Y cuando los primeros rayos de sol abrieron las entrañas de la noche en una alborada de colores fantasmales, Oki se levantó y anunció que debía marcharse.
Varias voces le suplicaron que se quedase, pero él declinó la oferta.
Viana, sin embargo, permaneció sentada un momento más, pensando en las historias que había contado Oki aquella noche… y en la que no había contado.
Cuando el juglar se alejaba ya del claro, Viana se levantó de un salto y corrió tras él.
—Maestro Oki —lo llamó, preguntándose si era la forma más adecuada de dirigirse a él.
El juglar se volvió hacia ella y la miró con aquellos ojillos negros y penetrantes; pero no la reprendió, de modo que Viana supuso que estaba dispuesto a escucharla.
—Estaba preguntándome… —empezó, dubitativa; hizo una pausa y continuó—. Me preguntaba acerca de la leyenda que relatasteis en el último banquete del solsticio, en la corte del rey Radis.
Viana calló, dando pie a que Oki hiciese algún comentario acerca de la invasión bárbara o del final de la dinastía que lo había acogido en su castillo año tras año. Pero él no dijo nada. Solo aguardó a que ella siguiera hablando.
—Se trataba de una historia sobre el manantial de la eterna juventud, o algo parecido —dijo Viana—. Se supone que se oculta en algún lugar del Gran Bosque.
—Eso cuenta la historia —asintió Oki con suavidad—. ¿Y bien?
Viana tragó saliva.
—Sé que va a parecer un poco estúpido, pero… querría saber si hay algo de verdad en vuestro relato.
Otó sacudió la cabeza, disgustado, y echó a andar sin responder. Viana comprendió que lo había ofendido, aunque no acertaba a adivinar por qué.
—¡Aguardad! —lo llamó—. Disculpad mi ignorancia. Es solo que… bien, corren rumores de que Harak, rey de los bárbaros, es invulnerable. O tal vez inmortal —añadió.
—Aaah —dijo Oki, deteniéndose de nuevo y dirigiéndole una misteriosa sonrisa—. Interesante asociación.
Alentada por sus palabras, Viana prosiguió:
—Estaba pensando que si ese manantial existe y las fuerzas rebeldes bebiesen de él, quizá podríamos hacer frente a Harak y liberar el reino.
Se sorprendió de su propuesta en cuanto la formuló, sobre todo porque seguía pensando que las «fuerzas rebeldes» que acababa de mencionar eran poco más que un puñado de vagabundos desarrapados.
—¿Y bien? —preguntó Oki.
—¿Y bien, qué? —preguntó Viana a su vez, desconcertada por la reacción del juglar.
—¿Cuál era la pregunta?
—Eeeh… Bueno, es evidente… Desearía saber si eso es posible.
Oki le dedicó una risa extraña, como el crujir de la maleza bajo el viento.
—¿Qué son las leyendas, sino leyendas? —respondió.
—Entonces, ¿no es cierto? —insistió Vlana. Oki le dirigió una mirada severa.
—Tendrás que ir tú misma al corazón del bosque para averiguarlo.
Viana se estremeció. Sabía, por las veces que lo habia visto actuar, que Oki otorgaba una condición especial a los cuentos y las leyendas. Cada vez que actuaba, había quien consideraba que se trataba de historias sin fundamento y quien las creía a pies puntillas. Y Oki no concedía la razón ni a unos ni a otros. No eran verdad, pero tampoco eran mentira. Viana caviló acerca de ello. Siempre le habían apasionado los cuentos, y se incluía entre la gente que soñaba con hermosas hadas y traviesos duendes, con fieros dragones y poderosos hechiceros. Sin embargo, nunca había visto tales seres ni conocía a nadie que se hubiese topado con ellos.
Oki no iba a resolver aquella cuestión. Quizá porque no conocía la respuesta o tal vez porque no lo creía necesario.
—Se cuentan muchas cosas acerca del Gran Bosque —susurró Vlana.
Oki asintió; sus ojos brillaban, delatando la pasión que sentía por toda clase de historias. La muchacha entendió que ahora sí estaba hablando su idioma.
—Podría creerlas, o quizá no —añadió con tiento—, pero supongo que eso no es lo que importa, ¿no?
—No es lo que importa —Oki negó con la cabeza, y sus negros e hirsutos cabellos se agitaron bajo su sombrero—. Lo esencial es la historia en sí.
—Comprendo —asintió Viana.
Y era cierto que lo comprendía. Sin embargo, aquello no solucionaba su duda, y no sabía cómo volver a planteársela a Oki sin que se ofendiera.
—Deseas saber si vale la pena, ¿no es verdad? —dijo entonces el juglar—. Si debes asumir el riesgo y salir al encuentro de la leyenda.
—Sí —asintió Viana, agradecida—. Sí, eso es.
—Porque puede que descubras el misterio o puede que te enfrentes a una muerte segura. ¿Quién sabe? Muchacha, te contaré algo: el mundo está lleno de historias. Todas las personas y todas las cosas tienen historias que contar. A algunas de ellas se llega a través de gente como yo, que las relata para que no se olviden. Otras, en cambio… se viven. ¿Entiendes?
Viana asintió, aunque no estaba segura de comprenderlo del todo.
—Ahora tú debes decidir —concluyó Oki— si seguirás siendo una oyente o, por el contrario, saldrás en busca de tu propia historia.
—¿Puede que tenga que ver con el manantial de la eterna juventud?
—Tendrá que ver con la búsqueda del manantial de la eterna juventud —corrigió el juglar—. Pero solo si te arriesgas a vivir esa historia sabrás cómo concluye. A no ser, por supuesto, que esperes a que otra persona la viva por ti. Entonces es posible que dentro de un tiempo conozcas el final en boca de alguien como yo.
Viana asintió de nuevo. Y esta vez sí lo entendía.
—Puedo ser una espectadora —resumió— o puedo ser la protagonista de mi propia historia. Y eso conlleva riesgos.
Oki sonrió y cientos de pequeñas arrugas contrajeron su rostro.
—Así es, muchacha. Así es —dijo.
Sacudió la cabeza de nuevo y reemprendió la marcha. Viana lo siguió un par de pasos.
—¡Maestro Oki! ¿A dónde vais? ¿Volveremos a vernos?
Él le respondió con una enigmática risa.
—¿Quién sabe? Yo voy y vengo, aquí y allí, como el viento errante, arriba y abajo, como las grandes mareas. Una y otra vez. Sin detenerme jamás. Es así desde que tus antepasados llegaron a estas tierras, y así será cuando tus descendientes interpreten su propia leyenda. Pero ¿quién podría decir cómo finalizará la tuya? Yo no, ciertamente. Al menos, no aún. Pero quizá algún día… quizá algún día…
Su voz se perdió entre el murmullo de los árboles y Viana no llegó a oír sus últimas palabras. De todas formas, no había entendido lo que quería decir. Tal vez, se dijo, el maestro Oki empezaba a desvariar a causa de la edad.
Suspiró, sintiéndose algo mejor. No había obtenido de él la respuesta que quería, pero sí la que necesitaba, y fue capaz de comprenderlo así.
De modo que lo vio alejarse, una pequeña figura apoyada en su bastón, y permaneció allí, de pie, hasta que Oki se fundió con las sombras y el tintineo de sus cascabeles dejó de escacharse entre los susurros del bosque.
• • •
Tal como imaginaba, a Lobo no le pareció buena idea.
—¿Un manantial de la eterna juventud? —se burló—. Despierta, Viana. Todos los bosques tienen una leyenda al respecto. Eso no son más que cuentos.
—Pero Oki dijo…
—¿Te dijo Oki que encontrarías una fuente semejante si viajabas al corazón del Gran Bosque?
—No —reconoció Viana de mala gana.
—Porque no existe, ¿ves? Oki no es más que un cuenta cuentos, Viana. ¿Sabes lo que eso significa? Que cuenta cuentos. Cuentos —repitió—, es decir, historias inventadas.
—Sé lo que son los cuentos —replicó ella, molesta—. Pero aún así… ¿no te intriga un poco el hecho de que Harak…?
—Ni una palabra más sobre el tema.
Y Viana no insistió. Pero había tomado tu decisión, y Lobo no iba a detenerla. Esta vez no.
Quizá él no creyó en ningún momento que fuese a llevar acabo su idea. Nadie se adentraba en el Gran Bosque, porque nadie había regresado nunca de una expedición así. Y eso lo sabía todo el mundo, más allá de relatos y leyendas.
Pero Viana se sentía capaz de sobrevivir al bosque, a cualquier bosque. Si las historias terroríficas que contaban acerca de aquel lugar no eran reales, entonces no tenía nada que temer. Y si lo eran… bueno, en aquel caso, también existía la posibilidad de que hallase el manantial del que había hablado Oki la noche del solsticio. Y entonces…
No se detuvo a pensar en ello porque sabía que, si lo hacía, cambiaría de idea. De modo que aquella mañana aprovechó que todos durmieron hasta tarde y salió del campamento, aparentemente para cazar. Pero lo que hizo en realidad fue avituallarse para un largo viaje a través del bosque. No sabia cuánto tiempo le llevaría alcanzar aquel mítico manantial, si es que existía en realidad. Pero no le importaba. Tenía que intentarlo.
Lamentó no poder despedirse de Lobo, de Dorea, de Alda, de Aíric y de todos los demás. Pero no podía arriesgarse a esperar un poco más y que la disuadieran de su propósito.
Por otro lado, si se alejaba de la civilización, también tardaría mucho en volver a ver a Robian. Y necesitaba estar sola para pensar.
Emocionada porque sentía que, por primera vez, iba a tomar las riendas de su destino, a ser la protagonista de su propia historia, Viana emprendió el viaje hacia el corazón del bosque. No tenía plano, ni más indicaciones que las que había dado Oki en su relato. No tenía claro hacia dónde debia dirigirse, pero confiaba en que, cuando llegara allí, lo sabría.
Porque los árboles estarían cantando.
That will never be.
Who can impress the forest, bid the tree unfix his heart-bound root?
William Shakespeare,
Macbeth, Acto 4, Escena 1
En el que se cuenta el viaje de Viana a través del Gran Bosque y el sobresalto que sufrió junto al arroyo.
Viana caminó todo el día, sin detenerse a pensar en que estaba internándose más y más en el Gran Bosque, el lugar donde nacían todas las leyendas y contra el que le habían prevenido desde que era niña. Se limitó a cruzar el arroyo en tres saltos y a seguir adelante, siempre adelante, como si aquello no fuera una búsqueda imposible, sino una partida de caza como la de cualquier otro día.
Y al principio, así se lo pareció. El bosque que se extendía al otro lado del torrente no era muy distinto al que había dejado atrás. Quizá un poco más espeso y umbrío… pero aquí se acababan las diferencias. Los mismos pájaros que ya conocía silbaban entre las ramas, los árboles no parecían más oscuros o amenazantes ni tampoco se atisbaban extrañas criaturas acechando entre la maleza: no había hadas, trasgos, duendes ni trols.
Viana, sin embargo, no bajó la guardia. Por una parte, tras su aprendizaje con Lobo, se sentía en el bosque como pez en el agua y tenía mucha confianza en sí misma y en sus capacidades. Pero, por otro lado, había pasado toda su vida escuchando historias terroríficas acerca del Gran Bosque, y nunca había dudado en su veracidad.
Llegó la noche, y la joven no había descubierto nada extraordinario. Al menos, no aún. Pero de todos modos, eligió para acampar un lugar resguardado en el hueco de un enorme árbol, y renunció a encender ninguna hoguera que pudiera revelar su posición. Ya no refrescaba tanto al caer la tarde, por lo que esperaba que su capa bastaría para mantenerse caliente y, además, guardaba en su morral algo de pan, queso y carne en el salazón, así que por el momento no necesitaba fuego para cocinar. Sabía, por supuesto, que tarde o temprano tendría que cazar, pero ya se lo plantearía más adelante, cuando no le quedara otra alternativa.
Se acurrucó, pues, al pie del árbol y se envolvió bien en su manto, dispuesta a pasar la noche. Daba por supuesto que sería incapaz de dormirse; pero oyó el canto de los grillos, el susurro de la brisa de los árboles y el ulular de un búho, y nada de aquello le pareció peligroso. Al contrario: le recordaba tano a su hogar en el bosque que no tardó en caer rendida por el cansancio.
Cuando despertó, todo seguía igual. Ningún hada la había transformado en animal durante su sueño ni había sido devorada por trol alguno. Y todas sus pertenencias seguían allí: los gnomos no se habían aventurado en su refugio para llevárselas, aunque descubrió que un ratón había husmeado en su morral y le había dado un par de mordiscos a lo que le quedaba el queso. «Y aún tenía suerte de que no había robado nada más», pensó Viana, un tanto avergonzada. Preocupada por si recibía visitantes sobrenaturales, había descuidado a los habitantes habituales del bosque.
Desayunó rápidamente y se pudo en marcha. A aquellas alturas, seguro que en el campamento ya habían notado su falta. Se preguntó si Lobo habría adivinado hacia dónde se dirigía y si, de ser así, iría tras ella. Viana no conocía a nadie que se hubiese internado tanto en el Gran Bosque como ella, y tampoco estaba segura de hasta dónde llegaba el respeto de Lobo hacia aquel lugar. Porque él se negaba a creer en la existencia de cosas tales como un manantial de la eterna juventud, pero, por otro lado, también le había repetido muchas veces que adentrarse en el Gran Bosque era una auténtica locura.
Por si acaso, apretó el paso. Le llevaba ventaja, pero el viejo caballero era muy diestro siguiendo rastros y, además, se desplazaba por el bosque con más facilidad que ella.
A lo largo de la jornada, sin embargo, empezó a notar que todo a su alrededor se volvía diferente. Los árboles parecían más altos, y su ramaje, más tupido. Se hacía cada vez que más difícil encontrar huecos entre la espesura, y los sonidos del bosque se oían con mayor intensidad, como si sus moradores fueran conscientes de que allí, en aquel reducto, no debían preocuparse de si los seres humanos los escuchaban o no. También empezó a ver especies de insectos y plantas que desconocía, y una pequeña criatura peluda, de enormes ojos redondos y larga cola anillada, la contempló sin inmutarse desde lo alto de una rama. Viana se quedó mirándola, con el arco a punto, por si fuera alguna especie de duende. Pero el animal trepó ligeramente hasta la copa del árbol y se perdió entre el follaje, y Viana no se preocupó más por él.
La tarde fue complicada. Cada vez le resultaba más difícil abrirse paso por aquel intrincado laberinto vegetal, pese a su entrenamiento junto a Lobo. Cuando se pudo el sol, casi se sintió aliviada porque tenía un buen motivo para detenerse y descansar.
La segunda noche en el Gran Bosque, sin embargo, fue bastante peor que la primera. La humedad del ambiente traspasaba su capa y la hacía añorar el calor de una buena hoguera, pero seguía sin atreverse a encenderla. De modo que volvió a tomar una cena fría y a arrebujarse en sus manto, tiritando. Y en esta ocasión los sonidos nocturnos, más extraños e inquietantes que aquellos a los que estaba acostumbrada, la mantuvieron alerta hasta bien entrada la madrugada.