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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (53 page)

BOOK: Cruzada
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Distinguí a una única persona, mirándome junto a la pared recortada en el fondo de las inmóviles aguas de la playa y el negro mar un poco más allá, iluminada por el sutil titilar de las estrellas. Era una mujer, cuyos largos cabellos cobrizos resaltaban con intensidad a la luz de las antorchas.

Se volvió cuando yo me acercaba, con la mirada fija en mí, y me quedé sin aliento al ver su rostro. ¡Por los Ciclos!, pensé. ¡Parecía tan joven!

―Cathan ―me dijo entonces, parpadeando.

Permanecí inmóvil un instante, sin poder creer quién era. Entonces ella abrió los brazos y dio un paso hacia mí, y yo corrí a abrazarla.

―¡Madre!

Permanecimos abrazados mientras mi mente daba vueltas intentando hacerse a la idea de que aquello era real, de que la mujer que estrechaba entre mis brazos era de carne y hueso.

Entonces retrocedimos un poco, inseguros de qué decir. Yo tenía una madre adoptiva en Lepidor, que me había criado con tanto amor como si fuera su verdadero hijo. Llevaba cuatro años sin verla.

Pero esta mujer inquietante de cabellos cobrizos para la que no parecían pasar los años me había dado a luz y luego me había perdido sin volver a verme jamás.

Aurelia Tel―Mandra, emperatriz de Thetia: mi madre.

―No ocurre con frecuencia ―comentó ella por fin― que Thetis te quite un hijo y luego te lo devuelva.

Me sentía de pronto muy incómodo y no supe qué responder. Infinitas veces había pensado cómo sería ella y había cansado a Palatina preguntándole cómo la recordaba, pero hasta que me encontré con Khalia mis esperanzas de conocerla en persona eran mínimas.

¿Qué decirle a una madre a quien no veía desde una hora después de mi nacimiento?

La brisa me agitó fugazmente el pelo contra la larga túnica azul que ella llevaba. Volví el rostro hacia el espacio vacío a mi derecha, como si pudiese ver un fantasma.

―Me suplicó que te dijera que lo lamentaba, que lamentaba todo lo que había hecho.

―¿Dijo eso? ―preguntó mi madre.

―Antes de morir cambió de pronto. Empezó a divagar y te llamaba. Intenté salvarlo, pero era demasiado tarde.

―¿Por qué? ¿Por qué después de lo que te hizo?

―Pensé que podía brindarle una segunda oportunidad. Ninguno de nosotros consiguió nunca escapar del Dominio, pero ellos lo habían destruido y yo seguía siendo el mismo.

―¿Y sigues siéndolo?

―Eso espero.

Una lágrima le cayó por la mejilla, pero no dejó de sonreír.

―Ya he llorado bastante por todo lo que fue tu hermano. Ahora me tomaré mi tiempo para volver a recordarlo. Gracias por decírmelo. Me alegro de que os conocieseis.

Vacilé por un momento, inseguro de entender lo que ella quería decir. No debía ignorar que mi encuentro con él podía haber sido cualquier cosa menos placentero. Sin embargo, quizá mi madre se refiriese al Orosius que había brillado durante aquellos ínfimos minutos de pesadilla en el puente de mando del
Valdur.

―Lamento no haberte conocido antes ―dije preguntándome cómo podía estar comportándome de forma tan seca. Evidentemente no lo estaba haciendo como debía.

―Supongo que era imposible. No soy bienvenida en Thetia y permanezco oculta aquí. Pero no has venido sólo para verme, ¿no es cierto? Hay algo más.

Asentí, sintiendo una tremenda culpa por el hecho de que hubieran sido la conveniencia y la necesidad las que me habían conducido hasta esa isla. No tenía excusa.

―El emperador ha sido asesinado.

―Tu tío Aetius ―subrayó ella con cuidado―. ¿Estás seguro? ¿No serán sólo rumores?

―Completamente seguro. Hamílcar ha visto el cuerpo.

―Era tu tío, y sin embargo no muestras pesar.

―No lo merecía.

―Y dirías que Orosius tampoco, al menos antes de morir.

―Si hubiese vivido Eshar, todos nosotros habríamos acabado siendo cenizas. Nunca me habría atrevido a confabular para asesinarlo, pero tampoco se me habría ocurrido salvarlo. Ni siquiera teniendo la oportunidad.

Eshar había ejecutado a mi gran amigo Aelin Salassa y había dejado a Thetia sin muchas de sus mentes más brillantes. Mi madre debía de tener más motivos que yo para odiarlo.

―De modo que regresarás siendo emperador ―dijo ella.

Negué con la cabeza.

 

 

 

Nos habíamos reunido en un suntuoso salón perteneciente a los tintoreros, que constituían el gremio más rico de Ilthys debido al gran comercio que hacían. Tres altas ventanas miraban al ágora empapada de lluvia y las paredes estaban cubiertas de brillantes telas escarlatas. Allí se reunían habitualmente los delegados de todos los gremios y, a juzgar por las tallas de las sillas y la mesa oval de madera, no habían escatimado gastos.

No nos sentamos a la mesa, pues no era ese tipo de reunión y sólo había dos representantes gremiales, el anfitrión y Oailos, que había sido designado entre elogios para reemplazar al traidor Badoas.

Cuando se retiró el último sirviente, Ithien se volvió hacia Hamílcar. Se habían conocido sólo unos minutos antes. En principio, Ithien pareció desconfiar de él, pero todos los demás salimos en defensa del tanethano. Hamílcar era un viejo amigo, el socio comercial de mi familia en Lepidor y un hombre que llevaba cuatro años vendiéndole armas al Consejo de los Elementos. Ninguno de nosotros había sospechado jamás para qué se empleaban esas armas.

―¿Puedes asegurarme eso? Explícanos cómo sucedió ―exigió Ithien. Estaba acomodado en un sillón, con el brazo vendado descansando sobre cojines. Los demás ocupábamos algunas sillas y los divanes que había bajo las ventanas.

Hamílcar nos contó su estancia en Mare Alastre, su contacto gradual con los grupos que se refugiaban allí y lo que sabía sobre las últimas horas del emperador.

―Se me dijo que fue envenenado y supuse que sería un veneno latente administrado a lo largo del tiempo ―explicó, y nos recorrió con la mirada―. Pero lo he consultado con Khalia y me ha asegurado que no es así. Sólo se activa cuando entra en contacto con otra hierba, la voltella.

―Nadie toma voltella ―señaló Oailos―. Es amarga.

―Tiene usos medicinales ―subrayó Khalia―, administrada en solitario.

―Ah, pero como bien sabrías si todavía adorases a Ranthas ―prosiguió Hamílcar―, tiene además otros usos. El Dominio hace con ella incienso que quema permanentemente en los santuarios privados de los templos, donde sólo entran los gobernantes y los más altos sacerdotes.

―Y Eshar era muy devoto ―concluyó Khalia, que no parecía nada feliz―. Cada Festividad de Ranthas iba al santuario a rezar. Allí debió de respirar el incienso, que sin duda reaccionó ante el veneno que ya estaba en su organismo. La muerte debió de sobrevenirle en pocos minutos, como si se durmiese. En circunstancias normales podría parecer una muerte por causas naturales, quizá un infarto.

―Murió en el santuario de Mar Alastre hace seis días ―dijo Hamílcar asintiendo―. Decenas de personas vieron cómo se llevaban el cadáver, pero no se ha hecho ningún anuncio. Los dos almirantes más veteranos, Charidemus y Alexios, están en el Archipiélago. El resto del estado mayor se ha abstenido de tomar cualquier decisión hasta que regresen.

―¿Sabemos quién perpetró el asesinato? ―preguntó Oailos.

Hamílcar volvió a asentir.

―Los metíanos aseguran ignorarlo y buscan gente a la que culpar, pero yo he pasado allí el tiempo suficiente para saber quién fue.

―El Consejo de los Elementos ―dijo Ravenna―. Sagantha, quizá podrías explicárnoslo.

Él debía haber sabido lo que se avecinaba, ya que Hamílcar había mencionado previamente su complicidad. Esperé a ver cómo salía del aprieto.

―El consejo llevaba años discutiéndolo ―contó―. Eshar era el emperador perfecto para el Dominio, de modo que matarlo les haría un daño tremendo. Tekla estaba totalmente de acuerdo en asesinarlo, pues deseaba vengar la muerte de Orosius. Por eso lo enviamos para que viese si podía hacerse.

―Tekla lleva tres semanas muerto ―señaló Ravenna.

―Estaba organizándolo, no he dicho que pensase realizar el asesinato en persona.

―Organizando ―repitió Ithien―. Eso es diferente a estudiar tan sólo la posibilidad. Tú autorizaste la operación, ¿no es cierto?

―El asunto no se planteó en el consejo antes de que yo lo abandonase ―insistió Sagantha.

Era evidente que ocultaba algo, algo poco sorprendente, pero en aquel momento no podíamos permitirnos nada más que la verdad.

―¿No se planteó en el consejo? ―pregunté―. ¿Y en el Anillo de los Ocho? Seguro que ellos estarían al tanto.

Ninguno de los ilthysianos conocía qué era el Anillo do los Ocho, de modo que expliqué lo poco que sabía, sin revelar ninguno de los detalles más nefastos.

Me percaté entonces de que tampoco Hamílcar tenía la menor idea acerca del Anillo, y pareció perturbado cuando mencioné la fortaleza de Kavatang y el juicio secreto. De algún modo todos éramos igualmente culpables, pues la mayoría de nosotros había ayudado a proveerlos de las armas que Hamílcar y su aliado lord Canadrath les habían entregado. En algún rincón desconocido del territorio controlado por los herejes debía de existir un inmenso arsenal. Quizá en las mismas ciudadelas.

―Por supuesto, el Anillo tuvo que estar forzosamente enterado ―admitió Sagantha―. Tekla les dijo que se podía cometer el asesinato y debieron de ponerse manos a la obra por su cuenta.

Por fin descubrí qué era lo que Sagantha había intentado ocultarnos durante tanto tiempo. Recordé las imágenes que nos había mostrado el consejo sobre la cruzada y la caída de Vararu. El Consejo de los Elementos le había ofrecido su ayuda a Orethura (ayuda que no estaba obligado a ofrecer) y él la había rechazado.

―El Anillo de los Ocho funciona independientemente del consejo, ¿no es así? ―le pregunté mientras observaba con cuidado su expresión.

Esperaba haberlo atrapado, obligándolo a admitir que el consejo había sido responsable de la brutalidad del Anillo, o bien que el Anillo tenía un origen muy distinto y de lejos más siniestro. Se produjo un silencio.

―Trabajan juntos ―afirmó.

―Por lo tanto son organismos separados ―remarcó Ithien―. Y en ese caso, ¿de dónde provienen los integrantes del Anillo? ¿Quién lo fundó? Si han participado en la muerte del emperador, debemos saberlo.

Nadie dijo nada y lo único que se oyó fue el ruido de la lluvia golpeando contra los cristales de las ventanas. No quise decir nada, pues lo que vendría a continuación lastimaría a Ravenna y no quería ser quien le diera el golpe.

―El Archipiélago ―afirmó Ravenna, y no Sagantha, sorprendiéndome por completo― lo fundaron mi abuelo y sus aliados de Tehama.

En su voz había una profunda tristeza, pero no pude notar ni el menor rastro de la decepción que hubiese esperado. Ravenna solía aferrarse al recuerdo de su abuelo, y era difícil creer que estuviese admitiendo lo que yo ya sospechaba hacía tiempo. Nunca había querido mencionárselo.

―¿Tu abuelo? ―dijo Palatina.

―Sí. ¿Quién más hubiera podido hacerlo?

No hubo respuesta, pues todos los que sabíamos lo suficiente como para opinar ya habíamos llegado a idéntica conclusión. Incluyendo al hombre que había sido miembro del consejo y, presumiblemente, también estuviese involucrado en el Anillo de los Ocho. Sagantha tenía que haber participado. No había transcurrido bastante tiempo para que el consejo autorizase el asesinato y enviase el mensaje
después
de la debacle en Kavatang.

―Si puede, la marina vengará al emperador ―afirmó Ithien, preocupado.

―Si puede ―señaló Sagantha―. Existe la posibilidad de que el consejo asuma el control de la marina.

―¿Qué posibilidad? ―preguntó Palatina.

Sagantha pareció inseguro. De hecho, se encogió de hombros.

―Había algunos planes. La mayor parte podía ponerse en práctica, pero en el contexto del reciente asesinato del emperador, teniendo en cuentas esas circunstancias tan especiales...

Volvió el silencio. Todos sabíamos cuál era el gran interrogante pero ninguno quería plantearlo primero.

―Deberíamos ir a Thetia ―sostuvo Ithien enfáticamente―. Se producirá un vacío de poder, nadie sabe qué esta ocurriendo. Nunca tendremos otra oportunidad semejante.

―¿Otra oportunidad para hacer qué, Ithien? ―intervino Khalia―. ¿Para fundar una república?

―Por supuesto. ¿Para qué si no? El emperador está muerto y no hay ningún claro sucesor. Thetia sería nuestra sin esfuerzo ―aseguró con mirada brillante y contagioso entusiasmo―. Piénsalo. No hay ninguna duda: tenemos la oportunidad de controlar Thetia, ¡y una vez al mando podremos expulsar al Dominio del Archipiélago! No existe ningún modo de que puedan emplear la marina ni de lanzar una cruzada si Thetia está preparada para proteger el Archipiélago.

―Podríamos restablecer la Asamblea en Selerian Alastre y permitir que los presidentes recuperen la palabra. A ninguno de ellos le gusta el Dominio y estarán dispuestos a ayudarnos sin condiciones.

―Una república ―repitió Palatina, fascinada―. Después de tanto tiempo.

Como era predecible, fue Sagantha el que echó abajo los sueños.

―¿
Fundar una república? ―dijo con lentitud―. La Asamblea es un dinosaurio que nunca se pondría de acuerdo sobre en qué día estamos. ¿Y esperáis que de pronto se sienten y lleguen a un consenso para gobernar un país que ha sufrido una purga y dos emperadores en menos de cuatro años?

Su tono era desdeñoso y sus palabras duras pero realistas.

―La marina es leal a Thetia y la Asamblea es Thetia ―insistió Ithien.

―La marina era leal a Reglath Eshar ―señaló Hamílcar―, lo seguía con devoción pues había hecho más por ella que cualquier otro en doscientos años.

―Y ahora está muerto...

―Ahora está muerto, y aquel a quien la marina responda tendrá posibilidades de éxito ―dijo Sagantha. Estaba nuevamente de pie y noté que siempre prefería caminar mientras hablaba. Quizá eso le ayudase a pensar.

Los dos ilthysianos, Oailos y el delegado gremial, ya habían perdido el hilo de la conversación y no parecía muy cortés dejarlos así. Sin embargo, dudé que alguno de los dos, sobre todo el tintorero, conociese el estatus de la gente del salón. A juzgar por lo dicho recientemente, la discusión apenas había empezado.

―Tiene razón ―afirmó Khalia―, incluso aceptando que no sepa tanto sobre política thetiana como los demás. Estás soñando, Ithien. La marina nunca respondería a la Asamblea, no en la situación actual.

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