido decir que… ¿Cómo puede usted creer que yo tenga tanta influencia con mi marido?

KROGSTAD
.—¡Oh! conozco a su esposo desde que éramos estudiantes. Y dudo mucho de que el señor director sea más enérgico que otros maridos.

NORA
.—Si habla usted despectivamente de mi esposo, puede ir tomando la puerta.

KROGSTAD
.—Es usted valiente, señora.

NORA
.—Ya no le tengo miedo. Después de Año Nuevo me veré libre en absoluto.

KROGSTAD
.—
(Reprimiéndose.)
Óigame, señora. Si hay que hacerlo, lucharé con todas las armas por mantener mi puesto en el Banco.

NORA
.—Es de presumir.

KROGSTAD
.—No sólo por los ingresos, que son lo que menos me importa. Por otra cosa que… Bien; se lo diré. Usted sabrá, indudablemente, como todo el mundo, que hace unos cuantos años cometí cierta imprudencia…

NORA
.—Sí; creo que he oído hablar algo de eso.

KROGSTAD
.—El asunto no llegó a los tribunales, aunque en seguida se me cerraron todos los caminos. Y entonces emprendí esa clase de negocios que usted no ignora. A algo tenía que agarrarme, y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Pero hoy necesito salir de todo eso. Mis hijos ya van siendo mayores, y se impone que recobre mi reputación. El empleo del Banco representaba para mí el primer escalón, y ahora resulta que su esposo quiere arrojarme de él para hacerme caer nuevamente en el fango.

NORA
.—Pero, por amor de Dios, señor Krogstad; no está en mis manos ayudarle.

KROGSTAD
.—Porque no quiere usted; pero cuento con medios para obligarla.

NORA
.—¿Será usted capaz de decir a mi marido que le debo dinero?

KROGSTAD
.—¿Y si lo hiciera?

NORA
.—Sería una infamia por su parte.
(Con voz rota.)
¡Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo… saberlo él de una manera tan indigna y vergonzosa… saberlo por usted! Me expondría a los mayores disgustos…

KROGSTAD
.—¿Sólo a disgustos?…

NORA
.—
(Con vehemencia.)
Pero hágalo, si quiere; será para usted peor… Así, se dará cuenta mi marido de lo despreciable que es usted, y entonces sí que se quedará sin su empleo.

KROGSTAD
.—Acabo de preguntar si no son más que disgustos familiares lo que usted teme.

NORA
.—No cabe duda de que, si mi marido se entera, pagará en el acto el resto de la deuda; y así acabaremos con usted definitivamente.

KROGSTAD
.—
(Avanza un paso hacia ella.)
Oiga, señora… ¿es que no tiene usted memoria, o es que no entiende de negocios? Por lo que veo habré de ponerla al corriente sobre este particular.

NORA
.—¡Cómo!

KROGSTAD
.—Cuando estaba enfermo su esposo vino usted a pedirme prestadas cuatro mil ochocientas coronas…

NORA
.—No conocía a nadie más…

KROGSTAD
.—Yo prometí procurarle ese dinero.

NORA
.—Y me lo procuró.

KROGSTAD
.—Pero en ciertas condiciones. Estaba usted entonces tan preocupada con la enfermedad de su esposo, y tan ansiosa de encontrar dinero para el viaje, que creo que no pensó bien en los detalles. Y no me parece inoportuno recordárselos. Le prometí proporcionarle el dinero, contra un recibo que yo mismo había redactado.

NORA
.—Sí, y lo firmé.

KROGSTAD
.—De acuerdo. Pero a continuación, había yo agregado algunas líneas, por las cuales su padre se hacía responsable de la deuda. Esas líneas debía firmarlas él mismo.

NORA
.—¿Qué debía…? Las firmó.

KROGSTAD
.—Dejé la fecha en blanco, para que su padre la pusiera cuando firmase el documento. ¿Se acuerda usted?

NORA
.—Sí, creo que sí.

KROGSTAD
.—Y después le di a usted el recibo para que lo enviase por correo a su padre. ¿No fue así?

NORA
.—Así fue.

KROGSTAD
.—Como es natural, lo hizo usted en seguida, porque, pasados unos cinco o seis días, me devolvió el mismo documento con la firma de su padre. Y entonces cobró usted el dinero.

NORA
.—Sí, bien. ¿Y no he ido pagando con regularidad?

KROGSTAD
.—Poco más o menos. Pero, volviendo a lo de antes… Aquéllos eran tiempos bastante difíciles para usted, señora…

NORA
.—Lo eran, sí.

KROGSTAD
.—Y su padre estaba muy enfermo, creo.

NORA
.—Muriéndose.

KROGSTAD
.—¿Y murió poco después?

NORA
.—Sí.

KROGSTAD
.—Dígame, señora, ¿recuerda usted, por casualidad, la fecha de la muerte de su padre?

NORA
.—Papá murió el veintinueve de septiembre.

KROGSTAD
.—Exactamente. Lo sabía. Por eso mismo,
(Saca un papel.)
no acabo de explicarme cierta particularidad…

NORA
.—¿Qué particularidad? No caigo…

KROGSTAD
.—Es sorprendente, señora, que su padre firmara el documento tres días después de su muerte.
(Nora guarda silencio.)
¿Puede explicármelo usted?
(Nora permanece callada.)
También es singular que la fecha dos de octubre y el año, no estén escritos por la mano de su padre, sino por otra mano que creo reconocer… Bueno; eso es explicable. Puede que su padre se olvidara de fechar la firma, y que lo haya hecho cualquiera antes de saber su muerte. En eso no hay nada malo. Lo que importa es la firma. Me figuro que será auténtica, ¿verdad? Porque supongo que sería su propio padre quien puso su nombre…

NORA
.—
(Tras de una corta pausa, levanta desdeñosamente la cabeza y le mira con resolución.)
No, no fue él. Fui yo misma quien escribió el nombre de papá.

KROGSTAD
.—Oiga, señora, ¿se percata usted de lo grave que es esa confesión?

NORA
.—¿Por qué, si pronto va usted a percibir su dinero?…

KROGSTAD
.—¿Me permite otra pregunta? ¿Por qué razón no envió usted el papel a su padre?

NORA
.—Era imposible: ¡estaba papá tan enfermo! Si le hubiese pedido la firma, también habría tenido que concretarle en qué se invertiría el dinero. ¿Y cómo iba a decirle, tan enfermo como estaba, que peligraba la vida de mi marido? Era imposible.

KROGSTAD
.—En tal caso, lo mejor para usted habría sido prescindir de ese viaje al extranjero.

NORA
.—Era no menos imposible. Ese viaje iba a traer la salvación de mi marido, y no podía yo desistir de él.

KROGSTAD
.—¿Y no se le ocurrió a usted que estaba cometiendo una estafa en contra mía?

NORA
.—No podía pararme a pensar en esas cosas. Para nada me cuidaba de usted. Se me hacía odioso por la frialdad de los razonamientos que oponía a mis deseos, aun sabiendo el peligro en que estaba mi marido.

KROGSTAD
.—Señora, con toda evidencia desconoce usted la gravedad de lo que ha hecho. Sólo le diré que lo que hice yo cuando perdí toda mi posición social no fue ni más ni menos que eso.

NORA
.—¿Usted? ¿Quiere convencerme de que ha hecho algún sacrificio por salvar la vida de su mujer?

KROGSTAD
.—A las leyes no les importan los motivos.

NORA
.—Pues son unas leyes muy malas.

KROGSTAD
.—Malas o no… si yo presento este documento a las autoridades, será usted condenada por esas leyes.

NORA
.—Me resisto a creerlo. ¿Acaso una hija no tiene derecho a evitar a su anciano padre moribundo inquietudes y disgustos? ¿Acaso una esposa no tiene derecho a salvar la vida de su esposo? Yo no conozco las leyes a fondo; pero estoy segura de que en algún sitio se dice que esas cosas están permitidas. ¿Y usted, procurador, no se ha enterado de ello? Debe de ser bastante mal jurista, señor Krogstad.

KROGSTAD
.—Posiblemente. Pero en negocios como los que median entre usted y yo, espero que concederá que soy bastante entendido. Bien. Haga lo que quiera, aunque conste que, si me hundo por segunda vez, irá usted a hacerme compañía.
(Saluda y vase.)

NORA
.—
(Se queda largo rato pensativa. Levantando la cabeza.)
¡Bah, querrá asustarme! Pero no soy tan cándida.
(Empieza a ordenar la ropa de los niños, que abandona pronto.)
Aunque… ¡No, no es posible! Si lo hice por amor…

LOS NIÑOS
.—
(A la puerta de la izquierda.)
¡Mamá, se ha ido el hombre!

NORA
.—Sí, sí; ya lo sé. Pero no habléis más de él, ¿habéis oído? ¡Ni a papá!

LOS NIÑOS
.—No, mamá. ¿Jugamos ya?

NORA
.—No, no; ahora no.

LOS NIÑOS
.—¡Oh, mamá! nos lo habías prometido.

NORA
.—Sí; pero ahora no puedo: tengo mucho que hacer. Andad, marchaos hijos míos.
(Empujándolos cariñosamente, cierra la puerta tras ellos. Se sienta en el sofá, toma su labor y da algunas puntadas, interrumpiéndose luego.)
¡No!
(Deja caer su labor, va a la puerta de la antesala y llama.)
¡Elena! ¡Tráeme el árbol!
(Se acerca a la mesa de la izquierda, abre el cajón y se queda suspensa.)
¡No; es de todo punto imposible!

ELENA
.—
(Con el árbol.)
¿Dónde lo dejo, señora?

NORA
.—Aquí en medio.

ELENA
.—¿Hay que traer algo más?

NORA
.—No, gracias; tengo lo que necesito.
(Elena sale después de dejar el árbol. Nora empieza a arreglarlo.)
Hacen falta velas y flores… ¡Qué persona tan repugnante!… ¡Es absurdo, absurdo! No pasará nada. El árbol va a quedar precioso… Haré todo lo que quieras, Torvaldo… cantaré para ti, bailaré para ti…
(Entra Helmer con un rollo de papeles bajo el brazo.)
¡Ah! ¿Ya estás aquí?

HELMER
.—Sí. ¿Ha venido alguien?

NORA
.—¿Aquí? No.

HELMER
.—¡Qué extraño! He visto a Krogstad salir del portal.

NORA
.—¡Ah! sí, es verdad. Krogstad ha estado un momento.

HELMER
.—Nora, te lo conozco en la cara; ¿a que ha venido a pedirte que me hablaras en su favor?

NORA
.—Sí.

HELMER
.—Y debías hacerlo como si fuese por tu propia iniciativa, ocultándome que había estado aquí. ¿No te lo ha pedido también?

NORA
.—Sí, Torvaldo; pero…

HELMER
.—¡Nora, Nora! ¿Y tú has sido capaz de eso? ¡Mantener una conversación con semejante individuo, haciéndole una promesa inclusive! ¡Y encima, decirme una mentira!…

NORA
.—¿Una mentira?…

HELMER
.—¿Pues no me has dicho que no había venido nadie?
(Amenazando con el dedo.)
No volverá a hacer eso mi pajarito cantor. Un pajarito cantor debe tener el pico limpio para gorjear sin desafinaciones.
(Cogiéndola por la cintura.)
Así ha de ser, ¿no?
(Soltándola.)
Y ahora, no hablemos más de ello.
(Se sienta delante de la estufa.)
¡Qué bien se está aquí!
(Hojea sus papeles.)

NORA
.—
(Ocupada en arreglar el árbol, después de una pausa.)
¡Torvaldo!

HELMER
.—¿Qué?

NORA
.—Estoy muy ilusionada con el baile de máscaras de pasado mañana en casa de los Stenborg.

HELMER
.—Y yo estoy intrigadísimo pensando en la sorpresa que me preparas.

NORA
.—¡Oh, qué pesadez!

HELMER
.—¿Cuál?

NORA
.—No se me ocurre ningún disfraz que valga la pena; todo resulta soso y disparatado.

HELMER
.—¿Ahora sales con ésas?

NORA
.—
(Detrás del sillón, con los brazos apoyados en el respaldo.)
¿Estás muy atareado, Torvaldo?

HELMER
.—Regular.

NORA
.—¿Qué papeles son ésos?

HELMER
.—Cosas del Banco.

NORA
.—¿Ya?

HELMER
.—El director saliente me ha dado plenos poderes para introducir los cambios necesarios en el personal y en la organización de los negocios. Dedicaré la semana de Navidad a hacerlo. Quiero que para Año Nuevo esté en regla todo.

NORA
.—Entonces, ¿por eso el pobre Krogstad…?

HELMER
.—¡Ejem!…

NORA
.—
(Sigue apoyada en el respaldo, mientras le acaricia el cabello.)
Si no estuvieras tan atareado, querría pedirte un favor muy grande.

HELMER
.—Vamos a ver: ¿en qué consiste?

NORA
.—No hay nadie con un gusto tan exquisito como tú. ¡Tengo tantos deseos de aparecer bonita en el baile de máscaras!… Torvaldo, ¿no podrías ocuparte un poco de mí, y elegirme el disfraz?

HELMER
.—¡Vaya, vaya! ¿Conque la testarudita se decide a pedir ayuda, eh?

NORA
.—Sí, Torvaldo; si no me ayudas, no se me ocurrirá nada.

HELMER
.—Bien, bien; lo pensaré. Ya buscaremos algo.

NORA
.—¡Qué bueno eres!
(Se dirige de nuevo al árbol.)
¡Cómo lucen las flores encarnadas en el árbol!… Pero oye, di: ¿es realmente tan grave lo que ha hecho Krogstad?…

BOOK: Casa de muñecas
11.96Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sky of Stone by Homer Hickam
That Night in Lagos by Vered Ehsani
See Tom Run by Scott Wittenburg
Antarctica by Kim Stanley Robinson
Vengeance Road by Rick Mofina
A Perfect Stranger by Danielle Steel