Sin embargo, no era un hombre que se arrepintiera de sus actos. Sencillamente evitaría cometer el error de acercarse más de la cuenta.
Para tal fin, se mantuvo alejado de ella. Y Viola hizo lo propio. Era increíble lo fácil que se podían evitar en un barco relativamente pequeño. Cuando pusieran rumbo al este en su propio barco, no sería posible, ya que era mucho más pequeño. Aunque ya se preocuparía de eso cuando llegara el momento.
Rodearon Cuba bastante alejados de la isla, sin encontrar oposición, y Jin contó los días que faltaban para llegar a puerto. Se acercaron a las islas de Jamaica, más seguras, y sólo avistaron una fragata norteamericana, pero la perdieron de vista en las intensas lluvias que se sucedieron. El chaparrón duró doce horas y empapó el velamen y todo lo que había a bordo, si bien el viento se mantuvo y los impulsó por el Caribe. Los hombres apenas se quejaron, ya que estaban siempre de buen humor gracias a su capitana. Como perros falderos. Incluso Matouba, que subía y bajaba de la cofa empapado, lo hacía con una sonrisa para su capitana.
Sin embargo, era lluvia, no una tormenta, de modo que Jin debía contentarse con su progreso.
La víspera de su llegada a puerto, escampó y comenzó a soplar viento del norte. Jin se llevó el mapa al castillo de proa para estudiarlo a placer. De todas formas, conocía las islas, las ensenadas, las playas y las montañas como la palma de su mano. Se había pasado casi toda su juventud navegando de una isla a otra, aceptando los trabajos que le surgían y robando cuando no tenía nada.
Atracarían en cuestión de dieciséis horas. Dos días después, la quincena habría terminado y él devolvería a Viola Carlyle a su hogar, al lugar que le pertenecía. A su familia.
Escuchó sus pasos a su espalda, en cubierta, acercándose a él. Se movía con una seguridad que los hombres no poseían, y la reconoció por sus pisadas y por el aroma a flores silvestres que le llevó el viento. Conocía su voz aterciopelada y el sabor de su boca, y también la textura de su piel en la delicada curva del cuello. Conocía su terca determinación y también el brillo indeciso de sus ojos violetas. La conocía mucho mejor de lo que le gustaría.
Volvió la cabeza, enfrentó su mirada fija y, de repente, temió que dos días y dieciséis horas fueran una eternidad.
Evitar a Jinan Seton no tuvo el efecto que Viola había esperado. Seguía tan guapo como quince días antes, cuando le robó el sentido común con un beso en su camarote. El sol poniente creaba una sombra que oscurecía su cara y sus manos, recortándolo contra un telón de color cobalto con pinceladas lavandas. No era una imagen que la ayudara a calmar sus nervios.
Viola contuvo el aliento y puso los brazos en jarras.
—No quiero que vuelvas a besarme.
Él enarcó las cejas y a juzgar por su expresión, Viola supo que estaba echando mano de toda su paciencia.
—No me mires como si no supieras de lo que estoy hablando.
—No tengo la menor intención de besarte otra vez.
—Tampoco creo que tuvieras intención de besarme el otro día, pero lo hiciste de todas formas.
Él rió entre dientes y meneó la cabeza.
—No puedes evitar discutir por cualquier cosa, ¿verdad?
Viola había planeado acercarse a él con una estrategia más seductora, recurriendo al coqueteo para negarle sus favores de modo que su negativa lo desesperara y se viera obligado a declararle sus sentimientos para conquistarla, con lo que ella sería la ganadora de la apuesta.
Loco
, su segundo de a bordo, le dijo en una ocasión que un hombre podía desquiciarse cuando la mujer a la que deseaba se negaba a besarlo o a acostarse con él. Según
Loco
, en esas circunstancias él era capaz de prometer cualquier cosa, de decirle lo que fuera a su mujer, aunque en el fondo fuera mentira, con tal de convencerla de que le diera la mano.
Sin embargo, Seton no parecía desesperado. Más bien parecía estar pasándoselo en grande. Las cosas no marchaban como ella quería. Ninguno de los dos estaba siguiendo el libreto.
Viola hizo un puchero.
—No discuto cuando estoy de acuerdo con alguien, y contigo jamás lo estoy, así que no esperes que te dé la razón.
La luz dorada del sol poniente se reflejaba en esos ojos azules. Viola sintió que se le secaba la garganta al recordar cierta ocasión en la que sí había estado de acuerdo con él. Y Seton bien que se había aprovechado del momento.
—¿Tienes algo que discutir conmigo? —le preguntó él con una tranquilidad desquiciante—. Referente a la travesía, me refiero.
—Una vez que atraquemos en el puerto y que descarguemos, tú y yo iremos a una plantación situada no muy lejos de la costa.
—¿Con qué propósito?
—Para visitar a un hombre con el que mi padre solía hacer negocios. Un viejo amigo.
—Puedo quedarme en el barco —replicó él.
Hasta que el plazo de la apuesta llegara a su fin, quería decir. Pero Viola no estaba dispuesta a perder y tenía un as guardado en la manga: Aidan Castle. Según le había dicho
Loco
, ese era otro método muy eficaz para enloquecer de deseo a un hombre. Presentarle a la competencia.
—Vendrás conmigo —insistió—. Si quieres, dile a Mattie que nos acompañe. A modo de protección —sonrió y enarcó una ceja.
Sin embargo, no obtuvo la reacción que esperaba. En vez de negarse o de mostrarse indiferente, Seton siguió mirándola sin parpadear de forma casi tierna.
—No necesito protección para tratar contigo, Viola Carlyle.
—Durante las tres primeras semanas de la travesía no te vi ni un solo día en cubierta durante el atardecer —señaló ella—. Sin embargo, llevas siete días seguidos subiendo a cubierta a esta hora, desde que me besaste. Creo que lo haces para verme —ladeó la cabeza—. ¿Seguro que no necesitas que alguien te proteja de mí después de todo?
—¿Por qué no estás al timón? Es donde te gusta estar al atardecer, ¿verdad?
—Veo que intentas librarte de mí. Interesante.
—Lo que tú digas —esbozó una sonrisa torcida y por un instante el sol pareció estallar en llamas en el horizonte, lanzando una lluvia de chispas al cielo.
Era extraño que conociera sus costumbres, tal como sucedía entre los marineros de un mismo barco, y que, por el contrario, no lo conociera en absoluto como persona. La mayoría de su tripulación confiaba en ella, la veía bien como a una hermana o como a una hija, algunos incluso como a una madre. Pero ese hombre jamás buscaba consejo. Sospechaba que
El Faraón
no necesitaba confidente alguno. El gesto decidido de su mentón y su expresión firme, su forma de comportarse, su porte erguido y su actitud dominante dejaban bien claro que era un hombre independiente.
Viola apenas conocía a Jinan Seton. Sólo sabía que su infrecuente sonrisa… le hacía ver las estrellas.
Veía las estrellas cada vez que él sonreía.
Estrellitas.
Parpadeó para librarse de ellas.
—Durante mis primeros años en alta mar, el atardecer era el único momento en el que Fionn me permitía ponerme al timón —se apoyó en la curva del bauprés.
Seton la miraba con una expresión inescrutable. Sin embargo, ese era su barco y podía sentarse donde le apeteciera. Y, en ese momento, le apetecía sentarse a su lado durante el atardecer.
Le parecía natural.
Y quizá si se sentaba con él un rato, lo vería sonreír de nuevo.
—Tengo muy buenos recuerdos de aquellos momentos —añadió.
—No son los únicos buenos recuerdos que tienes —afirmó él.
Ella meneó la cabeza.
—Cierto. Tengo muchos. Pero… —él esperó a que continuara, como siempre. Se le daba bien mantenerse en silencio y escuchar. No como a ella, que jamás lo había logrado. La hija callada y soñadora había sido Serena, el complemento perfecto para la arrolladora energía de Viola. Clavó la vista en el reluciente horizonte y continuó—: El crepúsculo es un momento especial.
Siempre le había gustado estar en cubierta durante el atardecer. La titilante luz del sol poniente la hacía sentirse muy sola, le provocaba cierta añoranza. Era el momento del día que parecía menos seguro, en el que mirara hacia donde mirase y sin importar hacia donde estuviera orientada la proa de la
Tormenta de Abril
, no parecía haber un puerto seguro en ningún sitio. En ese momento, durante el crepúsculo, podía estar en el alcázar y sentirse a la deriva bajo el cambiante cielo, sentirse tan liviana que parecía ser capaz de echarse a volar en cualquier instante o de desaparecer diluida en los colores del firmamento o arrastrada por el viento. De modo que imaginaba que su tabla de salvación era el timón, el ancla que la mantenía en cubierta. En el mundo real.
Era disparatado. Como lo que sentía por Jinan Seton.
Lo admitió para sus adentros mientras lo miraba a los ojos, brillantes a la luz del atardecer. Desde que lo conoció, hacía ya semanas, se sentía embargada por esa sensación de añoranza. Y había decidido alimentar dicha emoción porque le gustaba. Seton lograba que la añoranza fuera algo deseable, algo placentero, tal y como siempre le había parecido a ella.
—¿Qué me dices de ti, Seton? —apoyó las manos en el bauprés y echó el cuerpo hacia atrás—. ¿Cuáles son tus recuerdos felices de la infancia?
Su mirada se deslizó despacio por su cuerpo, dejando a su paso una cálida estela. Después, la miró a los ojos.
—Supongo que estar en el estrado después de que el tratante de esclavos me vendiera y ver cómo el muchacho que me había comprado me quitaba los grilletes de las muñecas para dejarme en libertad podría calificarse como el mejor recuerdo de mi infancia, señorita Carlyle.
Viola tardó unos minutos en recuperarse lo bastante como para respirar con normalidad.
—Supongo, sí —comentó a la postre. Tras unos cuantos minutos más de silencio durante los cuales sólo se escuchó el crujido de las jarcias y las voces de los marineros en el otro extremo de la embarcación, arrastradas por la brisa, dijo—: ¿Conociste a tu familia?
—A mi madre.
—¿Sólo a tu madre?
—Ella presenció el momento en el que su marido me vendió a los tratantes de esclavos. Se había percatado de que el muchacho que correteaba por los aposentos de la servidumbre se parecía demasiado a su mujer y a un inglés que vivía en Alejandría siete años antes. Le sacó la verdad a golpes y después la castigó por su infidelidad. Y me castigó a mí.
—Piratas berberiscos —criminales capaces de vender a cualquiera por un precio. Incluso a un niño blanco. Sin embargo, que lo llevaran al oeste para venderlo en un mercado inglés era inusual. Alguien les había pagado una fortuna para asegurarse de que lo hicieran.
Seton la miraba con una expresión inescrutable.
—En fin, nuestras historias son parecidas como puedes ver. Pero teniendo en cuenta la diferencia principal, tal vez ahora entiendas por qué no me hace mucha gracia tu reticencia a volver a Inglaterra.
Viola tenía el corazón desbocado.
—Tu situación no se parece en nada a la mía —el viento le azotó el pelo y un mechón se le coló entre los labios, pero estaba tan paralizada que fue incapaz de levantar una mano para apartarlo.
—Debes decirle a tu familia que te encuentras bien. Se lo debes —comentó él.
La ira comenzó a quemarla por dentro, acicateándole la lengua.
—¿Se lo dijiste a tu madre mientras ibas por el mundo robando los barcos de los demás?
—Cuando pude volver a Alejandría, ella había muerto.
Viola se puso en pie.
—No tienen por qué oírlo de mis labios. Se lo puedes decir tú. De hecho, te verás obligado a hacerlo porque no pienso volver contigo.
—¿Por qué no? —le preguntó sin mover un solo músculo.
—Porque no pertenezco a ese lugar —le soltó—. Pertenezco al lugar al que me dirijo ahora, y nadie me obligará a tomar otro rumbo —aunque tal vez fuera mentira, porque al mirar esos ojos cristalinos pensó con gran temor que haría lo que él quisiera cuando llegara el momento indicado.
No debería haberle preguntado por su pasado. La añoranza se había adueñado de ella como una nave avanzando a toda vela, le había provocado un nudo en la garganta y una emoción tan intensa que no acababa de gustarle. Ese hombre no era lo que ella quería: un hombre independiente. Ella quería a Aidan Castle, que siempre le decía lo perfecta que era para él.
Jinan Seton se mantuvo en silencio, como solía hacer siempre que ella necesitaba que dijera algo para variar el curso de sus pensamientos, algo que pudiera rebatir.
—Cuando atraquemos mañana en el puerto, vendrás conmigo a la plantación —dijo.
—De acuerdo.
—Porque si no lo haces, perderás la apuesta.
—Iré contigo porque no pienso perderte de vista hasta dejarte en casa de tu hermana.
La invadió una repentina debilidad que le aflojó las rodillas. Ese hombre hacía que se sintiera débil cuando ella había sido fuerte toda su vida. El barón siempre decía que era la niña más fuerte y aventurera de toda Inglaterra. La más temeraria.
Años después de que la secuestrara, Fionn descubrió la reacción de su familia inglesa tras el incidente, gracias a un antiguo amigo contrabandista que había pasado por Devonshire. La creían lo bastante temeraria como para trepar por el acantilado sin cuerdas y sin la supervisión de un adulto, y pensaban que había muerto, que se había caído al mar desde las rocas.
Viola no los culpaba. Su comportamiento había sido muy irreflexivo en ocasiones, pero no lo fue el día que Fionn la cogió, la subió a su largo bote de remos y se la llevó delante de su hermana. La usó como cebo para que su madre la siguiera. Sin embargo, su madre murió.
Y Jinan Seton decía que Serena jamás la dio por muerta. Si quería descubrir la verdad, sólo tenía que ir a Inglaterra, incluso podía dejar su embarcación atrás, y después regresar y seguir con su vida tranquilamente, con su tripulación y con Aidan.
Sin embargo el pánico la invadió, diciéndole que no fuera. Porque si lo hacía, tal vez nunca regresara a esa vida, a la vida que se había hecho en el mar. Junto a la gente que apreciaba y junto al hombre con quien quería casarse. Correría el riesgo de perderlo todo, de la misma forma que había perdido aquel otro mundo de pequeña. Había aprendido a vivir sin él. Había luchado para aprender a vivir sin él, suprimiendo los recuerdos y obligando a su corazón a obedecerla mientras el mar se convertía en su hogar poco a poco.