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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (21 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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—Sí, me da para vivir —dijo, intentando sin éxito que su tono reflejara modestia. Había trabajado duro para convertirse en bruja. Estaba orgullosa de su poder.

Era como leer un libro.

—Si las cosas se ponen difíciles, ayudo a una amiga que tiene una tienda de magia justo al lado de Jackson Square. Allí le leo la fortuna a la gente —admitió—. Y a veces hago un tour mágico por Nueva Orleans para los turistas. Puede ser divertido, y si les asusta lo suficiente, puedo ganar unas buenas propinas. Así que, entre unas cosas y otras, no me va mal.

—Realizas magia seria —dije, y ella asintió felizmente—. ¿Para quién? —pregunté—. El mundo normal no admite que sea posible.

—Los sobrenaturales pagan muy bien —dijo, sorprendida porque tuviera que preguntar. Lo cierto es que no tenía por qué, pero era más fácil dirigir sus pensamientos hacia la información adecuada si se lo preguntaba de viva voz—. Sobre todo los vampiros y los licántropos. Quiero decir, no les gustan las brujas, pero los vampiros están dispuestos a aprovechar cada pizca de ventaja que puedan obtener. Los demás no están tan organizados. —Desestimó a los más débiles del mundo sobrenatural con un elocuente gesto de la mano, como los hombres murciélago y demás cambiantes. Subestimaba el poder de los otros seres sobrenaturales, lo cual era un error.

—¿Y qué hay de las hadas? —pregunté con curiosidad.

—Ya tienen suficiente con su magia —dijo, encogiéndose de hombros—. No me necesitan. Sé que alguien como tú puede tener dificultades para aceptar que existen talentos invisibles y naturales, talentos que desafían todo lo que tu familia te ha enseñado.

Ahogué un bufido de incredulidad. Estaba claro que no sabía nada de mí. No tenía ni idea de lo que habría hablado con Hadley, pero seguro que no había sido sobre su familia. Cuando la idea se me pasó por la cabeza, se me encendió un piloto en el fondo de mi mente, algo que me decía que esa línea de pensamiento merecía ser explorada. Pero la puse a un lado para meditar acerca de ella más tarde. En ese momento tenía que lidiar con Amelia Broadway.

—Entonces, ¿dirías que tienes una fuerte habilidad sobrenatural? —pregunté.

Sentí cómo reprimía un acceso de orgullo.

—No se me da mal —dijo modestamente—. Por ejemplo, lancé un conjuro para que todo en este apartamento quedara estático cuando no pude terminar de limpiarlo. Y, aunque lleva meses cerrado, no has olido nada raro, ¿verdad?

Eso explicaba la ausencia de hedor procedente de las toallas sucias.

—Así que haces magia para los sobrenaturales, lees la fortuna en Jackson Square y a veces diriges tours mágicos por Nueva Orleans. No es precisamente un trabajo de oficina —dije.

—Eso es —asintió, feliz y contenta.

—Entonces, ¿me ayudarás a limpiar el apartamento? Estaré encantada de pagarte.

—Claro que te ayudaré. Cuanto antes saquemos sus cosas, antes podré alquilarlo otra vez. En cuanto al pago, ¿por qué no esperamos a ver cuánto tiempo le puedo dedicar? A veces recibo, esto..., llamadas de emergencia. —Amelia me dedicó una sonrisa digna de un anuncio de pasta de dientes.

—¿No había estado pagando la reina el alquiler desde la muerte de Hadley?

—Sí, claro. Pero me da escalofríos la idea de que las cosas de Hadley sigan aquí. Además, ha habido un par de intentos de allanamiento. El último fue apenas hace un par de días. —Se me pasó cualquier tentación de sonreír.

Amelia prosiguió:

—Al principio pensé que era uno de esos casos en los que, cuando muere alguien y aparece en los titulares de los periódicos, alguno intenta meterse en su casa durante el funeral. Por supuesto, no se publican necrológicas sobre vampiros, supongo que porque ya están muertos o porque los demás vampiros no se molestan en mandarlas a los periódicos... Sería interesante ver cómo llevarían eso. ¿Por qué no intentas enviar unas cuantas líneas sobre Hadley? Pero ya sabes cómo cotillean los vampiros, así que supongo que más de uno supo de su muerte definitiva, la segunda muerte. Sobre todo después de la desaparición de Waldo de la corte. Todo el mundo sabe que Hadley no le importaba. Y también está que no hay funerales para vampiros. Así que creo que el allanamiento no tenía nada que ver. Nueva Orleans tiene unos índices de criminalidad bastante altos.

—Oh, conocías a Waldo —dije para interrumpir su discurso. Waldo, antaño favorito de la reina (no en su cama, sino como lacayo, eso tenía entendido), se resintió por verse reemplazado por mi prima. Cuando resultó que Hadley siguió siendo la favorita de la reina durante un periodo de tiempo sin precedentes, Waldo la citó en el Cementerio Número Uno de Nueva Orleans con la excusa de que iban a invocar el espíritu de Marie Laveau, la famosa reina del vudú de Nueva Orleans. En vez de ello, mató a Hadley y culpó a la Hermandad del Sol. El señor Cataliades me puso en la buena dirección, hasta que descubrí la culpabilidad de Waldo, y la reina me dio la oportunidad de ejecutarlo en persona (ésa era la idea que tenía la reina de un gran favor). Decliné la oferta. Pero acabó definitivamente muerto, como Hadley. Me estremecí.

—Bueno, lo conozco mejor de lo que quisiera —dijo, con la franqueza que parecía ser la característica definitoria de Amelia Broadway—. Pero veo que has usado el pasado. ¿Puedo tener la esperanza de que Waldo haya conocido su destino final?

—Puedes —contesté—. Tener esa esperanza, digo.

—Fíjate —dijo felizmente—. Vaya, vaya, vaya.

Al menos le había alegrado el día a alguien. Pude ver en sus pensamientos cómo había despreciado al otro vampiro, y no pude culparla. Era aborrecible. Amelia era una mujer de ideas fijas, lo cual debía de hacer de ella una bruja formidable. Pero en ese momento no tenía que haber sopesado otras posibilidades relacionadas conmigo, y no lo estaba haciendo. Centrarse en un objetivo tiene sus inconvenientes.

—¿Y dices que quieres limpiar de una vez el apartamento porque crees que así esos ladrones que saben de la muerte de Hadley dejarán de intentar asaltarlo?

—Justamente —dijo, apurando el café—. Además, me gusta saber que hay alguien viviendo aquí. Tener el apartamento vacío me pone de los nervios. Al menos, los vampiros no dejan fantasmas.

—Eso no lo sabía —dije, aunque tampoco me había puesto a pensarlo.

—Nada de fantasmas vampiros —comentó Amelia despreocupadamente—. Ni uno. Hay que ser humano para dejar atrás un fantasma. Oye, ¿quieres que te lea la fortuna? Ya sé, ya sé, asusta un poco, ¡pero te prometo que se me da muy bien! —Ella pensaba que sería interesante poner un poco de emoción turística al asunto, ya que no pasaría mucho tiempo en Nueva Orleans; y también que, cuanto más agradable fuese conmigo, antes limpiaría yo el apartamento y antes lo recuperaría ella para su uso.

—Claro —dije lentamente—. Puedes leérmela ahora mismo, si quieres. —Aquello podría ser una buena medida de la calidad de Amelia como bruja. Lo cierto es que no guardaba ninguna similitud con el estereotipo de las brujas. Su aspecto parecía brillante y sano, como cualquier ama de casa de los suburbios con un Ford Explorer y un setter irlandés. En un abrir y cerrar de ojos, sacó su baraja de tarot de uno de los bolsillos de sus pantalones cortos, y se inclinó sobre la mesa de café para desplegar las cartas. Lo hizo de una forma rápida y profesional que no tenía el menor sentido para mí.

Tras cavilar sobre las figuras durante un instante, su mirada dejó de recorrer las cartas y se clavó en la mesa. Se sonrojó y cerró los ojos, como si se sintiese mortificada. Por supuesto que lo estaba.

—Vale —dijo al fin, con la voz tranquila y plana—. ¿Qué eres tú?

—Telépata.

—¡Siempre doy cosas por sentado! ¿Por qué no aprenderé?

—Nadie me considera temible —dije, tratando de sonar amable, y ella dio un respingo.

—Pues no volveré a cometer ese error —dijo—. Parecías saber más sobre los sobrenaturales que la gente corriente.

—Y cada día aprendo más. —Incluso a mí se me antojó sombría mi voz.

—Ahora le tendré que decir a mi consejera que la he fastidiado —dijo mi casera. Parecía tan triste como le era posible. No demasiado.

—¿Tienes una... mentora?

—Sí, una bruja mayor que sigue nuestros progresos durante los tres primeros años de profesión.

—¿Cuándo sabes que eres profesional?

—Bueno, hay que superar un examen —contestó Amelia levantándose y dirigiéndose hacia la pila. En un suspiro, lavó la cafetera y el aparato del filtro, los puso en el escurridor y enjuagó la pila.

—¿Empezamos a empaquetar mañana? —dije.

—¿Por qué no ahora mismo?

—Me gustaría repasar primero las cosas de Hadley por mí misma —dije, tratando de no sonar irritada.

—Oh, claro. —Quiso aparentar que ya se le había ocurrido—. Y supongo que esta noche tendrás que visitar a la reina, ¿no?

—No lo sé.

—Oh, apuesto a que te esperan. ¿Te acompañaba anoche un vampiro alto, moreno y guapo? Me sonaba mucho.

—Bill Compton —dije—. Sí, lleva años viviendo en Luisiana, y le ha hecho algún trabajo a la reina.

Me miró con sus ojos azules llenos de sorpresa.

—Ah, pensé que conocería a tu prima.

—No —dije—. Gracias por despertarme para poder ponerme con esto, y por ofrecerme tu ayuda.

Se alegró de marcharse, porque yo no había sido lo que esperaba y le apetecía pensar un poco en ello y hacer algunas llamadas a sus hermanas del arte en la zona de Bon Temps.

—Holly Cleary —dije—. A ella es a la que mejor conozco.

Amelia se quedó sin aliento y se despidió de un modo tembloroso. Se marchó de forma tan inesperada como había llegado.

De repente me sentí mayor. Me había pasado de exhibicionista, y había convertido a una bruja feliz y confiada en una mujer ansiosa en el espacio de una hora.

Pero, mientras sacaba un bloc y un lápiz (y los colocaba justo donde debían estar, en el cajón más cercano al teléfono) para esbozar mi plan de acción, me consolé con la idea de que Amelia necesitaba un azote mental. Si no hubiese sido yo, probablemente habría sido por parte de alguien que pretendiera hacerle daño.

15

Necesitaría cajas, eso estaba claro. Eso quería decir que también necesitaría cinta de embalar, un montón de cinta. Un rotulador también, y probablemente tijeras. Por último, necesitaría una furgoneta para llevar a Bon Temps lo que pudiera rescatar de allí. Podía pedirle a Jason que se encargara, o podía alquilar una, incluso podía preguntarle al señor Cataliades si sabía de alguna furgoneta que pudiera tomar prestada. Si resultaba haber muchas cosas que llevar, podía alquilar un coche con remolque. Nunca había hecho algo así, pero no creía que fuera tan complicado. Ahora mismo no tenía un medio de transporte, no había forma de llevar las cosas. Pero no sería mala idea empezar a clasificarlas. Cuanto antes acabara, antes podría volver al trabajo en Bon Temps y alejarme de los vampiros de Nueva Orleans. Una pequeña parte de mí se alegraba también de que Bill hubiese venido. Por muy enfadada que estuviese con él a veces, al menos era alguien familiar. Al fin y al cabo, era el primer vampiro al que había conocido, y aún me parecía casi milagroso cómo había ocurrido.

Vino al bar y yo quedé fascinada con el descubrimiento de que no era capaz de escuchar sus pensamientos. Más tarde, esa misma noche, lo rescaté de unos drenadores. Suspiré, pensando en lo bien que había ido todo hasta que fue convocado por su creadora, Lorena, que también estaba definitivamente muerta.

Me sacudí. No era el momento para emprender una excursión por los sinuosos caminos de la memoria. Era un momento para la acción y la determinación. Decidí empezar por la ropa.

Después de quince minutos, me di cuenta de que el apartado de la ropa sería fácil. La regalaría casi toda. No sólo es que mi gusto fuera radicalmente distinto al de mi prima, sino que sus caderas y pechos eran más pequeños y nos atraían colores muy distintos. A Hadley le gustaba la ropa oscura y dramática, mientras que yo era una persona que prefería pasar desapercibida. Tuve que decidirme sobre un par de blusas y faldas etéreas oscuras, pero cuando me las puse me parecía a una de esas fanáticas de los vampiros que se reúnen en el bar de Eric. Y a mí esa imagen no me iba. Sólo puse un puñado de camisetas ajustadas y dos pares de shorts en la pila de «conservar».

Encontré una gran caja de bolsas de basura y las usé para guardar la ropa. A medida que iba terminando con cada bolsa, la iba colocando en la galería para mantener el apartamento despejado de bultos.

Era casi mediodía cuando me puse manos a la obra, y las horas pasaron volando cuando descubrí cómo manejar el equipo de CD de Hadley. Gran parte de su música era de artistas que nunca habían estado muy arriba en mi lista de éxitos, no era muy sorprendente, pero resultó interesante de escuchar. Tenía un montón de CD: No Doubt, Nine Inch Nails, Eminem, Usher...

Me puse con los cajones del dormitorio cuando empezó a oscurecer. Hice una pausa en la galería a media tarde, contemplando cómo la ciudad se desperezaba para las horas de oscuridad que le aguardaban. Nueva Orleans era ahora una ciudad nocturna. Siempre había sido una ciudad de vida nocturna alborotada y descarada, pero ahora se reunían allí tantos no muertos que su carácter había cambiado por completo. Mucho del Jazz de Bourbon Street era tocado hoy en día por manos que hacía al menos décadas que no veían el sol. Pude percibir una leve salpicadura de notas en el aire, procedente de alguna juerga lejana. Me senté en una silla de la galería y me quedé un rato escuchando con la esperanza de tener la oportunidad de ver un poco la ciudad mientras estuviera allí. Nueva Orleans no se parece a ningún otro sitio de Estados Unidos, antes y después del influjo de los vampiros. Suspiré y me di cuenta de que tenía hambre. Evidentemente, Hadley no tenía nada de comer en el apartamento, y yo no estaba dispuesta a empezar a beber sangre. Detestaba la idea de pedirle otra cosa a Amelia. Esa noche, quizá quien viniera a buscarme para acudir a la audiencia con la reina me llevara antes a alguna tienda de alimentación. Puede que tuviera que ducharme y cambiarme.

Cuando me di la vuelta para regresar al apartamento, divisé las mohosas toallas que había sacado la noche anterior. Olían peor, lo cual me sorprendió. Pensaba que a esas alturas el olor habría remitido un poco. Por el contrario, al respirar sentí un nudo de asco en la garganta cuando cogí la cesta para meterla en el apartamento. Mi intención era lavarlas. En un rincón de la cocina había una lavadora, con la secadora en la parte superior. Era como una torre de la limpieza.

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