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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (55 page)

BOOK: Cruzada
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―Eso podría ser peligroso ―empezó Ithien, pero Aurelia lo interrumpió.

―Podría, pero eso dependerá de ti. Viajaré en el buque correo. No podemos perder tiempo discutiendo, pues cada minuto que seguimos sentados aquí Sarhaddon está un poco más cerca. Hamílcar e Ithien, venid conmigo. El resto de vosotros seguidnos y traed tanto apoyo como podáis. Si pensamos enfrentarnos al Dominio, podemos reclutar a personas que no tengan ninguna lealtad especial al consejo, por ejemplo thetianos expatriados en las islas.

Era impresionante qué rápido había aceptado Aurelia sus nuevas responsabilidades y de qué modo había asumido el rol que todos esperábamos de ella. ¿Por qué? ¿Qué le había hecho dejar atrás su escondite tan súbitamente y lanzarse de vuelta al torbellino de la política thetiana? Reinhardt, Orosius, Aelin, la mayor parte de sus amigos y familiares habían muerto de forma violenta a manos del Dominio, y Eshar, quien había sido, después de todo, su cuñado, acababa de ser asesinado. No se me ocurría qué sentimiento podía guiarla.

En la casa parpadearon las últimas luces y el guardia, de pelo oscuro, apareció con una bolsa de lona y empezó a apagar las antorchas de la terraza.

―¿Podríais darme un papel? ―solicitó Hamílcar.

Entonces escribió a toda prisa una nota para el capitán, explicando lo que sucedía y dejando a Sagantha al mando de la nave.

―Debemos ponernos en acción, caballeros ―dijo Aurelia, instándonos a ir por delante.

Avancé por el sendero rodeando los árboles en dirección a la playa, donde nos esperaban las dos rayas y el buque correo un poco más allá de la rompiente de las olas. El capitán del buque correo se había acercado a un saliente rocoso donde las aguas eran bastante profundas, ahorrándoles a los que iban a ir en él un largo trecho a nado a través de la ensenada.

Los otros empezaron a abrirse paso contra las olas hacia las rayas, pero yo me quedé atrás, esperando a que apareciesen Aurelia y su guardia.

―No sé si esto será para mejor ―advirtió haciendo una pausa mientras Ithien y Hamílcar empezaban a caminar en paralelo a la playa hacia el saliente rocoso―, pero que hayáis venido a buscarme hace que valga la pena. Nos veremos en Tandaris.

Abracé a mi madre una vez más. Luego ella avanzó tras los demás, arrastrando levemente el extremo inferior de su túnica contra la blanca arena.

Aurelia era tan segura de sí misma, tan tranquila. Me pregunté si yo habría heredado algo de ella, si había recibido alguna de sus virtudes a cambio de las cualidades de los Tar' Conantur de las que carecía.

Comprendí entonces, con cierto pesar, que si el plan triunfaba, habríamos acelerado aún más la extinción de mi familia. Pero aquello no podía detenerme, no después de todo lo ocurrido.

Palatina me hacía gestos desde una de las rayas y me di cuenta de que los estaba retrasando. Corrí por el agua, gozando mientras rompía las olas con las piernas, y nadé el último tramo menos profundo hasta alcanzar la nave.

Nos pusimos en movimiento casi de inmediato, y apenas tuve tiempo de mirar el cielo sorprendente que había antes de sumergirnos.

―El piloto nos adorará ―comentó Palatina―; dos mil kilómetros en sólo tres días.

Aurelia y Hamílcar quedarían a su suerte en Tandaris durante un par de días. Teníamos que reunirnos con ellos antes de que los descubriese el Dominio.

Y la necesidad de llegar antes que ellos no era nuestra única preocupación.

 

 

 

Vespasia había insistido en que recorriésemos la manta robada después de abordarla, y comprobé con disgusto que se llamaba
Cruzada.
Dentro había varias personas cubriendo las paredes con telas. Comprendí por qué lo hacían, incluso a riesgo de que alguna tela se incendiase: la insignia con la llama del Dominio había sido grabada en cada uno de los paneles. Contiguo al puente de mando había lo que parecía un pequeño altar. Pese a ser una nave más grande de lo habitual, sólo tenía dos plantas y me pregunté en qué consistiría el espacio restante.

La situación no mejoraba en el puente: la insignia de la llama estaba por todas partes.

―Hasta ahora parece ser una manta estándar con la cuestionable decoración característica, aunque su casco es mucho más grueso ―comentó Vespasia haciéndonos salir otra vez del puente hacia uno de los sinuosos pasillos que conducían a la sala de máquinas. Allí noté algunas diferencias. La más importante era que se trataba de un buque con doble motor, de funcionamiento más caro, pero dotado de mayor potencia y capaz de llevar más armas.

Y según comprobé había muchas. En una placa metálica cubierta de cristal estaban grabados los planos del
Cruzada,
detallando la ubicación de los conductos y el armamento.

―Hay una sobrecarga de armas ―dijo Sagantha con ojo crítico. Después hizo una pausa y señaló el compartimento inferior, que debía de ser el almacén―. ¿Qué es eso?

―El motivo por el que estáis aquí ―anunció Vespasia guiándonos escalera abajo, más allá del espacio de las rayas hacia donde normalmente hubiese estado la carga. En cambio, el pasillo se bifurcaba en dos, del mismo modo que en la cubierta superior. A continuación había otro salón.

―¡Bendito Ranthas! ―exclamó Sagantha un momento después.

Observé con detalle el salón, con sus dos pequeños motores de leños ardientes situados cada uno a un lado de un enorme conjunto de maquinarias. Una de éstas era en un generador de éter, pero el sistema era demasiado complejo para consistir sólo en eso.

―¿Qué es? ―preguntó.

―¿Conocéis la técnica que emplean los sacerdotes para destruir las naves enemigas?, ¿la que inventaron pocos meses antes de la muerte de Orosius?

―¿Te refieres a calentar el agua?

Vespasia asintió y por fin comprendí a qué se refería. Recordé el terrible daño que los magos de Abisamar habían hecho a una manta de Qalathar que huía y al
Lodestar.
La misma magia había destruido el
Valdur,
haciendo hervir el agua bajo su superficie para crear una fuerza de presión formada por burbujas que expandió el agua hasta voltearlo, destrozando su interior y matando a la mayoría de sus ocupantes, incluidos Mauriz, Telesta, mi hermano y dos qalatharis que nos habían ayudado en el intento de rescatar a Ravenna. Por no mencionar al centenar de tripulantes del
Valdur.

―Ésta es un arma mecánica capaz de hacer lo mismo. Requiere mucha potencia y un montón de leños, pero, a diferencia de la magia, puede ser reutilizada tras enfriarse durante unos pocos minutos. ―Vespasia tragó saliva, clavó la mirada en la máquina con incomodidad y añadió―: Si no calculo mal, con ella podríamos eliminar a dos o tres mantas situadas a una distancia de combate normal.

―¿Cuántos buques similares existen? ―preguntó Sagantha―. ¿De dónde provienen? ¿Sabíamos que se estaban construyendo?

―Creemos que hay dos ―respondió ella―. Hace cinco años, el Dominio ayudó a financiar la reconstrucción de una vieja manta de combate en un nuevo tipo de buque de exploración a gran profundidad, el
Misionero.
No sabemos con seguridad los motivos, pero suponemos que deseaban buscar el
Aeón.
Al mismo tiempo empezaron a construir en un astillero thetiano otra manta con un casco mucho más grueso que lo habitual y capaz de resistir altas presiones.

»Era idea del clan Polinskarn, un intento de conseguir un arma para los clanes capaz de enfrentar incluso al mismo emperador. Reunieron a tantos ingenieros navales como pudieron, robaron o copiaron los planos del diseño de la manta de casco grueso y consiguieron crear otro casco resistente que sometieron a pruebas en un astillero del sudeste de Thetia, un centro de investigaciones filológicas denominado Refugio. De algún modo, el Dominio se enteró e irrumpió en el astillero en el preciso instante en que la manta hacía sus primeras navegaciones experimentales. Como pretexto para la invasión, sostuvieron que querían purgar de libros prohibidos las bibliotecas. Todas las personas que había allí fueron embarcadas como penitentes rumbo a los sitios más terribles que pueda imaginarse, y el Dominio se encargó de terminar la manta. La que tripulamos es la nave construida en el Refugio, pero según tenemos entendido, la manta de investigación submarina del Dominio, llamada
Teocracia,
también ha sido terminada. Tienen los planos. No sé con seguridad si llevaron esa manta a Qalathar, pero existe otra y, por cierto, la posibilidad de que construyan más.

―¿Cualquiera puede propulsar esa arma? ―preguntó Sagantha.

―No. Posee una especie de interruptor que sólo puede ser accionado por un mago del Fuego. No tiene por qué ser un mago del Fuego demasiado competente, pero el Dominio cuenta con muchos.

Se produjo un brutal silencio y mis ojos se clavaron en el arma, agradeciendo silenciosamente a Vespasia por haberme aclarado los sucesos del Refugio, por qué lo habían invadido los inquisidores ocasionándonos tanto pesar. Esta arma, esta nave, eran la razón por la que yo había sido penitente durante más de un año. No tenía nada que ver en absoluto con los libros prohibidos.

En mi cabeza resonaron ciertas palabras, fragmentos de una conversación por otra parte casi olvidada.

«El peor de todos es un sacrus llamado Lachazzar. Cree que el Dominio debería utilizar su poder para hacer cumplir la religión de forma más estricta. De hecho, quiere que el Dominio gobierne el mundo.» Quizá Sarhaddon exagerase, pero se había referido en más de una ocasión a la creencia de Lachazzar de la necesidad de lograr tanto una supremacía secular como una espiritual.

Esta nave y sus hermanas eran sus herramientas y el Archipiélago la excusa con la que llevaba tanto tiempo soñando. Podía deducir su estrategia: primero el Dominio llevaría unas pocas mantas, luego buques thetianos cargados de sacri y magos del Fuego y, por fin, flotas enteras. El emperador hubiera cooperado, encantado de recuperar su poder, sin detenerse a considerar lo que implicaría para sus sucesores. Otros se darían cuenta, pero sería demasiado tarde. Incluso el estado mayor se vería incapaz de hacer nada, pues para entonces la marina pertenecería al Dominio.

Y así el Dominio tendría un control incomparable sobre los mares, superior al que nunca hubieran conseguido los thetianos, pues las armas serían inútiles sin magos del Fuego. El poder político que tenían Sarhaddon y sus venáticos era sólo un primer paso, pues Lachazzar no era un hombre sutil y quería algo más eficaz, más concreto. Por eso, pronto ya no sería necesario que los venáticos acompañasen a cada mandatario.

Sagantha respiró profundamente, interrumpiendo mis reflexiones, y haciéndose eco de éstas señaló:

―No puedo imaginar siquiera lo que podría lograrse con una flota de estas mantas. Gracias, Vespasia.

Ahora que había visto la nave, Sagantha no tardaría en llegar a las mismas conclusiones que yo.

 

 

 

Ninguno de nosotros se sentía cómodo en el
Cruzada,
pero la necesidad y la seguridad nos forzaban a navegar en ella en lugar de emplear la menos temible
Acucia.
La nave de Hamílcar era nueva y veloz, pero carecía de un buen armamento y su casco era débil. Siempre se corría el peligro, aunque fuese improbable, de que entre aquel punto y Tandaris nos topásemos con el
Teocracia,
una perspectiva que todos intentábamos alejar de la mente.

Cuando nos reunimos con Sagantha en la sala de mapas a la mañana siguiente ya habíamos dejado atrás la isla y estábamos a mucha profundidad en mar abierto, al noroeste de Tandaris, trazando un extenso arco al norte de Tehama en dirección a los canales de mantas entre las islas Ilahi.

Sagantha colocó el mapa de Qalathar en el panel de éter. Era sorprendentemente detallado y recogía la información de miles de investigaciones diferentes. Ya lo había visto antes, y no era el mejor de los mapas realizados con esa técnica. Thetia, y no Qalathar, había sido la más alta prioridad del Instituto Oceanográfico durante el desarrollo de la nueva tecnología de exploración.

―Estamos aquí ―dijo señalando un pequeño hoyo amarillo, que parecía tristemente alejado de todas partes. Un momento después apareció sobre Tandaris un indicador blanco, como si la ciudad hubiese sido iluminada por un único rayo de sol abriéndose paso entre las nubes.

Entonces Sagantha marcó el recorrido que teníamos proyectado. Iba en línea paralela con Qalathar hasta llegar al extremo norte y luego atravesaba el canal Aetiano, derecho hacia el sur por el mar Interior rumbo a Tandaris.

―El punto crucial es éste ―informó señalando el canal de aguas profundas, una de las pocas rutas seguras hacia el mar Interior y la vía más fácil para alcanzar Tandaris―. Si tuviese que haber algún inconveniente, espero que sea ahí.

―¿Qué tipo de inconveniente? ―preguntó Khalia.

―Un bloqueo por parte de alguien hostil que controle la ciudad. Quizá una emboscada. O el encuentro con alguien más que intente llegar a la ciudad desde el norte. Sarhaddon, por ejemplo. Es probable que navegue por el golfo de Jayán, como cualquier que viniese del este, pero habrá tenido tiempo más que suficiente para enviar naves hacia otras entradas. Apenas existen tres canales seguros.

―Pero no llegaremos al mismo tiempo que él.

Palatina y Sagantha se mostraban vacilantes. Las circunstancias parecían jugar contra esa posibilidad, pero no podíamos pasarla por alto. En especial teniendo en cuenta el daño que las armas de fuego causarían en aguas de relativamente poca profundidad.

―El canal es demasiado estrecho y no lo bastante hondo para permitir el uso de armas de fuego ―sostuvo Sagantha―. Podrían producir un maremoto y causar graves daños a la costa.

―Al Dominio no le importan esas cosas ―dijo Ravenna―. Si contasen con el
Teocracia
lo utilizarían, y al infierno las inundaciones que pudieran ocasionar.

―En lo que a ellos respecta, nos podemos ir todos al infierno ―comentó Palatina―. Supongo que nadie tiene la menor idea de dónde se encuentra el
Teocracia,
¿no es cierto? Fue construido como buque de investigación para aguas profundas, de modo que no puede estar en el mar Interior, pero tampoco he tenido noticias de ninguna investigación a grandes profundidades desde que el Dominio decidió que el Instituto Oceanográfico estaba lleno de herejes.

¿Para qué necesitaban entonces un buque como el
Teocracia?

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