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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (58 page)

BOOK: Dinero fácil
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El guardia dudó.

Jorge siguió; le había funcionado en la verja.

—Venga, vamos a hablar con Sven. Parece ser que según tú no puedo pedir prestado un teléfono y hacer una llamada —Jorge señaló hacia Sven Bolinder. El cabrón del viejo estaba sentado en uno de los sillones, estrechamente entrelazado con una tía que parecía tener como mucho diecisiete años.

El guardia dudó aún más.

Jorge siguió forzando:

—Probablemente le encantará que le molesten justo ahora.

Tensión en el aire.

El camarero miró al guardia.

El guardia se rindió. Pidió disculpas. Se marchó.

Jorge fingió estar tranquilo. Su estado interno: extremadamente acelerado.

Sentía que tenía que marcharse de allí.

Fue al guardarropa.

Cuando la chica del guardarropa le dio su cazadora, dijo con un acento extranjero indeterminado:

—Qué pena que te vayas, guapo.

Jorge callado.

Sujetó la cazadora con la mano.

Salió.

No vio ningún guardia.

Arrancó el coche. Se dirigió a la verja.

Eran las doce y media.

La verja se abrió.

Salió a la carretera.

Lejos de Smådalarö.

Lejos de la mierda más enfermiza de este lado de los tiempos de Pinochet.

Pensó: los hombres poderosos divirtiéndose como reyes.

Idos a la mierda.

Jorge es el rey.

Capítulo 50

La sensación de jugar un doble doble juego era de cosquilleo. Al mismo tiempo era extraña y exigente; casi demasiadas mentiras de las que estar pendiente. El hecho era que JW necesitaba estudiar sus propias mentiras en lugar del examen sobre financiación externa, de lo contrario corría el riesgo de que se le fuera la lengua.

La gente creía que era un pijo. En realidad era plebe de mierda corriente y moliente que conseguía sus ingresos de la manera más sucia posible. Abdulkarim creía que se ganaba el dinero trabajando para él, administrando el negocio de la farla. En realidad, JW ganaba un pastón traicionando a Abdul en favor de Nenad.

Pero ¿a quién traicionaba en realidad? Por encima de los jefes había jefes. Trabajaba para Abdulkarim, que trabajaba para Nenad, que aparentemente trabajaba o había trabajado para otro. ¿Por qué si no todo este secretismo? ¿A quién traicionaba si trabajaba para Abdul pero trabajaba aún más para Nenad? Estaba claro, había alguien detrás. Pero ¿quién? ¿El mismísimo jefe de los yugoslavos, Radovan? ¿El jefe de otra facción de los yugoslavos? ¿Alguna otra banda? JW no quería ni adivinar. Además, en realidad no era problema suyo.

Habían pasado dos semanas desde la oferta de Nenad. En su interior bullían intereses encontrados. JW tenía ganas de pasta.

Al mismo tiempo debería tener miedo de aquel al que estaba traicionando, quienquiera que fuese. Sopesó. Las ventajas eran fáciles de ver. En primer lugar, el dinero. En segundo lugar, el dinero. En tercer lugar, lo mismo. Además ya estaba viviendo de forma más peligrosa de lo que quería pararse a pensar. ¿Por qué meterse en eso y no conseguir la máxima ventaja? No había ningún motivo. Si iba a vivir como un rey de la droga, pues a hacerlo a lo grande. Se lo había oído decir a Jorge, la máxima de los raperos gánsteres:
Get rich or die trying
{84}
. Era la verdad del día.

El inconveniente era más difícil de calcular. Estaba constituido por el miedo. Aquel al que traicionaba con toda seguridad no iba a dar saltos de alegría. Aumentaba el riesgo de que le descubrieran los investigadores de narcóticos de la policía. Crecía el riesgo de que se la jugaran por varios lados.

Pero, se repetía a sí mismo, el dinero.

Le llevó dos días meditar el asunto. Eligió el gran golpe antes que a Abdulkarim, los peces gordos antes que a un árabe de clase B, la pasta antes que el peligro. Sencillamente, Nenad.

La estructura que había organizado en la Isla de Man le venía mejor aún de lo que se había imaginado.

En general, el viaje a Inglaterra había sido bueno. JW olvidó sus pensamientos sobre Camilla. La realidad de Estocolmo le estresaba. A veces se planteaba volver a cambiar de casa, cuando hubiera reunido suficiente dinero.

Abdulkarim estaba contentísimo con el cargamento gigantesco que iba a llegar. El acuerdo de Londres lo sentía como un éxito. Pero faltaban tres meses. Primero los repollos tenían que crecer bien. El árabe, JW y Jorge empezaron a planificar la organización para volúmenes mayores. No querían causar una gran caída de precios. Hacían falta más camellos y lugares de almacenamiento. Sobre todo, hacía falta un plan para los transportes y la logística.

Los bajos fondos de Estocolmo aún estaban sobrecogidos por el doble asesinato de Hallobergen. Todos especulaban. JW pasaba del asunto. Un chulo y una madame tiroteados en un burdel.
So what
?
{85}
No afectaba a su sector.

Al día siguiente se tomó un café con Sophie en Foam. El sitio de los domingos sobre cualquier otro para la gente de primera. La decoración parecía italiana, estilo Starck. El bajón del día siguiente no se notaba, las tías más puestas en una mañana de resaca de lo que era científicamente posible. Los tíos estaba arreglados, recién duchados, perfumados, lozanos.

JW y Sophie pidieron tortitas con jarabe de arce, plátano y helado. Era la especialidad del local.

JW le hizo la pregunta que llevaba tiempo pensando:

—¿Por qué tienes tantas ganas de conocer a mis otros colegas?

Sophie jugueteó con el helado y la cuchara sin contestar. JW pensó: ¿Por qué pide helado si no va a comérselo?

—Hola. Estoy hablando contigo.

Sophie levantó la vista.

—JW, venga ya. Claro que quiero conocerlos.

—¿Por qué? ¿Qué importancia tiene?

—Quiero conocerte del todo. Llevamos juntos casi cuatro meses y pensaba que después de un tiempo llegaríamos a otro nivel. Ahora empiezo a entender que esto
es
el siguiente nivel. No saber nada sobre ti. Si tienes un montón de amigos y me los ocultas resulta raro.

—No los oculto. Pero no son interesantes. Son irritantes y memos. Nadie por quien preocuparse.

—A mí Jorge me pareció muy agradable. Charlamos la mitad de la noche. Vale, no es exactamente como tus otros amigos o los míos. Viene de un mundo que no conocemos. Me parece interesante. Un chico que ha tenido que luchar para llegar a algo. Porque a la mayoría de los que conocemos los pajaritos fritos les han venido volando directamente a la boca, como dice el rey. ¿Verdad?

—Quizá sí. El rey es demasiado. —JW pensó para sí mismo: ¿hasta dónde se enteraba Sophie? Continuó—: Nippe se preguntaba qué tío era ése con el que estuviste en Sturehof. ¿Tenías que ir a Stureplan con Jorge?

—No seas tonto. ¿Es que te avergüenzas? Muéstrate como eres. A mí Jorge me pareció estupendo. Un chico malo. De hecho me habló de su infancia. Gueto puro y duro, ¿sabes?, en su clase de segunda etapa de primaria había cuatro suecos. Y yo no conozco a nadie cuyos padres hayan nacido fuera de Europa. En mi opinión, Estocolmo es como Johannesburgo.

Las palabras de Sophie le afectaron. ¿Qué sabía realmente sobre él? JW quería cambiar de tema. Normalmente, en eso era experto. Pero en ese momento no se le ocurría nada.

Se quedaron sentados en silencio.

Miraron el helado, que se derretía.

Capítulo 51

Claro, Mrado necesitaba asegurar su vida; dificultar a Radovan que le hiciera daño. Sobre todo, dificultarle que hiciera daño a Lovisa. Pero entendía también que nunca estaría del todo a salvo. Se puede conseguir hacer difícil encontrar a alguien en Estocolmo, pero no imposible. El propio Mrado había localizado al latino fugado en unos días.

El mejor seguro de Mrado: había reunido tanta mierda sobre Radovan que debería bastar para al menos cien años en Kumla. Si Mrado lo entregaba, el historial del jefe yugoslavo incluía: inducción al asesinato, agresión, robo. Proxenetismo, delitos contra la Hacienda pública, tenencia de armas, blanqueo de dinero. El inconveniente para Mrado: él mismo estaba involucrado en la mayoría de los delitos. Cien años para Mrado significaban al menos cincuenta para él.

El código de honor era lo que los detenía a ambos. La ley básica no escrita: nosotros resolvemos nuestros propios problemas.

Mrado y Nenad aún no habían soltado la bomba. Iba a suceder dentro de unos meses. Radovan se iba a enterar; no tragaban con su mierda. Le dejaban. Mrado ya estaba preparando frases. «Cabrón viejo y acabado, nosotros vamos por libre». Pero mientras tanto se mantenían en segundo plano. No daba ningún paso precipitadamente.

Mrado había hablado con Ratko y Bobban. Tíos de confianza. Llevaban años trabajando con Mrado. Estaban con él. Otros de lado de Mrado: los chicos de las empresas de blanqueo de dinero. Algunos de los chicos del gimnasio. Pero algunos de éstos eran apuestas poco seguras. Y algunos eran decididamente unos mamonazos que se quedaban con Radovan.

Lo normal en situaciones de este tipo era que uno se pasara a otro grupo. Los tíos de la Hermandad Wolfpack se pasaban a Bandidos, los tíos de OG se pasaban a Fucked for Life.

En este caso, Mrado y Nenad eran bastante fuertes. Contaban con suficientes relaciones y contactos propios. La guinda del pastel era que toda la división del mercado se caería a pedazos si él se retiraba. El asunto se basaba en la confianza de las bandas en él. Podía llegar la guerra entre todos. Conseguiría que Radovan se desconcentrara. Les daría a Mrado y a Nenad un buen comienzo.

Mrado estuvo todo el día en casa haciendo llamadas para prepararse. Había conseguido un nuevo número de móvil, con suerte nadie le espiaba.

Había mirado pisos de alquiler subarrendados. Algunos en negociaciones. El más interesante en ese momento: uno de dos dormitorios de sesenta metros cuadrados en Skanstull. Siete mil al mes. Mrado había ido a verlo. Buenas condiciones para su situación. Estaba en el último piso de la finca y tenía verjas delante de la puerta y posibilidad de instalar sistema de alarma. Lo mejor de todo: el piso compartía terraza con el vecino. Desde la perspectiva de Mrado: si había follón uno podía entrar en el piso del vecino por la terraza. Perfecta vía de escape.

Llamaba a Annika como un loco. Ella ya sabía que Mrado estaba implicado en asuntos turbios y si eso afectaba a su vida y la de Lovisa sólo serviría para enfadarla más. Al mismo tiempo comprendía. Su hija podía estar en peligro.

La esperanza de Mrado era que Lovisa y Annika pudieran mantenerse lejos del piso de Annika durante el verano. La idea de Mrado para después del verano: que Lovisa empezara en un colegio nuevo. Que Annika cambiara de dirección. Cambiar de apellido las dos. Serían mucho más difíciles de localizar.

Llamó a Annika por enésima vez en esa semana.

De hecho contestó.

—Hola, soy yo.

—Hola.

—¿Estás enfadada?

—Corta ya, Mrado. Sabes que no quiero que hablemos. Nuestros putos abogados ya se encargan de hablar.

Mrado se mantuvo tranquilo. Hizo todo lo que pudo.

—Tienes razón, Annika. Yo también querría evitarme esta conversación. Pero ya conoces la situación. Pienso en Lovisa.

—No es normal lo tuyo. Me he quejado de tu estilo de vida durante diez años. En el tribunal incluso niegas en redondo que vives en el mundo de la criminalidad. Te defiendes diciendo que son exageraciones. Que yo miento. Y ahora, cuando has prometido enderezarte, y has conseguido derecho de visita cada dos semanas y patria potestad compartida, entonces llamas y exiges un montón de cosas.

—Sí, pero son exigencias para proteger a Lovisa. Y también a ti.

—Lo sé. Así de malo es el asunto. ¡Que tengamos que vernos implicadas en tu vida por tus errores!

—Pero ahora se trata de Lovisa, Annika. Siento que las cosas hayan salido así.

La conversación se desarrollaba en círculos. Mrado, en una situación en la que en todos los casos perdería. Si no protegía a Lovisa no se atrevería a dar el paso contra Radovan y su vida sería humillada hasta convertirle en nada; su calidad de vida se degradaría hasta quedar peor que mal.

Annika machaconeó sobre lo inútil que era Mrado. En circunstancias normales le habría colgado el teléfono. Pero no esa vez. Su última oportunidad para negociar.

—Por favor, Annika. Escucha un momento. Déjame terminar. Entiendo que estés tan cabreada. Yo también estoy cabreado. Pero por una vez no es culpa mía. Son otras personas las que nos amenazan a ti y a mí. La situación está fuera de control. Hay que proteger a Lovisa. Dentro de dos meses son las vacaciones de verano. Quiero que os mantengáis alejadas de Gröndal y de la ludoteca durante todo el verano. Yo pago encantado el alquiler de una casa en el campo o un viaje al extranjero. No hay problema por mi parte. Después del verano tenéis que cambiaros de casa y de colegio.

—Vas demasiado lejos. Ya te he dicho que no a eso diez veces.

—Escúchame hasta el final. Si accedes a lo que propongo no tenéis que mudaros lejos de Gröndal; siempre que Lovisa cambie de colegio, renuncio a la patria potestad y al derecho a visitas cada dos semanas.

Annika se quedó callada.

Él esperaba una reacción. Toqueteó una mancha de batido de chocolate O'boy que Lovisa había derramado en el sofá la última vez que había estado con él.

—¿Renuncias a la totalidad de las visitas?

—Sí. Luego quizá quieras ser amable y de todas formas dejarme ver a Lovisa alguna vez.

—Sólo si estoy presente.

—Eso lo discutiremos entonces. ¿Cómo vas a hacer para el verano? ¿Quieres mirar alguna casa? ¿Un viaje? Ya te digo que pago yo.

—¿Cuándo vemos a nuestros abogados para poner esto por escrito?

—Cuando quieras.

Hablaron cinco minutos más. Decidieron verse en el despacho de los abogados esa semana. Annika buscaría una casa de vacaciones.

Tras la conversación, sentimientos encontrados. Primero, triunfo. Que Lovisa estuviera más segura significaba que podía seguir adelante con el ataque contra Radovan. Luego sintió agobio. ¿Con qué frecuencia vería a Lovisa? Era importante recordar lo que le hacía un hombre: dignidad; nadie pisotea a Mrado.

Cuando Radovan estuviera fuera de juego, todo iría bien.

Dos horas después de la conversación con Annika, se reunió con Nenad.

Se sentaron en Kelly's, en la calle Folkungagatan. Eran las ocho. El garito ya estaba lleno de heavis trasnochados y blancos de clase baja. La esencia del local: una cerveza grande de graduación alta y partidas de dardos. Ruidoso y agresivo. A Mrado le gustaba Kelly's.

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