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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

El alienista (33 page)

BOOK: El alienista
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Iba a sugerir que participaran en el juego, pues el carrito del vendedor era lo bastante pesado y el encontronazo parecía una excitante forma de igualar la apuesta, pero cuando me detuve un momento para estudiar sus respectivas expresiones y actitudes— Marcus se acercaba furioso y exaltado, y Sara pálida y aturdida— comprendí que algo extraordinario había sucedido y volví a guardar el dinero.

— ¿Qué diablos os ha pasado?— pregunté, dejando la jarra de cerveza sobre la mesa—. Sara, ¿te encuentras bien?

Ella asintió sin mucha convicción y Marcus empezó a inspeccionar febrilmente la terraza, estrujándose las manos con nerviosismo

— Un teléfono— pidió—. John, ¿dónde hay un teléfono?

— Adentro, junto a la puerta. Dile a Brubacher que eres amigo mío y te dejara…

Pero Marcus se alejaba ya en dirección al restaurante, mientras Kreizler y Lucius, que habían interrumpido su conversación, se levantaban y nos miraban intrigados.

— Sargento detective— llamó Kreizler a Marcus cuando éste pasó por su lado—. ¿Ha habido alguna…?

— Disculpe, doctor— dijo Marcus—, tengo que… Sara tiene algo que debería usted ver.— Marcus avanzó dos pasos hacia el interior del local por la puerta abierta que daba a la terraza y descolgó el teléfono, colocando el pequeño dispositivo cónico sobre una oreja mientras pulsaba frenéticamente la horquilla. Brubacher le miró sorprendido pero, ante una señal que yo le hice, dejó que Marcus prosiguiera.

— ¿Operadora? ¡Oiga, operadora!— Marcus empezó a dar pataditas con el pie derecho—. ¡Operadora! Necesito línea con Toronto. Sí, exacto, con Canadá.

— ¿Canadá?— repitió Lucius, y sus ojos se abrieron sorprendidos— ah, Dios… ¡Alexander Macleod! Entonces esto significa…— Lucius se volvió a Sara, como si de pronto comprendiera lo que a ella le pasaba, y seguidamente se reunió con su hermano al teléfono.

Yo acompañé a Sara a la mesa de Kreizler y a continuación ésta, muy lentamente, sacó un sobre del bolso.

— Esto llegó ayer a casa de los Santorelli— anunció en un tono seco, dolorido—. La señora lo ha traído a la Jefatura de Policía esta mañana; como no podía leerlo, ha venido en busca de ayuda. Aunque nadie parecía dispuesto a dársela, ella se ha negado a regresar a casa Al final me la he encontrado sentada en los peldaños de la entrada y se lo he traducido. O al menos en gran parte.— Depositó la nota en manos de Kreizler y bajó la cabeza—. Ella no ha querido guardársela, y como no hay nadie en Jefatura que pueda hacer algo con la nota, Theodore me ha pedido que la trajera, para ver qué hacía usted con ella, doctor.

Lucius regresó a nuestro lado, y tanto él como yo observamos ansiosos a Kreizler mientras abría el sobre. Cuando Laszlo hubo echado un vistazo al contenido, respiró aceleradamente pero en silencio y movió la cabeza.

— Bueno— murmuró en un tono que parecía indicar que había estado esperando algo parecido a aquello. Cuando todos nos hubimos sentado, Kreizler procedió a leer lo siguiente, con voz pausada y sin preámbulos (en la trascripción he conservado la ortografía original del autor):

Mi querida señora Santorelli:

No sé si es usted la fuente de las viles MENTIRAS que he leído en los periódicos o si detrás de todo esto está la policía y los periodistas forman parte de su plan, pero como me imagino que puede ser usted aprovecho esta ocasión para sacarla de su ignorancia.

En algunas partes de este mundo, como esas de donde vienen los asquerosos inmigrantes como ustedes, ha menudo se ha descubierto que se come carne humana con regularidad, mientras que otros alimentos son tan escasos que la gente se moriría de hambre si no la comiera. Yo personalmente lo he leído y sé que es cierto. Claro que suelen ser niños lo que comen, pues ellos son más tiernos y saben mejor, sobre todo el culo de un niño pequeño.

Luego esa gente que la come viene aquí a América y va cagando esa mierda de niños por todas partes, lo cual es realmente asqueroso, más asqueroso que un piel roja.

El 18 de febrero vi a su chico pavoneándose por ahí, con cenizas y pintura en la cara. Decidí esperar, y le vi varias veces antes de que una noche me lo llevara de AQUEL LUGAR. Un muchacho insolente, así que ya sabía que debía comérmelo. De modo que fuimos directamente al puente, allí lo até y me lo cargué rápidamente. Le saqué los ojos y el culo, y con ellos me alimenté una semana, asados con cebolla y zanahorias.

Pero en ningún momento le jodí, aunque imagino que habría podido hacerlo y a él le habría gustado. Murió sin que yo lo mancillara, y los periódicos deberían saberlo.

— No hay despedida ni firma— finalizó Kreizler, y su voz fue poco más que un suspiro—. Comprensiblemente…— Luego se sentó y se quedó mirando la nota sobre la mesa.

— Dios Todopoderoso…— musité, retrocediendo unos pasos y dejándome caer en una silla.

— Es él, sin duda— dijo Lucius, recogiendo la nota para estudiarla—. Este asunto sobre el… trasero, del que ningún periódico ha informado…— Volvió a dejar la nota y regresó junto a Marcus, que por teléfono todavía gritaba el nombre de Alexander Macleod.

Con mirada inexpresiva, Sara empezó a tantear en el aire a sus espaldas en busca de una silla. Laszlo agarró una y la deslizó detrás de la joven.

— No he podido traducírsela toda a la pobre mujer— dijo Sara con voz casi inaudible—. Pero le he leído lo más esencial.

— Has hecho bien— la tranquilizó Kreizler, agachándose a su lado para que no pudiera oírle ninguno de los clientes de la terraza—. Es preferible que el asesino esté pendiente de ella a que ella esté pendiente de el, de lo que él esté pensando. Pero la mujer no necesita conocer los detalles…— Después de regresar a su silla, Kreizler dio unos golpecitos con un dedo sobre la nota—. Bien, parece que la ocasión ha puesto en nuestras manos un maravilloso descubrimiento. Sugiero que lo aprovechemos.

— ¿Aprovecharlo?— inquirí, todavía algo conmocionado—. Laszlo, ¿cómo puedes…?

Kreizler no me hizo caso y se volvió hacia Lucius.

— ¿Sargento detective? ¿Puedo preguntarle con quién intenta contactar su hermano?

— Con Alexander Macleod, el mejor grafólogo de Norteamérica. Marcus estudió con él.

— Excelente— contestó Kreizler—. El sitio ideal para empezar. Con un análisis de estas características podremos entrar en una discusión más general.

— Aguarda un segundo— intervine, tratando de mantener la voz tranquila y de no exteriorizar todo el horror y la revulsión que sentía ante la nota, aunque en cierto modo me sentía asombrado por la actitud de los demás—. Acabamos de averiguar que éste…, esta persona, no sólo mato al muchacho sino que se lo comió, o al menos una parte… Y ahora ¿que esperáis averiguar a través de un maldito experto en escritura?

Sara alzó los ojos, y se obligó a intervenir.

— No, no, John. Ellos tienen razón. Ya sé que es terrible, pero párate un segundo a pensar.

— Así es, Moore— añadió Kreizler—. La pesadilla puede haberse hecho más intensa para nosotros, pero imagínate para el hombre que buscamos… Esta nota demuestra que su desesperación ha alcanzado cotas mas altas. De hecho, puede que esté entrando en una fase terminal de emociones autodestructivas…

— ¿Qué? Perdona, Kreizler, pero ¿qué estás diciendo?— El corazón seguía latiéndome aceleradamente, y mi voz sonó temblorosa al esforzarme para mantenerla en un susurro—. ¿Todavía vas a insistir en que está cuerdo, en que pretende que lo atrapemos? ¡Por el amor de Dios. ¡Se está comiendo a sus víctimas!

— Esto aún no lo sabemos— dijo Marcus sin levantar la voz aunque con firmeza, apoyado en el vano de la puerta que daba a la terraza, cubriendo con dos dedos el micrófono del teléfono.

— Exacto— declaró Kreizler, poniéndose en pie y volviéndose hacia mí, mientras Marcus empezaba a hablar nuevamente por el teléfono—. Puede que se coma partes de sus víctimas, John, pero también es posible que no. Lo que sin duda es cierto es que nos dice que se las come, consciente de que tal afirmación nos escandalizará y nos hará trabajar con mayor ahínco para encontrarle. Ésta es una acción de una persona cuerda. Acuérdate de todo lo que hemos averiguado: si fuera un loco mataría, cocinaría la carne, se la comería, y Dios sabe qué más haría sin decírselo a nadie… O al menos a nadie que sin duda acudiría inmediatamente a las autoridades con la información.— Kreizler me agarró fuertemente de los brazos—. Piensa en todo lo que nos está dando… No sólo su escritura, sino información. Gran cantidad de información para interpretarla.

— ¡Alexander!— volvió a gritar Marcus en aquel preciso momento, aunque esta vez con un tono de mayor satisfacción, y sonrió al proseguir—: Sí, soy Marcus Isaacson. De Nueva York. Tengo un asunto bastante urgente, y necesitaría aclarar un par de detalles…— Dicho esto, Marcus bajó la voz al tiempo que se apoyaba en el rincón junto a la puerta y su hermano se quedaba a su lado, esforzándose por escuchar.

Durante la conversación de Marcus por teléfono, que duró otros quince minutos, la nota permaneció encima de la mesa, tan horrible e inabordable a su manera como lo habían sido los cadáveres que el asesino había desparramado por todo Manhattan. De hecho, en cierto modo era incluso más espantosa pues, por lo que a nosotros se refería, y a pesar de la brutal realidad de sus acciones, el asesino no era más que una amalgama de rasgos. Sin embargo, el hecho de oír aquella voz auténtica y especial lo cambiaba todo de golpe. Ya no podría seguir siendo cualquier persona de por allí: él era él, el único cuya mente podía planear aquellas acciones, la única persona capaz de expresar aquellas palabras. Mientras contemplaba a los que apostaban en la terraza y luego a los transeúntes que pasaban por la calle, de pronto sentí que ahora sería mucho más probable que le reconociera si me encontrase con él. Era una nueva e inquietante sensación, una sensación que me resultaba difícil de aceptar; sin embargo, incluso mientras lo intentaba, ya me daba cuenta de que Kreizler tenía razón. Por muy terribles y problemáticos que fueran los pensamientos que dominaran al asesino, aquella nota no podía desecharse simplemente como una serie de desvaríos. Su coherencia era innegable, si bien tan sólo empezaba a vislumbrar hasta qué punto lo era.

En cuanto Marcus regresó del teléfono, cogió la nota, se sentó a la mesa y estudió intensamente el escrito durante cinco minutos. Luego empezó a emitir pequeños sonidos afirmativos, ante lo cual todos nos concentramos expectantes a su alrededor. Kreizler sacó un bloc de notas y una pluma, dispuesto a anotar cualquier cosa que pudiera interesar. Los gritos de los apostantes seguían estallando de vez en cuando, y yo les gritaba a mi vez para que no alborotaran tanto. Aquella petición normalmente habría despertado aullidos de ira y de escarnio, pero mi voz debió de reflejar algo de la gravedad del momento porque mis amigos obedecieron. A continuación, bajo la penumbrosa claridad de aquella hermosa y apacible tarde primaveral, Marcus empezó su exposición, bruscamente pero con claridad.

— En el estudio grafológico existen, de un modo general, dos áreas— explicó, la voz seca por la excitación—. La primera consiste en el examen del documento en su tradicional aspecto legal; es decir, un análisis estrictamente científico dirigido al cotejo y establecimiento de la autoría. La segunda consiste en un grupo de técnicas que son más…, en fin más especulativas. Casi nadie considera científico este segundo grupo, el cual no tiene mucho peso en los tribunales. Sin embargo, en varias investigaciones nos ha sido muy útil.— Marcus miró a Lucius, quien asintió sin decir nada—. Así que empecemos con lo básico.

Marcus hizo una pausa y pidió una jarra grande de Pilsener para que no se le secara la boca. Luego prosiguió:

— El hombre…, ya que en este caso el arranque de la pluma es indudablemente masculino… El hombre que escribió esta nota posee como mínimo varios años de escolaridad, que son los que precisa esta caligrafía, esta escolaridad se desarrolló en Estados Unidos hace quince años como máximo.— No pude evitar una mirada de perplejidad, ante la cual Marcus explicó—: Hay claros indicios de que se le enseñó, firme y regularmente, con el sistema Palmer de caligrafía. Ahora bien, el sistema Palmer se introdujo aquí en 1880, y pronto fue adoptado por las escuelas de todo el país. Siguió siendo lo que podríamos llamar dominante hasta el año pasado, en que empezó a ser sustituido en el Este y en algunas grandes ciudades del Oeste por el método Zaner-Blosser. Suponiendo que la enseñanza primaria de nuestro asesino terminara cuando éste no tenía más de quince años, ahora podría tener cualquier edad no superior a los treinta y uno.

Parecía un razonamiento acertado y, con un leve rasgueo de la pluma, Kreizler anotó todo esto en su bloc, para luego trasladarlo a la gran pizarra del 808 de Broadway.

— Si asumimos que nuestro hombre tendrá ahora unos treinta años— prosiguió Marcus— y que finalizó la escolaridad a los quince años o incluso antes, entonces ha dispuesto de otros quince años para desarrollar tanto su escritura como su personalidad. No parece que éste haya sido un tiempo particularmente agradable para él. En primer lugar, y tal como ya habíamos imaginado, es un mentiroso incorregible. Conoce perfectamente la gramática y la ortografía, pero se desvía mucho de su estilo para hacernos creer que no las conoce. Ved si no aquí en la parte superior de la nota. Ha escrito imagino e ignorancia, y luego ha puesto hache a la preposición a. Tal vez su idea fuera hacernos creer que es un ignorante, pero se ha despistado… En el párrafo final escribe correctamente imagino y la preposición a, al parecer sin problemas.

— Cabe suponer— musitó Kreizler— que al final de la nota estaba más preocupado por dejar clara su afirmación que por engañarnos.

— Exacto, doctor— dijo Marcus—. De modo que su escritura es extraordinariamente natural. La intencionalidad de las faltas de ortografía se refleja también en su escritura. En los pasajes falsos es mucho más vacilante, menos segura. A los acentos les falta la firmeza que tienen en los demás pasajes. Y su estilo revela lo mismo: vi a su chico, ceniza y pintura, etcétera… Pero luego deja escapar una frase como Murió sin que yo lo mancillara, y los periódicos deberían saberlo. Es del todo contradictorio… Pero si damos por sentado que repasó la carta después de escribirla, falló en ver la contradicción. Esto indica que si bien es un hábil planificador, posee un exagerado concepto de su propia habilidad.

Después de beber otro trago de Pilsener, Marcus encendió un cigarrillo y prosiguió en un tono más relajado:

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