—Así que algo te decía que te quedaras aquí, ¿no? —preguntó Rig a Jaspe.
—Aja. —El enano había encontrado un cajón vacío y se había sentado cerca del palo mayor, a tomar el sol.
—¿Es que no confías en mí?
—La confianza no tiene nada que ver en esto —contestó Jaspe—. Además, así tendré ocasión de aprender más del lenguaje de signos de Groller.
El marinero gruñó y levantó un cajón de embalaje.
—Pues hablando de signos, el que todas las mujeres se hayan ido con Dhamon lo interpreto como una mala señal.
* * *
La primera parada del grupo fue inesperada. Antes de que salieran de la zona portuaria, fueron sometidos a una inspección por los centinelas, unos caballeros negros.
Feril, que iba delante de todos, fue a la primera que pararon. Cuando Dhamon vio al grupo de caballeros negros rodeando a la kalanesti se acercó corriendo, con la mano sobre la empuñadura de la espada.
Shaon lo alcanzó y le cogió la mano para evitar que desenvainara el arma.
—No te importará que os acompañe, ¿verdad? —preguntó la mujer—. Me apetecía estirar un poco las piernas.
—No buscamos problemas —intervino rápidamente Feril.
—Bien —repuso un caballero negro alto mientras examinaba al grupo atentamente. Su ceja izquierda se arqueó cuando su mirada llegó a la elfa—. Y ahora, decidme, ¿qué andáis buscando aquí? —inquirió al tiempo que daba un paso hacia la kalanesti.
—¿Quién lo pregunta? —inquirió Ampolla, puesta en jarras.
Los otros tres caballeros negros se acercaron a la irascible kender, pero se pararon cuando el caballero alto levantó la mano como para hacerlos callar.
—Lo pregunto yo, por orden de Khellendros —dijo—. Haced cualquier otra pregunta y pagaréis doble la tasa portuaria.
—¿Qué tasa portuaria? —quiso saber Shaon.
—Triple —manifestó el caballero oscuro.
Dhamon dirigió una mirada ceñuda a sus compañeras.
—Yo hablaré por el grupo —dijo mientras apartaba a Feril y se situaba frente al alto caballero negro.
Mientras registraban una por una a las tres mujeres, Dhamon respondió a las preguntas del que parecía ser el jefe de los centinelas, que al final del interrogatorio obtuvo el pago de la tasa portuaria triplicada.
El registro a Ampolla fue el más largo. Los centinelas no paraban de encontrar más saquillos y bolsillos —más cosas— con gran deleite por parte de la kender.
Cuando finalmente consiguieron pasar el puesto de control de los caballeros negros, Ampolla no pudo guardar silencio durante más tiempo.
—Deberías haber dejado que fuera yo quien hablara. Todavía no se te da muy bien lo de mentir. Además, ¿por qué está el Azul tan interesado en las idas y venidas de la gente? Y, por cierto, ¿adonde vamos?
—A Refugio Solitario —respondió el guerrero, que se paró delante de la tienda de un cartógrafo que había visto desde el muelle.
El mapa de Jaspe estaba bien, pero era incompleto, y Dhamon quería algo un poco mas detallado y documentado. El mapa del enano, que agitó frente a la nariz de Ampolla, consistía en poco más que el puerto en forma de herradura, una «X» que indicaba Palanthas, y una línea de puntos que conducía a otra «X» al noreste de la ciudad. No había escala ni otros puntos de referencia. Se guardó el mapa en el bolsillo y entró en la tienda. Ampolla lo siguió.
Shaon y la kalanesti se quedaron fuera, en la acera de tablones, atrayendo las miradas curiosas y apreciativas de los transeúntes.
—Vamos —dijo Shaon, que señaló a una taberna cercana—. Apaguemos la sed mientras esperamos.
Feril encogió la nariz, pero acompañó a la mujer bárbara, picada por la curiosidad.
* * *
Dentro de la tienda, Dhamon se dirigió hacia un mostrador bajo, cuyo tablero estaba repleto de rollos de pergamino y recipientes con tinta. Las paredes del establecimiento se hallaban cubiertas con mapas viejos y amarillentos de edificios, ciudades, litorales e islas. Protegido tras un cristal había una representación de Palanthas antes de que la ciudad se extendiera fuera de la muralla circular de piedra. Sólo un puñado de muelles se adentraba en la bahía, y a un lado aparecía una leyenda indicando los sitios importantes, como la Torre de la Alta Hechicería, la Gran Biblioteca y la colina de los Nobles. También había mapas de las ciudades de Neraka, Qualinost y Tarsis, todos ellos realizados con pericia, que incluían hasta los más pequeños hitos y accidentes geográficos.
—Mira eso. —Ampolla señalaba al techo.
Un mapa de unos cinco metros cuadrados estaba clavado justo por encima de ellos. Era el dibujo de un monte, realizado en tinta negra, marrón y verde. Dentro del monte se superponían niveles y más niveles, treinta y cinco en total, de escaleras sinuosas, cámaras grandes y pequeñas, mecanismos gigantescos, y muchas otras cosas. Un sector inferior estaba señalado con el rótulo «vertedero», y Dhamon, estrechando los ojos, alcanzó a distinguir una minúscula silla rota tirada encima de un montón de desechos indistinguibles. Cerca había otras áreas rotuladas: agricultura, estación geotérmica, investigación, y sala de control de catapultas. Una red de cañerías se extendía desde el adyacente «cráter lacustre» y aparentemente abastecía de agua a todos los niveles del complejo.
—El Monte Noimporta.
El que había hablado era el propietario, un hombre mayor cargado de espaldas y con la cabeza, casi calva, salpicada de manchas oscuras. Salió de detrás de una cortina de lona y se dirigió al mostrador sin dejar de darse toquecitos en la blanca túnica con un trapo mojado para quitarse una mancha de tinta.
—Probablemente sea el mapa más preciso del lugar que encontraréis en todo Krynn —continuó—, incluso con todas las remodelaciones que los gnomos han estado haciendo.
—¿Lo dibujaste tú? —Ampolla estaba fascinada con el complejo mapa, y lo examinaba con la cabeza echada hacia atrás, de manera que el copete le colgaba a la espalda.
—Un gnomo que solía trabajar para mí nació allí. Él lo dibujó, así como algunos otros mapas que hay en la tienda. —El hombre suspiró mientras agitaba una mano en dirección a otras representaciones cartográficas muy minuciosas—. Murió hace un par de años. Todavía lo echo de menos.
Dhamon miraba fijamente un mapa que había en la pared, detrás del viejo propietario. Representaba una parte de tierra en forma de «V» con los yermos de Tanith formando el brazo izquierdo; las montañas, la parte inferior de la «V»; y el litoral de Palanthas, el brazo derecho. En la punta derecha aparecía el rótulo «Eriales del Septentrión».
—Con todos estos mapas, tienes que conocer la comarca a fondo —insinuó Dhamon—. Habrás visto muchas tierras.
—He vivido aquí toda mi vida —respondió el hombre—. Nunca he viajado mucho, pero respondo de la precisión de mis mapas.
—Así que conoces la ciudad al dedillo.
—He visto prosperar a Palanthas, y la he visto sufrir. He presenciado cómo un extraño terremoto se tragaba la Torre de la Alta Hechicería hará unos treinta años. Tenía un plano de la torre, pero ya no vale para nada. Nadie necesita un plano de un punto negro. Muchas cosas se han perdido desde entonces...
—Veo que hay algunos mapas interesantes —lo interrumpió Dhamon, cambiando de tema—. ¿No tendrás por casualidad el de un lugar llamado Refugio Solitario?
El hombre arqueó una ceja blanca como la nieve.
—No es más que un montón de viejas ruinas. ¿Para qué ibas a querer ir allí?
—Para ver a Palin Majere —dijo Ampolla, que se apartó rápidamente a un lado para evitar que Dhamon le diera un fuerte codazo—. Tenemos que ir allí para encontrarnos con él. Al menos, eso es lo que por casualidad oí que Goldmoon le decía a Dhamon.
—Palin Majere. —El anciano soltó un suave silbido mientras miraba al guerrero de hito en hito—. No queda mucha magia en Krynn, pero la que exista, él la conocerá. Es un hechicero, uno de los pocos que quedan... y uno de los más poderosos.
—¿Lo conoces? —preguntó la kender, aunque sus ojos seguían prendidos en el admirable trazado del enorme Vestíbulo Exterior del Monte Noimporta.
—No. Pero lo he visto un par de veces. Visitó la Torre de la Alta Hechicería después de la guerra de Caos.
—¿Qué hay de Refugio Solitario? —instó Dhamon.
—Ah, sí. Bueno, el desierto rodea Refugio por tres lados, y en el cuarto hay una costa rocosa que se precipita en el mar. Tengo un mapa de la zona que indica dónde están las ruinas, pero no puedo garantizarte que sigan todavía en pie. —Buscó en una estantería y sacó un pergamino—. Cuesta cinco monedas de acero.
Dhamon reaccionó con evidente sorpresa ante el elevado precio.
—Impuestos —dijo el anciano, que señaló a un grupo de caballeros negros que pasaban ante la tienda.
El guerrero rebuscó en su bolsillo y puso el dinero sobre el mostrador.
—Tres —regateó la kender.
—Ya le he pagado al hombre, Ampolla. —Dhamon se guardó el mapa en la mochila—. Vámonos.
—¿A Refugio Solitario?
—Después de comprar algunas provisiones.
La kender sonrió. Todavía exploraría un poco más la ciudad.
* * *
A despecho de la claridad de la mañana en el exterior, estaba oscuro dentro de la taberna, y sólo junto a las escasas ventanas del establecimiento no había sombras. La taberna se encontraba abierta y concurrida por marineros, que parecían estar siempre dispuestos a echar un trago a cualquier hora del día.
El lugar era una única sala abarrotada de viejas mesas y sillas. Había un fuerte olor a alcohol y a sudor. Ruedas de timón, pequeñas anclas oxidadas, faroles, catalejos rotos y un surtido de cabillas adornaban las paredes. En el techo, aquí y allí, había redes colgadas, y una lámpara grande de hierro forjado pendía del centro.
El aire salado que entraba por la puerta delantera sólo conseguía incrementar la mezcolanza de olores. Ron, sudor, buñuelos fritos y humo de pipa competían por atraer la atención de Shaon y Feril.
Seis marineros estaban sentados alrededor de una mesa que había junto a la puerta. Cuatro de ellos intentaban jugar una partida de dados, en tanto que los otros dos roncaban con la cara apoyada en el tablero. Una par de tipos de aspecto tosco, con la piel curtida por el sol y el aire, se hallaban sentados a otra mesa cercana, observando a los marineros y dando buena cuenta de una fuente de huevos y carne de vaca. Vestían chalecos de piel de lagarto, polainas de confección casera, y sandalias, y llevaban el cabello largo y despeinado.
—Huele peor que la madriguera de una comadreja —protestó Feril, torciendo el gesto.
—Bueno, la verdad es que aquí encontrarás muchas de esas alimañas —respondió Shaon. La mujer bárbara se dirigió hacia la pared trasera de la sala, donde había un largo mostrador de color caoba oscuro. Detrás, un hombre joven secaba unos vasos.
—¡Buenos días, señoritas! —saludó en tono jovial. Sus ojos observaron fijamente a Shaon y su llamativo atuendo, y después se clavaron en la exótica kalanesti—. ¿Qué va a ser?
—Cerveza. —Shaon soltó una moneda de acero sobre el mostrador.
—¿Tan pronto? —susurró Feril. La elfa encogió la nariz en un gesto de asco.
Los dedos del cantinero se cerraron presurosos sobre la moneda.
—De la mejor que tengo —dijo mientras llenaba una jarra y la ponía delante de la mujer bárbara—. Lo mejor para mi clienta más hermosa. Mis dientas más hermosas —se corrigió de inmediato.
Shaon echó un trago y retuvo el cálido líquido en la boca antes de tragárselo.
—Está buena —manifestó—. ¿Conoces un sitio llamado Refugio Solitario? Está fuera de la ciudad, en alguna parte.
—No hay nada fuera de Palanthas que me interese —respondió el cantinero, sacudiendo la cabeza—. Y os aconsejo que no os aventuréis fuera de los límites de la ciudad.
La mujer de piel oscura ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
El cantinero se acercó más a ella y bajó la voz a un susurro apenas audible:
—Y también os aconsejaría que os marcharais de Palanthas. Damas como vosotras atraen la atención sobre sí, y ha estado desapareciendo gente en la ciudad, viajeros en su mayoría. —El cantinero señaló a la pareja de tipos de aspecto tosco—. Podéis preguntarles. Son de una zona al noreste de la ciudad. Dicen que la gente que vive por allí está asustada. Muy asustada.
Shaon se dirigió hacia los dos hombres y acercó una silla a su mesa. Feril se quedó junto al mostrador, ya que el olor de la cera utilizada para abrillantar la oscura madera mitigaba un poco la fetidez.
* * *
—¡Están allí! —gritó Ampolla. La kender señalaba calle abajo con la punta metálica que remataba el dedo del guante. Shaon y Feril salían de una taberna.
»
Vamos de compras —explicó—. A coger provisiones.
—¿Conseguiste el mapa? —preguntó Shaon.
Dhamon asintió con la cabeza, y la mujer bárbara extendió la mano.
—Déjame verlo. —Desdobló la hoja de pergamino que parecía tela, y siguió con el índice una línea de aldeas que conducía hacia el noreste—. Aquí —dijo, señalando un pueblo en particular—. Los bárbaros que viven en los yermos están desapareciendo, como también algunos viajeros y cabreros que viven en las colinas. Una pequeña aldea que está entre Palanthas y un sitio llamado Fresno, que debe de ser éste de aquí, se ha quedado desierta. Nadie sabe dónde están los vecinos. No fue un ataque del dragón; todo está en perfecto estado, intacto. Sólo que falta la gente. Y los que viven fuera de Palanthas no son los únicos que están desapareciendo.
—¿Cómo te has enterado de todo eso en tan poco tiempo? —resopló Ampolla, algo herida en su orgullo.
—Dos hombres de Fresno nos lo contaron —respondió Feril—. Por lo visto, Fresno es una población bárbara de buen tamaño que está a unos ciento cincuenta kilómetros de aquí.
—Los hombres con los que hablamos no tenían planeado regresar siquiera a casa —añadió Shaon—. Están asustados.
—Fresno está en el camino a Refugio —musitó Dhamon—. Podríamos parar y echar un vistazo por allí. Hay otros cuantos pueblos pequeños entre Palanthas y Refugio. No nos llevaría mucho tiempo investigar en ellos. Quizás un par de días, dos y medio como mucho. Merece la pena. —Se guardó el mapa y tanteó en el bolsillo para contar el dinero que le quedaba—. Voy a ver cuánto cuestan unos caballos. Si pensáis acompañarme, nos encontraremos en la puerta oeste dentro de una hora.