Donde los árboles cantan (18 page)

Read Donde los árboles cantan Online

Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

BOOK: Donde los árboles cantan
8.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y a Robian.

Suspiró sin poderlo evitar.

De pronto, como traída por el viento, escuchó su voz. Al principio no le prestó atención, convencida de que su memoria le había jugada una mala pasada. Pero entonces oyó una segunda voz y se irguió, alerta.

—Ya hemos venido aquí antes, señor, y los bárbaros han registradlo la cabaña minuciosamente. ¿Por qué hemos vuelto de nuevo?

—Porque no sabemos dónde buscarla —respondió Robian con suavidad—. Y porque siempre cabe la posibilidad de que se les haya pasado algo por alto.

Viana se maldijo a sí misma por su estupidez. No debería haber bajado la guardia. Jamás debería haber bajado la guardia. Lobo la reñiría por su inconsciencia.

Si llegaba a enterarse, claro. Porque era posible que no saliera viva de allí, o que la capturaran para entregarla a Harak y no tuviera la oportunidad de regresar al bosque nunca más.

No podía permitirlo. Se movió rápida como el rayo y se sitúo detrás de la puerta justo cuando esta se abría, de modo que quedó oculta por ella. Contuvo el aliento mientras uno de los recién llegados, solo uno, penetraba en el interior.

Se trataba de Robian. Lo veía de espaldas, pero habría reconocido su figura en cualquier parte. Su cabello oscuro aún se encrespaba sobre su nuca de aquella forma que Viana había encontrada tan atractiva, y sus anchos hombros sostenían su capa con garbo y elegancia.

Pero Viana no podía permitirse el lujo de quedarse embobada contemplando a su antiguo amor. En silencio, deslizó su cuchillo de caza fuera de su funda y aguardó el momento adecuado.

La puerta se cerró tras Robian, pero él no se percató de la presencia de Viana a sus espaldas. Parecía ensimismado contemplando el interior de la cabaña. Se inclinó para recoger algo del suelo. Viana se dio cuenta de que se trataba de una manta, la misma que había utilizado ella para envolverse en la frías noches de invierno. Contempló, atónita, cómo Robian se la llevaba a la cara para aspirar su aroma. Aquel movimiento la dejó desconcertada y sin saber que pensar.

—Oh, Viana —murmuró él, y la joven se quedó quieta, temiendo que la hubiera descubierto; pero Robian añadió—; ¿A dónde has ido?

Viana dejó escapar un suspiro casi imperceptible. Y en aquel momento Robian se percató de que no estaba solo; se puso en tensión y llevó la mano al pomo de su espada, pero ella fue más rápida; se plantó tras él en dos pasos y colocó el filo de su daga contra el cuello de su antiguo prometido.

—Un solo movimiento y morirás —siseó en su oído.

—Viana, ¿eres tú? No tienes ni idea de lo que…

—Calla —cortó ella y el cuchillo se hundió un poco más en la piel del joven—. No quiero saberlo. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Acaso has venido a darme caza, ahora que eres uno de los perros de presa de Harak?

Robian ladeó un poco la cabeza, con precaución, probablemente sorprendido de que ella utilizara la palabra «diablos».

—De modo que te has enterado de eso —murmuró—. No es lo que parece, Viana. De verdad.

Viana aflojó un poco la presión, pero no retiró la daga.

—Habla —dijo—. Espero, por tu bien, que tengas una buena explicación.

—No pretendía capturarte en realidad —se defendió él—. Me dijeron que antes vivías aquí, pero que te habías marchado, de modo que rondo por los alrededores para hacer tiempo y darte ventaja. No quiero verme obligado a entregarte, pero no he tenido elección: Harak me lo ha encomendado como una misión especial. ¿Qué podía hacer?

Viana entornó lo ojos.

—Podrías haberte negado a aceptarla, por ejemplo.

—Es mi señor natural. No puedo desobedecerlo.

—No deberías haberle jurado fidelidad. Ni, ya puestos, haberme abandonado como lo hiciste: «El jefe Holdar será un buen esposo para Viana» —repitió con voz de falsete—. Traidor —escupió.

—Viana, ¡no tenía elección! —insistió Robian—. Si hubiese plantado cara, como hizo mi padre, ¿qué tendría ahora? Estaría muerto, y mis tierras habrían acabado en manos de los bárbaros.

—Mejor ser un héroe muerto que un cobarde vivo —opinó ella—. Y en cuanto a tus tierras… ya veo que tienes interés por ampliarlas. ¿Es cierto que Harak te ha prometido el dominio de mi familia si me entregas a él? Porque no voy a permitir que pongas un solo pie en Rocagrís. Antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

Robian pasó por alto la pulla.

—Había otra cosa —prosiguió—. Mi madre y mi hermana… Al conservar el título, ellas siguen bajo mi protección. Harak no las entregará en matrimonio a nadie sin mi consentimiento.

Viana retiró la daga un poco más mientras consideraba aquel hecho. Era cierto que no había visto a la duquesa ni a su hija, la pequeña Rinia, durante aquel ignominioso reparto de doncellas.

Viana le tenía mucho cariño a Rinia; era una niña alegre y encantadora, y de ninguna manera quería verla caer en las garras de los bárbaros.

—Eso puedo entenderlo —reconoció a regañadientes—. Pero yo… Podrías haber luchado un poco por mí, ¿no? —añadió con amargura—. Si hubieses dicho que querías casarte conmigo… que estábamos prometido… quizá Harak…

Robian sacudió la cabeza.

—No había nada que hacer, Viana. Eras un buen partido; no iban a entregarte a un traidor como yo. Y no creas que no te he echado de menos. Todos los días, a todas horas, pensaba en ti. Nunca he dejado de amarte, ni un solo momento.

También había tristeza en sus palabras, y la joven se sintió conmovida. No hizo nada cuando Robian se volvió para mirarla a los ojos y después, lentamente, se inclinó para besarla.

Viana se entregó a aquel beso como si no hubiera nada más en el mundo. Le trajo recuerdos de tiempos mejores y, por un instante, le hizo creer que las cosas podían volver a ser como antes o, al menos, cambiar un poco.

—Robian, Robian —suspiró, apoyando la cabeza en su pecho—. ¿Por qué nos ha pasado esto?

—Ssssh, tranquila —respondió él acariciándole el cabello—. Sé que ha sido muy duro para ti. Por eso me alegré mucho cuando supe que habías escapado de Holdar; además, se cuenta que no solo no estabas encinta, sino que él ni siquiera mancilló tu doncellez. ¿Es eso cierto?

«¿Eso es todo lo que te importa?», pensó Viana, sintiendo que la ira la llenaba de nuevo. Estaba tan furiosa que no respondió a su pregunta.

—Bueno, pero eso ya quedó atrás —prosiguió Robian, ajeno al enfado de la muchacha, creyendo que ella callaba por pudor—. Sin embargo, me he dado cuenta de que vivías aquí con otro hombre —concluyó con cierto tono de reproche.

La antigua Viana habría respondido, muy ofendida: «No es asunto tuyo», o algo similar, enrojeciendo como una amapola. Pero la nueva Viana había aprendido mucho de su estancia con Lobo. Se separó de él y le dirigió una mirada burlona que pretendía enmascarar su decepción.

—Sí, fornicábamos todos los días —le soltó—. Varias veces. Y por todas partes —especificó—. Lástima que no estuvieras aquí para unirte a la fiesta, pero claro, renunciaste a todas tus posibilidades conmigo cuando decidiste que un bárbaro bruto y maloliente sería un buen esposo para mí.

Robian abrió la boca para replicar, escandalizado por sus modales, pero no fue capaz de hablar. Viana sonrío para sí, contenta por haberle dejado sin palabras, aunque en el fondo se sentía muy incómoda y molesta por el hecho de que él fuera capaz de considerar, siquiera por un momento, que podía haber mantenido una relación con Lobo. Antes de que Robian pudiera reaccionar, la joven volvió a apoyar la daga contra su cuello y lo obligó a darse la vuelta de nuevo.

—Y ahora, andando —dijo, empujándolo suavemente hacia la puerta—. Tengo que escapar de aquí, y tú vas a ser mi rehén.

—Viana, no quiero luchar contra ti.

—Ya es demasiado tarde, Robian —respondió ella, tratando de evitar que se filtrase a sus palabras la pena que aún latía en su corazón.

El joven hizo un breve movimiento para alcanzar su espada, pero Viana clavó la daga más profundamente en su cuello, arañándolo y haciendo brotar de su piel un hilillo de sangre.

—¿Crees que bromeo? —le espetó—. Te convendría tomarme en serio.

—Pero ¿qué te ha pasado? —preguntó él, y parecía realmente horrorizado. Sin embargo, avanzó hacia la puerta, tal y como ella le había ordenado.

—¿Que qué me ha pasado? —repitió ella—. ¿Cómo te atreves a preguntarlo?

—De acuerdo, lo entiendo —se apresuró a responder Robian—. Sé que ha sido muy duro para ti y…

—Cierra la boca —ordenó ella entre dientes.

Salieron los dos de la cabaña, Robian empujado por Viana, y se detuvieron ante la entrada. La muchacha miró a su alrededor en busca del segundo hombre, para asegurarse de que entendía cuál era la situación y que su compañero corría peligro si hacía algún movimiento sospechoso. Sin embargo, ambos se sorprendieron al ver que había llegado una cuarta persona al lugar: Lobo estaba allí, y tenía el arco cargado con una flecha que se hundía peligrosamente entre las costillas del acompañante de Robian, que había tirado la espada al suelo y levantaba las manos en el aire.

—Vaya, vaya —dijo Lobo—. Está bien saber que algo has aprendido de mis lecciones, Viana.

—¡Vos! —exclamó Robian al reconocerlo; ató cabos y añadió—: Viana, no me digas que él y tú…

—No es asunto tuyo —gruñó Viana, y esta vez no pudo evitar enrojecer, quizá porque no le hacía gracia que Robian recordara en público que tiempo atrás sí había tenido derecho a inmiscuirse en su vida personal.

Los ojos de Lobo brillaron divertidos.

—Bien, Robian, pequeña rata traidora —dijo—. Conocí a tu padre, ¿te lo habían dicho? Peleamos juntos en varias batallas. En una de ellas, de hecho, perdí la oreja por salvarle el culo. Lo cual no significa que Landan de Castelmar no fuera un hombre valiente: luchó contra los bárbaros hasta el final. Qué lástima que su hijo no tenga sus mismas agallas. No sé qué diría si te viera ahora.

Esta vez le tocó a Robian enrojecer.

—Seguro que estaría contento de ver que he conservado su patrimonio —acertó a decir.

—Seguro —se burló Lobo—. O quizá preferiría haberse llevado a la guerra a Viana en vez de a ti. Por lo que sé, es mucho más hombre que tú.

Viana reprimió una risita al ver que Robian temblaba de indignación.

—Sin embargo —prosiguió Lobo—, debo decir que ella también carece de una virtud que hacía de su padre un gran guerrero: el duque Corven era muy precavido. Jamás habría dejado armado a un adversario, por inofensivo que este pudiera parecer.

Viana captó la indirecta y aceptó el reproche con un cabeceo. Entonces se le ocurrió una idea y sonrió.

Rápida como el pensamiento, bajó el cuchillo hasta la cadera de Robian y cortó su cinto de un tajo. Cuando la espada del joven cayó al suelo, sus pantalones lo hicieron también.

—Vaya, muchacho —se burló Lobo—. Creo que esto resume perfectamente tu actitud ante la invasión bárbara.

Robian trató de volver a colocar la prenda en su sitio, profundamente avergonzado. Oyó a su espalda la risita de Viana, pero, cuando se dio la vuelta, la chica ya se había marchado.

Momentos después, Lobo y Viana se internaban por el bosque, dejando atrás a sus rivales. Robian tardaría un rato en recomponer su vestimenta, y para entonces ya no podrían darles alcance. Aun así, se apresuraron cuanto pudieron.

—Deberías haber matado a esa rata traidora —gruñó Lobo—. Aunque, ya que has tenido la ocasión de llevar tu daga tan cerca, podrías de paso haberle cortado los…

—No hace falta ser tan explícito —interrumpió ella.

—Bueno, no creo que los echara de menos en realidad —siguió diciendo Lobo—. Después de todo, ya los perdió el día de la invasión bárbara.

—No quiero seguir hablando de eso, muchas gracias.

Y, con gran alivio para Viana, Lobo dejó de hablar de ratas traidoras y de atributos masculinos. Tampoco la riñó por haber regresado a la cabaña a pesar del nesgo. Por lo que parecía, la forma en la que había terminado su encuentro con Robian la había disculpado ante sus ojos. Viana comprendió que creía que con su acción había cortado todo vínculo sentimental con Robian para siempre.

Sin embargo, ella no lo tenía tan claro. Era cierto que estaba aún furiosa con Robian y que no se arrepentía de haberlo dejado en ridículo frente a su sirviente, pero, por otro lado, no podía evitar pensar en sus razones y tratar de ponerse en su lugar. «Si mi padre se hubiese rendido a los bárbaros, como hizo Robian», cavilaba, «yo no habría tenido que casarme con Holdar. Y su madre y su hermana están más seguras con él».

Procuró, no obstante, que Lobo no se diera cuenta de que aún se sentía confusa con respecto a Robian, de modo que se centró en avanzar tras él y no volvió a mencionar el tema.

Se cuidaron mucho de dejar rastros. De hecho, y solo por si acaso, dieron un gran rodeo y dejaron huellas falsas antes de dirigirse al campamento.

Cuando llegaron allí, ya era casi de noche.

—Con todo este asunto no hemos traído nada para cenar —dijo Lobo—. Alda nos va a hacer silbar los oídos, ya lo verás.

Sin embargo, nadie les reprochó que aparecieran con las manos vacías. Todos estaban reunidos junto al fuego, tan concentrados en escuchar a alguien que se hallaba allí sentado que ni siquiera se dieron cuenta de que Lobo y Viana acababan de llegar.

—¿Qué pasa aquí? —se quejó Lobo—. ¿Ya no se recibe a los cazadores como es debido?

Calló, sin embargo, al reconocer a la figura que se encorvaba junto a la lumbre. Y cuando él alzó la cabeza para mirarlos fijamente, apoyado en su nudoso bastón, Viana sintió que el corazón se le aceleraba.

Se trataba de Oki, el juglar.

No lo había visto desde la noche del solsticio, cuando les había relatado aquella extraña leyenda acerca del Gran Bosque. Ni sabía de nadie que hubiese tenido noticia de él después de aquel día. Por eso, verlo aparecer de pronto en el campamento la llenó de extrañeza.

Lobo parecía estar pensando lo mismo.

«¿Cómo diablos habrá llegado hasta aquí?», se preguntó.

Viana no tenía respuesta para eso, de modo que permaneció en silencio. Ambos se acercaron a la hoguera, y la muchacha advirtió, no sin sorpresa, que su compañero avanzaba con cierta timidez. Porque Oki estaba relatando una historia, e incluso Lobo sentía un gran respeto por el peculiar narrador de cuentos.

Se sentaron junto a los demás y se dejaron llevar por la magia de las palabras.

Durante toda aquella noche, Oki contó historias, recitó largos cantares y entonó bellas baladas de amor. Nadie se acordó de comer o de dormir durante todo ese tiempo, aunque el vino y la cerveza corrieron en abundancia y refrescaron la garganta del viejo juglar.

Other books

The Eternity Cure by Julie Kagawa
Midnight Desires by Kris Norris
The Family Jewels by John Prados
The Heiress Effect by Milan, Courtney
A Christmas Promise by Anne Perry
Perfectly Flawed by Trent, Emily Jane
Another Chance by Winstone, Rebecca.L.
Where Sea Meets Sky by Karina Halle