—¿Qué llevas ahí?
El chico apuntaba hacia la zona del corazón. Tenía la mente en blanco, no sabía ni qué iba a hacer. Sacó el envase y se lo enseñó.
—¿Qué mierda es ésa?
—Halotano.
—¿Para qué lo llevas?
—Para… —tocó con los dedos la mascarilla revestida de espuma mientras intentaba encontrar algo que decir. No sabía mentir. Ésa era su desgracia—. Bueno… porque… lo necesito para el trabajo.
—¿Qué trabajo?
El chico había bajado un poco la guardia. Una bolsa de deporte parecida a la que él mismo había dejado arriba, en la hondonada, colgaba de la mano del chaval. Con la mano que sujetaba el envase hizo un gesto hacia la bolsa.
—¿Vas a algún entrenamiento o así?
Cuando el chico miró hacia la bolsa, aprovechó su oportunidad.
Abrió los dos brazos, con la mano que tenía libre sujetó la cabeza del muchacho por la nuca, le puso la mascarilla en la boca y apretó el dosificador hasta el tope. Se escuchó un sonido silbante como el de una gran serpiente, el chico intentaba liberar la cabeza, pero la tenía inmovilizada entre las manos de Håkan como en una tenaza desesperada.
Se tiró hacia atrás y Håkan con él. El silbido de la serpiente ahogó los demás sonidos cuando ambos cayeron sobre el serrín del sendero. Convulsivamente Håkan apretó la cabeza del muchacho entre sus manos y mantuvo la mascarilla en su sitio mientras rodaban por el suelo.
Tras un par de inspiraciones profundas el chaval comenzó a tranquilizarse. Håkan mantuvo la mascarilla en su sitio y echó una ojeada alrededor.
Ningún testigo.
El silbido del gas se le metía en el cerebro como una mala migraña. Fijó el tope del dosificador y, con esa mano libre, cogió la goma y la pasó por la cabeza del muchacho. La mascarilla estaba lista.
Se levantó con los brazos doloridos y miró a su presa.
Yacía con los brazos separados del cuerpo, la mascarilla le cubría la nariz y la boca y tenía la botella de halotano sobre el pecho. Håkan miró otra vez a su alrededor, recogió la bolsa del chico y se la puso a éste sobre la tripa. Luego levantó todo el paquete en brazos y lo llevó hacia la hondonada.
Pesaba más de lo que él creía. Mucho músculo. Peso muerto.
Iba jadeando por el esfuerzo que suponía llevar su carga por el terreno húmedo mientras el silbido del gas cortaba sus oídos como un cuchillo de sierra. Resoplaba alto conscientemente para alejar el sonido.
Con los brazos entumecidos y el sudor corriéndole por la espalda llegó por fin a la hondonada. Allí depositó al muchacho en el punto más bajo. Luego se echó junto a él. Cerró la botella de halotano y retiró la mascarilla. No se oía nada. El pecho del chico subía y bajaba. Se despertaría dentro de ocho minutos, como máximo. Pero no lo haría.
Håkan, echado al lado del chaval, estudiaba su cara, acariciándola con el dedo. Luego se le acercó más, tomó el cuerpo inerme entre sus brazos, lo apretó contra el suyo. Le besó con ternura en la mejilla, le susurró al oído «perdona» y se levantó.
Se le saltaban las lágrimas al ver aquel cuerpo indefenso en el suelo. Todavía podía evitarlo.
Mundos paralelos. Un pensamiento para consolarse.
Había un mundo paralelo en el que él no hacía lo que se disponía a hacer. Un mundo en el que ahora él se iba, dejaba que el chico se despertara y se preguntara qué había sucedido.
Pero no en este mundo. En este mundo se dirigía a su bolsa y la abría. Tenía prisa. Rápidamente se puso el impermeable encima de la ropa y sacó el instrumental. El cuchillo, una cuerda, un embudo grande y un bidón de plástico de cinco litros.
Puso todo en el suelo al lado del muchacho, observó el cuerpo joven por última vez. Luego cogió la cuerda y empezó a trabajar.
Apuñaló y apuñaló y apuñaló. Tras el primer golpe, Jonny había comprendido que ésta no iba a ser como las otras veces. Con la sangre chorreando de un corte profundo en la mejilla intentaba esquivarle, pero el Asesino era más rápido. Otro par de cortes y le seccionó los tendones por la parte posterior de las rodillas. Jonny se desplomó; en el suelo y retorciéndose, pedía clemencia.
Pero el Asesino no se dejó conmover. Jonny chillaba como un… cerdo cuando el Asesino se tiró sobre él y la tierra bebió su sangre.
Una cuchillada por lo de hoy en los lavabos. Otra por cuando me engañaste para que jugase al póquer de los nudillos. Los labios te los corto por todas las burradas que me has dicho.
Jonny sangraba por todos los orificios y ya no podía decir o hacer nada malo. Llevaba muerto un rato. Oskar lo remató reventándole los globos oculares que miraban fijamente,
tjick, tjick
, se levantó y observó su obra.
Buena parte del árbol caído y podrido que había hecho las veces de Jonny estaba hecho astillas y con el tronco perforado por los cortes. Las astillas se esparcían por el suelo alrededor del árbol sano que había hecho de Jonny cuando estaba en pie.
La mano derecha, con la que empuñaba el cuchillo, sangraba. Un pequeño corte casi en la muñeca; debía de habérsele resbalado el cuchillo al dar los golpes. No era un buen cuchillo para esa tarea. Se chupó la mano, limpiándose la herida con la lengua. Era de Jonny la sangre que se estaba bebiendo.
Se limpió los últimos restos de sangre con la funda de papel de periódico, introdujo dentro el cuchillo y comenzó a caminar hacia casa.
El bosque, que desde hacía un par de años le parecía amenazador, un refugio para sus enemigos, era ahora su casa y amparo. Los árboles se apartaban con respeto a su paso. No sentía ni siquiera una pizca de miedo, aunque empezaba a oscurecer del todo. Ninguna inquietud al pensar en el día siguiente: que trajera consigo lo que quisiera. Aquella noche iba a dormir bien.
Cuando llegó otra vez al patio se sentó un momento en el borde del parquecito de arena para tranquilizarse un poco antes de subir a casa. Mañana tendría que conseguir un cuchillo mejor, un cuchillo con seguro de parada, o como se llamara… deslizamiento, para no cortarse de nuevo. Porque aquello lo iba a repetir más veces.
Era un buen juego.
La madre de Oskar tenía lágrimas en los ojos cuando le tomó la mano y se la apretó.
—Tienes absolutamente prohibido ir más al bosque, ¿lo oyes?
Un chico de la edad de Oskar había sido asesinado ayer en Vällingby. Había salido en todos los periódicos de la tarde y mamá estaba totalmente fuera de sí cuando llegó a casa.
—Podías haber sido… No quiero ni pensarlo.
—Pero si fue en Vällingby.
—¿Y tú crees que alguien que se mete con niños no podría coger el metro dos estaciones? ¿O andar? ¿Venir aquí, a Blackeberg, y hacer lo mismo otra vez? ¿Sueles ir al bosque?
—No.
—A partir de ahora no saldrás del patio hasta que esto… Hasta que lo encierren.
—¿Entonces no voy a ir a la escuela?
—Claro está que vas a ir a la escuela. Pero después de la escuela te vienes directamente a casa y no sales del patio hasta que yo llegue.
—¿Y luego?
En los ojos de la madre la tristeza se mezcló con el enfado.
—¿Quieres que te mate? ¿Eh? ¿Vas a ir al bosque y que te asesinen y yo aquí esperándote inquieta mientras que tú yaces en el bosque y eres… bestialmente descuartizado por alguien?
Las lágrimas arrasaron sus ojos. Oskar le cogió la mano.
—No iré al bosque. Te lo prometo.
Mamá le acarició la mejilla.
—Cariño mío. Tú eres todo lo que tengo. Que no te pase nada, porque entonces me muero yo también.
—Mmm. ¿Cómo ha sido?
—¿Qué?
—Eso. El asesinato.
—No sé muy bien. Fue asesinado por algún loco con un cuchillo. Está muerto. A sus padres les han destrozado la vida.
—¿No viene en el periódico?
—No he tenido fuerzas para leerlo.
Oskar cogió el
Expressen
y lo hojeó. Cuatro páginas dedicadas al asesinato.
—No leas eso.
—No, sólo echo un vistazo. ¿Puedo coger el periódico?
—No leas eso. No es bueno para ti con tanto terror y todo eso que lees.
—Sólo voy a mirar si hay algo en la tele.
Oskar se levantó para irse a su habitación con el periódico. Su madre le abrazó torpemente y apretó su húmeda mejilla contra la de él.
—Corazón mío. ¿Tú entiendes que esté preocupada? Si algo te ocurriera…
—Lo sé, mamá. Lo sé. Tengo cuidado.
Oskar le devolvió el abrazo sin muchas ganas y luego se zafó, se dirigió a su habitación secándose las lágrimas de su madre de la mejilla. Aquello era absolutamente increíble.
Parecía que ese chico había sido asesinado al mismo tiempo que él había estado en el bosque jugando. Por desgracia, no había sido Jonny Forsberg el muerto, sino algún chaval desconocido de Vällingby.
El ambiente había sido fúnebre en Vällingby por la tarde. Había visto las portadas de los periódicos antes de ir allí y a lo mejor eran sólo imaginaciones suyas, pero le pareció que la gente en la plaza había hablado más bajo, caminando más despacio que de costumbre.
En la ferretería había mangado un cuchillo de caza increíblemente bonito que costaba trescientas coronas. Llevaba preparada una excusa en el caso de que lo pillaran:
—Perdóneme, señor. Pero es que tengo tanto miedo del asesino.
Seguramente habría podido provocar también alguna lágrima, si de eso hubiera dependido. Le habrían dejado marchar. Seguro. Pero no lo pillaron, y el cuchillo estaba ya en el escondite junto al cuaderno de recortes.
Tenía que pensar.
¿Sería posible que su juego hubiera influido de alguna manera en aquel asesinato? No lo creía, pero no se podía desechar del todo esa idea. Los libros que leía estaban llenos de esas cosas. Un pensamiento en un lugar provocaba un suceso en otro. Telequinesia, vudú.
Pero ¿exactamente dónde, cuándo y, sobre todo, cómo había ocurrido el crimen? Si se trataba de un gran número de cuchilladas sobre un cuerpo tendido en el suelo, entonces tendría que considerar la posibilidad de que él sencillamente tenía un extraordinario poder en sus manos. Un poder que tenía que asumir y aprender a dirigir.
Y
si… EL ÁRBOL fuera… el médium.
El árbol podrido en el que él había golpeado. Que fuera algo especial con ese árbol precisamente, que provocaba que lo que uno hacía contra el árbol luego… se extendía.
Detalles.
Oskar leyó todos los artículos que trataban del asesinato. El policía que había ido a su escuela a hablar de las drogas estaba en una de las fotos. No podía pronunciarse. Aguardaban la llegada de los especialistas del laboratorio forense para que aseguraran las pruebas. Había que esperar. Una foto del chico asesinado, sacada del álbum escolar. Oskar no lo había visto antes. Parecía del mismo tipo que Jonny o Micke. Tal vez había también un Oskar en la escuela de Vällingby que ahora se sentía liberado.
El chico se dirigía a un entrenamiento de balonmano en el polideportivo de Vällingby y nunca llegó allí. El entrenamiento empezaba a las cinco y media. El chico probablemente había salido de su casa sobre las cinco. En algún momento dentro de ese intervalo… Oskar sintió una especie de vértigo. Coincidía exactamente. Y había sido asesinado en el bosque.
—¿Es así? ¿Soy Yo el que…?
Una chica de dieciséis años había encontrado el cuerpo sobre las ocho de la tarde y había llamado a la policía de Vällingby. La muchacha, que había sufrido «una fuerte conmoción», precisó ayuda médica. Nada acerca del estado en que se encontraba el cuerpo. Pero eso de que la chica sufrió «una fuerte conmoción» tenía que significar que el cuerpo estaba mutilado de alguna manera. Si no, escribirían sólo «una conmoción».
¿Qué hacía la chica de noche en el bosque? Probablemente irrelevante. Coger piñas, lo que fuera. ¿Pero por qué no decía nada de cómo había sido asesinado el muchacho? Lo único que había era una fotografía del lugar del crimen. La cinta de plástico roja y blanca de la policía acordonando una anodina hondonada en el bosque, con un árbol grande en el centro.
Mañana y pasado aparecerían fotografías del mismo lugar, pero lleno de velas encendidas y carteles con «¿POR QUÉ?» y «TE ECHAMOS DE MENOS». Oskar conocía esa cantinela, tenía varios casos parecidos en su cuaderno de recortes.
Probablemente todo era una simple casualidad. Pero y si…
Oskar escuchó detrás de la puerta. Su madre estaba fregando. Se tumbó en la cama boca abajo y rebuscó el cuchillo de caza. La empuñadura se adaptaba a la forma de la mano y el cuchillo pesaba seguro tres veces más que el otro de cocina que había tenido ayer.
Se levantó y se puso de pie en mitad de la habitación con el cuchillo en la mano. Era bonito, daba poder a la mano que lo empuñaba.
Tintineo de platos desde la cocina. Dio varias cuchilladas al aire. El Asesino. Cuando aprendiera a dirigir su fuerza, Jonny, Micke y Tomas no podrían acosarlo nunca más. Iba a hacer otro intento, pero se detuvo. Alguien podía verlo desde el patio. Fuera estaba oscuro y su habitación encendida. Echó una ojeada al patio, pero no vio más que su propia imagen en el cristal de la ventana.
El Asesino.
Devolvió el cuchillo a su escondite. Aquello sólo era un juego. Algo así no ocurre en la realidad. Pero necesitaba conocer los detalles. Necesitaba saberlo ahora.
Tommy estaba sentado en la butaca hojeando una revista de motos, asintiendo con la cabeza y runruneando. De vez en cuando levantaba la revista hacia Lasse y Robban, que estaban sentados en el sofá, para mostrarles alguna fotografía especialmente interesante, con algún comentario acerca del volumen de los cilindros o la velocidad. La bombilla desnuda del techo se reflejaba en el papel brillante lanzando pálidos reflejos sobre la pared de cemento, y las de madera.
Los tenía en ascuas.
La madre de Tommy salía con Staffan, que trabajaba en la policía de Vällingby. A Tommy no le gustaba nada Staffan, no, todo lo contrario. Un tipo pegajoso que siempre andaba señalando con el dedo. Religioso, además. Pero, a través de su madre, Tommy se enteraba de algunas cosas que, en realidad, Staffan no debería contar a su madre, y que su madre, en realidad, no debería contar a Tommy, pero…
De esa manera, por ejemplo, se había enterado de cómo andaba la investigación en el caso del robo de la tienda de música y radio en la plaza de Islandstorget que él, Robban y Lasse habían cometido.
Ningún rastro de los delincuentes. Su madre había dicho eso exactamente: «Ningún rastro de los delincuentes». Palabras de Staffan. No tenían ni siquiera la descripción del coche.