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Authors: Noah Gordon

Chamán (86 page)

BOOK: Chamán
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Esa tarde vadearon el río Cedar con cuidado de no mojarse, pero finalmente quedaron empapados por una inesperada lluvia de primavera. Casi había oscurecido cuando llegaron a una granja y se cobijaron en un granero. Chamán sintió un extraño placer al recordar la descripción de la noche de bodas de sus padres que había leído en el diario de Rob J. Se lanzó bajo la lluvia para pedir permiso al granjero para quedarse. El hombre, que aunque se llamaba Williams no tenía parentesco alguno con el dueño del establo de Holden's Crossing, accedió inmediatamente. Cuando Chamán regresó, la señora Williams lo siguió de cerca con medio cazo de deliciosa sopa de zanahorias, pata tas y cebada, y un pan fresco. Los dejó solos tan pronto que imaginaron que ella se había dado cuenta de que eran recién casados.

A la mañana siguiente el aire estaba despejado y más cálido que el día anterior. A primera hora de la tarde llegaron al río Iowa. Billy Edwards le había indicado a Chamán que si seguían en dirección al noroeste encontrarían a los indios. El río estaba desierto, y un rato después llegaron a un pequeño entrante de agua clara, poco profundo y con fondo de arena. Se detuvieron y ataron los caballos, y Chamán se desvistió rápidamente y chapoteó en el agua.

—¡Venga! -la animó.

Ella no se atrevió. Pero el sol quemaba y parecía que el río jamás hubiera sido pisado por otros seres humanos. Pocos minutos después, Rachel se metió entre los arbustos y se quitó toda la ropa menos la bata suelta de algodón que llevaba debajo del vestido. Protestó porque el agua estaba fría y jugaron juntos como niños. La bata mojada se le pegó al cuerpo, y él enseguida se estiró para abrazarla; pero a ella le dio vergüenza.

—¡Seguro que viene alguien! -exclamó, y salió del agua corriendo.

Se puso el vestido y colgó la bata en una rama para que se secara.

Chamán tenía anzuelos y sedal entre sus cosas, y después de vestirse cogió unos cuantos gusanos de debajo de un tronco y cortó una rama para hacer una caña. Caminó río arriba hasta un remanso, y unos minutos después ya había capturado un par de percas moteadas de más de doscientos gramos cada una.

A mediodía habían comido huevos duros de la abundante provisión preparada por Rachel, pero esa noche comerían las percas, que limpiaron enseguida.

—Será mejor que las cocinemos ahora, para que no se estropeen, y que las envolvamos en un paño para guardarlas -sugirió él, y preparó una fogata.

Mientras se cocinaban las percas, Chamán volvió a acercarse a ella.

Esta vez Rachel perdió todo recato. No le importó que aunque él se hubiera restregado las manos con agua del río y arena, no le hubiera desaparecido el olor a pescado de las manos; no le importó que estuvieran a plena luz del día. El le levantó las faldas e hicieron el amor vestidos, sobre la hierba caliente y soleada de la orilla del río, mientras el impetuoso torrente sonaba en los oídos de Rachel.

Unos minutos más tarde, mientras ella daba vuelta el pescado para que no se quemara, apareció una chalana en el recodo del río. En ella viajaban tres hombres barbudos y descalzos, vestido únicamente con pantalones raídos. Uno de ellos levantó la mano levemente para saludar, y Chamán respondió.

En cuanto la chalana hubo desaparecido, Rachel corrió hasta la rama de la que colgaba su bata como una enorme bandera blanca que anunciara lo que habían hecho. Cuando él se acercó, ella se volvió y preguntó:

—¿Qué nos ocurre? ¿Qué me ocurre a mi? ¿Quién soy?

—Eres Rachel -respondió él, estrechándola entre sus brazos.

Lo dijo con tal satisfacción que cuando la besó ella estaba sonriendo.

73

Tama

A primera hora de la mañana del quinto día adelantaron a otro jinete.

Cuando se acercaron a él para pedirle que les indicara el camino Chamán vio que el hombre iba vestido con sencillez pero montaba un buen caballo y una montura cara. Tenía el pelo largo y negro, y la piel del color de la arcilla cocida.

—¿Puede indicarnos el camino a Tama? -le preguntó Chamán.

—Mejor que eso. Yo voy allí; si quieren, pueden cabalgar conmigo.

—Es muy amable.

El indio se inclinó hacía delante y añadió algo, pero Chamán sacudió la cabeza.

—Me resulta dificil hablar mientras cabalgamos. Tengo que verle los labios, soy sordo.

—Oh.

—Pero mi esposa oye perfectamente -aclaró Chamán.

Sonrió, y el hombre le devolvió la sonrisa, se volvió hacía Rachel y la saludó. Intercambiaron unas pocas palabras, pero el resto del trayecto los tres cabalgaron en silencio disfrutando de la tibia mañana Cuando llegaron a una pequeña charca se detuvieron para que los caballos pudieran beber un poco y comer hierba mientras ellos estiraban las piernas; entonces se presentaron correctamente. El hombre les estrechó la mano y dijo que se llamaba Charles P. Keyser.

—¿Vive en Tama?

—No, tengo una granja a unos quince kilómetros de aquí. Soy pota watomi, pero toda mi familia murió a causa de las fiebres, y me críaron unos blancos. Ni siquiera hablo la lengua india, salvo algunas palabras de kickapoo. Me casé con una mujer que era medio kicka poo, medio francesa.

Dijo que iba a Tama cada pocos años y que pasaba allí un par de días -En realidad no sé por qué lo hago. -Se encogió de hombros y sonrió-. La llamada de la sangre, supongo.

Chamán asintió.

—¿Le parece que los animales ya han comido bastante?

—Oh, claro, a ver si las monturas van a estallar debajo de nosotros -bromeó Keyser volvieron a montar y reanudaron el viaje.

A medía mañana, Keyser los condujo por la población de Tama. Mucho antes de llegar al grupo de cabañas que formaban un enorme círculo, se vieron seguidos por un grupo de niños de ojos pardos, y perros que ladraban.

Keyser indicó que se detuvieran, y desmontaron.

—Le comunicaré al jefe que estamos aqui -dijo, y entró en una cabaña cercana.

Cuando volvió a aparecer, acompañado de un piel roja corpulento de mediana edad, ya se había reunido una pequeña multitud. El hombre robusto dijo algo que Chamán no pudo descifrar mirándole los labios. No había hablado en inglés, pero el hombre aceptó la mano de Chamán cuando él se la tendió.

—Soy el doctor Robert J. Cole, de Holden's Crossing, Illinois. Esta es mi esposa, Rachel Cole.

—¿Doctor Cole? -Un joven se separó de la multitud y miró atentamente a Chamán-. No, demasiado joven.

—¿Quizá conocías a mi padre?

El hombre estudió su rostro.

—¿Eres el chico sordo? ¿Eres tú, Chamán?

—si.

—Yo soy Perro Pequeño. El hijo de Luna y Viene Cantando.

Chamán sintió una enorme alegría mientras se estrechaban la mano y recordaban cómo habían jugado juntos de niños.

El hombre robusto dijo algo.

—El es Medi-ke, Tortuga Mordedora, jefe de la ciudad de Tama -anunció Perro Pequeño-. Quiere que los tres entréis en su cabaña.

Tortuga Mordedora le indicó a Perro Pequeño que él también debía entrar, y a los otros les dijo que se marcharan. La cabaña era pequeña y por el olor se notaba que acababan de comer carne chamuscada. Las mantas dobladas indicaban el sitio en el que dormían, y en un rincón se veía colgada una hamaca de lona. El suelo de tierra era duro y estaba húmedo, y en él se sentaron mientras la esposa de Tortuga Mordedora, Wapansee -Lucecita-, les servía café endulzado con azúcar de arce, alterado y transformado por otros ingredientes. Tenía el mismo sabor que el café que preparaba Makwa-ikwa. Cuando Lucecita terminó de servirlo, Tortuga Mordedora le dijo algo, y ella salió de la casa.

—Tenías una hermana llamada Mujer Pájaro-le dijo Chamán a Perro Pequeño-. ¿Vive aquí?

—Murió, hace ya mucho tiempo. Tengo otra hermana, Sauce Verde, la más joven. Vive con su esposo en la reserva de Kansas.

Perro Pequeño añadió que entre la gente que vivía en Tama no había nadie más del reducido grupo de Holden's Crossing.

Tortuga Mordedora le informó por intermedio de Perro Pequeño que él era mesquakie. Y que en Tama había unos doscientos mesquakie y sauk. Luego lanzó un torrente de palabras y volvió a mirar a Perro Pequeño.

—Dice que las reservas son muy malas, como enormes jaulas. Nos sentíamos tristes recordando los viejos tiempos, las viejas costumbres.

Cazamos caballos salvajes, los domamos, los vendimos por el dinero que pudimos. Ahorramos hasta el último centavo.

Luego unos cien de los nuestros vinieron aquí. Tuvimos que olvidar que Rock Island antes era Sauk-e-nuk, la gran ciudad de los sauk, y que Davenport era Mesquak-e-nuk, la gran población de los mesquakie. El mundo ha cambiado. Compramos ochenta acres de tierra con dinero blanco, y el gobernador blanco de Iowa firmó escrituras como testigo.

Chamán asintió.

—Fantástico -dijo, y Tortuga Mordedora sonrió.

Evidentemente entendía un poco de inglés, pero siguió hablando en su lengua y a medida que hablaba su rostro se volvía sombrío.

—Dice que el gobierno siempre finge que ha comprado nuestras inmensas tierras. El Padre Blanco arrebata nuestras tierras y ofrece a las tribus monedas pequeñas en lugar de dinero de papel grande. Incluso nos quita las monedas y nos da mercancías baratas y dice que a mesquakie y a sauk se les paga una anualidad. Muchos de los nuestros dejan mercancías sin valor que se pudran en tierra. Les aconsejamos que digan claramente que sólo aceptarán dinero, y que vengan aquí a comprar mas tierras.

—¿Tenéis problemas con los vecinos blancos? -preguntó Chamán.

—Ningún problema -respondió Perro Pequeño, y escuchó lo que decía Tortuga Mordedora-. El dice que no somos una amenaza. Cada vez que nuestra gente va a hacer negocios, hombres blancos ponen monedas en la corteza de árboles y dicen a nuestros hombres que se pueden quedar con monedas si les dan con la flecha. Algunos de los nuestros dicen que eso es un insulto, pero Tortuga Mordedora lo permite. -Tortuga Mordedora dijo algo, y Perro Pequeño sonrió-: Dice que nos mantiene entrenados con el arco.

Lucecita regresó con un hombre vestido con camisa blanca de algodón deshilachada, pantalones de lana color pardo, manchados, y pañuelo rojo atado a la altura de la frente. Dijo que era Nepepaqua, Sonámbulo, hechicero sauk. Sonámbulo no era de los que pierden el tiempo.

—Ella dice que eres médico.

—si.

—Bien. ¿Vendrás conmigo?

Chamán asintió. Chamán y Rachel dejaron a Charles Keyser bebiendo café con Tortuga Mordedora. Sólo se detuvieron a coger el maletín. Luego siguieron al hechicero.

Mientras atravesaban el poblado, Chamán buscó imagenes conocidas que coincidieran con sus recuerdos. No vio tipis, pero al otro lado de las cabañas había algunos hedonoso-tes. En su gran mayoría, la gente iba vestida con ropas raídas de blancos. Los mocasines eran como él los recordaba, aunque muchos indios llevaban botas de trabajo, o calzado del ejército.

Sonámbulo los llevó a una cabaña al otro lado del poblado. En su interior, una joven delgada se retorcía de dolor, acostada y con las manos apoyadas en su enorme vientre.

Tenía los ojos vidriosos y parecía haber perdido el juicio. No respondió a las preguntas de Chamán. Su pulso era rápido y fuerte. El sintió temor, pero cuando cogió las manos de la joven entre las suyas notó que tenía más vitalidad de la que había imaginado.

Sonámbulo le indicó que se llamaba Watwaweiska, Ardilla Trepadora. Era la esposa de su hermano. El momento de su primer parto había llegado el día anterior por la mañana. Ya había elegido un sitio blando y seco en el bosque, y alli) había ido. Sintió los dolores agudos y se puso en cuclillas, como le había enseñado su madre. Después de romper aguas, sus piernas y su vestido quedaron mojados, pero no ocurrió nada más. El dolor no cesaba, y el niño no llegaba. Al caer la noche, otras mujeres habían ido a buscarla, la habían encontrado y trasladado a la cabaña.

Sonámbulo no había podido ayudarla.

Chamán rompió el vestido empapado en sudor y estudió el cuerpo de la india. Era muy joven. Sus pechos, aunque llenos de leche, eran pequeños, y su pelvis estrecha. Sus partes pudendas estaban dilatadas, pero no se veía la pequeña cabeza. Presionó suavemente la superficie del vientre con los dedos. Luego cogió el estetoscopio y le pasó los auriculares a Rachel. Apoyó el otro extremo en distintos puntos del vientre de Ardilla Trepadora, y las conclusiones a las que había llegado con la ayuda de las manos y los ojos quedaron confirmadas por los sonidos que Rachel le describió.

—El niño se presenta mal.

Chamán salió y pidió agua limpia, y Sonámbulo lo llevó a un arroyo, al otro lado del bosque. El hechicero miró con curiosidad a Chamán, que se enjabonaba con jabón tosco y se restregaba las manos y los brazos.

—Es parte de la medicina-explicó, y Sonámbulo aceptó el jabón y lo imitó.

Cuando regresaron a la cabaña, Chamán cogió su frasco de grasa limpia y se lubricó las manos. Introdujo un dedo en el canal y luego otro, como si intentara tocar un puño. Avanzó poco a poco en dirección ascendente. Al principio no sintió nada, pero enseguida la joven tuvo un espasmo y el puño apretado se abrió ligeramente. Un minúsculo pie le tocó los dedos y alrededor del mismo notó el cordón enrollado. El cordón umbilical era duro, pero estaba estirado, y Chamán no se atrevió a liberar el pie hasta que el espasmo hubiera pasado. Luego, trabajando cuidadosamente con dos dedos, desenredó el cordón y tiró del pie ha cía abajo.

El otro pie estaba más alto, apuntalado contra la pared del canal.

Con el siguiente espasmo logró alcanzarlo y tirar de él hacía abajo, hasta que dos minúsculos pies rojos se desprendieron de la joven madre. Los pies pronto fueron piernas, y enseguida vieron que era un varón. Apareció el vientre del pequeño, arrastrando el cordón. Pero el avance se interrumpió cuando los hombros y la cabeza del bebé quedaron atascados en el canal, como un corcho en el cuello de una botella.

Chamán no pudo arrastrar más al pequeño, pero tampoco pudo llegar a un punto lo suficientemente alto para evitar que el cuerpo de la madre apretara la nariz del bebé. Se arrodilló, con la mano aún en el canal, y pensó en una solución, pero sintió que el bebé se asfixiaria.

Sonámbulo también tenía su maletín en un rincón de la cabaña, y de él sacó una enredadera de algo más de un metro. La enredadera terminaba en lo que parecía indudablemente la cabeza chata y espantosa de un crótalo de ojos negros, redondos y brillantes, y colmillos fibrosos.

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