Al caer la noche ya se habían reunido con
Furia,
y se encontraban escondidos detrás de un pequeño cerro, espiando a través de una grieta abierta en las rocas. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban sobre el descorazonador panorama que había a unos metros de distancia: un corral lleno de personas cautivas.
Los prisioneros estaban arremolinados, sus taciturnos semblantes alumbrados con el resplandor de una lumbre de campamento que ardía a poca distancia. Sentado frente al fuego había un ogro de piel amarilla oscura e hirsuto pelo verde, dándole vueltas y más vueltas a una pata de venado chamuscada mientras mascullaba en voz baja.
—Debe de haber cincuenta o sesenta ahí dentro —susurró Feril. Estaban tan apelotonados que muy pocos tenían sitio suficiente para sentarse o tumbarse. La kalanesti vio que algunos dormían de pie, apoyados contra la valla—. Me parece que he localizado a Groller. Pero sólo veo al ogro que está sentado frente a la hoguera. Podríamos reducirlo fácilmente.
—Tiene que haber más de uno —repuso Palin en voz baja—. Son brutales y fuertes, pero nunca viajan solos. —Asomó la cabeza por encima de la elevación, corriendo el riesgo de ser descubierto—. Allí enfrente. Cuento ocho figuras contra la ladera del cerro opuesto. No estoy seguro si son ogros. Parecen menos corpulentos. Es posible que sean humanos. Hay una tienda cerca, y dentro probablemente haya más. Salvar a vuestros amigos no va a resultar fácil. —El mago se retiró de su puesto de observación y miró pensativamente a sus compañeros de viaje.
—Quiero liberarlos a todos —susurró Dhamon—, no sólo a nuestros amigos. Daré un rodeo por el otro lado, y veré si puedo deslizarme en la tienda para ocuparme de los ogros que haya dentro.
—Creo que puedo colarme en el campamento y asegurarme de que Rig, Groller y Jaspe están en el corral —dijo en voz baja Feril.
—Ten cuidado —advirtió el guerrero.
Ella asintió y le dedicó una leve sonrisa antes de alejarse furtivamente.
—Yo intentaré mantener a raya a los ogros que están fuera —anunció Palin.
—No tienes armas —lo previno Dhamon.
—No las necesito. —El mago ensayó mentalmente algunos hechizos con el propósito de decidir cuál sería más apropiado.
Dhamon empezó a alejarse y
Furia
fue tras él. La kalanesti, que les llevaba ventaja, fue asaltada por una docena de olores diferentes: el tufo de los cautivos, mezcla de sudor y miedo; la pestilencia de los ogros, que al parecer pasaban meses sin bañarse, y el hedor de un montón de excrementos. Mientras Feril corría para ocultarse detrás, el ogro que estaba junto a la hoguera levantó la vista y olisqueó. Tras soltar un gruñido, volvió a mirar el ennegrecido trozo de carne y se puso a devorarlo. Feril se internó un poco más en el campamento.
Pasó junto a un montón de restos y esqueletos de antílopes y venados. El viento cambió de dirección, y la elfa estuvo a punto de vomitar al llegarle el olor a carne podrida que todavía seguía pegada a los huesos de los animales. También percibió el fuerte olor a aguamiel. Los ogros estaban bebiendo, al menos algunos de ellos. Quizás habían tomado suficiente para embotar sus sentidos, pensó.
La kalanesti apresuró sus pasos camino del corral al pasar por una zona abierta. El corazón le palpitó con fuerza cuando divisó las ocho figuras que Palin había localizado. Definitivamente, no eran ogros. Había dos caballeros negros y seis seres de aspecto humano que eran bastante altos. Su espeso cabello les caía en mechones retorcidos y lo llevaban decorado con plumas. Sus musculosos cuerpos, de largas extremidades, estaban pintados con trazos azules.
La elfa también atisbo un grupo de ogros, poco más de una docena, que estaban recostados en un terraplén y masticaban trozos de carne con entusiasmo. Era imposible que Palin los hubiera divisado, ya que se encontraban detrás de la tienda hacia la que Dhamon se dirigía. El guerrero los vería, desde luego, sólo que eran demasiados para hacerles frente. Feril confió en que Dhamon no hiciera una tontería. La elfa llegó al corral, pasó por debajo de la valla inferior rodando sobre sí misma, y se perdió rápidamente entre la muchedumbre.
—¡Feril! —La voz baja, contenida, era de Jaspe. Sus cortas y regordetas manos tiraron de las de ella—. ¿Qué haces aquí?
—Vengo a rescataros —contestó la kalanesti—. ¿Rig está vivo?
El enano señaló con la barbilla hacia el centro del corral. Groller estaba junto a Rig, que superaba en estatura a casi todos los prisioneros. El corpulento marinero la agarró por los hombros y se situó de forma que su corpachón tapara a la elfa del ogro que acababa de terminar la carne y se dirigía ociosamente hacia el corral. Los otros prisioneros se apiñaron a su alrededor, la curiosidad despierta por la recién llegada.
—¡No! —espetó Rig—. Apartaos, o el ogro se imaginará que pasa algo raro. —La feroz mirada del marinero y la actitud de Groller mantuvieron alejados a los otros prisioneros—. ¿Dónde está Shaon?
—En el barco —explicó Feril rápidamente—. Alguien tenía que quedarse y cuidar del
Yunque.
Pero Dhamon está aquí, y también Palin Majere.
—¿Quién?
Un estampido sacudió el campamento; fue un estruendo atronador que conmocionó a todos e hizo dar un respingo a la mayoría de los prisioneros. La peste a carne quemada impregnó el aire hasta el punto de hacer lagrimear a Feril.
—Eso tiene que haber sido obra de Palin —susurró la elfa—. Es hechicero. Vamos, salgamos todos de aquí. —Echó a correr hacia la valla, pero vaciló un instante al fijarse en un gran agujero abierto en el centro del campamento, donde antes estaban las ocho figuras. Una columna de humo ascendía en el aire. El ogro que iba camino del corral también contemplaba fijamente el cráter. El boquiabierto bruto fue cogido por sorpresa cuando los prisioneros salieron a través de la valla y lo arrollaron.
Los doce ogros que quedaban vivos corrieron hacia la elfa y la multitud que huía. Un caballero negro también seguía vivo, e impartía órdenes a voz en grito, algunas de las cuales Feril alcanzó a oír:
—¡No los matéis! ¡Prendedlos! —bramaba.
Furia
se había lanzado sobre el ogro que iba a la cabeza, gruñendo y lanzando dentelladas. Agachándose para coger impulso, el lobo saltó y fue a chocar contra el pecho del ogro, al que tiró de espaldas.
A través de la brecha abierta entre los feos cuerpos amarillentos, Feril divisó a Dhamon. Los ogros lo tenían rodeado.
—¡Hacia las piedras! —dirigió la elfa a los prisioneros que huían a la carrera. Señaló frenéticamente hacia el hechicero canoso que estaba de pie sobre una roca plana, semejante a una mesa. Sus manos eran un remolino en movimiento, tejiendo un dibujo de pálida luz amarilla en el aire—. ¡Deprisa! —gritó, animándolos. Después giró sobre sus talones para hacer frente a los ogros que cargaban contra ellos. Rig estaba a su lado.
—¡Guardaron nuestras armas en la tienda! —gritó el marinero—. ¡Sin ellas, acabarán con nosotros! —Dicho esto, salió disparado hacia los ogros atacantes y, consiguiendo por los pelos esquivarlos, se coló dentro de la tienda.
Feril metió la mano en su bolsa y pasó los dedos sobre objetos diferentes. Seleccionó un guijarro pulido y lo levantó al tiempo que iniciaba una salmodia. Tres ogros se dirigían hacia ella, y la elfa aceleró el ritmo del cántico. El resto de los ogros se había separado para ir en persecución de los prisioneros.
—Vamos, Feril —oyó que Jaspe la urgía, detrás de ella, pero la kalanesti no le hizo caso. Por el rabillo del ojo vio a Groller lanzado a la carga. El semiogro había arrancado un trozo de la valla para usarlo como garrote. Salió al paso del ogro más grande y descargó la improvisada arma en su feo estómago amarillento. El ogro se dobló, y Groller lo volvió a golpear; esta vez lo alcanzó en la nuca y lo derribó de bruces.
El cántico de Feril se oía por encima del pataleo de pies. Era una antigua melodía elfa sobre los bosques y la tierra. La brisa cesó a medida que la fuerza y el volumen del canto aumentaba gradualmente, y entonces sonó la última nota. La kalanesti arrojó el guijarro a los dos ogros que cargaban contra ella. Conforme la piedra giraba en el aire hacia ellos, empezó a brillar y a aumentar de tamaño, igualó el puño de un hombre, y después siguió creciendo aun más y alcanzó al menos corpulento en el pecho. Cogido por sorpresa, el ogro perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Groller llegó junto a él en un visto y no visto, y descargó el garrote en su cráneo.
El tercer ogro saltó sobre la elfa; sus sucias garras se cerraron en torno a la cintura de la mujer y se hincaron mientras la empujaban hacia el suelo. Las uñas atravesaron el vestido y se clavaron en su carne. Entonces, de repente, la bestia se puso rígida, sus garras se aflojaron, y, al tiempo que exhalaba un gemido, cayó de bruces, aplastando con su peso a la kalanesti. Su aliento apestoso le provocó una arcada. De la boca del ogro manaba sangre que goteó en la mejilla de Feril. La elfa rodó sobre sí misma y salió de debajo del ogro; vio a Jaspe plantado ante ella, con los dedos pringados de sangre y una expresión sombría en el rostro. De la espalda del ogro sobresalía una estaca de madera.
Feril se incorporó de un salto y miró en derredor. Groller blandía su garrote en un amplio círculo, manteniendo a raya a cuatro ogros. Otros cuatro se aproximaban a los prisioneros que huían. Entonces unos brillantes haces de luz salieron volando de los dedos de Palin y se descargaron sobre las bestias, dando un poco de tiempo a los prisioneros para que llegaran a salvo hasta las rocas. Los ogros sufrieron una sacudida y se inclinaron hacia adelante casi a la vez, agarrándose los brillantes estómagos mientras aullaban de dolor.
El bruto más grande, el que la elfa suponía que era el cabecilla, se retorcía y maldecía, enzarzado en un cuerpo a cuerpo con
Furia,
aunque no parecía que el lobo corriera el menor peligro.
Feril volvió la vista hacia la tienda y echó a correr en esa dirección, seguida de cerca por Jaspe. Dhamon, con la camisa teñida de carmesí por la sangre, estaba de espaldas a la tienda y blandía la espada en un alto arco sobre su cabeza. Cinco ogros lo atacaban, gruñendo y maldiciendo. Arremetió bruscamente hacia la derecha cuando uno de los ogros se abalanzó sobre él, y a continuación lanzó una estocada frontal. La espada alcanzó el cuello de la bestia y hendió músculo y hueso. La sangre salpicó en el aire, y el decapitado bruto cayó de rodillas antes de desplomarse de bruces.
Los restantes ogros vacilaron, y el guerrero aprovechó el momento para atacar hacia adelante, impulsando su espada como una lanza, de manera que la hundió en el vientre de uno de los brutos. La hoja lo traspasó de parte a parte y asomó por la espalda del ogro al tiempo que Dhamon levantaba la pierna para hacer palanca contra la bestia y extraer su arma. El ogro cayó al suelo de cara, casi a los pies del marinero, que salía de la tienda en ese momento.
Dos de los ogros que quedaban seguían pendientes de Dhamon, pero el tercero volvió su atención hacia Rig. El bruto miró ceñudo al hombretón y cargó contra él, gruñendo y babeando saliva maloliente. Rig estaba preparado, con una daga aferrada en la mano izquierda y el alfanje en la derecha.
—Ahora no soy una presa dormida —lo zahirió el marinero—. Ahora no te será tan fácil reducirme.
El ogro se abalanzó sobre él, y Rig descargó la espada. La hoja penetró en la garganta de la criatura, que no frenó el impulso y se precipitó sobre el marinero con los brazos extendidos de manera que le clavó las uñas en el pecho. Al mismo tiempo, el marinero arremetió con la daga y la hundió una y otra vez en el costado de su adversario. El ogro se desplomó, arrastrando en su caída a Rig, que maldijo y empujó a la moribunda bestia para quitársela de encima y levantarse trabajosamente.
Los ojos de Dhamon tenían un brillo implacable y se prendieron en el ogro más grande de los dos que todavía lo acosaban. El guerrero fintó a la derecha, se hincó de rodillas en el suelo, y descargó un golpe con la espada hacia adelante y hacia arriba que seccionó la garra de la bestia. El ogro aulló y apretó el sangrante muñón contra el pecho mientras su compañero se lanzaba al ataque, enfurecido y babeante. La espada de Dhamon volvió a descargarse y alcanzó al ogro más pequeño en una pierna, abriendo un profundo tajo y dejando a la vista el hueso. Pero el ogro hizo caso omiso de la herida y se abalanzó sobre el guerrero, al que lanzó contra la tienda de un golpe en el pecho con el peludo hombro. La vieja lona ondeó alrededor de los combatientes, se combó y crujió antes de ceder, y ogro y humano rodaron por el suelo.
Un caballero negro salió gateando entre la solapa de la tienda medio hundida.
—¡Bestias incompetentes! —bramó.
El ogro más corpulento, al que Dhamon había mutilado, retrocedió unos pasos mirando al hombre con aprensión.
—¡Mátalos! —ordenó el caballero, señalando a los tres compañeros que se aproximaban rápidamente.
—¡Huye o morirás! —gritó Rig al tiempo que amagaba un ataque.
Desconcertada, la bestia se quedó inmóvil un instante, pero cuando Jaspe gruñó y dio un paso adelante blandiendo su improvisado garrote, el ogro dio media vuelta y se perdió en la oscuridad renqueando, todavía con el sangriento muñón apretado contra el pecho. Cuando los tres compañeros volvieron su atención hacia el caballero negro, descubrieron que éste había desaparecido.
Rig y Feril corrieron hacia la tienda derrumbada parcialmente y tiraron de la lona con brusquedad. Una garra ensangrentada se alzó hacia ellos con intención de propinar un golpe, pero Rig se las ingenió para agarrar el brazo del ogro. Mientras el marinero forcejeaba con la bestia, sintió que ésta se estremecía. Sus músculos se tensaron y después se quedaron fláccidos. Rig soltó el brazo y dio un paso atrás para dejar paso a Dhamon, que salía gateando de la tienda.
Feril llegó junto al guerrero en un instante y lo ayudó a incorporarse.
—Cuánta sangre —dijo la elfa, impresionada.
—No es mía. —Dhamon envainó la espada y se despojó de la camisa de seda rasgándola por la espalda. Feril soltó un suspiro de alivio al comprobar que no estaba gravemente herido.
—Gracias por rescatarnos —dijo Rig.
El guerrero respondió con una leve inclinación de cabeza, y entonces sus ojos se desorbitaron al contemplar la carnicería. Groller había acabado con cuatro ogros sin más ayuda que su garrote, y ahora se encaminaba hacia otro grupo que se estaba incorporando trabajosamente; eran los ogros que Palin había puesto fuera de combate durante un tiempo con sus descargas de luz mágica.
Furia
tenía plantadas las patas sobre el pecho del ogro más grande; la sangre goteaba entre sus fauces. Alzó la cabeza hacia el cielo y lanzó un aullido.