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Authors: Edmond Rostand

Tags: #Drama, #Teatro

Cyrano de Bergerac (18 page)

BOOK: Cyrano de Bergerac
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(Por una avenida del fondo, se ve aparecer a Roxana, vestida de negro, con el tocado de las viudas y largos velos, De Guiche, muy envejecido, camina a su lado. Pasean lentamente. La madre Margarita se levanta.)

M
ADRE
M
ARGARITA
.— ¡Vamos! Hay que volver… Sor Magdalena tiene una visita y están paseando por el parque.

S
OR
M
ARTA
.—
(En voz baja, a sor Clara.)
¿Es ese el duque-mariscal de Grammont?

S
OR
C
LARA
.— Me parece que sí.

S
OR
M
ARTA
.— ¡Pues no ha venido a verla desde hace dos meses!

L
AS
M
ONJAS
.— ¡Está muy ocupado!… ¡La corte!… ¡El campo!…

S
OR
C
LARA
.— ¡Los cuidados del mundo!…

(Las monjas salen. De Guiche y Roxana bajan en silencio y se detienen ante el bastidor. Pausa.)

ESCENA II

R
OXANA
, E
L
D
UQUE
D
E
G
RAMMONT
, antiguo conde D
E
G
UICHE
; después L
E
B
RET
y R
AGUENEAU
.

E
L
D
UQUE
.— ¿Y permaneceréis aquí, vanamente hermosa y siempre en duelo?

R
OXANA
.— ¡Siempre!

E
L
D
UQUE
.— ¿Y fiel también?

R
OXANA
.— ¡También!

E
L
D
UQUE
.—
(Tras una pausa.)
¿Me habéis personado?

R
OXANA
.—
(Con sencillez, mirando la cruz del convento.)
¡Desde que estoy aquí!

(Nuevo silencio.)

E
L
D
UQUE
.— ¿De verdad era un ser tan…?

R
OXANA
.— ¡Había que conocerle!

E
L
D
UQUE
.— ¡Ah, había que…! ¡Quizás sea que yo le conocí poco…! ¿Y seguís llevando sobre vuestro corazón su última carta de amor?

R
OXANA
.— ¡Entre estos velos, como un escapulario!

E
L
D
UQUE
.— ¿Le amáis incluso después de muerto?

R
OXANA
.— A veces me parece que no está muerto más que a medias, que nuestros corazones siguen juntos y que su amor flota, todavía vivo, junto a mí.

E
L
D
UQUE
.—
(Tras una nueva pausa.)
Y Cyrano, ¿sigue viniendo a veros?

R
OXANA
.— Sí, con bastante frecuencia. Ese viejo amigo es mi gaceta particular. Viene con regularidad y, si hace buen tiempo, coloca su sillón bajo el árbol donde vos estáis. Yo le espero bordando. Suenan las campanas de la hora y a la última oigo, sin necesidad de volverme, su bastón que baja por la escalinata. Se sienta y sonríe burlonamente por mi tapiz interminable… Me cuenta la crónica de la semana y…
(Le Bret aparece en la escalinata.)
¡Vaya!… ¡Le Bret!…
(Le Bret desciende.)
¿Cómo le va a vuestro amigo?

L
E
B
RET
.— ¡Mal!

E
L
D
UQUE
.— ¡Oh!

R
OXANA
.—
(Al duque.)
¡Bah, exagera!

L
E
B
RET
.— Todo lo que yo predije: el abandono, la miseria… Sus epístolas censorias siguen creándole nuevos enemigos. Ataca a los falsos nobles, a los falsos devotos, a los falsos valientes, a los plagiarios… ¡a todo el mundo!

R
OXANA
.— Pero su espada inspira un profundo terror y no se atreverán nunca a hacer nada contra él.

E
L
D
UQUE
.—
(Meneando la cabeza.)
¿Quién sabe?

L
E
B
RET
.— No teme los ataques: La soledad, el hambre, diciembre entrando a paso de lobo en su oscura habitación… ¡estos son los espadachines que le matarán! Cada día aprieta un poco más su cinturón y su pobre nariz ha tomado el color del marfil viejo. No tiene más vestido que uno viejo de sarga negra.

E
L
D
UQUE
.— ¿No era eso lo que buscaba? Entonces, no le compadezcáis demasiado.

L
E
B
RET
.—
(Con una sonrisa amarga.)
¡Señor mariscal!

E
L
D
UQUE
.— No, ¡no le compadezcáis demasiado! Ha vivido sin pactos, siempre libre de pensamiento y en todos los actos de su vida.

L
E
B
RET
.—
(Lo mismo.)
¡Señor duque!

E
L
D
UQUE
.—
(Con altivez.)
Ya sé que soy poderoso y que él no tiene nada, pero creedme, le daría muy a gusto un apretón de manos.
(Saludando a Roxana.)
¡Tengo que deciros adiós!

R
OXANA
.— ¡Os acompaño!

(El duque saluda a Le Bret y se dirige con Roxana hacia la escalinata.)

E
L
D
UQUE
.—
(Deteniéndose mientras ella sube.)
He de confesaros que a veces le envidio. Cuando se ha conseguido triunfar en la vida, se siente, incluso sin haber cometido villanías, mil pequeños disgustos de uno mismo, que, en conjunto, no causan remordimiento, pero sí una molestia oscura. Los mantos ducales, mientras se suben los escalones que llevan al poder, arrastran entre sus forros un ruido de ilusiones secas y de pesares, como cuando al subir lentamente hacia esa puerta, vuestro vestido enlutado arrastra las hojas secas.

R
OXANA
.—
(Irónica.)
¡Oh!… ¿Os habéis vuelto soñador?

E
L
D
UQUE
.— ¡Sí!
(En el momento de salir añade bruscamente.)
¡Señor Le Bret!…
(A Roxana.)
¿Me permitís?… ¡Sólo unas palabras!
(Se dirige hacia Le Bret y le dice a media voz.)
Es verdad, nadie se atreverá a atacar frente a frente a vuestro amigo; pero muchos le odian y ayer, jugando en el palacio, alguien me decía medio en broma: «Ese Cyrano podría morir de un accidente».

L
E
B
RET
.— ¿Cómo?

E
L
D
UQUE
.— Sí. Que salga poco y, sobre todo, que sea muy prudente.

L
E
B
RET
.—
(Levantando los brazos al cielo.)
¡Prudente! ¡Está al llegar y le advertiré, pero…!

R
OXANA
.—
(Que ha permanecido en la escalinata, se dirige a una hermana que avanza hacia ella.)
¿Quién es?

L
A
M
ONJA
.— Ragueneau quiere veros, señora.

R
OXANA
.— ¡Que pase!
(Al duque y a Le Bret.)
¡Vendrá a contarnos sus penas! Después de haber sido en tiempos pasados poeta, se convirtió en cantor de coro…

L
E
B
RET
.— Bañista…

R
OXANA
.— Actor…

L
E
B
RET
.— Bedel…

R
OXANA
.— Peluquero…

L
E
B
RET
.— Músico…

R
OXANA
.— ¿Qué será ahora?

R
AGUENEAU
.—
(Entrando precipitadamente.)
¡Ah, señora!
(Ve a Le Bret.)
¡Caballero!

R
OXANA
.—
(Sonriendo.)
Contad vuestras penas a Le Bret. ¡Vuelvo en seguida!

R
AGUENEAU
.— Pero, señora…

(Roxana sale sin escucharle con el duque. Ragueneau baja hacia Le Bret.)

ESCENA III

L
E
B
RET
y R
AGUENEAU
.

R
AGUENEAU
.— ¡Mejor! Ya que estáis aquí, prefiero que ella no lo sepa. Hace poco, fui a ver a nuestro amigo. Me encontraba ya a unos veinte pasos de su casa, cuando le vi salir. Iba a doblar una esquina de la calle… Corrí hacia él y, de repente, desde una ventana bajo la que pasaba… —¿podéis creer en la casualidad?— ¡un lacayo dejó caer un madero!

L
E
B
RET
.— ¡Cobardes!… ¿Y Cyrano?

R
AGUENEAU
.— Me llego a él y le veo…

L
E
B
RET
.— ¡Es horrible!

R
AGUENEAU
.— ¡Nuestro amigo Cyrano, nuestro gran poeta, estaba tendido en el suelo, con una gran brecha en la cabeza!

L
E
B
RET
.— ¿Ha muerto?

R
AGUENEAU
.— No, pero… ¡Dios mío! Le llevé a su habitación… ¡qué habitación!… ¡aquello parece un tugurio!

L
E
B
RET
.— ¿Sufre?

R
AGUENEAU
.— No, porque está sin conocimiento.

L
E
B
RET
.— ¿Llamasteis a un médico?

R
AGUENEAU
.— Vino uno por hacerme un favor.

L
E
B
RET
.— ¡Pobre Cyrano!… ¡No le digamos nada de esto a Roxana! ¿Y qué dijo el médico?

R
AGUENEAU
.— Habló… no sé de qué… ¡de fiebre… de meninges!… ¡Ah, si le vieseis!… ¡Tiene toda la cabeza vendada!… ¡Corramos!… No hay nadie a su cabecera y, si se levantase, podría morir.

L
E
B
RET
.—
(Arrastrándole hacia la derecha.)
¡Vamos por allí!… ¡es más corto!… ¡Por la capilla!…

R
OXANA
.—
(Apareciendo sobre la escalinata y viendo a Le Bret alejarse por la columnata que lleva a la puertecilla de la iglesia.)
¡Señor Le Bret!… ¡Señor Le Bret!…
(Le Bret y Ragueneau escapan sin contestar.)
¿Desde cuando Le Bret se marcha cuando le llaman? ¡Alguna historia de ese buenazo de Ragueneau!

(Baja la escalinata.)

ESCENA IV

R
OXANA
, sola; después dos monjas un instante.

R
OXANA
.— ¡Ah! ¡Qué bello día de septiembre!… Mi tristeza que en abril comienza a crecer, llegado el otoño sonríe y se hace más llevadera.
(Se sienta frente a su labor. Dos monjas salen de la casa y colocan un gran sillón bajo el árbol.)
¡Ah!… ¡ya está aquí el sillón donde se sienta mi buen amigo!

S
OR
M
ARTA
.— ¡Es el mejor del locutorio!

R
OXANA
.— ¡Gracias, hermanas!
(Las monjas se alejan.)
¡Tiene que estar al llegar!…
(Se sienta. Las campanas dan la hora.)
¡Ya es la hora! ¡Mis madejas!… ¿Cómo? ¿han terminado las campanadas y el bastón…? ¡Me extraña!… Se va a retrasar por primera vez. ¡Ah!, la hermana tornera estará exhortándole a la penitencia…
(Pausa.)
Seguro… ¡no puede tardar ya! ¡Vaya!, una hoja muerta…
(Empuja con el dedo la hoja que había caído sobre su labor.)
¡De otra forma, nada podría detenerle! ¿Dónde estarán mis tijeras?… ¡Ah, en la bolsa!

U
NA
M
ONJA
.—
(Apareciendo en lo alto de la escalinata.)
¡El señor de Bergerac!

ESCENA V

R
OXANA
, C
YRANO
y, un instante, S
OR
M
ARTA
.

R
OXANA
.—
(Sin volverse.)
¿No lo decía yo?…
(Se pone a bordar. Cyrano entra muy pálido y con el sombrero hundido hasta los ojos. La hermana que le ha introducido vuelve a salir. Cyrano comienza a descender la escalinata lentamente, con un visible esfuerzo por mantenerse en pie y apoyándose sobre su bastón. Roxana sigue trabajando en su tapiz.)
¡Ah!, estos colores están pálidos… ¿Cómo les podría devolver toda su fuerza?…
(En un tono burlón y amigable, dice cuando Cyrano llega.)
¡En catorce años, llegáis tarde por primera vez!

C
YRANO
.—
(Que se ha sentado en su sillón, con voz alegre que contrasta con la expresión de su rostro.)
¡Sí, y lo siento… pero me obligaron!

R
OXANA
.— ¿Quién?

C
YRANO
.— ¡Una visita bastante inoportuna!

R
OXANA
.—
(Distraída y trabajando.)
¿Sí?… ¡Algún pesado!

C
YRANO
.— ¡Una pesada, prima!

R
OXANA
.— ¿La dejasteis?

C
YRANO
.— Sí, le dije: «Perdonadme, pero hoy es sábado y tengo una visita a la que no puedo faltar. ¡Volved dentro de una hora!»

R
OXANA
.—
(Con sencillez.)
Pues tendrá que esperar si quiere veros. No os dejaré partir antes de que anochezca.

C
YRANO
.—
(Con dulzura.)
¡Quizá tenga que marcharme un poco antes!

(Cierra los ojos y permanece un instante callado. La hermana Marta atraviesa el parque, desde la capilla a la escalinata. Roxana al verla, le hace un gesto de saludo con la cabeza.)

R
OXANA
.—
(A Cyrano.)
¿Gastáis bromas a sor Marta?

C
YRANO
.—
(Con rapidez, abriendo los ojos.)
¡Claro!
(Con voz fuerte y cómica.)
¡Sor Marta! ¡Sor Marta! Acercaos un momento.
(La hermana se desliza hacia él.)
¡Ja, ja, ja! Hermana, ¿me podéis decir por qué esos bellos ojos están siempre bajos?

S
OR
M
ARTA
.—
(Alzando los ojos y sonriendo.)
Pero…
(Al ver su rostro hace una mueca de asombro.)
¡Oh!

C
YRANO
.—
(En voz baja, señalando a Roxana.)
¡Chiss!… No pasa nada!
(Con voz fanfarrona y alta.)
¡Ayer, hermana, comí carne de cerdo!

S
OR
M
ARTA
.— ¡Ya lo sé!
(Aparte.)
¡Por eso está tan pálido!
(Aprisa y en voz baja.)
Cuando queráis os pasáis por el refectorio y os daré un tazón de caldo… ¿Vendréis?

C
YRANO
.— ¡Sí, claro!

S
OR
M
ARTA
.— ¡Estáis hoy algo más razonable!

R
OXANA
.—
(Que les oye cuchichear.)
¿Trata de convertiros?

S
OR
M
ARTA
.— ¡No lo intento siquiera!

C
YRANO
.— ¡Vaya, es verdad!… Vos, que tanto me sermoneáis siempre, no me habéis dicho nada en ese sentido…
(Con repentino furor.)
Yo también quiero daros otra sorpresa… Os permito que…
(Hace gestos como buscando algo que moleste a la hermana.)
os va a resultar demasiado nuevo lo que voy a deciros, pero… ¡os permito que esta noche roguéis por mí en la capilla!

R
OXANA
.— ¡Oh!… ¡oh!…

C
YRANO
.—
(Riendo.)
¡Sor Marta se ha quedado asombrada!

S
OR
M
ARTA
.—
(Con dulzura.)
¡Ya lo hice, sin pediros permiso!
(Sale.)

C
YRANO
.—
(Volviéndose hacia Roxana, inclinada en su labor.)
¿Todavía con el tapiz?… ¡Al diablo si le veo terminado algún día!

R
OXANA
.— ¡Espero una frase sobre él!

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