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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

El alienista (34 page)

BOOK: El alienista
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— Hasta aquí, nos hallamos en un terreno bastante sólido. Todo es absolutamente científico y podría presentarse en los tribunales. Alrededor de los treinta, varios años de instrucción escolar básica, intento deliberado de engañar… Ningún juez lo rechazaría. Sin embargo, a partir de aquí las cosas ya no son tan claras. ¿Existen algunos rasgos de carácter que traicione la escritura? Muchos grafólogos opinan que toda la gente, no sólo los criminales, revelan sus actitudes más elementales durante el acto físico de escribir, independientemente de lo que digan las palabras escritas. Macleod ha realizado muchos experimentos en este terreno y creo que podría ser útil aplicar aquí sus principios.

— ¡En mi vida había visto a un gordo moverse así!— exclamó alguien desde el otro extremo de la terraza.

Estaba a punto de volver a pedir silencio pero observé que mis amigos estaban nuevamente atentos a sus asuntos. De modo que Marcus pudo proseguir:

— En primer lugar, la brusquedad de los rasgos y la extrema angulosidad de muchas letras sugieren que se trata de un hombre bastante atormentado. Se encuentra bajo una enorme presión interna y no es capaz de hallar otro desahogo que no sea la rabia. De hecho, el movimiento impulsor de la mano, como de golpe… Miren, ¿lo ven? Es tan pronunciado que cabe suponer una tendencia hacia la violencia física, quizás incluso hacia el sadismo. Pero es más complicado que todo esto, dado que existen otros elementos que contrastan… En el registro más elevado de la escritura, lo que denominamos la zona superior, pueden ver estos pequeños adornos en el recorrido de la pluma. Por lo general, suelen indicar a un escritor con imaginación. Sin embargo, en las zonas inferiores descubrimos gran confusión como muestra la tendencia a situar el lazo de las letras g y f en el sitio contrario del palo. No ocurre siempre, pero el hecho de que siga haciéndolo es importante pues aprendió caligrafía y en otros aspectos es muy deliberado y calculador.

— Excelente— admitió Kreizler, aunque advertí que su pluma no anotaba nada—. Pero yo me pregunto, sargento detective: ¿no podrían estos últimos elementos adivinarse a través del contenido de la nota, lo mismo que del análisis inicial, y en cierto modo científico, que ha hecho usted de la escritura?

Marcus asintió sonriente.

— Es posible. Y esto demuestra por qué el llamado arte de interpretar la escritura todavía no es aceptado como ciencia. Pero pienso que ha sido útil incluir las observaciones, ya que éstas al menos corroboran que no existe una marcada diferencia entre el contenido y la escritura de la carta. Si se tratara de un fraude, casi con toda certeza descubriría usted alguna laguna.— Kreizler aceptó la afirmación con un asentimiento de cabeza, aunque siguió sin anotar nada—. En fin, esto es casi todo por lo que respecta a la escritura— concluyó Marcus, y sacó el frasco que contenía polvo de carbón—. Ahora voy a espolvorear los bordes del papel en busca de huellas digitales y después comprobaré si coinciden.

Mientras lo hacía, Lucius, que había estado examinando el sobre comentó:

— No hay nada especial en el matasellos. La carta se envió desde la Oficina de Correos próxima al Ayuntamiento, pero es probable que nuestro hombre se trasladara expresamente hasta allí. Es lo bastante cuidadoso para pensar que examinaríamos el matasellos. Pero tampoco podemos descartar la posibilidad de que viva cerca del Ayuntamiento.

Marcus había sacado del bolsillo un conjunto de fotos de huellas digitales, y las iba comparando con el ahora manchado borde de la carta.

— Aja— murmuró—. Unas que concuerdan…—— Y al decir esto se esfumó la irreal pero vacilante esperanza de que la nota fuera falsa.

— Lo cual nos lleva al considerable trabajo de tener que interpretar el contenido— dijo Kreizler, y se sacó el reloj para comprobar la hora casi las nueve—. Sería preferible tener la mente despejada, pero…

— Sí— dijo Sara, que por fin había recuperado la serenidad—, pero…

Todos sabíamos qué significaba aquel pero: nuestro asesino no iba a intercalar en su calendario períodos de descanso para sus perseguidores. Con esta apremiante idea en la mente, nos dispusimos a regresar al 808 de Broadway, donde tendríamos que hacer café. Todos los compromisos que ingenuamente habíamos concertado para aquella noche quedaron implícitamente cancelados.

Cuando abandonábamos la terraza, Laszlo me rozó el brazo, indicándome que quería hablar conmigo en privado.

— Confiaba en estar equivocado, John— me dijo cuando los demás se hubieron adelantado—. Y puede que todavía lo esté, pero… Desde el principio he sospechado que nuestro hombre estaba observando nuestros esfuerzos. Si estoy en lo cierto, lo más probable es que haya seguido a la señora Santorelli hasta Mulberry Street y observado atentamente con quién hablaba. Sara dice que ha traducido la nota a la desgraciada mujer cerca de los peldaños de la entrada al edificio… Si el asesino estaba allí, no puede haberle pasado por alto la conversación. Incluso es posible que haya seguido a Sara hasta aquí; tal vez en este mismo momento nos esté observando…— Me volví a mirar hacia Union Square y las manzanas de edificios que nos rodeaban, pero Kreizler me detuvo de un tirón—. No. No se dejará ver, y no quiero que nadie sospeche nada, en especial Sara. Esto podría afectar su trabajo. Pero tú y yo debemos extremar las precauciones.

— Pero… ¿vigilarnos? ¿Por qué?

— Por vanidad, quizá— contestó Laszlo——. Y también por desesperación.

Me sentía confuso.

— ¿Y dices que lo has sospechado todo el tiempo?

Kreizler asintió mientras nos disponíamos a seguir a los demás.

— Desde el primer día, cuando encontramos aquel trapo manchado de sangre en la calesa. La página impresa con que estaba envuelto era…

— Un artículo tuyo— me apresuré a decir—. O al menos eso supuse.

— Sí— contestó Laszlo—. El asesino debía de estar vigilando el anclaje del puente cuando me llamaron para inspeccionar el sitio. Imagino que la página era una forma de indicar que sabía quién era yo. Y también de burlarse de mí.

— Pero ¿cómo puedes estar seguro de que fue el asesino quien la dejó?— pregunté, buscando el modo de evitar la espeluznante conclusión de que habíamos estado, al menos intermitentemente, bajo la mirada escrutadora de un asesino.

— El trapo…— explicó Kreizler—. Aunque manchado y ensangrentado, el tejido tenía un sorprendente parecido con el de la camisa del chico Santorelli… a la cual, como recordarás, le faltaba una manga.

Frente a nosotros, Sara había empezado a mirar inquisitivamente por encima del hombro, apremiando a Laszlo para que se diera prisa.

— Recuérdalo, Moore— me dijo éste—. Ni una palabra a los demás.

Kreizler corrió a reunirse con Sara y yo me quedé solo, echando una última mirada inquieta hacia la oscura extensión del parque de Union Square, al otro lado de la Cuarta Avenida.

Como suele decirse, las apuestas estaban subiendo.

21

— En primer lugar— anunció Kreizler esa noche nada más llegar a nuestro cuartel general y sentarnos ante nuestros escritorios—, creo que finalmente podremos deshacernos de una duda persistente.

En la esquina superior derecha de la pizarra, bajo el encabezamiento aspectos de los crímenes, había la palabra solo, con un interrogante al final, interrogante que ahora Laszlo borró. Ya estábamos relativamente seguros de que nuestro asesino no tenía cómplices: pensábamos que ninguna pareja ni grupo de compinches podían colaborar durante un período de años en una conducta como aquélla sin que alguno de ellos se hubiera delatado. En la fase inicial de la investigación, la única traba a esta teoría era la pregunta de cómo podía un hombre solo salvar las paredes y azoteas de las distintas casas de mala nota y los sitios en donde se habían cometido los asesinatos; sin embargo, Marcus había resuelto ese problema. Por lo tanto, si bien la utilización de la primera persona en la carta no era por sí sola un dato concluyente, cuando se tomaba conjuntamente con otros hechos parecía una prueba definitiva de que aquello era obra de un solo hombre.

Al asentir todos a este razonamiento, Kreizler prosiguió:

— Bien, pues… Pasemos al encabezamiento. ¿Por qué mi querida señora Santorelli?

— Podría tratarse de una fórmula a la que está acostumbrado— contestó Marcus—. Sería compatible con su escolaridad.

— ¿Mi querida?— inquirió Sara—. ¿A un alumno no le habrían enseñado a poner únicamente querida?

— Sara tiene razón— dijo Lucius—. Es exageradamente afectuoso e informal. Él sabe que esta carta va a destrozar a la mujer, y disfruta con ello. Está jugando con ella, sádicamente.

— Opino lo mismo— intervino Kreizler, subrayando la palabra sadismo, que ya se había anotado en el lado derecho de la pizarra.

— Y me gustaría señalar, doctor— añadió Lucius, convencido— que esto corrobora además sus costumbres de cazador.– Últimamente Lucius se había mostrado firmemente convencido de que los aparentes conocimientos anatómicos de nuestro asesino derivaban de que era un consumado cazador, debido a la naturaleza merodeadora de gran parte de sus actividades—. Ya hemos discutido el aspecto de la avidez de sangre… Pero esta forma de jugar confirma algo más, algo que va más allá del cazador ávido de sangre. Se trata de una mentalidad deportiva.

Laszlo sopesó el razonamiento.

— Su argumentación me parece correcta, sargento detective— dijo, y escribió deportista sirviendo de puente entre las áreas infancia e intervalo—. Pero necesitaré que me convenza algo más— marcó un interrogante después de la palabra—, teniendo en cuenta las condiciones previas y las implicaciones.

Dicho con sencillez, las condiciones previas para que el asesino fuera un deportista era cierta cantidad de tiempo libre en su juventud, para dedicarse a la caza no sólo como medio de supervivencia, sino también por placer. Esto implicaba, a su vez, que tenía unos antecedentes de clase alta urbana (la clase alta urbana era la única que disponía de tiempo libre en aquel entonces, antes de que se implantaran las leyes laborales de la infancia, cuando incluso los padres de la clase media tendían a obligar a sus hijos a trabajar muchas horas), o que se le había criado en una zona rural. Cada una de estas suposiciones habría reducido considerablemente nuestra búsqueda, y Laszlo necesitaba estar completamente seguro de nuestro razonamiento antes de aceptar cualquiera de ellas.

— Pasemos a la afirmación del párrafo inicial— prosiguió Kreizler—. Aparte del marcado énfasis en mentiras…

— Esta palabra ha sido repasada varias veces…— le interrumpió Marcus—. Tras ella hay gran cantidad de sentimiento.

— Entonces las mentiras no son un fenómeno nuevo para él— dedujo Sara—. Da la sensación de que está excesivamente familiarizado con la falta de honestidad y la hipocresía.

— Y aun así se escandaliza frente a ellas— dijo Kreizler—. ¿Alguna teoría al respecto?

— Esto lo relaciona con los muchachos— intervine—. En primer lugar, ellos se visten como chicas: una especie de engaño. Además, se prostituyen; es decir, se supone que deben ser sumisos. Sin embargo, sabemos que los que él ha asesinado solían ser problemáticos.

— Bien— aceptó Kreizler, asintiendo—. Así que no le gustan los engaños Sin embargo, él también es un mentiroso… Necesitamos una explicación para esto.

— Es un hombre culto— dijo Sara, simplemente—. Ha estado expuesto a la falta de honestidad, tal vez se ha visto rodeado por ella, y por eso la odia… Pero ha encontrado un sistema para superarlo.

— Y este tipo de aprendizaje sólo se hace una vez— añadí—. Y lo mismo sucede con la violencia: la vio, no le gustó, pero la aprendió. La ley de la costumbre y el interés, tal como explica el profesor James: nuestras mentes trabajan basándose en el propio interés, en la supervivencia del organismo, y los medios habituales de perseguir este interés se definen durante nuestra infancia y adolescencia.

Lucius había cogido el primer volumen de los Principios de James, y lo hojeó en busca de una página.

— El carácter se modela como el yeso— citó, alzando un dedo en el aire—. Nunca vuelve a ablandarse.

— ¿Incluso aunque…?— preguntó Kreizler, apremiándole a seguir.

— Incluso aunque esos hábitos sean contraproducentes en la edad adulta— contestó Lucius, pasando la página y recorriéndola con el dedo—. Aquí: El hábito nos condena a entablar la batalla de la vida según los dictados de nuestra propia naturaleza y de nuestra primera elección, y a sacar el mejor partido posible de una tarea que nos complace sólo porque no hay otra para la que estemos capacitados, y ya es demasiado tarde para volver a empezar.

— Una lectura alentadora, sargento detective— observó Kreizler—, pero necesitamos ejemplos. Hemos dado por sentado que existe una experiencia inicial, o puede que varias, relacionadas con la violencia, tal vez de tipo sexual…— Laszlo señaló un pequeño recuadro en blanco en la sección de la pizarra bajo el epígrafe infancia, el cual estaba enmarcado y con un subtítulo: Violencia moldeadora y/o vejación, la cual intuimos basándonos en la comprensión y práctica que él tiene de semejante conducta… Pero ¿y las emociones verdaderamente fuertes centradas en el engaño? ¿Podríamos nosotros hacer lo mismo?

Me encogí de hombros.

— Es obvio que él mismo puede haberse acusado de esto. Injustamente, con toda probabilidad. Tal vez con frecuencia.

— Exacto— contestó Kreizler, anotando la palabra engaño y, debajo de ésta, en el lado izquierdo de la pizarra, estigma del mentiroso.

— Y luego está la situación familiar— añadió Sara—. Hay muchas mentiras en el seno de una familia. El adulterio es probablemente lo primero que se me ocurre, pero…

— Pero esto no va forzosamente unido a la violencia— concluyó Kreizler—, y sospecho que debe ser así. ¿Podría el engaño relacionarse con la violencia, con incidentes violentos que se ocultaron deliberadamente y que eran desconocidos tanto dentro como fuera de la familia?

— Ciertamente— dijo Lucius—. Y sería mucho peor si la imagen de la familia fuera todo lo contrario.

Kreizler sonrió con auténtica satisfacción.

— Precisamente… De modo que si tuviéramos a un padre de apariencia respetable, que como mínimo pegara a su mujer y a sus hijos…

La cara de Lucius se contrajo un segundo.

— No me refería necesariamente a un padre. Podría ser cualquiera de la familia.

Laszlo desestimó la idea con un gesto de la mano.

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