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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (33 page)

BOOK: Destino
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—¿Está aquí? —pregunta Stacia, y sus mejillas se sonrojan cuando se da cuenta de cómo podría tomarme yo su pregunta, de que después de todo lo que hemos pasado yo podría fácilmente malinterpretar su interés—. O sea, no es que me importe. —Hace una pausa al darse cuenta de que eso puede sonar aún peor y se apresura a añadir—: O sea, me importa, pero no como tú… hummm… crees.

Cuando le pongo la mano en el brazo con la intención de tranquilizarla, de asegurarle que no pasa nada, me abruma un estallido de energía tan intenso que me siento como si estuviera atrapada en el ojo de su propio tornado personal. Y, aunque me apresuro a apartarme, no tardo en darme cuenta de que no todo ha sido malo. Si acaso, he podido echar un vistazo desde dentro a lo mucho que ha avanzado y a la sinceridad de sus palabras.

Intento mostrarme más positiva de lo que me siento al decirle:

—Si te digo la verdad, no tengo ni idea de si vendrá, pero lo espero.

Ava me saluda con la mano desde el otro lado de la habitación y me hace señas para que me reúna con ella en la salita. Va vestida de John Lennon y se halla junto a Rayne, que lleva el sombrero sin alas, los guantes blancos inmaculados, el traje chaqueta perfecto y el peinado lacado de Jackie Onassis, mientras que Romy va vestida de Jimi Hendrix, con su guitarra eléctrica sujeta al pecho con una correa. Lo cual es lo contrario de lo que yo habría pensado, pero, claro, a pesar de todo el tiempo transcurrido sigo sin saber por dónde agarrarlas.

Me dispongo a agradecerles el trabajo fantástico que han hecho y toda la ayuda que me han proporcionado en el último año, cuando alguien sale sigilosamente de detrás de mí y dice:

—Así que está hecho.

Me vuelvo, reconociendo al instante la voz.

Parece más vieja. Tan delicada y frágil que su salud me preocupa. El bastón con el que la vi una vez vuelve a estar en sus manos. Aunque no tardo en comprender por qué: es la primera vez que la veo en el plano terrestre. Y, después de pasar tanto tiempo en Summerland, la gravedad de aquí pesa mucho.

—En cuanto he visto cómo resplandecías, lo he sabido.

La miro y me fijo en que es la única que no va disfrazada, y sin embargo, al verla con su túnica de algodón y sus pantalones a juego, la mayoría de la gente supondría seguramente que sí.

—Pero no resplandezco —digo, y mis ojos siguen estudiándola con detenimiento, dándome cuenta de lo rara y fuera de contexto que resulta ahora que está aquí—. No tengo aura —añado—. Ningún inmortal la tiene.

Pero ella ignora mis palabras.

—Las auras son un reflejo del alma —dice—. Y la tuya es preciosa. Has tomado conciencia de su presencia, la has vislumbrado, ¿no es así?

Me miro las manos y recuerdo cómo las vi resplandecer con un bonito matiz púrpura cuando estaba en Summerland, cuando aún estaba de viaje. Recuerdo haber sentido que el color surgía de algún lugar muy profundo de mí y que la intensidad de la sensación me indicó la forma exacta de proceder. Luego recuerdo que Drina también lo vio y que lo comentó justo después de que yo liberase su alma de Shadowland. Y ahora Loto también lo ve. Eso me lleva a preguntarme si podría ser real y si seguirá conmigo incluso después de que haya probado el fruto.

Y eso, por supuesto, me hace pensar en Damen y preguntarme si accederá a probar el fruto conmigo.

—Necesita tiempo —dice Loto, sintonizando mis pensamientos—. Al contrario que yo. He esperado demasiado.

Asiento con la cabeza y le ofrezco mi mano mientras la conduzco escaleras arriba, pero ella se limita a negar con la cabeza y recurre a su bastón.

Le daré el fruto a ella primero, se lo serviré en privado antes de reunir a los demás, y me sorprendo cuando sintoniza de nuevo mis pensamientos y dice:

—Los encontrarás ya reunidos. Te están esperando.

Así es. Cuando entramos en la salita que hay junto a mi habitación nos recibe un asombroso grupo que disfruta de juventud eterna y belleza. Juventud eterna y belleza con la mejor colección de disfraces que he visto en mi vida. Algunos de ellos han optado por interpretar el tema literalmente, vistiéndose como personas reales, mientras que otros han optado por interpretarlo en sentido figurado, disfrazándose de objetos como flores y árboles; hay incluso una estrella fugaz apartada en un rincón. Y me figuro que, si es verdad que todo es energía, si es verdad que todos estamos conectados, no hay nada en absoluto que nos separe de la naturaleza, todos formamos parte del conjunto.

Más de cincuenta personas que Roman a las que consideró dignas se vuelven hacia mí. Son tres personas por cada siglo, un grupo mucho más reducido de lo que yo imaginaba, aunque aun así más numeroso de lo que hubiera deseado.

Y puedo decir sin faltar a la verdad que cuando comienzo en serio a mirarlos a todos, y me refiero a todos y cada uno de ellos, comienzo a sentirme un poco ridícula al pensar en lo que me dispongo a proponerles.

Estas personas han viajado por todas partes con el único propósito de mantener la vida a la que se han acostumbrado. Estas personas están tan adelantadas en todos los aspectos, han viajado tanto, tienen tanta experiencia y son tan mundanas que, bueno, me intimidan en el mejor de los casos. Y no puedo evitar preguntarme por qué van a considerar siquiera la posibilidad de escucharme a mí, una chica de diecisiete años cuyo mayor logro mundano hasta el momento (al margen de localizar el árbol) es haber acabado el instituto.

¿Por qué deberían considerar siquiera la posibilidad de renunciar a todo lo que han conocido y amado durante tantos años por una idea desconocida y esotérica, que puedo explicar con facilidad pero soy incapaz de demostrar?

Sin embargo, entonces miro a Loto y veo que asiente con la cabeza para infundirme ánimos. Esos viejos ojos legañosos me alientan y me instan a superar mis miedos y a dirigirme a todos ellos diciéndoles:

—Sé que esperáis ver a Roman, pero Roman ya no está aquí, así que me tenéis a mí. Y aunque estoy segura de que en modo alguno puedo competir con él, ahora que estáis aquí confío en que al menos consideréis la posibilidad de escucharme.

Mis palabras son acogidas con murmullos. Montones y montones de murmullos. Con una buena cantidad de quejas añadidas. El rugido aumenta tanto de volumen que no tengo más remedio que meterme dos dedos en la boca y soltar un largo y fuerte silbido para hacerles callar.

—Cuando he dicho que Roman ya no está con nosotros, lo decía en sentido físico. Su cuerpo ha perecido, aunque su alma sigue viviendo. Y resulta que lo sé porque he visto cómo sucedía y me he comunicado con él. El alma nunca muere. Él es ahora realmente inmortal.

Hago una pausa, esperando más exabruptos, y me sorprende el silencio que me recibe en cambio.

—Y por eso, aunque sé que esperáis el elixir, voy a ofreceros otra cosa. —Desvío la mirada y mis ojos contemplan las múltiples botellas de zumo rojo que he dejado enfriar en la mininevera. De pronto, cambio de enfoque cuando digo—: No, en realidad voy a daros a elegir. —Miro a Loto a los ojos, temiendo lo que pueda pensar, pero me encuentro con que asiente para alentarme, nada perturbada por mis palabras—. Me parece justo que podáis elegir de verdad. Sin embargo, quiero que reflexionéis muy bien, porque después de hoy puede que esta posibilidad de elegir no vuelva a presentarse. Así que, en pocas palabras, voy a ofreceros beber del elixir que prolongará vuestra vida tal como la conocéis, conservando vuestra juventud, belleza y vitalidad durante otros ciento cincuenta años, pero deberíais saber que tiene un precio muy alto. Aun así podéis morir. Si alguien encuentra uno de vuestros chakras débiles, vuestro cuerpo se desintegrará y vuestra alma se verá atrapada en Shadowland, un lugar terrible del que debéis manteneros alejados. O bien… —Hago una pausa, consciente de lo importante que es esta próxima parte. Quiero presentarla bien y subrayar toda su importancia antes de perderles por completo—. O bien podéis probar el fruto que arranqué del Árbol de la Vida, el fruto que ofrece la auténtica inmortalidad, la inmortalidad del alma. Pero, para que lo sepáis, al comerlo anularéis todo lo que sois ahora. Vuestro cuerpo se marchitará y envejecerá, y sí, acabaréis muriendo. Pero vuestro ser, vuestra verdadera esencia, vuestra alma, obtendrá la eternidad como siempre debió ser.

Me muerdo el labio inferior y muevo torpemente las manos a los costados, a sabiendas de que he dicho todo lo que podía decir. Ahora la decisión es de ellos. Y aunque creo que es una decisión obvia, sigue siendo una decisión muy difícil de tomar.

Hay muchos murmullos, muchas preguntas, muchas sospechas, y como todo el mundo piensa ya que Loto está loca, y como todo el mundo me considera la novia de la única persona que les han enseñado a odiar, está muy claro que mi pequeño discurso no ha sido ni mucho menos tan bien recibido como yo esperaba.

Pero justo cuando estoy segura de que solo les he convencido de aprovechar otros ciento cincuenta años de lo que han llegado a conocer y amar, la flor, la estrella fugaz y el árbol dan un paso al frente, se alejan de la multitud y vienen hacia el lugar en el que me encuentro. Y parpadeo atónita al darme cuenta de que son Misa, Marco y Rafe.

Resplandecen.

Resplandecen total y absolutamente.

Sus auras aparecen brillantes, radiantes. Relucen de forma inconfundible, como cuando abandonaron el árbol.

Siguen donde yo me he quedado, hablando con entusiasmo. Sus voces se superponen, explicando la milagrosa transformación que experimentaron en cuanto probaron el fruto.

Le cuentan a la multitud lo que yo ya intuía: todos aquellos chillidos y gritos de regocijo que soltaron después de comer el fruto no se debían a que creyesen asegurada su inmortalidad física, sino a que sentían restablecida la inmortalidad de su alma.

Experimentaban la emoción de asistir a la alineación de su karma con el universo.

Mientras hablan, Loto me mira y se apoya las manos en el pecho en una bendición silenciosa. Se pone a colocar pequeños pedazos de fruto en vasitos de papel, asegurándose de que haya suficiente para todos, antes de arrancar uno para sí misma, mirarme y decir:

—Por favor, ven conmigo.

Vacilo. Quiero presenciar el momento en que todos los inmortales, convencidos por lo que han oído, dan un paso al frente como si fuesen uno solo y escogen su nuevo camino.

Pero Loto se limita a sacudir la cabeza y dice:

—Has hecho todo lo que podías. Lo demás es cosa suya.

Echo un vistazo por encima del hombro y veo que la multitud se acerca a Misa, Marco y Rafe. A continuación, sigo a Loto escaleras abajo y a través de la casa, recogiendo por el camino a Ava, las gemelas, Jude, Stacia, Honor, Miles, Holt e incluso Sabine y Muñoz. Quiere hacer este último viaje con quienes la han ayudado a llegar hasta aquí.

Nos conduce al jardín trasero, donde se quita los zapatos a patadas, cierra los ojos y suspira mientras hunde los dedos de los pies en la hierba. A continuación levanta la cabeza y nos echa un vistazo a cada uno. Sus ojos se clavan en los míos cuando dice:

—Me has liberado. Y aunque mi gratitud no tiene límites, has pagado con creces tu confianza en mí. Lo lamento.

Asiente con la cabeza y se inclina levemente. Espero a que añada algo más, a que me diga que no me preocupe, que todo mejorará a partir de ahora, pero en cambio se lleva el vasito a los labios y traga. Cierra los ojos y sus manos se alzan deprisa. Sus dedos se estiran, sus palmas se alisan. El jardín queda en silencio mientras Loto empieza a resplandecer con un precioso color dorado que es imposible ignorar.

Su rostro aparece radiante, sonriente; su bastón está casi olvidado, abandonado junto a ella, testigo de algo milagroso, algo que únicamente ella puede presenciar. Y solo puedo mirarla boquiabierta cuando, en lugar de la ceniza que me he acostumbrado a ver, dos flores de loto perfectas florecen en sus palmas.

Se vuelve hacia mí y me coloca una detrás de la oreja y otra en la mano. Cierra suavemente mis dedos en torno a la segunda y dice:

—Esta es para Damen. Ahora debes ir con él.

Asiento con la cabeza, deseosa de hacer eso mismo, aunque también quiero ver cómo acaba esto.

Me siento dividida entre el deseo de marcharme y de quedarme cuando Jude se inclina hacia mí y dice:

—Está aquí.

Lo miro y mi corazón late a mil por hora, creyendo que se refiere a Damen, aunque no tardo en comprender que hablaba de otra persona.

—Su marido. Ha venido para acompañarla al otro lado —me aclara, indicando con un gesto el espacio que hay junto a Loto, un espacio que a mí me parece vacío.

Contemplo a Loto, que da un paso al frente y otro más, hasta que simplemente desaparece. Su cuerpo es tan viejo y está tan gastado, su inmortalidad ha sido anulada de forma tan repentina, que no ha podido seguir soportando la gravedad del plano terrestre. Y, sin embargo, ha conseguido justo lo que quería, lo que ha buscado todo este tiempo. Solo deja atrás una brillante pila de polvo de oro.

Todos guardamos silencio, reacios a empañar el momento con palabras.

Todos menos Stacia, que dice:

—Vale… Ahora que esto ha terminado, ¿puede alguien decirme, por favor, dónde encontrar a aquel tío bueno vestido de gladiador?

Miles y Holt sueltan una carcajada y la llevan al interior de la casa mientras Ava y las gemelas se entretienen con Sabine y Muñoz, repasando los detalles de la boda que se avecina; Romy y Rayne suplican ser damas de honor.

A continuación, Honor nos mira a Jude y a mí y dice:

—Vale, este es el trato: esta Pocahontas vuelve a entrar para que vosotros dos podáis resolver vuestros asuntos pendientes. En serio, tened vuestra conversación, aclaradlo todo, y luego, Jude, cuando estés listo, cuando estés listo para dedicarme toda tu atención a mí y solo a mí, bueno, ya sabes dónde encontrarme.

Empiezo a alargar el brazo hacia ella, empiezo a decir que no tenemos ningún asunto que resolver, nada que aclarar, que ya hemos hablado de todo, que no hay más que decir. Sin embargo, se vuelve y me lanza una mirada que me indica que va en serio, por lo que dejo que se marche y me centro en Jude.

—Así que Bastiaan de Kool —digo con una sonrisa, confiando en que si le sostengo la mirada el tiempo suficiente empiece a parecerme real. Me pregunto cómo es posible que me sienta tan desolada después de lograr tanto. Pero sé por qué, y pienso ocuparme de ello muy pronto—. De tus muchas vidas pasadas, ¿fue Bastiaan tu favorito? —pregunto, clavando mi mirada en su camisa blanca y sus pantalones manchados de pintura.

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