Cuando los chicos se están planteando si hacen trampa en un examen escolar, o cuando los adultos están pensando engañar en su declaración de renta o a su cónyuge, normalmente exponen el tema en términos de romper una regla, no en términos de mentir. La mentira es algo que habrá que hacer si decidimos engañar, una función necesaria del hecho de ser un ladrón, un estafador o un adúltero. Algunos niños piensan que el engaño en sí mismo no es una mentira, pero sí lo es si lo niegas cuando te piden una explicación. En mi opinión, las dos cosas deben considerarse mentiras. El que engaña esconde la fuente real de información, y la presenta de manera falsa como suya propia. El negar que se ha engañado es una segunda mentira. El negar el engaño es un intento de evitar ser castigado, mientras que el engaño normalmente es un intento de conseguir la recompensa resultante de una buena nota. Naturalmente, el engaño también puede ser un intento de evitar el castigo si los padres han expresado amenazas sobre las consecuencias de una mala nota. Se ha hecho mucha investigación sobre el engaño, más que sobre cualquier otro tipo de mentira. Más adelante examinaré algunas de estas investigaciones y explicaré lo que se ha descubierto sobre el engaño y las trampas, y por qué algunos niños mienten o engañan más que otros.
MOTIVOS PARA MENTIR
Lo enfadado que uno se siente cuando descubre que su hijo le ha mentido no depende tanto de si él escondió o falsificó. Más bien, el motivo de la mentira (por qué su hijo decidió mentir) y las consecuencias (a quién afecta la mentira y cómo) es lo que más importa. Yo creo que los padres se sienten mejor cuando comprenden por qué mienten sus hijos. El comprender qué les motiva a mentir puede ayudar a los padres a decidir cómo responder de manera que sus hijos no se sientan animados a mentir otra vez. Para complicar más el asunto, no existe una sola razón por la cual los niños mienten, sino muchas. En cada grupo de edad aparecen varias razones que son predominantes, como veremos a continuación.
Evitar el castigo
Tanto Tom como Jack mintieron para evitar el castigo. Los niños de todas las edades que he estudiado dicen que el evitar el castigo es la principal razón por la cual ellos y otros chicos mienten. Los padres y los profesores también creen que la evitación del castigo es la razón más frecuente por la cual mienten los niños. Este es uno de los hallazgos más claros de los estudios científicos sobre las mentiras.
El evitar el castigo también es un motivo común para los adultos. La mayoría de ladrones, estafadores y espías mienten para ocultar sus actos. También lo hace el tenorio, el aspirante a un puesto de trabajo que esconde el hecho de que fue expulsado de su cargo anterior, y la conductora que le dice al guardia de tráfico que no vio la señal de velocidad máxima. Normalmente mienten sin tener muy en cuenta la moralidad de si deberían hacerlo o no, o si el mentir empeoraría las consecuencias si su mentira fuera descubierta. El mentir es parte de lo que ellos saben que tendrán que hacer para evitar el castigo cuando deciden embarcarse en su acto ilegal o mal visto. En cierto sentido, es incorrecto decir que el motivo de su mentira es evitar el castigo. Su motivo es en realidad obtener una recompensa o beneficio —el deseo de Tom de celebrar una fiesta sin adultos— y el mentir es simplemente una parte de lo que se necesita para poderlo conseguir. Estas mentiras son distintas a la negación de Jack de que hubiera roto el ordenador. Una es una mentira para encubrir un placer ilícito, la otra es una mentira para esconder un error no intencional. El éxito en cualquiera de los dos tipos de mentira evitará el castigo.
Cuando un niño miente para evitar el castigo, el cómo nos sentimos los padres depende de lo que haya hecho el niño (el «delito» del niño, por decirlo de algún modo), qué infracción esconde la mentira del niño y, naturalmente, la edad del niño. Hay varias cosas a tener en cuenta:
Supongamos que Jack hubiera derramado una coca-cola accidentalmente sobre el teclado del ordenador de su padre en lugar de darle un golpe y hacerlo caer de la mesa. En ese caso, el no haber dicho la verdad hubiera empeorado la situación. Porque si se lo hubiera dicho a su padre inmediatamente, antes de que el dulce líquido se secara, se hubiera podido evitar una reparación del ordenador, o que ésta fuera menos costosa. Pero eso no es lo que ocurrió. La mentira de Jack no hizo que el gasto ocasionado por el daño al ordenador fuera mayor.
La mala acción de Jack fue un accidente. Los adolescentes suelen juzgar mal los límites de sus cuerpos y van chocando y derribando cosas a su paso. Muchas personas considerarían que la infracción de Tom (la fiesta secreta) es mucho peor, porque fue deliberada y premeditada. Nadie le forzó a celebrar una fiesta sin la presencia de adultos; no es que simplemente ocurriera, él eligió hacerlo. Jack no tuvo intención de cometer una infracción; Tom sí.
Aunque menos culpable en términos de intención, el accidente de Jack resultó mucho más costoso que la fiesta de Tom. El arreglar el ordenador fue caro, mientras que la fiesta de Tom no causó daños a la propiedad ni a personas. No obstante, yo creo que en general la mayoría de gente estaría de acuerdo en que la falta de Tom fue más grave que la de Jack. La intención pesa más que el coste, tanto en éste como en muchos otros casos. La mentira de Tom no fue una idea tardía, adoptada para tapar un error no intencional. El mentir, el esconder información a sus padres formó parte del plan de Tom desde el principio, cuando algunos días antes de la fiesta había invitado a sus amigos en secreto.
¿Acaso hacer trampa en un examen escolar es peor que celebrar una fiesta secreta? Una cosa rompe las normas de la escuela, la otra las normas del padre. No estoy seguro de cuál de ellas la gente opinaría que, a la larga, resulta más problemática. ¿Quizás una lleva a la otra? Algunas investigaciones sugieren que la respuesta puede ser afirmativa, al menos en el caso de los adolescentes. Vamos a ver por qué puede ser así.
Aunque el padre de Jack podría estar enfadado por el daño causado, debería admitir que el fallo de Jack fue ocultar la información, no por qué la ocultó. Si hubiera descubierto la mentira, su padre se podría preguntar: «¿Por qué tenía miedo mi hijo de contármelo? ¿Acaso he actuado en el pasado de manera que mi hijo pueda pensar que le voy a castigar por algo accidental?». Naturalmente, puede que el evitar el castigo no fuera el motivo de Jack. Podría ser el orgullo, un deseo de evitar la humillación o que se dijera que era un patoso y desgarbado adolescente que no sabía qué hacer con su cuerpo. (Cuando leyó este capítulo, Tom me dijo que no creía que éste fuera el caso. «Esa podría ser la razón», dijo, «si Jack hubiera roto algo suyo, pero si se trata de algo del padre, tendría miedo de ser castigado.») Le pregunté a Jack por qué no había dicho la verdad. Me miró como si estuviera loco por hacerle esa pregunta. Reconoció que probablemente su padre no le hubiera castigado, aunque sí se hubiera enfadado mucho. El motivo, por lo que pude deducir, fue evitar tener que ver cómo se enfurecía su padre, antes que el temor al castigo.
No estoy justificando la mentira de Jack, ni la de Tom. Estoy sugiriendo que los padres deberían determinar primero cuál creen ellos que es el motivo de las mentiras de sus hijos. Entonces podrán saber mejor cómo enfrentarse a ellas.
Evitar la vergüenza
Cuando Annie, una típica niña de cinco años, se levantó de su silla, su madre vio que tenía el pantalón mojado. «Annie, ven aquí. ¿Llevas los pantalones mojados?», le preguntó su madre. «No me he hecho pis, mamá», explicó Annie con gran sinceridad. «La silla estaba mojada.»
Puede que Annie también hubiera estado evitando el castigo. Pero conozco a su madre y sé que no hubiera castigado a su hija por orinarse encima. El motivo de la mentira de Annie fue la vergüenza. El hecho de que mintiera muestra que ha aprendido a sentirse avergonzada por no controlar su vejiga. La turbación que motiva su mentira puede que también la motive a aprender a controlar la vejiga. La mentira de Annie puede que sea también un primer intento de buscar intimidad, algo que sus padres también desean cuando tienen que ir al baño, y algo que quieren que Annie aprenda. Puede que no fuera sólo turbación. Annie podría haber mentido para no tener que interrumpir sus juegos. La reacción de la madre, tanto si la castiga, como si lo ignora o anima a su hija a decir la verdad, debería depender de su comprensión de por qué mintió la niña.
MÁS ALLÁ DE LOS CHISMES: ¿ES SU HIJO UN DELATOR?
¿Está bien o mal que un niño informe a alguien sobre una cosa que otra persona haya hecho mal? ¿Anima usted a sus hijos a que denuncien las malas acciones del otro? ¿Deberían informarle a usted si han cometido una falta? La mayoría de personas no se han planteado cuál es su postura sobre estos temas, y no existe un consenso en nuestra sociedad sobre la moralidad del hecho de delatar. Los niños, en el mejor de los casos, reciben mensajes cruzados. Por un lado sus padres les dicen que no mientan. Pero, por el otro, no siempre se ven premiados por los padres por decir la verdad.
La confusión sobre estos temas saltó hace poco a los titulares de los periódicos cuando Deanna Young, de trece años, denunció a sus padres por consumo de droga. Había asistido a una charla que el asistente del sheriff había dado en la iglesia local sobre el tema de las drogas. Cuando su padre y su madre ignoraron su ruego de que dejaran de consumir drogas, ella llevó a la policía una bolsa que contenía marihuana, pastillas y cocaína por valor de 2.800 dólares. Los padres fueron arrestados, Deanna fue admitida en un asilo infantil y empezaron a llegar ofertas de seis cifras de compañías de cine y televisión. Diez días más tarde, Deanna fue devuelta a sus padres, que habían empezado un programa de asesoramiento. Al cabo de un mes ya había otros cuatro niños que habían denunciado a la policía que sus padres consumían droga.
En una editorial del
New York Times
sobre el tema moral planteado por este caso se preguntaba: «¿Acaso el daño causado al tejido familiar queda compensado por el bien público realizado al confiscar una pequeña cantidad de drogas y por el mensaje que tal acción transmite al público? […]La denuncia en una sociedad democrática, en especial cuando hay menores o miembros de la familia involucrados, nos plantea una incómoda paradoja moral»
[7]
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Tomando la posición contraria, el fiscal del distrito que acusó a los padres de Deanna dijo: «Admiro a la chica»
[8]
. Tanto el superintendente de instrucción pública del estado de California como el fiscal general del Estado dijeron que simpatizaban con Deanna por denunciar a sus padres, y lo llamaron «una muestra del éxito» del programa escolar de educación sobre drogas.
Mis entrevistas con padres sugieren que la mayoría de ellos no ha hablado con sus hijos sobre si sería correcto que los niños denunciaran las transgresiones paternas. ¿Debería informar el niño a uno de los padres acerca de que el otro se ha fumado un cigarrillo a escondidas, ha flirteado o le han puesto una multa de tráfico por exceso de velocidad? Por un lado los padres les dicen a sus hijos que no sean chivatos, pero también esperan que les informen de las malas acciones de sus hermanos cuando los padres exigen la información.
Intentando ser coherente acerca de cómo me siento sobre el tema como padre, he llegado al siguiente principio: ser chivato está mal cuando es el niño el que lleva la iniciativa de delatar, cuando la ofensa es menor y el motivo de la acusación parece ser el rencor. Cuando la ofensa es grave -si mi hija, Eve, descubriera que mi hijo, Tom, fumaba porros-, entonces yo no pensaría que Eve se equivocaba al tomar la iniciativa de informarme. Pero quizás ella si lo pensaría. Eve, que tiene ahora ocho años, ha aprendido de su hermano y de sus compañeros de clase que «chivarse de tu hermano» está mal. Se sentiría muy dividida. Y yo también. Si sospechara que ella disponía de información sobre una ofensa grave, yo debería sopesar el coste de persuadirla a violar su lealtad hacia su hermano contra el no saber con certeza si Tom consumía drogas. Afortunadamente no he tenido que enfrentarme con este dilema. No obstante, sí me he encontrado en una situación en la que creo que uno de mis hijos mintió para encubrir un problema menor.
Una noche Mary Ann y yo salimos a cenar y al cine, dejando a Tom de canguro de su hermana. Le dijimos que Eve debería estar en la cama a las nueve, porque tenía que ir a la escuela al día siguiente. Por la mañana, durante el desayuno, Eve se arrastraba y mostraba síntomas visibles de cansancio. Sospechando que se había quedado levantada viendo algún programa de televisión, le pregunté si se había quedado levantada después de las nueve. Ella lo negó. Así que le pregunté a Tom: «¿Se quedó Eve levantada después de las nueve?». Él contestó: «Que yo sepa, no». No puedo estar seguro, pero supongamos que Tom mentía, que sabía que Eve no se había acostado hasta las diez. No veo el motivo de intentar castigar ni a él ni a ella, ni de seguir discutiendo el tema, porque quiero que Tom sienta lealtad hacia su hermana. Quiero que él la proteja, no que se convierta en un delator. Lo que yo podría descubrir con la verdad no es lo suficientemente importante como para intentar minar la lealtad de Tom hacia su hermana.
Aunque la ofensa denunciada tenga que ver con la muerte, puede que padres e hijos no estén de acuerdo en si es correcto o incorrecto ser un delator. Eso es lo que ocurrió en 1987 en un incidente de violencia racial en el barrio de Howard Beach de la ciudad de Nueva York. Un joven negro de veintitrés años resultó muerto tras ser atropellado por un coche cuando al intentar huir de un grupo de adolescentes blancos que le estaban atacando con un bate de béisbol saltó a la autopista. Uno de los chicos, Bobby Riley, aportó la información que permitió al Estado procesar a otros once sospechosos. Éste es el informe del New York Times sobre las reacciones de los adultos ante el testimonio de Bobby Riley:
Unos cuantos vecinos del señor Riley dijeron que tanto él como su familia se sintieron impulsados por consideraciones morales a ayudar a las autoridades. «Creo que es por el hecho de ser católico, eso es lo que finalmente le hizo hacerlo», dijo (un vecino). Otra vecina […] dijo que seguramente sus padres creyeron que eso era lo correcto.
«Si fuera mi hijo (el que hubiera formado parte de una pandilla que atacaba a un negro con un bate de béisbol), si no lo mataba yo primero, me gustaría que él intentara hacer todo lo posible por rectificar», dijo.