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Authors: Noah Gordon

Chamán (51 page)

BOOK: Chamán
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Alex se abalanzó sobre él y lo tiró al suelo. Entre gritos y gruñidos, cada uno de ellos luchó por dominar la situación. La garrafa de Alden salió volando y empezó a vaciarse mientras rodaba por el suelo cubierto de heno del establo. Alex estaba endurecido por el trabajo en la granja, y era fuerte, pero Chamán era más grande y tenía más fuerza, y pronto logró inmovilizar a su hermano cogiéndole la cabeza. Enseguida le pareció que Alex intentaba decirle algo y colocó el brazo izquierdo alrededor del cuello de su hermano mientras con la mano derecha le echaba la cabeza hacía atrás para verle la cara.

—Ríndete y te soltaré -logró decir Alex, y Chamán volvió a caer sobre el heno, riendo.

Alex se arrastró hasta la garrafa y la miró con pesar.

—Alden pondrá el grito en el cielo.

—Dile que me lo bebí yo.

—No. ¿Quién iba a creer una cosa así? -dijo Alex al tiempo que se llevaba la garrafa a los labios para salvar las últimas gotas.

Aquel otoño las lluvias fueron abundantes y se prolongaron hasta bien entrada la estación, cuando por lo general empezaba a nevar. Caían formando una gruesa cortina plateada pero de forma intermitente, con varios días de bonanza entre una tormenta y otra, de tal modo que los ríos se convirtieron en gigantes que rugían y corrían a toda velocidad, pero no se desbordaban. En la pradera se asentó la tierra acumulada sobre la tumba de Vicky hasta formar un montículo, y pronto resultó imposible localizarla.

Rob J. compró para Sarah un caballo tordo, flaco y castrado. Le llamaron Boss, aunque cuando Sarah lo montaba era ella quien daba las órdenes.

Rob J. dijo que seguiría atento hasta encontrar un caballo adecuado para Alex. Este se sintió agradecido porque su economía no era floreciente y todo el dinero que podía ahorrar lo tenía destinado a la compra de un rifle de caza de retrocarga.

—Parece que me paso la vida buscando un caballo -comentó Rob J., pero no sugirió que buscaría uno para Chamán.

La saca de la correspondencia llegaba a Holden's Crossing desde Rock Island todos los martes y viernes por la mañana. Hacía Navidad, Chamán empezó a prestar atención a cada entrega del correo, pero las primeras cartas no le llegaron hasta la tercera semana de febrero.

Aquel martes recibió dos cartas de rechazo, breves y casi bruscas, una de la facultad de medicina de Louisiana. El viernes, otra carta le informaba que su formación y sus antecedentes parecian excelentes, pero que “la facultad de medicina Rush de Chicago no cuenta con instalaciones adecuadas para personas sordas”.

¿Instalaciones? ¿Tal vez pensaban que debían colocarlo en una jaula?

Rob J. sabía que habían llegado las cartas, y por el comportamiento controlado de Chamán supo que las respuestas habían sido negativas.

A Chamán no le habría gustado que su padre lo hubiera tratado con cautela o compasión, pero nada de eso ocurrió. Los rechazos le dolieron; durante las siete semanas siguientes no llegaron más cartas, pero le pareció lógico.

Rob J. había leído las notas que Chamán había tomado al disecar el perro, y le parecieron prometedoras aunque sencillas. Le sugirió a Chamán que en sus archivos podría aprender mucho sobre datos de anatomía, y Chamán se dedicó a leerlos en los ratos libres. Y fue así, por casualidad, como tropezó con el informe de la autopsia de Makwa ikwa. Se sintió extraño al leerlo y enterarse de que mientras ocurrían los terribles hechos descritos en el informe, él, un niño pequeño, estaba dormido en el bosque, a pocos pasos de distancia.

—¡Fue violada! Sabía que fue asesinada, pero…

—Violada y sodomizada. No es el tipo de cosas que se le cuenta a un niño -explicó su padre.

Sin duda, tenía razón.

Leyó el informe una y otra vez, hipnotizado.

Once puñaladas que se extienden en una linea irregular desde el corte de la yugular bajando por el esternón hasta un punto a dos centímetros aproximadamente por debajo del xifoides.

Heridas triangulares, de 0,47 a 0,52 cm de ancho. Tres de las puñaladas alcanzaron el corazón y tienen 0,887, 0,799 y 0,803 cm.

—¿Por qué las heridas tienen diferentes anchos?

—Eso quiere decir que el arma era puntiaguda y que la hoja se ensanchaba a medida que se acercaba a la empuñadura. Cuanta más fuerza se aplicaba, más ancha era la herida.

—¿Crees que alguna vez cogerán al que lo hizo?

—No, no creo -reconoció Rob J.-. Lo más probable es que fueran tres individuos. Durante mucho tiempo tuve a alguna gente buscando por todas partes a un tal Ellwood R. Patterson. Pero no quedó ni rastro de él. Es probable que el nombre fuera falso. Con él iba un sujeto llamado Cough. Jamás me crucé con nadie que tuviera ese nombre, ni lo oí mencionar. También había un joven con una mancha de color oporto en la cara, y cojo. Me ponía tenso cada vez que veía a alguien con una mancha en la cara, o una pierna defectuosa. Pero en todos los casos tenían la mancha o la cojera. Nunca ambas cosas.

Las autoridades nunca se ocuparon de buscarlos, y ahora… -Se encogió de hombros-. Ha pasado demasiado tiempo, demasiados años.

Chamán percibió la tristeza en la expresión de su padre, pero vio que gran parte de la ira y la pasión se habían desvanecido hacía mucho tiempo.

Un día de abril, mientras él y su padre pasaban junto al convento católico, Rob J. hizo entrar a Trude en el sendero y Chamán lo siguió.

Dentro del convento, Chamán observó que varias monjas saludaban a su padre por su nombre y no parecían sorprendidas al verlo. El le presentó a la madre Miriam Ferocia, que al parecer era la superiora. Ella los invitó a sentarse, a su padre en un enorme trono de cuero y a Chamán en una silla recta de madera, debajo de un crucifijo de pared en el que se veía un Cristo de madera, de ojos tristes; entretanto, una de las monjas les sirvió un café magnifico y pan caliente.

—Tendré que volver a traer al chico -le dijo Rob J. a la madre superiora-. Por lo general no me dan pan con el café.

Chamán se dio cuenta de que su padre era un hombre lleno de sorpresas, y que probablemente nunca llegaría a conocerlo.

Había visto alguna vez a las monjas atendiendo a los pacientes de su padre, siempre en parejas. Rob J. y la monja hablaron durante unos minutos de algunos casos, pero enseguida pasaron al tema de la política, y resultó evidente que la visita era de carcter social. Rob J. echó una mirada al crucifijo.

—Según el Chicago Tribune, Ralph Waldo Emerson dice que John Brown hizo de la horca algo tan glorioso como una cruz -comentó.

Miriam Ferocía opinó que Brown, un fanático abolicionista que había sido colgado por tomar un arsenal de Estados Unidos instalado en Virginía del Oeste, se había convertido rápidamente en un mártir para todos aquellos que se oponían a la esclavitud.

—Sin embargo, la esclavitud no es la verdadera causa del problema existente entre las regiones. La causa es la economía. El Sur vende su algodón y su azúcar a Inglaterra y Europa, y compra productos manufacturados allí en lugar de adquirirlos al Norte, que es una zona industrial. El Sur ha decidido que no necesita al resto de Estados Unidos de América. A pesar de los discursos del señor Lincoln en contra de la esclavitud, ésa es la herida que supura.

—No sé nada de economía -comentó Chamán en tono pensativo-.

La hubiera estudiado este año, si hubiera regresado al instituto.

Cuando la monja preguntó por qué no había regresado, Rob J. le reveló que estaba suspendido por haber disecado un perro.

—¡Oh, Dios mio! ¿Y ya estaba muerto? -preguntó la madre superiora.

Cuando le aseguraron que si, asintió.

—Bueno, entonces es correcto. Yo tampoco he estudiado nunca economía, pero la llevo en la sangre. Mi padre se inició como carpintero y reparaba carros de heno. Ahora posee una fábrica de carros en Frankfurt y una fábrica de carruajes en Munich. -Sonrió-. El apellido de mi padre es Brotknecht, que significa fabricante de pan, porque en la Edad Medía nuestros antepasados eran panaderos. Sin embargo, en Ba-den, cuando yo era novicia, había un panadero que se llamaba Wagenknecht.

—¿Cómo se llamaba usted antes de convertirse en monja? -preguntó Chamán.

Vio que ella vacilaba y que su padre fruncía el ceño, y se dio cuenta de que la pregunta había sido poco afortunada.

Pero Miriam Ferocía le respondió.

—Cuando pertenecía al mundo, me llamaba Andrea. -Se levantó de su silla y se acercó a una estantería, de donde cogió un libro-. Quizá te interese llevarte este libro prestado -comentó-. Es de David Ricardo, un economista inglés.

Esa noche Chamán se quedó despierto hasta tarde, leyendo el libro.

Algunas cosas eran difíciles de comprender, pero se dio cuenta de que Ricardo abogaba por el libre comercio entre las naciones, que era lo que quería conseguir el Sur.

Cuando por fin se quedó dormido, vio a Cristo en la cruz. En sus sueños vio que la nariz aguileña y larga se acortaba y se ensanchaba. La piel se oscurecía y enrojecía, el pelo se volvía negro. Aparecían los pechos de una mujer, de pezones oscuros, marcados por los signos rúnicos. Entonces vio los estigmas. Dormido, sin necesidad de contar, Chamán supo que había once heridas, y al mirar notó que la sangre brotaba y resbalaba por el cuerpo hasta caer gota a gota desde los pies de Makwa

44

Cartas y notas

En la primavera de 7860, las ovejas de los Cole parieron cuarenta y nueve corderos, y toda la familia ayudó a resolver los problemas del parto y la castración.

—El rebaño crece cada primavera -le dijo Alden a Rob J. con orgullo y preocupación-. Tendrá que decirme qué quiere hacer con todos éstos.

Las posibilidades eran limitadas. Podían matar sólo unos pocos. Entre los vecinos, que criaban sus propios animales, existía poca demanda de carne, y sin duda se estropearía antes de que llegaran con ella a la ciudad para venderla. Los animales vivos podían ser transportados y vendidos, pero eso resultaba complicado y exigía tiempo, esfuerzo y dinero.

—La lana es muy valiosa en proporción con su volumen -reflexionó Rob J.-. La mejor solución es seguir criando el rebaño y ganar dinero con la venta de la lana. Eso es lo que siempre hizo mi familia en Escocia.

—Bueno, entonces tendremos más trabajo que nunca. Eso nos obligará a contratar a alguien más -dijo Alden incómodo, y Chamán se preguntó si Alex le habría dicho algo de su deseo de marcharse-. Doug Penfield está dispuesto a trabajar para nosotros media jornada. Eso me dijo.

—¿Crees que es un buen trabajador?

—Seguro que si; es de New Hampshire. No es lo mismo que ser de Vermont, pero está cerca.

Rob J. estuvo de acuerdo con Alden, y contrató a Doug Penfield.

Esa primavera, Chamán trabó relación con Lucille Williams, hija de Paul Williams, el herrador. Lucille había asistido durante varios años a la escuela donde Chamán le había enseñado matemáticas. Ahora se había convertido en una mujer. Aunque su pelo rubio, siempre recogido en un gran moño, era más claro que el de las suecas con las que Chamán soñaba, tenía una sonrisa fácil y un rostro encantador. Siempre que se cruzaba con ella en el pueblo se detenía a charlar un rato y a preguntarle por su trabajo, que estaba repartido entre las cuadras de su padre y Ropa para Señoras Roberta, la tienda que su madre tenía en la calle Main. Esta combinación le permitía cierta libertad, porque sus padres aceptaban su ausencia sin hacer preguntas, y cada uno suponía que ella había salido a hacer algún recado para el otro. Por eso, cuando Lucille le preguntó a Chamán si podía llevarle un poco de mantequilla de su granja y entregársela en su casa a las dos de la tarde del día siguiente, él se sintió nervioso y excitado.

Ella tuvo el buen cuidado de explicarle que debía atar el caballo en la calle Main, delante de las tiendas, luego rodear la manzana hasta Illinois Avenue, acortar camino por la propiedad de los Reimer, detrás de la hilera de arbustos de lilas, fuera de la vista de la casa, y finalmente saltar la valla de estacas del patio de atrás de su casa y llamar a la puerta trasera.

—Así no se verá…, ya sabes, despistaremos a los vecinos -comentó Lucille bajando la vista.

Chamán no se sorprendió, porque Alex le había llevado mantequilla durante todo el año anterior; pero sintió miedo: él no era Alex.

Al día siguiente, las lilas de los Reimer estaban totalmente florecidas. Fue fácil saltar la valla, y la puerta de atrás se abrió en cuanto llamó. Lucille hizo comentarios efusivos acerca de lo bien envuelta que estaba la mantequilla con las toallas, y las dobló y colocó sobre la mesa de la cocina, junto al plato, después de llevar la mantequilla a la fresquera. Cuando regresó, cogió a Chamán de la mano y lo condujo a una habitación contigua a la cocina, que evidentemente era el probador de Roberta Williams. En un rincón había medía pieza de guinga, y sobre un estante largo, retazos de seda, raso, dril y algodón pulcramente doblados. Junto a un enorme sofá de crin se veía un maniquí hecho con alambres y tela, y Chamán quedó fascinado al ver que tenía nalgas de marfil.

Lucille le ofreció su rostro para un único beso prolongado; luego empezaron a desnudarse con diligencia y pulcritud y dejaron la ropa en dos delicados montones iguales, y los calcetines dentro de los zapatos.

Con ojo clínico, Chamán observó que el cuerpo de ella estaba desequilibrado: tenía hombros estrechos y caídos, los pechos parecían pasteles ligeramente levantados -cada uno rematado en un pequeño charco de almíbar y adornado con una baya pardusca-, mientras la mitad inferior del cuerpo era más gruesa, de caderas anchas y piernas gordas. Cuando se volvió para cubrir el sofá con una sábana gris "¡La crin raspa!", él se dio cuenta de que el maniquí no era adecuado para sus faldas, que debían ser más amplias.

Ella no se soltó el pelo.

—Lleva demasiado tiempo volver a recogerlo -dijo a modo de disculpa, y él le aseguró en tono casi formal que así estaba bien.

Resultó fácil. Ella hizo que lo fuera, y además él había escuchado tantas veces las historias jactanciosas de Alex y sus amigos, que aunque nunca se había encontrado en esa situación conocía muy bien todos los entresijos. El día anterior no habría soñado siquiera con tocar las nalgas de marfil del maniquí, pero ahora estaba acariciando unas muy cálidas y de verdad, y lamió el almíbar y probó las bayas. Enseguida, y con gran alivio, se liberó de la carga de la castidad después de alcanzar un tembloroso clímax. Como no podía oir los jadeos de ella, utilizó al máximo todos sus otros sentidos, y ella colaboró adoptando toda clase de posturas para que él hiciera un detenido examen, hasta que logró repetir la experiencia anterior, tomándose un poco más de tiempo. Estaba preparado para seguir, una y otra vez, pero de pronto Lucille miró el reloj y saltó del sofá mientras decía que tenía que tener la cena preparada cuando llegaran su madre y su padre. Hicieron planes mientras se vestían. Ella (¡y esa casa vacia!) estaban disponibles durante el día.

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