Diario. Una novela (12 page)

Read Diario. Una novela Online

Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

BOOK: Diario. Una novela
6.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero Misty, la verdad es que vas a ser famosa. La sonrisa de Grace es un telón que se abre. Una noche de estreno. Es Grace desvelándose.

Y Misty dice:

—No es verdad. —Dice—: No puedo. No es más que una persona normal que va a vivir y a morir siendo desconocida e ignorada. Ordinaria. No es ninguna tragedia. Grace cierra los ojos. Sin dejar de sonreír, dice: —Oh, serás tan famosa en cuanto...

Y Misty dice:

—Para. Déjalo. —Misty la corta y dice—: Para ti es muy fácil alimentar las esperanzas de la gente. ¿No ves que la estás cagando? —Misty dice—: Soy una camarera de puta madre. En caso de que no te hayas dado cuenta, ya no somos la clase dominante. Ya no somos los amos del corral.

Peter, el problema de tu madre es que no ha vivido nunca en una caravana. Nunca ha hecho cola en una tienda de comestibles con vales de la beneficencia. No sabe ser pobre y no lo quiere aprender.

Misty dice que no estaría mal criar a Tabbi para que se adapte a esa economía, para que pueda encontrar trabajo en el mundo que va a heredar. Ser camarera no tiene nada de malo. Ni tampoco limpiar habitaciones.

Y Grace pone una tira de cinta de encaje para marcar la página del diario en la que está. Levanta la vista y dice:

—Entonces, ¿por qué bebes?

—Porque me gusta el vino —dice Misty.

Grace dice:

—Bebes y vas con hombres porque tienes miedo.

Cuando habla de hombres debe de referirse a Ángel Delaporte. El hombre de los pantalones de cuero que ha alquilado la casa de los Wilmot. Ángel Delaporte el de la grafología y la petaca de ginebra de la buena.

Y Grace dice:

—Sé exactamente cómo te sientes. —Entrelaza los dedos sobre el diario que tiene en el regazo y dice—: Bebes porque quieres expresarte y tienes miedo.

—No —dice Misty. Pega la cabeza al hombro y mira de lado a Grace. Misty dice—: No, no sabes cómo me siento.

El fuego que tienen al lado cruje y lanza una espiral de chispas chimenea arriba. El olor a humo flota más allá de la repisa de la chimenea. De su hoguera de campamento.

—Ayer —dice Grace, leyendo del diario— empezaste a ahorrar dinero para poder mudarte a tu pueblo natal. Lo estás guardando en un sobre y lo tienes metido debajo del borde de la alfombra, al lado de la ventana de tu cuarto.

Grace alza la vista con las cejas levantadas y el músculo
corrugator
le pliega la piel moteada de la frente.

Y Misty dice:

—¿Me has estado espiando?

Y Grace sonríe. Da un golpecito con la lupa sobre la página abierta y dice:

—Está en tu diario.

Misty le dice:

—Es tu diario. —Dice—: No puedes escribir en el diario de otra persona.

Solamente para que lo sepas, la muy bruja está espiando a Misty y apuntándolo todo en su registro diabólico de cubiertas rojas.

Y Grace sonríe. Dice: —No lo estoy escribiendo. Lo estoy leyendo. —Pasa la página y mira a través de La lupa y dice—: Oh, mañana parece un día emocionante. Aquí pone que es probable que conozcas a un policía agradable.

Solamente para que conste en acta, mañana Misty se va a hacer cambiar la cerradura de su puerta. Sin perder un minuto.

Misty dice:

—Para. Te lo repito, para. —Dice Misty—: El problema aquí es Tabbi, y cuanto antes aprenda a llevar una vida normal con un trabajo normal y corriente y un futura seguro, tranquilo y ordinario, más feliz será.

—¿Como trabajar en una oficina? —dice Grace—. ¿Cepillar perros? ¿Cobrar el cheque semanal? ¿Es por eso que bebes?

Tu madre.

Solamente para que conste en acta, se merecía esto:

Y tú te mereces esto:

Y Misty dice: —No, Grace. —Dice—: Bebo porque me casé con un soñador tonto, perezoso y poco realista que fue criado para creer que algún día se casaría con una artista famosa y no pudo soportar la decepción. —Dice Misty—: Tú, Grace, tú le jodiste la vida a tu propio hijo y no te voy a permitir que le jodas la vida a la mía.

Acercándose tanto que puede ver el maquillaje que Grace tiene en las arrugas, en las rítides, y las líneas rojas parecidas a telarañas que se le forman allí donde el pintalabios se le escurre por las arrugas de alrededor de la boca, Misty dice:

—Deja de mentirle o te juro que haré las maletas y me llevaré a Tabbi de la isla mañana mismo.

Y Grace mira más allá de Misty, en dirección a algo que Misty tiene detrás.

Sin mirar a Misty, Grace suspira. Y dice:

—Oh, Misty. Ya es demasiado tarde para eso.

Misty se da la vuelta y ve detrás de ella a Paulette, la empleada del mostrador, allí de pie, vestida con una blusa blanca y una falda negra plisada. Y Paulette dice:

—Perdón, señora Wilmot.

Y las dos al mismo tiempo, Grace y Misty, dicen: —¿Sí?

Y Paulette dice: —No quiero interrumpirlas. —Dice—: Solamente querría poner otro tronco en la chimenea.

Y Grace cierra el libro que tiene en el regazo y dice: —Paulette, necesitamos que hagas de arbitro en un desacuerdo que tenemos. —Levanta el músculo froiiralis para enarcar una sola ceja y dice—: ¿No tienes ganas de que Misty se dé prisa y pinte su obra maestra?

El parte meteorológico de hoy anuncia irritación parcial con tendencia a la resignación y a los ultimátums.

Y Misty da media vuelta para marcharse. Da media vuelta sin darla del todo y se detiene.

Las olas de fuera susurran y rompen.

—Gracias, Paulette —dice Misty—. Pero es hora de que todo el mundo en la isla acepte el hecho de que voy a morir siendo una doña nadie total.

12 DE JULIO

En caso de que sientas curiosidad, tu amigo de la facultad de bellas artes, el del pelo largo y rubio, el que se partió el lóbulo por la mitad en el intento de darle su pendiente a Misty, se ha quedado calvo. Se llama Will Tupper y lleva el ferry de la isla. Es de tu edad y sigue teniendo el lóbulo partido.

Esta noche en el ferry, de regreso a la isla, Misty está de pie en la cubierta. El viento frío hace que parezca más vieja, le tensa la piel de la cara y se la reseca. La piel muerta y plana de su stratum corneum. Se está bebiendo una cerveza metida dentro de una bolsa de papel marrón cuando aparece un perro enorme olisqueando a su lado. El perro olisquea y gime. Tiene la cola encogida y su garganta se mueve esforzadamente mientras intenta una y otra vez tragar algo.

Ella se le acerca y el perro se aleja y se mea allí mismo, en la cubierta. Luego se acerca un hombre con una correa doblada en la mano y le pregunta a Misty:

—¿Está bien?

Como si... Como si ella fuera a quedarse allí en medio de un charco de pis de perro y contarle a un desconocido toda la historia de su puta vida, a bordo de un barco, con una cerveza en una mano y sorbiéndose las lágrimas. Como si Misty pudiera decir: pues mire, ya que me lo pregunta, acabo de pasar otro día en el lavadero emparedado de alguien, leyendo chorradas escritas en las paredes mientras Ángel Delaporte saca fotos con flash y le cuenta que el gilipollas de su marido en realidad es cariñoso y protector porque escribe las úes con el rabito de arriba ligeramente rizado, por mucho que la esté llamando «maldición maligna y vengativa de la muerte...».

Ángel y Misty se han pasado toda la tarde culo con culo, ella resiguiendo las pintadas a espray de las paredes, las palabras que dicen: «... aceptamos el sucio flujo de vuestro dinero...».

Y Ángel le ha estado preguntando: —¿Nota usted algo? Los dueños de la casa estaban guardando los cepillos de dientes de toda la familia en bolsitas de plástico para enviarlos al laboratorio y que los analizaran en busca de bacterias sépticas. Para entablar una demanda.

A bordo del ferry, el hombre del perro dice:

—¿Lleva usted alguna prenda perteneciente a una persona muerta?

Lo que lleva puesto Misty es su abrigo. Su abrigo y sus zapatos. Y sujeto a la solapa, uno de los broches espantosos que Peter le dio.

Que su marido le dio.

Que tú le diste.

Toda la tarde en el lavadero emparedado, con aquellas pintadas en las paredes que decían: «... no robaréis nuestro mundo para reemplazar el que destruísteis...».

Y Ángel dijo:

—La caligrafía aquí es distinta. Está cambiando. —Sacó otra foto, pasó hacia delante la película y dijo—: ¿Sabe en qué orden trabajó su marido en estas casas?

Misty le contó a Ángel que los nuevos dueños de una casa solamente se mudaban después de la luna llena. De acuerdo con una tradición entre los carpinteros, el primero en entrar en una casa nueva tenía que ser siempre el animal de compañía favorito de la familia. Luego tenían que entrar la harina de maíz, la sal, la escoba, la Biblia y el crucifijo. Solamente después podían entrar en la casa la familia y sus muebles. Según la superstición.

Y Ángel sigue haciendo fotos y dice:

—¿Cómo? ¿Se supone que la harina de maíz tiene que entrar andando o que?

Beverly Hills, el Upper East Side, Palm Beach... Hoy día, dice Ángel Delaporte, hasta la mejor zona de cualquier ciudad no es más que una suite de lujo en el Infierno. Al otro lado de tu puerta todavía tienes que compartir las mismas calles abarrotadas de tráfico. Tú y los drogadictos sin hogar seguís respirando el mismo aire apestoso y tenéis que oír a los mismos helicópteros de la policía persiguiendo criminales todas las noches. Las estrellas y la luna eclipsadas por las luces de un millón de depósitos de coches usados. Todo el mundo se apretuja en las mismas aceras llenas de basura tirada y ve el mismo amanecer empañado y rojo a través de la polución.

Ángel dice que a los ricos no les gusta tolerar mucho. El dinero te da permiso para alejarte de todo lo que no es bonito y perfecto. Y ya no soportas nada que no sea maravilloso. Te pasas la vida alejándote, esquivando, huyendo.

Esa búsqueda de lo bonito. Es una trampa. Un cliché. Las flores y las luces de Navidad son lo que estamos programados para amar. La gente joven y encantadora. Esas mujeres hispanas de la televisión que tienen las tetas grandes y una cintura estrecha como si se la hubieran retorcido tres veces. Las esposas decorativas que almuerzan en el hotel Waytansea.

Las pintadas de las paredes dicen: «... vosotros, con vuestras ex esposas e hijastros, con vuestros matrimonios fallidos y vuestras familias con hijos de distintas parejas, habéis arruinado vuestro mundo y ahora queréis arruinar el mío...».

El problema, dice Ángel, es que se nos están acabando los sitios para escondernos. Por eso Will Rogers le decía a la gente que comprara terrenos: porque ya no se fabrican.

Por eso este verano todos los ricos han descubierto la isla de Waytansea.

Antes fue Sun Valley, Idaho. Luego fueron Sedona, Nuevo México. Aspen, Colorado. Cayo Hueso, Florida. Lahaina, Maui. Todos esos lugares quedaron atiborrados de turistas y los nativos fueron relegados al papel de camareros. Ahora es la isla de Waytansea, la escapada perfecta. Para todo el mundo salvo para la gente que ya vivía allí.

Las pintadas dicen: «... vosotros con vuestros coches veloces atrapados en atascos, vuestra comida deliciosa que os pone gordos, vuestras casas tan grandes que siempre os sentís solos...».

Y Ángel dice:

—Fíjate en que escribe de forma apelotonada. Las letras están todas apretadas. —Saca una foto, hace avanzar la película y dice—: Peter está muy asustado o algo parecido.

El señor Ángel Delaporte está flirteando, poniendo la mano encima de la de ella. Le va dando la petaca hasta que se vacía. Todo está muy bien a menos que él le ponga una demanda como el resto de tus clientes del continente. Todos los veraneantes que han perdido dormitorios y cuartos para la ropa. Todo el mundo cuyo cepillo de dientes te has metido por el culo. Si Misty le ha dado la casa tan deprisa a los católicos es en gran medida para que nadie la pueda embargar.

Ángel Delaporte dice que nuestro instinto natural nos lleva a escondernos. Como especie, reivindicamos un territorio y lo defendemos. Tal vez emigramos, por razones climáticas o siguiendo a algún otro animal, pero sabemos que hace falta un territorio para vivir y nuestro instinto es reclamar el nuestro.

Por eso cantan los pájaros, para marcar su territorio. Por eso mean los perros.

Sedona, Cayo Hueso. Sun Valley, la paradoja de medio millón de personas yendo al mismo sitio para estar solos.

Misty continúa resiguiendo la pintura negra con el índice y dice:

—¿Qué querías decir con aquello del síndrome de Stendhal?

Y sin dejar de hacer fotos, Ángel dice: —Toma su nombre del escritor francés, Stendhal.

La pintada que está resiguiendo dice: «... Misty Wilmot os mandará a todos al Infierno...».

Tus palabras. Cabrón.

Stanislavski tenía razón: se puede encontrar dolor nuevo cada vez que descubres lo que ya sabias de antemano.

El síndrome de Stendhal, dice Ángel, es un término médico. Es cuando un cuadro o alguna obra de arte es tan bella que abruma al espectador. Es una forma de shock. Cuando Stendhal visitó la iglesia de Santa Croce en Florencia en 1817, afirmó haber estado a punto de desmayarse de placer. La gente siente taquicardia. Se marea. Mirar grandes obras de arte hace que uno se olvide de su nombre y que se olvide hasta de dónde está. Puede provocar depresión y agotamiento físico. Amnesia. Pánico. Ataques al corazón. Colapsos.

Solamente para que conste en acta, Misty cree que Ángel Delaporte es un poco capullo.

—Si uno lee las crónicas de su época —dice—, se supone que la obra de Maura Kincaid provocó una especie de histeria multitudinaria.

—¿Y ahora? —dice Misty.

Y Ángel se encoge de hombros.

—Ni idea —dice—. Por lo que he visto, no son más que paisajes muy bonitos.

Mira el dedo de Misty y dice:

—¿Notas algo? —Saca otra foto y dice—: Es gracioso cómo cambian los gustos.

«... somos pobres —dice una inscripción de Peter—, pero tenemos lo que todos los ricos ansian... Paz, belleza, tranquilidad...».

Tus palabras.

Tu vida después de la muerte.

Ahora, de regreso a casa esta noche, es Will Tupper quien le da a Misty la cerveza dentro de una bolsa de papel. La deja beber en la cubierta a pesar de las normas. Le pregunta si últimamente ha estado trabajando en algún cuadro. ¿Tal vez en algún paisaje?

A bordo del ferry, el hombre del perro le dice que el perro está adiestrado para encontrar a gente muerta. Cuando alguien muere, emite un hedor tremendo a algo que el hombre llama epinefrina. Dice que es el olor del miedo.

Other books

Community Service by Dusty Miller
Donor 23 by Beatty, Cate
High Crimes by Joseph Finder
Temptation Ridge by Robyn Carr
Open Waters by Valerie Mores