Destino (34 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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Jude se echa a reír, y sus ojos aguamarina se clavan en los míos cuando dice:

—Era él quien se llevaba a todas las chicas. Bueno, a todas menos a una.

Miro hacia la ventana y sorprendo a Honor observándonos. Su rostro revela ansiedad y preocupación ante la posibilidad de perder a Jude. Y aunque no tengo manera de saber si de verdad están hechos para pasar mucho tiempo uno al lado del otro, parecen gustarse mucho, parecen beneficiarse mutuamente, y eso es lo único que importa ahora mismo.

—Dale una oportunidad —digo, volviendo a Jude. Y cuando empieza a interrumpirme, levanto la palma de la mano y añado—: La última vez, cuando me preguntaste qué opinaba de ella, no fue casualidad que no te contestara. En aquel momento no estaba segura del todo. Pero ahora lo estoy, y creo que deberías darle una oportunidad real, sincera, verdadera y seria. Ha hecho grandes progresos desde que la conocí, y está loca por ti. —Lo miro a los ojos—. Y, francamente, creo que te mereces que alguien esté loco por ti. Creo que te mereces toda la felicidad que puedas soportar. Además —añado, encogiéndome de hombros—, tú ya no eres Bastiaan, y, pese a mi cabello rojo —digo, señalando mi cabeza—, yo ya no soy Fleur. Ni soy Adelina, ni Evaline, ni Emala, ni Chloe, ni Abigail, ni ninguna de ellas. Eso solo fueron papeles que interpretamos hasta que llegó el momento de pasar al siguiente. Y aunque siempre llevaremos con nosotros una parte de ellos, aún nos quedan muchos más papeles que interpretar. Cuando lo miras desde una perspectiva global, nuestro tiempo juntos es como una pizca de especias en una gran sopa cósmica, importante para la intensidad del sabor, aunque no sea el ingrediente principal. El pasado ha quedado atrás. No podemos ni debemos recuperarlo. De todos modos, lo único que tenemos siempre es el ahora. —Señalo con un gesto la ventana en la que espera Honor—. ¿No crees que ya es hora de aceptarlo?

Jude se sitúa ante mí, me mira a los ojos durante un buen rato y luego asiente con la cabeza.

—¿Y tú? —pregunta, quedándose ahí incluso después de que yo me vuelva para alejarme—. ¿Es eso lo que piensas hacer?

Le echo un vistazo por encima del hombro y después miro la flor de loto que tengo en la mano, diciendo:

—Sí. Y empiezo ahora mismo.

Capítulo cuarenta y dos

D
e camino hacia la casa de Damen doy un breve rodeo.

Solo una parada rápida para utilizar mis poderes de manifestación mientras pueda.

Solo un breve desvío que espero tenga como resultado algo que Damen y yo podamos disfrutar juntos.

Si no, solo puedo suponer que otros lo disfrutarán por nosotros.

Pero no puedo permitirme pensar así.

No puedo permitirme ni el más leve atisbo de negatividad.

Estoy segura de que Damen albergará la suficiente para ambos, así que no necesito aumentarla.

Saludo con el brazo a Sheila, la guardia de la puerta, que para mi sorpresa, teniendo en cuenta el tiempo que me he pasado fuera, me indica alegremente que pase. Luego conduzco colina arriba, salvando la serie de curvas que hay hasta llegar a su calle. Recuerdo la primera vez que vine aquí, cuando no había sido invitada y me vi obligada a entrar por una ventana. Encontré la casa desprovista de todo mobiliario. No solo estaba vacía, sino que lo estaba de un modo sobrecogedor. Bueno, vacía de un modo sobrecogedor salvo la habitación del piso de arriba, en la que guardaba los recuerdos más preciados de su pasado, una habitación que tardé algún tiempo en aprender a apreciar.

Aparco en el camino de acceso y me dirijo hacia la puerta. Entro sin molestarme en llamar. Atravieso apresuradamente el enorme vestíbulo y me voy hacia las escaleras. Sé dónde encontrarle, sé adónde va cuando se siente preocupado, como ahora.

Está de pie junto a la ventana, de espaldas a mí, con la mirada fija en algún lugar distante.

—Hubo un tiempo en el que pensabas que esta habitación resultaba espeluznante —me dice—, un tiempo en el que pensabas que yo mismo resultaba espeluznante.

Me paro junto al viejo canapé de terciopelo sin intentar desmentir sus palabras. Contemplo su colección de tapices tejidos a mano, arañas de cristal, candelabros de oro y obras maestras de marco dorado; un recordatorio de una vida sumamente larga y llena de aventuras. Y soy consciente de que lo que me dispongo a pedirle no es poco.

—Hubo un tiempo en el que sentías un gran resentimiento hacia mí por lo que había hecho contigo, por aquello en lo que te había convertido.

Asiento con la cabeza; de nada sirve negarlo, pues ambos sabemos que es cierto. Y aunque me gustaría que me mirase, aunque le suplico con la mente que se vuelva para poder verme, permanece donde está, clavado en su sitio.

—Y está claro que sigues aferrándote a ese resentimiento. Por eso nos encontramos aquí. Separados como estamos.

—No estoy resentida contigo —contesto, con la mirada pegada a su espalda—. Sé que todo lo que has hecho, lo has hecho por amor. ¿Cómo podría estar resentida contigo?

Mi voz queda amortiguada por las alfombras antiguas, los pesados cortinajes y las pilas de cojines de seda, pero aun así se las arregla para retumbar y volver hasta mí, mucho más apagada de lo que esperaba.

—Pero ahora estamos en una encrucijada —replica, asintiendo con la cabeza; sus dedos juegan con algo que sostiene contra el alféizar de la ventana, algo que mantiene fuera de la vista—. Tú quieres borrar lo que he hecho y volver a la antigua forma de ser, mientras que yo quiero quedarme como estoy, aferrarme a la vida que me he acostumbrado a vivir. —Suspira—. Y me temo que, en vista de todo eso, no es posible alcanzar una solución intermedia. Hemos llegado a una coyuntura, un lugar en el que tenemos que encontrar un modo de acordar un destino compartido o marcharnos en direcciones separadas y vivir vidas separadas.

Permanezco en silencio, quieta. No me gusta nada cómo suenan sus palabras, la opresión que siento en el estómago al oírlas. No obstante, sé que es verdad. Debemos tomar una decisión, y debemos tomarla pronto.

—Tienes que entender, Ever, que aunque tus argumentos son muy poderosos y válidos, aunque mi decisión es incorrecta en muchos aspectos, si no en todos, esto es lo único que he conocido durante los últimos seiscientos años. Esta es la vida a la que me he acostumbrado. Y, por más que deteste reconocerlo, no estoy seguro de estar hecho para ser mortal. Aunque fue fácil renunciar a mis extravagancias cuando pensé que mi karma era el responsable de nuestros problemas, aunque fue sumamente fácil sustituir mis botas de motorista hechas a mano por unas chanclas de goma, lo que me pides ahora… bueno, es algo muy distinto. Ya sé que mis palabras pueden sonar muy hipócritas. Por un lado, afirmo estar muy preocupado por el estado kármico de mi alma y, sin embargo, por otro, me opongo con todas mis fuerzas a la única solución real que se ha presentado para arreglarlo; pero, aun así, es lo que hay. Hablando con franqueza, no estoy dispuesto a renunciar a mi juventud eterna y perfección física a fin de contemplar cómo mi cuerpo envejece, se desintegra y al final muere. No estoy dispuesto a renunciar a mi acceso a la magia, la manifestación y los viajes fáciles a Summerland. No lo estoy. Tal vez sea más fácil para ti, que solo has sido inmortal durante un año, y no durante seiscientos como yo. Pero, Ever, por favor, trata de entender que mi inmortalidad me ha definido durante tanto tiempo que no estoy seguro de quién seré si escojo una vida sin ella. No estoy seguro de quién seré si dejo de ser el hombre que ves ahora. ¿Seguirás queriéndome? ¿Te gustaré siquiera? No quiero arriesgarme a averiguarlo.

Doy un paso atrás. En serio, doy un paso atrás. Pero no es que importe. No me ve. Sabía que él tenía miedo, sabía que temía hacer un cambio tan enorme, pero no consideré ni por un momento la posibilidad de que pudiese tener miedo de perderme una vez que desaparezca su inmortalidad física.

Por fin encuentro en mí la voz suficiente para decir:

—¿De verdad crees que dejaré de quererte? ¿Crees que todas las experiencias, dones y creencias que te han ido convirtiendo en la persona increíble que sé que eres desaparecerán de algún modo y te dejarán siendo una cáscara aburrida, vacía y desagradable en cuanto decidas comer el fruto? Damen, en serio, debes saber que no te quiero porque seas inmortal, te quiero porque eres tú.

Sin embargo, aunque mis palabras apasionadas me salen directamente del corazón, no alcanzan su objetivo.

—No nos engañemos, Ever. Primero te enamoraste de mi yo mágico, el coche exclusivo, los tulipanes, el misterio… Fue más tarde cuando conociste mi verdadero yo. E incluso entonces, ¿cómo separar los dos? Si no recuerdo mal, no estabas demasiado entusiasmada con lo que una vez llamaste mi «período monástico».

No le falta razón, pero me apresuro a refutar sus argumentos:

—Es cierto que me enamoré enseguida de tu yo mágico, misterioso y capaz de manifestar, pero eso fue encaprichamiento y no amor. Una vez que te conocí, una vez que conocí tu corazón, tu alma y el ser maravilloso que eres, bueno, fue entonces cuando ese encaprichamiento se hizo mucho más profundo y se volvió amor. Y sí, aunque también es cierto que no me sentí precisamente encantada cuando decidiste renunciar a todas esas cosas exclusivas, nunca dejé de quererte. Además, ¿no fuiste tú quien me dijo una vez que todo lo que puede hacerse en Summerland puede hacerse también en el plano terrestre? ¿No afirmaste que podía tardarse un poco más en ver su realización pero que funciona igual?

Avanzo y me paro a pocos centímetros de él, deseando que se vuelva y me mire, aunque sé que no está preparado.

—Al final —digo con voz suavemente persuasiva—, todo se reduce a lo que ya sabes que es cierto. Sabes cómo funciona el universo. Sabes que todo es energía, que los pensamientos crean la realidad, que podemos efectuar nuestra propia magia aquí mismo, en el plano terrestre, manteniendo unas intenciones positivas y claras. Así que ahora toca llevar a la práctica todo lo que sabemos. Ahora toca confiar en el universo, en mí y en ti mismo lo suficiente para creer. Damen, ¿no quieres tomarte las cosas con más calma? ¿No quieres quedarte en un sitio durante muchos años? ¿No quieres forjarte amistades duraderas, tal vez, incluso… no sé… tal vez incluso tener una familia algún día? ¡Demonios, Damen! ¿No quieres volver a ver a tu propia familia?

Inspira hondo varias veces y luego se vuelve. Abre unos ojos como platos al verme, al ver cómo voy vestida.

—Eres una aparición —dice, con voz maravillada—. Eres igual que el cuadro.
Fascinación
. ¿No fue así como lo llamamos?

Sin embargo, mientras sus ojos se dedican a recorrerme de arriba abajo, los míos están fijos en lo que sostiene en la mano.

El objeto que ha mantenido oculto cuando estaba de cara al alféizar de la ventana aparece ahora claramente a la vista.

Su visión me recuerda la última noche de Roman, cuando se sentó ante mí en su cama arrugada, sosteniendo entre el índice y el pulgar un frasquito de cristal lleno de un líquido verde iridiscente.

Damen se le parece mucho en este momento.

Me sorprende mirando y, al agarrar el cristal con más fuerza, hace que el líquido verde salpique los lados y roce el borde.

Y sé que lo único que debemos hacer para estar juntos de la forma que queremos es beberlo.

Lo único que hace falta es un solo sorbito por parte de cada uno de nosotros.

Sin embargo, eso es lo que yo creía antes. Ahora ya sé que no es verdad.

El antídoto puede ser seguro, mientras que la mejor solución, la solución real, no ofrece garantía alguna. Requiere un salto de fe, un salto muy grande, desde luego, pero que estoy dispuesta a dar.

Aunque, por el modo en que Damen levanta el frasquito ante sí, está claro que soy la única que opina de esa forma.

Aun así, al verlo no puedo evitar quedarme paralizada. Paralizada al darme cuenta de que estoy dispuesta a darle la espalda a lo único que he buscado durante todo este tiempo.

Levanto las manos ante mí con la flor de loto entre las palmas mientras digo:

—He visto a Loto, justo antes de que cruzase al otro lado. Ella quería que tuvieras esto —añado, mirándole a los ojos. Me contempla embelesado mientras el antídoto continúa subiendo y bajando por el cristal del frasco.

Aunque no trata de alcanzar la flor, se las arregla para decir:

—Siempre pensé que era un mito. No tenía ni idea de que existiese realmente.

Me acerco más a él y paso junto a una antigua mesa de mármol cubierta de impresionantes primeras ediciones de libros dedicados que fácilmente podrían subastarse por cientos de miles de dólares.

—¡El verdadero Árbol de la Vida! —exclama, mirándome a mí, mirando la flor de loto y el antídoto que sostiene en la mano; sacude suavemente la cabeza cuando dice—: Me resulta increíble que no solo lo encontrases, sino que trajeses frutos suficientes para todos los inmortales. Aunque no puedo convencerme de la necesidad de probar el fruto, tu hazaña me causa impresión y asombro.

A pesar de la calidez que se desprende de sus ojos, lo único que oigo en mi cabeza es: «No puedo convencerme de la necesidad de probar el fruto».

Sus palabras resonantes me dejan sin aliento y con las rodillas temblorosas.

Nos miramos fijamente. El silencio flota y se extiende entre nosotros. Si yo pudiera, haría que el momento se prolongase, creciese y persistiese para siempre, pero sé que debe acabar. Todo acaba. Sé también qué hay que decir, así que no veo por qué no decirlo yo:

—Entonces, supongo que eso es todo, ¿no?

Trato de no parecer tan destrozada como me siento, pero no lo consigo ni de lejos. Me mira, y su expresión sustituye a cualquier palabra que pueda decir, así que suelto un largo suspiro, cierro los dedos en torno a la flor de loto y empiezo a salir con gran esfuerzo de esta habitación, de su vida.

Hemos alcanzado la encrucijada.

La coyuntura.

No hay vuelta atrás.

Es aquí donde cada uno de nosotros sigue su camino.

«Casi» siento su mano en mi brazo cuando me atrae hacia sí y dice:

—Sí.

Lo miro sin saber a qué dice «sí».

—¿Recuerdas las preguntas que me has hecho antes, sobre si quería establecerme, fundar una familia y ver a mi familia? Sí. Sí a todo.

Trato de tragar saliva, pero no puedo, trato de hablar pero las palabras no llegan.

Sus manos se deslizan en torno a mí, me aprietan contra su pecho. Suelta el frasquito y deja que se estrelle contra el suelo. El líquido verde iridiscente se derrama mientras dice:

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