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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (16 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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Aproximadamente una hora después, entró una vampira. Miró a Bill durante un segundo, le hizo un leve gesto con la cabeza, y luego se sentó en una mesa de la sección de Arlene, quien acudió a la carrera para tomarle nota. Hablaron durante un minuto, pero estaba demasiado ocupada para fisgar. Además, sólo habría escuchado a la vampira filtrada a través de la mente de Arlene, puesto que los vampiros son para mí tan silenciosos como una tumba (jo, jo). Lo siguiente que supe era que Arlene se abría paso hacia mí.

—La muerta quiere hablar contigo —dijo sin moderar el tono de su voz lo más mínimo, mirando en nuestra dirección. Lo suyo nunca ha sido el tacto ni la sutileza.

Después de asegurarme de que todos mis clientes estaban satisfechos, me dirigí hacia la mesa de la vampira.

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunté en voz muy baja. Sabía que podía oírme; su oído es fenomenal, y su visión no le va muy a la zaga en cuanto a agudeza.

—¿Eres Sookie Stackhouse? —preguntó ella. Era muy alta, casi 1,83, y procedía de alguna mezcla racial que había salido alucinantemente bien. Tenía la piel dorada, y su pelo era denso, basto y oscuro. Lo llevaba recogido en trenzas, y sus brazos estaban atestados de bisutería. Sus ropas, por el contrario, eran sencillas. Vestía una blusa blanca hecha a medida de mangas largas y leotardos negros con sandalias a juego.

—Sí—dije—. ¿Te puedo ayudar en algo? —Me miraba con una expresión que sólo podría definir como desconfiada.

—Me manda Pam —contestó—. Me llamo Felicia. —Su voz parecía un cántico alegre, tan exótica como su aspecto. Evocaba licores de ron y playas.

—¿Qué tal, Felicia? —dije educadamente—. Espero que Pam esté bien.

Dado que los vampiros no tienen una salud variable, resultó ser una pregunta rebuscada para Felicia.

—Pues parece estar bien —añadió Felicia un poco insegura—. Me ha mandado para que me presente a ti.

—Vale, ya nos conocemos —dije, tan confundida como lo había estado Felicia hacía un momento.

—Me dijo que tienes la costumbre de matar al barman de Fangtasia —continuó, abriendo mucho sus maravillosos ojos de cierva—. Me dijo que tenía que venir a rogarte clemencia. Pero a mí me pareces una humana corriente.

Esta Pam...

—Te estaba tomando el pelo —le dije tan amablemente como pude. Al parecer, Felicia no era la oveja más avispada del rebaño. El oído y la capacidad de curación sobrehumanos no equivalían a una superinteligencia—. Pam y yo somos como amigas, y le gusta ponerme en evidencia. Supongo que le gustará hacer lo mismo contigo, Felicia. No tengo intención de hacerle daño a nadie. —Felicia parecía escéptica—. Es verdad que no tengo muy buenos antecedentes con los encargados de la barra del Fangtasia, pero, eh..., no es más que una coincidencia —parloteé—. Y es verdad que no soy más que una simple humana.

Después de digerir la información al cabo de un rato, Felicia pareció aliviada, lo cual no hizo sino sumar puntos a su belleza. Pam solía tener más de una razón para hacer las cosas, y me pregunté si la habría enviado también para que pudiera admirar sus atracciones, las cuales, sin duda, no habrían pasado desapercibidas para Eric. Puede que Pam quisiera buscar problemas. Odiaba la vida sin sensaciones fuertes.

—Vuelve a Shreveport y pásatelo bien con tu jefe —dije, tratando de ser amable.

—¿Eric? —dijo la maravillosa vampira. Parecía desconcertada—. Me gusta trabajar para él, pero no me gustan los hombres.

Eché una mirada a mis mesas, no sólo para comprobar si alguien necesitaba una copa, sino para comprobar si alguien había oído esa frase. La lengua de Hoyt estaba prácticamente colgada de su boca, y Catfish parecía que algo lo hubiera deslumbrado. Dago estaba sumido en un feliz asombro.

—Bueno, Felicia, ¿y cómo acabaste en Shreveport, si no te molesta que te pregunte? —Devolví mi atención a la nueva vampira.

—Oh, mi amiga Indira me pidió que viniera. Dijo que servir a Eric no estaba tan mal. —Se encogió de hombros para escenificar lo de que «no estaba tan mal»—. No exige servicios sexuales si la mujer no está inclinada a ello. A cambio sólo requiere unas cuantas horas de trabajo en el bar y algún que otro recado especial.

—¿Entonces tiene buena reputación como jefe?

—Oh, sí. —Felicia pareció casi sorprendida—. Aunque tampoco es que sea ningún blando.

«Blando» y «Eric» eran palabras incompatibles en la misma frase.

—Y no se le traiciona. Eso no lo perdona —prosiguió, pensativa—. Pero siempre que cumplas con tus obligaciones hacia él, te corresponderá en la misma medida.

Asentí. Eso encajaba más o menos con mi percepción de Eric, y lo conocía muy bien en algunos aspectos..., aunque nada en otros.

—Y esto será mucho mejor que Arkansas —dijo Felicia.

—¿Por qué dejaste Arkansas? —pregunté, sin poder evitarlo. Felicia era la vampira más simple que había conocido.

—Peter Threadgill —contestó—. El rey. Se acaba de casar con vuestra reina.

Sophie-Anne Leclerq de Luisiana no era, ni remotamente, mi reina, pero, aunque sólo fuese por curiosidad, quise continuar con la conversación.

—¿Y cuál es el problema de Peter Threadgill?

Ésa era una pregunta difícil para Felicia. Se lo pensó.

—Es rencoroso —explicó ella con el ceño fruncido—. Nunca parece estar satisfecho con lo que tiene. No le basta con ser el vampiro más antiguo y poderoso de todo el Estado. Cuando se convirtió en rey (y se pasó años maquinando para conseguirlo), le supo a poco. El problema lo tenía con el Estado, ¿sabes?

—¿Algo como: «Cualquier Estado que me tenga como rey no es un buen Estado en el que reinar»?

—Exactamente —soltó Felicia, como si yo fuese alguien la mar de inteligente por poder elaborar una frase como ésa—. Se pasó meses negociando con Luisiana, y hasta Flor de Jade se cansó de oír hablar de la reina. Al final accedió a firmar la alianza. Después de una semana de celebraciones, el rey se volvió taciturno otra vez. De repente, aquello no era suficiente. Ella tenía que amarlo. Tenía que dárselo todo. —Felicia meneó la cabeza ante las extravagancias de la realeza.

—¿Entonces no ha sido un matrimonio por amor?

—El amor es lo último por lo que los monarcas vampiros se casan —dijo Felicia—. Ahora está de visita con la reina en Nueva Orleans, y yo me alegro de estar en el otro extremo del Estado.

El concepto de la pareja y la visita se me escapaba, pero estaba segura de que lo comprendería tarde o temprano.

Me habría encantado escuchar más cosas, pero era hora de volver al trabajo.

—Gracias por la visita, Felicia. Y no te preocupes por nada. Me alegro de que trabajes para Eric —dije.

Felicia me sonrió. Fue una experiencia deslumbrante y deliciosa.

—Me alegro de que no planees matarme —dijo.

Le devolví la sonrisa, algo titubeante.

—Te aseguro, ahora que te conozco, que no tendrás la menor oportunidad de sorprenderme por la espalda —prosiguió Felicia. De repente, la auténtica vampira afloró en su mirada, y me estremecí. Podría ser fatal subestimarla. No era muy lista, pero sí salvaje.

—No pienso sorprenderte por la espalda, y mucho menos teniendo en cuenta que eres una vampira —dije.

Me dedicó un seco gesto de la cabeza, y se deslizó por la puerta tan rápidamente como había entrado.

—¿Qué es lo que quería? —me preguntó Arlene cuando estábamos en la barra juntas, esperando que nos sirvieran los encargos. Me di cuenta de que Sam también escuchaba.

Me encogí de hombros.

—Trabaja en Fangtasia, en Shreveport, y simplemente ha venido a conocerme.

Arlene se me quedó mirando.

—¿Ahora vienen a presentarse? Sookie, tienes que pasar de los muertos y relacionarte más con los vivos.

Le devolví la misma mirada.

—¿De dónde has sacado esa idea?

—Me lo preguntas como si jamás hubiese pensado por mí misma.

Arlene jamás habría formado una idea como ésa ella sola. Su segundo nombre era «Tolerancia», más que nada porque era demasiado ligera de cascos como para ir echando moralinas.

—Es que me sorprende —dije, dándome cuenta de lo ruda que había sido en la apreciación de alguien a quien siempre había considerado una amiga.

—Bueno, he estado yendo a la iglesia con Rafe Prudhomme.

Rafe Prudhomme, un cuarentón muy tranquilo que trabajaba en la Pelican State Title Company, me caía bien. Pero nunca tuve la oportunidad de conocerlo a fondo, ni me dio por escuchar sus pensamientos. Quizá aquello había sido un error.

—¿A qué tipo de iglesia acude? —quise saber.

—Ha estado frecuentando esa iglesia nueva de la Hermandad del Sol.

El corazón se me paró, casi literalmente. No me molesté en señalar que la Hermandad era una caterva de fanáticos a los que unía el odio y el miedo.

—En realidad no es una iglesia, ¿sabes? ¿Hay alguna rama de la Hermandad cerca?

—En Minden. —Arlene apartó la mirada; era el vivo retrato de la culpabilidad—. Sabía que no te gustaría. Pero allí vi al sacerdote católico, el padre Riordan. Hasta los sacerdotes ordenados comulgan con ellos. Hemos pasado allí las últimas dos tardes de domingo.

—¿Y te crees esas cosas?

Pero en ese momento uno de los clientes de Arlene la llamó. Se alegró sobremanera de poder irse.

Mis ojos se encontraron con los de Sam, que parecía igual de turbado. La Hermandad del Sol era una organización antivampírica e intolerante cuya influencia no dejaba de extenderse. Muchos de sus centros no eran militantes, pero otros tantos predicaban el odio y el miedo en su forma más extrema. Si la Hermandad tenía una lista secreta de objetivos, seguramente yo estaría en ella. Sus fundadores, Steve y Sarah Newlin, habían perdido su iglesia más lucrativa en Dallas porque yo había interferido en sus planes. Había sobrevivido a un par de intentos de asesinato desde entonces, pero siempre quedaba el riesgo de que la Hermandad me encontrara y me tendiera una emboscada. Me habían visto en Dallas y en Jackson, y, tarde o temprano, descubrirían quién era y dónde vivía.

Tenía muchas razones para estar preocupada.

11

A La mañana siguiente, Tanya se presentó en mi casa. Era domingo, no estaba trabajando y me sentía especialmente alegre. Después de todo, Crystal se estaba curando, a Quinn parecía gustarle, y había dejado de oír hablar de Eric, así que cabía la posibilidad de que me dejara en paz. Trato de ser optimista. La cita bíblica favorita de mi abuela solía ser: «Bástenle a cada día sus propias preocupaciones». Me explicó que significaba que no hay que preocuparse por el mañana, o por las cosas que no se pueden cambiar. Trataba de practicar esa filosofía, aunque la mayoría de las veces era muy difícil. Ese día resultó más sencillo.

Los pájaros piaban y trinaban, los insectos zumbaban y el aire atestado de polen estaba lleno de paz, como si las mismas plantas lo emitiesen también. Yo estaba sentada en mi porche delantero con mi bata rosa, paladeando un café y escuchando el
Car Talk
en la Red River Radio. Me sentía muy bien, cuando un pequeño Dodge Dart accedió por mi camino privado. No reconocí el coche, pero sí a la conductora. Toda mi paz se desvaneció a manos de un acceso de suspicacia. Ahora que sé de la proximidad del cónclave de la Hermandad, la inquisitiva presencia de Tanya me pareció incluso más sospechosa. No me gustó nada verla en mi casa. La cortesía elemental me impedía echarla de allí sin más, pero tampoco le dediqué ninguna sonrisa de bienvenida cuando posé los pies en el porche y me incorporé.

—¡Buenos días, Sookie! —dijo al salir del coche.

—Tanya... —me limité a decir para acusar recibo del saludo.

Se detuvo a medio camino de los peldaños.

—Eh, ¿va todo bien?

No dije nada.

—Tenía que haber llamado antes, ¿verdad? —Trataba de parecer salerosa y apesadumbrada a un tiempo.

—Habría sido mejor. No me gustan las visitas inesperadas.

—Lo siento. Te prometo que así lo haré la próxima vez. —Reanudó su avance hacia los peldaños de piedra—. ¿Me ofrecerías una taza de café?

Violé una de las reglas de hospitalidad más sagradas.

—No, esta mañana no —contesté, y me puse en el acceso de la subida para bloquearle el paso hacia el porche.

—Bueno..., Sookie —dijo con voz incierta—. Sí que te levantas con el pie izquierdo.

Me la quedé mirando hacia abajo, sin pestañear.

—No me extraña que Bill Compton salga con otra —dijo Tanya con una leve carcajada. Enseguida supo que había cometido un error—. Lo siento —añadió rápidamente—. Puede que yo misma no haya tomado café suficiente. No debí decirlo. Esa Selah Pumphrey es una zorra, ¿eh?

«Demasiado tarde, Tanya».

—Al menos con ella uno sabe a qué atenerse. —Eso lo dejaba lo suficientemente claro, ¿no?—. Nos vemos en el trabajo.

—De acuerdo, la próxima vez llamaré, ¿vale? —Y me dedicó una sonrisa tan amplia como vacía.

—Vale. —Observé cómo se volvía a meter en el pequeño coche. Me lanzó un alegre saludo y, no sin pocas maniobras, giró su Dart de regreso a Hummingbird Road.

Vi cómo se marchaba. Esperé a que el sonido del motor se disipara por completo antes de volver a mi asiento. Dejé el libro sobre la mesa de plástico que tenía junto a la tumbona y me tomé el resto del café sin el placer que me había acompañado durante los primeros tragos.

Tanya tramaba algo.

Prácticamente tenía una flecha de neón apuntándole a la cabeza. Ojalá la señal hubiese sido lo suficientemente explícita como para revelarme qué era ella, para quién trabajaba y qué se traía entre manos, pero supuse que eso tendría que averiguarlo por mí misma. Escucharía su mente en cada ocasión que se me presentara, y si eso no funcionaba (a veces pasa, no sólo por tratarse de una cambiante, sino porque no se puede obligar a la gente a pensar en lo que tú quieres), tendría que optar por métodos más drásticos.

Aunque no tenía muy claro qué entender por «más drásticos».

Durante el último año, de alguna manera había asumido el papel de guardiana de lo extraño en mi pequeño rincón del Estado. Era la imagen ideal de la tolerancia entre especies. Había aprendido mucho acerca del otro universo, el que rodeaba a la (casi siempre obvia) especie humana. Resultaba casi divertido enterarte de lo que el resto de gente desconocía. Pero complicaba mi ya de por sí difícil vida, y me llevaba por sendas peligrosas entre seres que ansiaban desesperadamente mantener su existencia en secreto.

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