Cortafuegos (17 page)

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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

BOOK: Cortafuegos
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—Bueno, pero eso no es lo que ellas opinan. Además, recuerda que tengo una fotografía.

—¿Quieres saber lo que ocurrió realmente?

—Sí, claro. Me gustaría mucho escuchar tu versión.

—No es una versión. Es la verdad.

—Es su palabra contra la tuya.

Wallander comprendió lo absurdo de sus expectativas y se arrepintió enseguida de haberse prestado a aquello. Pero ya era, desde luego, demasiado tarde. De modo que le contó los hechos tal y como éstos se habían desarrollado. De repente, Eva Persson atacó a su madre. Wallander intentó interponerse. La muchacha estaba fuera de sí. Y entonces él le dio una bofetada.

—Tanto la madre como la hija niegan la veracidad de tu versión.

—Ya. Y a pesar de todo, eso fue lo que pasó.

—¿Te parece verosímil que una niña golpee a su madre?

—Eva Persson acababa de confesarse coautora de un crimen. Nos hallábamos en una situación muy tensa. En esos casos, pueden producirse reacciones inesperadas.

—Bien, pero Eva Persson me confió ayer mismo que se vio obligada a confesar.

Wallander y Martinson se miraron sin comprender.

—¿Qué se vio obligada?

—Así es. Eso fue lo que dijo.

—¿Y quién se supone que la obligó?

—Los agentes que la sometieron a interrogatorio.

Martinson se levantó indignado.

—¡Ésa es la porquería más grande que he oído en mi vida! —exclamó—. Has de saber que aquí no utilizamos medidas de presión en los interrogatorios.

—Pues eso fue lo que dijo. Así que ahora se retracta de todo y sostiene que es inocente.

Wallander clavó sus ojos en los de Martinson, que no dio muestras de querer añadir nada más. Et inspector, por su parte, se sentía ya totalmente tranquilo.

—Estamos aún lejos de haber terminado los preliminares de la investigación —anunció—. Eva Persson está ligada al crimen. El que ahora quiera retractarse de su declaración inicial no cambia las cosas en esencia.

—¿Quieres decir que está mintiendo? —No deseo responder a esa pregunta.

—¿Por qué no?

—Porque equivaldría a ofrecer información sobre una investigación previa en curso. Información que no podemos revelar aún.

—En cualquier caso, tú sostienes que ella está mintiendo, ¿cierto?

—Ésas han sido tus palabras, no las mías. Yo no he hecho más que contarte lo que sucedió.

Wallander ya vela ante sí los titulares, pero estaba convencido de estar haciendo lo correcto. El que Eva Persson y su madre recurriesen a tan astuta argucia no les facilitaría la investigación lo más mínimo como tampoco les sería favorable que los periódicos vespertinos terminasen por dedicar largos reportajes sensibleros a las dos mujeres.

—La muchacha es muy joven —advirtió Tórngren—. Y sostiene que fue inducida por su amiga, mayor que ella, a participar en unos sucesos que desembocaron en tragedia. ¿No te parece eso lo más verosímil, no crees que es ahora cuando Eva Persson está diciendo la verdad?

Wallander consideró brevemente si debería revelar cuanto sabían sobre Sonja Hókberg, pues los últimos hallazgos aún no se habían hecho públicos y, aunque comprendió que no tenía potestad para hacerlo, el simple hecho de conocerlos le daba cierta ventaja.

—¿A qué te refieres con «lo más verosímil»?' —inquirió.

—Que Eva Persson dice la verdad, que fue inducida a cometer el delito por su compañera.

—No olvides que tú y tu periódico no sois los responsables de la investigación o la resolución del asesinato de Lundberg. Los responsables somos nosotros. Si deseáis extraer vuestras propias conclusiones y dictar una sentencia, ni que decir tiene que nadie puede impedíroslo. Pero ten en cuenta que la realidad terminará por resultar muy distinta. Claro que dudo mucho de que le concedáis demasiado espacio en vuestro periódico a eso.

Wallander dio una palmada sobre la mesa en señal de que daba por concluida la entrevista.

—Gracias por concederme algo de tu tiempo —dijo Tórngren mientras recogía su grabadora.

—Martinson te acompañará a la salida —repuso Wallander ya en pie.

Abandonó la sala sin estrecharle la mano. Fue a buscar su correo sin dejar de pensar en cómo calificar la conversación con Tórngren, si realmente había sido positiva. ¿Debería haberse expresado en otros términos en algún momento? ¿Hubo algo que pasó por alto y que debería haber dicho? Con las cartas bajo el brazo fue a buscar una taza de café y entró en su despacho. Resolvió que la charla con Tórngren había sido, sin duda, positiva, aunque, por supuesto, él era incapaz de predecir el tono del artículo que publicaría el periódico. Se sentó a la mesa y comenzó a hojear el correo, pero no halló nada tan urgente que no pudiese esperar. Entonces recordó la visita que había recibido el día anterior, la del doctor Enander. Wallander rebuscó en sus cajones hasta encontrar sus notas y llamó al departamento de Patología de Luna. Tuvo suerte pues enseguida lo pasaron con el médico con el que deseaba hablar. Wallander le refirió brevemente la opinión de Enander mientras el patólogo escuchaba atento y anotaba la información que le ofrecía Wallander. Tras prometer que se pondría en contacto con Wallander si aquello modificaba en alguna medida el informe médico ya elaborado, el doctor se despidió de él.

A las ocho en punto, Wallander se levantó y se dirigió a la sala de reuniones, donde tanto Lisa Holgersson como el fiscal Lennart Viktorsson ya ocupaban sus puestos. Ante la sola visión del fiscal, Wallander sintió el flujo de la adrenalina a través de su cuerpo. Cualquier otra persona que hubiese aparecido en una fotografía en las páginas centrales de un periódico se habría encogido bajo los efectos de la turbación y el temor. Pero Wallander había sufrido su acceso de debilidad el día anterior, cuando se marchó de la comisaría, y aquélla se había visto reemplazada por un talante combativo. Así pues, se acomodó en su silla y tomó la palabra de inmediato.

—Como todos sabéis, ayer apareció en un periódico vespertino una fotografía de Eva Persson inmediatamente después de que yo le hubiese propinado una bofetada. Pese a que tanto la madre como la hija afirman algo muy distinto, lo que sucedió fue que yo me interpuse entre ambas cuando la joven la emprendió a golpes con su madre. Le di la bofetada para tranquilizarla, y sin hacer uso de una fuerza desmedida, pese a lo cual la chica perdió el equilibrio y cayó al suelo. Esto es lo que le he contado al periodista que se las arregló para colarse en la comisaría. Me he entrevistado con él esta mañana con Martinson como testigo.

Dicho esto, hizo una pausa que aprovechó para calibrar la expresión de los rostros que lo observaban antes de proseguir. Lisa Holgersson no 'parecía muy satisfecha y él se figuró que la jefa habría preferido que se le hubiese reservado la prerrogativa de tomar la iniciativa.

—Me han informado de que se llevará a cabo una investigación interna sobre el suceso, y yo estoy más que de acuerdo. Bien, dicho esto, creo que lo mejor será que pasemos a tratar otro asunto mucho más urgente: el asesinato de Lundberg y lo que en verdad le ocurrió a Sonja Hókberg.

Tan pronto como él guardó silencio, Lisa Holgersson tomó la palabra. A Wallander le disgustaba la expresión de su rostro y persistía en la sensación de que ella, en cierto sentido, lo estaba traicionando.

—Comprenderás que, a partir de este momento, no podrás celebrar más entrevistas con Eva Persson —advirtió ella.

Wallander asintió.

—Sí, hasta yo soy capaz de comprender esa medida.

«A decir verdad, debería haber dicho algo muy distinto», se reprochó. «Debería haber mencionado que una de las obligaciones elementales de un comisario jefe es apoyar a su personal. Por supuesto que no de forma indiscriminada ni a cualquier precio, pero sí mientras no fuese más que su palabra contra la de los demás. Pero, claro, a ella le parece más cómodo apoyarse en una mentira en lugar de apostar por una verdad que se revela como clara fuente de conflictos».

Viktorsson vino a interrumpir el hilo de sus pensamientos cuando alzó la mano para pedir la palabra.

—Ni que decir tiene que yo seguiré muy de cerca esta investigación interna. Y, por lo que respecta a Eva Persson, es muy posible que debamos tomar en serio su nueva versión de los acontecimientos. Lo más probable es que todo sucediese como ella asegura y que Sonja Hókberg fuese la única responsable tanto de la planificación como de la comisión del delito.

Wallander no daba crédito a lo que oía. Recorrió con la mirada rostros de sus colegas en busca de un punto de apoyo. Hanson, con su habitual camisa de cuadros, parecía absorto y ausente. Martinson se^ rascaba la barbilla, mientras que Ann-Britt, por su parte, permanecía silenciosa, hundida en su silla. Nadie lo miraba a los ojos, pero él lo interpretó como un indicio del respaldo que necesitaba.

—Eva Persson miente —sentenció—. Su primera versión era la verdadera. Y, si nos aplicamos, lograremos demostrarlo.

Viktorsson hizo ademán de querer decir algo, pero Wallander sé lo impidió. Dudaba de que supieran lo que Ann-Britt le había revelado por teléfono la noche anterior.

—Sonja Hókberg fue asesinada —anunció—. La forense nos comunicó que ha hallado una herida provocada por un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo. Un golpe que puedo ser mortal pero que en cualquier caso, la dejó inconsciente o al menos aturdida. Y lo más seguro es que alguien la arrojase después a la maraña del cableado eléctrico. Pero ya no tenemos por qué dudar de que haya sido asesinada.

Tal y como había sospechado, estaba en lo cierto: aquello fue una sorpresa para todos.

—Debo subrayar que aún no es más que un juicio preliminar de la forense —precisó—. Es decir, que puede haber más descubrimientos.

Nadie hizo comentario alguno y Wallander se dio cuenta de que tenía el mando de la situación. Se sentía provocado por la aparición de la fotografía en el periódico y aquella circunstancia le infundió renovadas energías, aunque, sin lugar a dudas, nada lo irritaba tanto como la manifiesta falta de confianza de Lisa Holgersson.

Retomó su exposición con una relación exhaustiva de los hechos.

—Johan Lundberg resulta asesinado en su taxi. Se trata, a primera vista, de un atraco planeado a toda prisa que concluye con resultado de muerte. Las chicas confiesan que necesitaban dinero, pero no exactamente para qué. No se esfuerzan por desaparecer después de haber cometido el delito y, cuando por fin damos con ellas, ambas se confiesan culpables casi de inmediato. Sus versiones coinciden y ninguna de las dos da muestras de arrepentimiento perceptible. Por otro lado, hallamos las armas del crimen. Después, Sonja Hókberg se da a la ruga huyendo de la comisaría, lo que debemos atribuir a un impulso. Doce horas después es hallada cadáver en una de las unidades de transformadores de Sydkraft. Y una cuestión crucial que aún queda por resolver es la de cómo llegó hasta allí. Asimismo, ignoramos por qué rué asesinada. Al mismo tiempo, se produce un acontecimiento que no debemos menospreciar y que no es otro que el hecho de que Eva Persson decida retractarse de su confesión inicial para inculpar a Sonja Hókberg, proporcionando nueva información imposible de verificar, puesto que la inculpada está muerta. La cuestión es cómo llegó a saberlo Eva Persson. O, mejor, está claro que lo sabía. Sin embargo, la noticia del asesinato aún no se había hecho pública y no la conocía más que un número muy reducido de personas, un número que ayer, cuando Eva Persson modificó su declaración, aún era menor.

En este punto, Wallander guardó silencio. El grado de atención de los presentes había crecido, pues el inspector acababa de determinar las cuestiones decisivas para la resolución del caso.

—En otras palabras, lo que hemos de averiguar es qué hizo Sonja Hókberg cuando salió de la comisaría —sintetizó Hanson.

—Sí. Sabemos que no fue a pie hasta la estación de transformadores —les recordó Wallander—. Aunque no podamos probarlo al cien por cien, Pero creo que contamos con los indicios suficientes como para Partir de la base de que accedió al lugar en coche.

—Espera, ¿no creéis que os estáis precipitando? —objetó Viktorsso—. ¿Qué nos hace pensar que no estaba muerta cuando llegó a la estación eléctrica?

—Aún no he terminado —replicó Wallander—. Cierto que existe esa Posibilidad.

—¿Tenemos algún argumento en contra?

—No.

—En ese caso, ¿no es eso lo más verosímil, que Hokberg estuviese; muerta cuando condujeron su cuerpo hasta el lugar donde la hallamos? De otro modo, ¿cómo asegurar que se dirigió hasta allí por voluntad propia?

—Porque conocía a quien la llevó.

Viktorsson negó con la cabeza.

—¿Por qué querría nadie ir a una de las instalaciones de Sydkraf que además está situada en medio de una plantación? Por otro lado, estaba lloviendo, ¿no es así? Todo ello nos indica, en mi opinión, que lo más probable es que ya estuviese muerta cuando llegó al lugar.

—Bueno, ahora soy yo el que piensa que eres tú quien va demasiado aprisa —observó Wallander—. Por ahora, estamos subrayando las opciones posibles, pero no creo que sea el momento de elegir. Todavía no.

—¿Quién la llevó en su coche? —intervino Martinson—. Si lo supiéramos, conoceríamos también la identidad de su asesino, pero no móvil.

—A eso llegaremos más tarde —advirtió Wallander—. Mi teoría que Eva Persson no pudo enterarse de la muerte de Sonja Hókb más que a través de su asesino o de alguien que estaba al corriente los hechos.

En este punto se volvió a mirar a Lisa Holgersson.

—Lo que significa que Eva Persson es la clave del misterio. Es menor de edad y está mintiendo, pero debemos presionarla de modo que nos revele cómo llegó a conocer el hecho de que Sonja Hókberg estaba muerta.

Dicho esto, Wallander se puso en pie.

—Puesto que no he de ser yo quien se dedique a interrogar a Eva Persson, emplearé mi tiempo investigando otros asuntos hasta que consigamos la respuesta que deseamos.

Abandonó entonces la sala a toda prisa, no poco satisfecho de su salida triunfal. No se le ocultaba que había sido una demostración algo pueril, pero pensaba que o mucho se equivocaba o su ardid surtiría el efecto deseado. Se figuró que el cometido de interrogar a Eva Persson recaería, sin duda, sobre Ann-Britt y estaba seguro de que la colega sabía perfectamente cuál debía ser el objetivo de sus preguntas, con lo que no tenía por qué ayudarla a prepararse. Wallander tomó su cazadora, decidido a invertir el tiempo en intentar hallar la respuesta a otra pregunta sobre la que no dejaba de reflexionar. Una pregunta, por otra parte, cuya respuesta esperaba le permitiese, aunque a la larga, acorralar desde dos frentes distintos a la persona que había asesinado a Sonja Hokberg. Antes de abandonar el despacho, sacó dos fotografías de uno de los archivadores que contenían el material de la investigación y se las guardó en el bolsillo.

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