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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (39 page)

BOOK: Deseo concedido
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Una vez fuera del salón, Duncan, cabizbajo, maldijo por todo lo ocurrido mientras se dirigía hacia su caballo Dark, que al verlo cabeceó.

—¿Hablaste con ella anoche? —le preguntó Lolach por sorpresa.

—No.

—Siento que las palabras que le dije a mi mujer afecten a tu matrimonio.

Al escucharle, Duncan se paró y le miró.

—No tenías que haberle dicho nada a Shelma. Ambos oímos cómo dos de mis guerreros se mofaban de mi paciencia con Megan, pero también hemos oído halagos hacia ella y su manera de ser.

Lolach asintió.

—Tienes razón. Pero vi tu cara al escuchar y me vinieron a la mente comentarios respecto a Marian y yo…

—¡Lolach! —cortó sin querer escuchar más—. Megan no es Marian. Y ya me he encargado yo de aclarárselo a ellos —dijo señalando a dos de sus guerreros que caminaban cojeando y con heridas en el rostro—. En mi clan, el
laird
soy yo, y nadie me obligará nunca a dejar algo o a alguien que yo quiera. —Al ver que la arcada de la entrada a la fortaleza se abría, dijo sonriendo—: Lolach, si me casé con ella fue porque desde el primer momento que la vi supe que tenía la fuerza, y el carácter necesarios para ser mi mujer. Amigo —susurró tomándole por los hombros—, hemos conocido a muchas mujeres en todos los años que llevamos juntos, pero nunca ninguna hizo que mi vida fuera tan fascinante. —Su amigo suspiró divertido—. A pesar de nuestras diferencias y discusiones, ella es sin duda alguna mi mayor debilidad.

—De acuerdo —sonrió entendiendo aquellas palabras tan cercanas a lo que él sentía por Shelma—. Pero por eso mismo me siento culpable al verla tan triste.

—No te preocupes, Lolach. Conociendo a mi mujer, ese estado de paz no durará demasiado —se mofó Duncan, deseoso de que así fuera.

Las gentes se arremolinaron junto a la comitiva que estaba a punto de partir. Los hombres hablaban con McPherson, que reía y les indicaba que regresaran cuando quisieran. A despedirlas a ellas acudieron más personas de las que hubieran imaginado, algo que les llegó al corazón y las llenó de gratitud. Con cariño, Megan se fue despidiendo hasta que llegó a Mary, que la aguardaba con tristeza.

—¡Mary! —exclamó Megan tomándola de las manos tras observar que las furcias miraban alejadas del grupo—. Te voy a echar mucho de menos. Quiero que sepas que si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no dudes en hacérmelo saber.

—Gracias,
milady
—sonrió viendo cómo Duncan las observaba—. Pero no os preocupéis, estaré bien.

—De acuerdo. —Bajito, para que nadie las escuchara, le susurró—: Gracias por ser tan buena con nosotras, no lo olvidaré nunca.

Finalmente, tras despedirse de McPherson, Duncan levantó la mano y la comitiva salió de la fortaleza. Las tres mujeres y Zac iban acomodados en una carreta conducida por Ewen, a la que iba atado lord Draco. Al pasar junto a las cuadras, las hermanas se despidieron de Rene y Megan tuvo que contener las lágrimas y respirar con fuerza al escuchar los relinchos y golpes de Stoirm.

Capítulo 26

El verano estaba llegando a su fin y continuas nubes negras avisaban a la comitiva de que los chaparrones llegarían pronto. El paisaje en aquella zona de las Highlands era espectacular. Los valles violeta y los bosques ocres, rojos y púrpura avisaban de la inminente llegada del otoño.

Tras divisar el Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia, Lolach sonrió. Aquello significaba que cada vez estaban más cerca de su hogar. En vanas ocasiones, el guerrero acudió a la carreta para visitar a su mujer, que le recibía siempre con una calurosa sonrisa. Incluso la invitó a cabalgar con él durante un trecho del camino.

Anthony, intranquilo por el estado de su esposa, continuamente se acercaba a la carreta como Lolach para asegurarse de que todo estaba bien. En cambio Duncan, que por su gesto parecía un ogro, no se movió de la cabecera de la comitiva.

Al llegar al lago Lochy, pararon para estirar las piernas y comer algo. Las mujeres se acercaron al agua acompañadas por dos solícitos Lolach y Anthony, mientras que Duncan, con su ofuscada mirada, andaba en dirección contraria. Megan disimuló su decepción y sonrió como si no pasara nada.

Un rato después, Megan convenció a las dos parejas para que le dejaran un poco de intimidad. En el escarpado paisaje, encontró una roca plana, oculta entre varios robles. Se subió a ella y se tumbó con intención de calentar su cuerpo al sol. Pero las negras nubes no tardaron en oscurecer todo a su alrededor.

Sentada en la roca, Megan se observó el brazo, que parecía recuperarse por momentos. Por lo menos, ya no lo sentía latir. Con el ceño fruncido miró a su alrededor, hasta que observó que, no muy lejos, Duncan hablaba y sonreía a Niall.

Atontada miró a su marido. Era un hombre muy atractivo y rápidamente vinieron a su memoria los momentos vividos con él. Sus besos, sus caricias, el tono de su voz cuando le hacía el amor. Todos aquellos recuerdos la turbaban y le hacían desear que aquellos fuertes brazos la rodearan y la acunaran. Tan fascinada estaba en sus sueños que saltó cuando escuchó una voz junto a ella.

—Si yo fuera un Kelpie,
milady
, ya estaríais bajo las aguas —señaló Myles apoyándose en la roca sin subir.

—Lo dudo —sonrió al responder mientras comenzaba a deshacerse la trenza—. Mi abuelo siempre dijo que para que un Kelpie te atrape y te sumerja con él al fondo del lago, primero hay que tocarlo.

—Milady
, mi abuelo —continuó Myles subiéndose a la roca—, cuando era joven, una soleada tarde vio aparecer de entre las aguas a un Kelpie transformado en un precioso caballo negro, mitad caballo, mitad pez, y se llevó a un aldeano que estaba durmiendo junto a un lago.

Frunciendo el ceño de un modo gracioso, Megan preguntó:

—¿En serio?

Myles, divertido por el gesto de ella, sonrió.

—Milady
, no creáis todo lo que os cuento. Mi abuelo era muy exagerado, y más cuando bebía agua de vida.

Ambos sonrieron. Escocia era una tierra de leyendas.

—A mi abuelo y a Mauled les encantaba sentarse por las noches con nosotros y contarnos historias —sonrió al recordarles—. Nos hablaban sobre el pájaro que vive en los lagos, llamado Boobrie, o sobre el solitario elfo Ghillie Dhu, que habita en los bosques de abedules, vestido sólo con hojas y musgo fresco.

—Yo no creo mucho en esas cosas, son historias de viejos. —Y, sorprendiéndola, dijo clavándole la mirada—: Al igual,
milady
, que no creo que debáis hacer caso de lo que vuestra hermana dijo el otro día en el bosque. Mi
laird
toma sus propias decisiones y nunca permitirá que nadie os aleje de él.

—Oh… ¡Dios mío, qué vergüenza! —exclamó tapándose cómicamente la cara al recordar sus insultos—. ¡No me digas que lo escuchaste! ¡Duncan deseará matarme por todo lo que salió de mi boca!

Myles, para tranquilizar a su señora, le aseguró:

—No creáis que escuché a propósito. Yo estaba en el lago bañándome, cuando de pronto oí vuestros chillidos y los de vuestra hermana. —Al ver que ella le miraba, sincerándose dijo—: Nunca contaré lo que gritasteis. Pero permitidme deciros que en nuestro clan, a excepción del
laird
, nadie ordena a nadie lo que debe hacer.

Aquello le hizo sonreír y sentir que Myles la apoyaba. Avergonzada por todo lo que dijo sobre Duncan, le susurró:

—Myles, me siento fatal. Por mi culpa, y mi mala cabeza, unos guerreros se burlaron de mi esposo.

De pronto, tremendas gotas de lluvia anunciaron un chaparrón.

—Y vuestro esposo —respondió ayudándola a levantarse— ya se ocupó de ello. Y si de algo estoy seguro, es de que mi
laird
jamás os echará de su lado. Hemos crecido juntos, lo conozco muy bien y sé que, cuando os mira, algo le pasa aquí —dijo tocándose el corazón—. Se lo veo en sus ojos y en la manera en que os mira.

Aquello la sorprendió. Nunca hubiera imaginado escuchar a Myles, aquel
highlander
grandote de pelo claro, hablar de amor.

—¡Myles! —exclamó Megan—. Tu mujer debe de estar encantada con tu romanticismo.

Los dos sonrieron con complicidad.

—Estoy deseando ver a mi preciosa Maura —admitió, turbándose al pronunciar aquel nombre, y volviendo a mirarla dijo—:
Milady
, él está atormentado por lo que ocurrió el otro día. Sólo tenéis que observarle para ver la angustia de vuestra lejanía en su rostro.

Una vez que bajaron de la roca corrieron hasta llegar al grupo que, acostumbrados a las inclemencias del tiempo, comían como si no ocurriera nada. Megan se despidió de Myles y se sentó junto a las mujeres bajo un techadillo hecho con palos y capas.

Duncan, distante pero atento a los movimientos de su esposa, sonrió al ver cómo John, el cocinero, sin que nadie le dijera nada, se acercaba a ella para ofrecerle un buen plato de comida, que ella aceptó con una grata sonrisa.

—¿Qué crees que dirá el abuelo cuando la conozca?

—La adorará en cuanto abra la boca —respondió Duncan a su hermano, que descansaba junto a él apoyado en el árbol.

Su abuelo siempre había mimado y adorado a Johanna, su fallecida hermana, que al igual que Megan había crecido rodeada de hombres y haciendo siempre lo que le venía en gana.

—La presencia de Margaret me incomoda —señaló Duncan.

—Tú tranquilo, hermano; tendrá que aceptar que a partir de ahora la señora de la casa será Megan.

Una vez acabado el delicioso guiso de John, Megan miró a su alrededor intentando encontrar a su marido, pero le resultó imposible. ¿Dónde estaba? Antes de retomar la marcha, y como había dejado de llover, se dirigió al lago, donde había visto algunas hierbas que le vendrían bien.

—¿Qué buscas? —preguntó de pronto Zac, su hermano, tras ella.

—Mira, ven aquí —dijo arrancando unas hojas—. Estas hojas son tusilago. Nos vendrán bien dentro de poco, cuando empiece a hacer frío y comiences con tu tos.

—Oh…, ¡qué asco! —torció el gesto el niño al recordar aquel sabor.

—¿Dónde está Ewen? —preguntó extrañada al no ver al grandullón.

—Lo dejé tumbado allí —señaló hacia el campamento—. ¿Crees que volveremos a ver a Kieran?

Al escuchar aquel nombre, Megan se extrañó y preguntó a su hermano:

—Pues no lo sé, tesoro. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque ha sido un amigo que me ha enseñado muchas cosas. —Y con una sonrisa que desarmó a su hermana, dijo—: Además, nunca me ha tratado como a un niño pequeño, y sé que él también quiero ser mi amigo toda la vida.

—Eso es maravilloso —asintió Megan e incorporándose dijo—: Muy bien. Ayúdame a buscar más hierbas, pero ten cuidado de no caer al lago, ¿vale?

Con tranquilidad, ambos hermanos comenzaron a buscar hierbas que más tarde pudieran servir como medicina, hasta que de pronto Megan escuchó la voz de su marido y su cuñado. Con sigilo se acercó mientras Zac seguía cogiendo tusilago.

—Esa mujer —dijo Duncan con voz grave— tendrá que aceptar lo que yo diga. El
laird
soy yo, y si decido que se mude con los criados porque no la quiero cerca de mí o de mi familia, lo hará quiera o no.

—Me parece bien, hermano. Al fin y al cabo —respondió Niall—, tú la conoces mejor que yo.

—¡Tienes razón! —asintió con rotundidad—. Sé que intentará cualquier maniobra para desacreditarme delante del abuelo. No me fío de ella, ni de su sonrisa, ni de sus falsas palabras.

Tras unos instantes de silencio, Niall habló.

—Ambos sabernos que ella nunca fue la mejor opción para Eilean Donan.

—La detesto —respondió Duncan mesándose el pelo al recordar a Margaret y sus artimañas—. Si la aguanto es por el disgusto que le daría al abuelo si la echase de nuestro lado, pero ten por seguro que, a mi vuelta a Eilean Donan, las cosas van a cambiar.

—Espera a llegar, hermano —le propuso Niall levantándose—. Una vez allí, si ves que a pesar de todo sigue igual, tienes dos opciones: tratarla como a una criada, o devolverla al lugar de donde vino.

—Ten por seguro —rio amargamente Duncan, alejándose junto a Niall— que esa arpía, a mi llegada, será tratada como lo que es: una criada.

Casi a punto de ahogarse, Megan comenzó a boquear intentando respirar. Atónita por lo que había oído, se levantó tratando de poner en orden sus pensamientos mientras comenzaba de nuevo a llover.

—¡Megan! —gritó Zac emocionado corriendo hacia ella—. ¡Mira cuántas encontré!

Pero, al decir aquello, el niño se tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía en el suelo y cayó al lago. Cuando Zac sacó la cabeza del agua, se puso a llorar, momento en que Megan despertó.

—Para ya de llorar e intenta agarrarte a mi mano —gritó acercándose al niño desde la roca, pero era imposible llegar hasta él.

—No llego —gimió Zac.

Ella maldijo por aquella eventualidad.

—Tranquilo. Mantente a flote como te enseñé, que ahora te saco.

Megan soltó las hojas de tusilago que llevaba en las manos para agarrarse a una rama, que al soportar el peso se rompió. La chica cayó al agua junto a su hermano pequeño.

—¡Qué torpe estás! —gritó el niño al ver a su hermana empapada con los pelos sobre la cara, mirándose los puntos del brazo—. ¡¿Quién nos sacará ahora?!

Escuchar aquello la encendió. Nunca habían necesitado a nadie.

—Maldita sea, Zac. No necesitamos que nadie nos saque del lago. Yo puedo sacarte sola y tú sabes nadar —gritó furiosa mientras agarraba a su hermano y comenzaba a nadar.

—Eres una gruñona insoportable y últimamente no haces nada más que gritar —se quejó el niño sorprendiéndola—. No me extraña que Duncan esté enfadado contigo. ¡Eres peor que un barrenillo en el culo!

Incrédula por lo que su hermano había dicho, le espetó:

—Si no te callas, señor barrenillo en el culo —gritó mirándole con sus ojos negros—, te juro que voy a ahogarte en este lago, aquí y ahora. Y haz el favor de callar y no hablar sobre lo que no sabes.

Pero el niño, incapaz de frenar su lengua, prosiguió:

—Shelma tiene razón. Al final, por tu culpa, Duncan nos echará de su casa.

«Sólo me faltaba escuchártelo a ti», pensó Megan furiosa.

—¡Maldita sea, Zac! —bramó al escuchar aquello—. ¡Cállate! O te juro que te voy a dar tal paliza por tus palabras que no te reconocerán cuando termine contigo.

Al sentir la triste mirada de su hermana, y su enfado, Zac se arrepintió.

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