—¿Eres consciente de que acabas de llamarme «capitana»? —le preguntó, y sintió que le acariciaba la muñeca con la yema del pulgar.
—Lo soy —respondió él con una carcajada—. Fíjate tú. Tal vez porque estoy esperando una orden.
Si volvía la cabeza, sus labios se encontrarían. Lo ansiaba tanto que apenas recordaba el orgullo ni la voz de la razón. Lo deseaba más que a Aidan.
—¿Y si me dices antes por qué has venido a mi camarote a estas horas?
Jinan Seton le soltó la mano y le acarició el brazo. Con una delicadeza que jamás habría imaginado en él, la instó a apartarse.
—He venido a por el sextante.
Viola parpadeó, consciente de que se había sonrojado, consciente a juzgar por su expresión de que él sabía hasta qué punto la había afectado.
—En fin, pues podrías haberlo dicho antes —se volvió hacia el interior del camarote para ocultar su sonrojo y soltó el libro para coger el instrumento de navegación.
—Me hace gracia provocarte —dijo él cuando volvió a su lado.
—No lo dudo —Viola enarcó una ceja y fingió ignorar que él era consciente de la verdad. Fingió que la verdad no era la verdad: que por un momento se había derretido bajo la caricia de su mano y que seguiría derretida si él no la hubiera soltado—. ¿Se ha despejado el cielo?
—En parte —él aceptó el sextante y echó un vistazo hacia la mesa sobre la que ella había soltado el libro—. Estás leyendo a Heródoto.
Lo dijo a modo de afirmación. Una afirmación sin inflexión alguna en la voz, si bien Viola captó cierta sorpresa. En ese momento, él la miró a los ojos, y el palpitante hormigueo comenzó otra vez.
—Sí —deseó que él llevara la camisa abrochada hasta el cuello. Deseó llevar su gabán abrochado hasta la barbilla. Deseó estar en cualquier otro lugar, bien lejos de la mirada cristalina de ese hombre. No estaba hecha para esa situación tan confusa, para desear a un hombre aunque amara a otro—. ¿Lo has leído?
Lo vio asentir con la cabeza. Había fruncido el ceño.
—Bueno —comentó ella a la ligera—, pues ya tenemos algo más en común además de la apuesta. Impresionante —se obligó a esbozar lo que esperaba que fuese una sonrisa recatada.
Él levantó el sextante.
—Gracias —dijo, y se marchó.
Viola clavó la mirada en su espalda hasta que desapareció en la oscuridad del pasillo de la cubierta de cañones.
Fionn solía decir que era demasiado testaruda. El barón afirmaba, con cierto brillo en los ojos y una sonrisa en los labios, que era temeraria. Sus dos padres llevaban razón.
—¿Qué opinas? —Mattie colocó sus gruesos codos en la barandilla y se frotó el mentón cubierto por la barba.
El mar bajo él era oscuro, salvo por la blanca espuma de las crestas de las olas. El cielo, gris plomizo. Soplaba un viento húmedo y salado.
Jin levantó el catalejo y observó la embarcación que se veía en el horizonte gris. A juzgar por su movimiento, errático y lento, iba a la deriva. Llevaba las velas arriadas y uno de los mástiles descansaba sobre la cubierta, partido. Una bandera desconocida, roja y blanca, ondeaba al viento. Se trataba de un bergantín muy similar a la
Tormenta de Abril
, pero de mayor tamaño y con mayor calado. Un buque mercante con parte de la carga a bordo. ¿Una presa de los piratas o no?
—No podemos arriesgarnos —dijo en voz baja.
—¡Becoua! —gritó la capitana de la
Tormenta de Abril
desde el alcázar. Su voz era seductora incluso cuando gritaba—. Dirígete hacia esa nave, despacio pero sin perder el rumbo.
Seductora como sus pechos medio desnudos, como esos enormes y curiosos ojos, y como su mano delgada mientras le exploraba la piel.
Jin se volvió y buscó su mirada en la distancia. Debía convencerla de que dejara tranquila esa embarcación desconocida. Sin embargo, eso requeriría una conversación privada; y tras el incidente en la puerta de su camarote, reconocía que acercarse nuevamente a ella no sería sensato. Llevaba días evitándola.
Viola también había mantenido las distancias. Lo que sugería que tal vez fuera útil variar su estrategia a fin de lograr que regresara a Inglaterra. Podía conseguir su propósito empleando otro método.
Porque no era inmune a él. A la luz de la lámpara en el pasillo, se había percatado de que su cuerpo respondía a la proximidad. Si Viola hubiera sido consciente de ello, si hubiera visto cómo se tensaba la camisa sobre sus endurecidos pezones, tal vez no habría recuperado la actitud desafiante tan pronto.
Aunque quizá sí fue consciente.
Capitaneaba un barco como si fuera un hombre, leía libros que eran lectura obligada para los caballeros con estudios universitarios y, sin embargo, era la mujer más excitante que había conocido jamás. En la puerta de su camarote, con los ojos brillantes bajo la luz dorada y la sonrisa en los labios, había estado a punto de hacer lo que no debía hacer. Aunque tal vez ese fuera un método bastante más rápido para devolverla a Inglaterra. Una mujer bajo la influencia del deseo solía hacer aquello que quería el hombre que deseaba. Era algo que había aprendido a una edad bien temprana, observando el comportamiento de su madre con su marido. Cuando fue mayor, usó esa lección para su beneficio.
No deseaba mentir a Viola Carlyle. Ella no era lo que aparentaba ser, no era lo que deseaba que vieran los demás. Por un instante, en la puerta de su camarote, había visto algo muy distinto en sus ojos oscuros. Vulnerabilidad. Y confusión por el deseo que la embargaba.
Si así lo decidía, podía aprovecharse de dicho deseo. Pero ya no era ese tipo de hombre. Prefería conquistar a Viola sin engaños.
—No vas a convencerla.
Jin volvió la cabeza.
Mattie había torcido el gesto.
—No te escuchará si le dices que no ponga rumbo a esa embarcación.
—En ese caso, tal vez sería mejor que se lo dijeras tú. Me he dado cuenta de que le gustas.
Mattie soltó una carcajada y se puso muy colorado. Jin meneó la cabeza y devolvió la mirada al horizonte.
Cuando vio que los separaba media milla del barco, decidió que ya no podía posponer más el momento. Enderezó los hombros y caminó hacia el alcázar.
—Esto es una insensatez —dijo, con la vista clavada en el mar.
—No he pedido tu opinión.
—Es mi deber ofrecerla cuando lo considero necesario.
—¿Necesario, por qué? Es obvio que está abandonada. No hay por qué temer un ataque.
—Podría ser un engaño. Para atraerte.
Viola lo miró y enarcó las cejas.
—¡Vaya! ¿Conoces esa táctica? Sin duda la pusiste en práctica durante tus días de pirata —su tono siguió siendo amable y mantuvo los párpados entornados.
Jin no pudo evitar una sonrisa. La combinación de arpía ofensiva y recatada seductora le sentaba muy bien.
La vio parpadear varias veces antes de que desviara la mirada. Jin la siguió, incapaz de apartar los ojos de ella. Tenía un aura encantadora e inocente que rodeaba su fachada de mujer curtida por la vida en el mar, y había sido un imbécil al no percatarse de ello el día que se la encontró en el muelle, en Boston. Llevaba veinte años sin sentir que se le aceleraba el corazón cuando estaba en la cubierta de un barco. En ese momento se le aceleró.
—Si quieres llegar a Trinidad en quince días —le dijo con una brusquedad que no fue premeditada—, será mejor que continúes el rumbo. Es lo más seguro.
Ella puso los brazos en jarras.
—¿Qué te pasa? No me puedo creer que al
Faraón
le preocupe una posible escaramuza, así que debe de tratarse de otra cosa —mantuvo la mirada en el horizonte y bajó la voz—. ¿Te asusta que yo muera y no puedas entregarle el botín al conde?
—Sí.
El viento le alborotó el pelo, que tuvo que apartarse de la mejilla.
—Pues es una posibilidad con la que tendrás que aprender a vivir.
—No puedo —replicó él.
Viola apartó los puños de las caderas y encorvó los hombros. Acto seguido, se alejó de él sin mediar palabra.
La tripulación del barco a la deriva había intentado presentar batalla. Las velas colgaban hechas jirones de las vergas, aunque la mayor parte yacía en el suelo. La cubierta principal estaba negra por la pólvora y agujereada por los cañonazos, al igual que lo estaban los candeleros. Pero el detalle más convincente era el estado del trinquete, inclinado totalmente hacia la proa. En cubierta, había cuatro cadáveres, muy pocos hombres salvo que se tratara de un buque mercante. Los marineros precisos para manejar la embarcación y mantener el rumbo. Si no había nadie más en el sollado, el resto de la tripulación debía de haber sido obligada a abandonar el barco. Mejor vivir la vida de un pirata hasta el siguiente puerto a morir en alta mar. Jin había visto tomar esa decisión a muchísimos marineros.
—Transportan ron —masculló Mattie mientras se colocaba a su lado—. ¿Qué va a hacer? —preguntó al tiempo que señalaba con la cabeza a Viola, que se encontraba en la cubierta inferior dando órdenes a la tripulación mientras se acercaban al otro barco.
—Invitarlos a tomar un té, sin duda —Jin respiró hondo y bajó a la cubierta principal. Al llegar junto a ella le dijo—: No lo hagas.
—Cállate, Seton, o te libero de tu deber.
—Me contrataste precisamente para este propósito.
—Te contraté bajo un falso pretexto. ¡Gui, trae mi sable! Sam, Frenchie, arriad el bote. Vosotros dos, Stew, Gabe y Ayo me acompañaréis.
Los marineros comenzaban a congregarse junto a la barandilla con la vista clavada en la cubierta de la otra embarcación.
—En ese caso, permíteme acompañarte —dijo Jin en voz baja.
—He dicho que te calles.
—Un capitán debe permanecer en su barco.
—¿Y dejarle la diversión a los demás?
—¿Diversión? En ese barco hay cadáveres.
Viola miró al grumete, que le entregó un sable de hoja ancha. Ella se lo aseguró al tahalí.
—Gui, tú te quedas aquí. Te traeré un regalo, te lo prometo.
El grumete frunció el ceño y su mirada furiosa fue casi tan convincente como la de Mattie. Ella le alborotó el pelo y soltó la trabilla que aseguraba su pistola.
—¡Asegurad las velas y arriad el bote!
Jin siguió hablando en voz baja pese al alboroto.
—¿Qué tipo de marinero arriesga la vida sólo por divertirse?
—Empiezas a parecerte a mi antigua niñera.
—Quizá porque te estás comportando como una niña alocada que no sabe lo que le conviene.
Viola se volvió al escucharlo, con una mirada decidida.
—Me las he apañado muy bien en alta mar durante quince años sin ti, Jinan Seton. No me cabe duda de que seguiré haciéndolo al menos durante otros tantos —se abrió paso entre la tripulación de camino a la escala.
Jin la siguió, maldiciendo por lo bajo. Ella llegó en primer lugar y bajó con gran agilidad. El pequeño bote se mecía en las aguas grises. Los marineros bajaron los remos y pusieron rumbo al barco. Cuando llegaron junto a él, Sam lanzó un garfio. Jin fue el primero en subir, tras lo cual arrió la escala.
Viola subió y se detuvo en mitad de la cubierta mientras observaba la escena.
—Malditos piratas —murmuró.
Jin se acercó a uno de los cadáveres. El hombre tenía el pelo lleno de sangre seca, al igual que la pechera de la camisa, que también estaba quemada por un disparo. La hoja de la espada que aún aferraba con una mano lívida estaba manchada de sangre.
—Tres días como mucho —dijo Jin, que se enderezó—. Todavía no hay señales de aves carroñeras.
—Estamos demasiado lejos de la costa —señaló Viola, que se santiguó mientras sus labios se movían para rezar una silenciosa plegaria. Después, dijo en voz alta—: Nadie los estará buscando.
—No seas tonta —dijo Jin, a quien le ardían los hombros bajo el ardiente sol—. Siempre hay alguien.
—¿Por qué no la han hundido? ¿Por qué no la han arrastrado para usar sus partes?
—¿Porque están escondidos en las bodegas, esperando el momento idóneo para salir, matarnos y quedarse con tu barco? Es una suposición.
—Cobarde.
Jin la miró sin hablar.
Ella sonrió. Por extraño que pareciera, y pese a las circunstancias, el gesto le provocó un ramalazo de deseo. Al parecer, esa mujer no sabía lo que era el miedo. Y estaba preciosa cuando sonreía con ese mohín travieso.
—Muchachos —dijo, dirigiéndose a sus hombres—, ¿quién quiere bajar conmigo y ver qué estaban preparando estas pobres almas para cenar antes de que el Señor se los llevara al paraíso?
Jin se acercó a la escalera y los demás siguieron donde estaban… haciendo gala de una gran sensatez. Viola lo siguió.
—Seton, ¿ya no te da miedo echar un vistacillo? —le preguntó.
Bajaba la escalera justo tras él y sus pisadas resonaban en el sollado.
—Como vuelvas a llamarme cobarde, te pegaré un tiro aun a riesgo de tener que enfrentarme a la ira del conde.
Ella se echó a reír. Su risa era ronca y musical. Debía reconocer que era una mujer descarada. Y sin miedo.
Tuvieron que agachar la cabeza para entrar en la cubierta de los cañones. El reducido espacio resultaba agobiante. Las troneras estaban aseguradas y no había indicios de que hubieran disparado el cañón. En ese lugar no había cadáveres, pero sí unas cuantas jaulas abiertas junto a la base del bauprés.
—Se han llevado los animales, pero no el cargamento al completo. También han dejado los aparejos y las velas. Ni siquiera se han llevado el agua.
Él asintió con la cabeza.
—Iban con prisa. Tal vez porque tenían otro objetivo en mente.
—Entonces, ¿ya no crees que vayan a abalanzarse sobre nosotros como espectros? —preguntó Viola—. Siento mucho que te lleves esa desilusión.
El comentario lo dejó al borde de la sonrisa.
—Tal vez tenga que matarte yo mismo después de todo.
—Inténtalo —Viola se volvió y siguió descendiendo.
Jin se descubrió siguiéndola de nuevo.
—¿No te interesa registrar el camarote del capitán?
—No me hace falta. Estaba en cubierta.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo conocía —respondió ella como si tal cosa.
Jin se obligó a apartar la mirada de la sedosa cascada que le caía por la espalda para escudriñar el amplio espacio. Estaba medio vacío. Sin embargo, quedaban barriles y sacos de lona, algunos abiertos, con su contenido desperdigado. Allí tampoco había seres humanos.
—¿Quién era?