Read El astro nocturno Online

Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

El astro nocturno (44 page)

BOOK: El astro nocturno
2.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Cuando el ejército ha dejado atrás las montañas de la sierra de la Orospeda, un grupo de hombres a caballo se les une, pertenecen a la tribu de Samal, quien galopa al frente de ellos. Tariq se alegra al ver al viejo amigo. Aquella noche, una vez que el ejército ha acampado. Tariq llama a Samal ben Manquaya, su pariente y camarada.

—¿Dónde está…?

—La acomodé con mis esposas, en las tierras que nos disteis. Los hombres de Musa llegaron buscándola; pero no consiguieron encontrarla porque la escondimos. Desde entonces, ella estaba continuamente nerviosa, asustada. Un día llegó un muchacho, un chico nervioso, de menguada inteligencia. Se alegró mucho al verle. Al día siguiente, ambos habían desaparecido.

—¿No la buscasteis?

—Por todas partes. Pensamos que la encontraríamos enseguida porque dado su estado no podía caminar muy lejos, pero no fue así, se desvaneció. Yaiza, mi primera esposa, y las otras mujeres le han tomado mucho afecto: piensan que algo le ha sucedido. Otras piensan que se ha esfumado porque era bruja…

—Lo es… —afirma Tariq para sí.

El jefe bereber no sigue preguntando. Sabe que la ha perdido. Es inútil insistir. Siente que la suerte le ha dado la espalda. Sí, se la dio años atrás, cuando Floriana fue asesinada. Le parece que todo lo que ama se esfuma ante sus ojos, que todo en su vida está siendo un espejismo. La justicia y la paz para las tierras ibéricas que Tariq anhelaba tras la victoria sobre Roderik se han esfumado ante la presión del árabe. Ahora siente la ausencia de aquella mujer, Alodia, alguien que había llevado algo de calor a su corazón helado. De nuevo, su espíritu se endurece y decide olvidar a una mujer a la que no comprende. La vida le ha llevado a una conquista que quizá ya no desea, pero no es el momento de volver atrás. Él es un
muyaidin
, un hombre de la
yihad
, que debe proseguir el combate aunque quien controle al ejército de Allah, el Todopoderoso, el de los Cien Nombres, sea alguien a quien considera despreciable.

La campaña militar se desarrolla bajo la protección de Allah, Señor del Universo, el Compasivo, el Misericordioso, el Dueño del día del Juicio.

Nadie se opone a su paso.

Siguen el curso del Henares por la antigua calzada que une Complutum con Caesaraugusta. A través de Titulcia,
[67]
Complutum,
[68]
Arriaca,
[69]
Caesada,
[70]
Segontia,
[71]
la senda romana llega a Arcóbriga,
[72]
a la ciudad iberorromana de Bilbilis
[73]
y Nertóbrida.
[74]

El ejército de Allah, las tropas islámicas, prácticamente no encuentran resistencia. Al escuchar el estruendo de los tambores árabes, el corazón de las gentes cristianas se encoge por el temor. Las ciudades al paso del enorme ejército musulmán solicitan la paz y se rinden ante Tariq sin apenas guerrear. Musa confirma las capitulaciones de su lugarteniente mediante diversos pactos que se conservarán durante siglos y darán lugar a las heterogéneas relaciones de cada ciudad, cada villa, cada pueblo con el gobierno del Islam.

Las siempre victoriosas huestes musulmanas avanzan rápidamente hacia la Frontera superior. Al no haber luchas, no hay desgaste ni tampoco tiempo perdido en neutralizar resistencias. En poco más de una semana, el ejército de Allah alcanza Caesaraugusta.
[75]
Musa y Tariq comienzan a sitiarla, pero no hay necesidad de un enfrentamiento armado, la capital junto al río Iberos se rinde sin combatir ante las fuerzas enemigas.

Las puertas de Cesaraugusta se abren y los conquistadores atraviesan las murallas, cabalgando lentamente por el antiguo cardus romano, eje de la ciudad. Dejan a su derecha las ruinas del teatro y de las termas romanas, cruzan el decumanus maximus y llegan a lo que resta de los foros, convertidos ahora en mercado público. Allí se agolpan las gentes de la urbe, una mezcla de godos e hispanorromanos, entre los que se pueden ver muchas personas de aspecto judío. Tariq se da cuenta de que son estos últimos los que más aclaman la llegada de sus correligionarios. El resto de los habitantes de Caesaraugusta observa a aquellos hombres envelados y de piel oscura con curiosidad y con una cierta prevención.

Ya en los foros, ven a la izquierda el lugar donde, siglos atrás, una leyenda cuenta que se apareció la Madre de Cristo. Allí se alza una pequeña construcción de piedra muy cercana al templo de Augusto, y contigua al puerto fluvial. En la parte derecha se alza la iglesia de San Vicente, la sede episcopal, un edificio de piedra, de gruesas paredes y estrechas ventanas. Las puertas están abiertas para permitir que el obispo reciba a los conquistadores. Dentro de la iglesia, bajo aquellos anchos muros, el prelado firma un pacto por el cual cede a los conquistadores la mitad de las iglesias de Caesaraugusta, que serán convertidas en mezquitas.

Musa se encamina al palacio del gobernador visigodo, ya sabe que ha huido días atrás hacia tierras francas. Allí distribuye entre los jefes árabes los palacios de los nobles de la ciudad, que han marchado ya a guarecerse en lugares más seguros de las montañas del Pirineo. Aquella noche, a pesar del pacto, las tropas árabes arrasan la urbe. Necesitan comida y mujeres. El gobernador de Kairuán no impide el pillaje.

Al oscurecer, mientras la ciudad está siendo saqueada, en la nueva residencia de Musa se celebra un gran banquete. El vino corre entre las mesas, pese a las protestas de los más religiosos. El gobernador Musa bebe en la gran copa dorada con incrustaciones de ámbar y coral, ahíto de orgullo y de soberbia. Tariq, ante aquel espectáculo, se estremece, retirándose a una balconada que se abre a las callejas de Caesaraugusta. Desde allí escucha los chillidos y lamentos de alguna mujer que quizás está siendo mancillada, risas obscenas y a lo lejos, gritos. Es la guerra, las tropas se solazan tras los pesados días de marcha. Tariq piensa en el piadoso tabí, que no hubiera aprobado aquel comportamiento; pero poco antes de iniciar la campaña hacia la Frontera superior, Alí ben Rabah junto con Al Rumí, el bizantino, había sido enviado a Damasco por Musa. El califa había reclamado la presencia del gobernador, pero éste decidió enviar una delegación liderada por Alí, para divulgar en la corte los méritos de la conquista de Hispania; alejándolo así de las tierras ibéricas, para evitar todo control político o religioso sobre sus acciones.

Hacia el Levante, hacia el lugar donde se ha ido su amigo Alí ben Rabah, la estrella del ocaso luce en el horizonte. Harto de las risas y las voces de la fiesta, Tariq abandona el palacio visigodo y, atravesando las calles oscuras y ensangrentadas, iluminadas de cuando en cuando por algunas casas que siguen ardiendo, se encamina hacia los arrabales de la ciudad.

A los bereberes no se les ha permitido la entrada en Caesaraugusta, acampan en una llanura junto al Iberos. Cuando Tariq, cercana ya la medianoche, alcanza el asentamiento bereber, se encuentra con un gran alboroto. Las tropas de las tribus norteafricanas han arrasado los fértiles campos de la vega del río. Precisan alimentarse. Tariq pone orden, permite que se aprovisionen pero evita que al día siguiente sigan cometiendo más desmanes. Castiga a algunos, perdona a otros.

Esa noche no puede dormir. Tras varias horas de insomnio, antes del alba, se levanta de su lecho y se dirige a la vega del río. Empieza a clarear el día, con el sol iluminando el meandro del Iberos.

Piensa que la distancia entre los bereberes y los árabes se ha hecho cada vez más grande. Quizá meses atrás no debió haber seguido los consejos del tabí, quizá debió haberse enfrentado a Musa, pero el Islam es sometimiento, y él debe someterse al Guardián de Todos los Creyentes, el califa Al Walid, de quien Musa es representante cualificado.

En los días sucesivos, descansa de la campaña y aprovecha para organizar a sus hombres, mientras Musa se hace con los tesoros que albergan las iglesias, los palacios de la antigua ciudad romana. A ruegos de Tariq, se reparte algo de lo capturado entre las tropas, lo que hace que cesen los saqueos y se logre una cierta calma. Sin embargo, la conquista aún no ha finalizado.

No ha pasado aún una semana de la conquista de Caesaraugusta cuando el gobernador árabe de Ifriquiya hace llamar al bereber. Por la puerta que da al este, Tariq atraviesa de nuevo la muralla y se encamina a través del decumanus maximus al palacio del gobernador; una fortaleza de piedra que Musa encuentra incómoda frente a los lujos y comodidades de su palacio en Kairuán o en la corte de Damasco.

En una amplia sala, parcialmente reclinado sobre los mullidos cojines de un diván, el nuevo gobernador de la ciudad recibe a Tariq. Le explica que los nobles godos se han aliado con los
frangyi
,
[76]
las gentes de la antigua Galia, y resisten en predios fortificados salvaguardados por las montañas. En las regiones de la Septimania, el rey Agila y los descendientes de Witiza intentan aunar los restos del reino godo. Hay que enderezar este estado de cosas, que a largo plazo podría hacer peligrar la conquista.

Musa desea que Tariq se encamine al este, que actúe contra los restos del ejército visigodo, contra los descendientes de Witiza, que habitan la Tarraconense y la Septimania. El árabe está contento con la campaña realizada por el bereber. Le habla condescendientemente explicándole que en la próxima operación desea concederle una cierta autonomía de movimientos. La empresa consistirá en la conquista de las tierras de la antigua Septimania, donde se han refugiado los witizianos y se esconde el rey Agila.

Primero a través de un camino rodeado de tierras yermas, y más tarde, atravesando montañas escarpadas de mediana altura, en unas semanas Tariq alcanza las tierras de la Tarraconense. El lugar más al este de la península Ibérica al que llega Tariq es la propia ciudad de Tarraco.
[77]
Cuando los bereberes que le acompañan divisan los ciclópeos muros de la urbe que asoma al mar, se maravillan. La cercan por la fuerza de las armas y la aíslan. No mucho tiempo después, la urbe abre sus cuatro puertas a las tropas bereberes y firma un pacto.

Dentro de ella, los invasores encuentran hermosas iglesias y palacios. Entre la muralla y la costa, los restos de un anfiteatro, en el que se erige una antigua basílica que venera a san Fructuoso y sus compañeros, martirizados durante la persecución romana. Tariq recuerda remotamente que allí ha sido ajusticiado Hermenegildo, un antepasado suyo, hermano de su bisabuelo. Un hombre que, como él, había originado una guerra fratricida. Ahora, algunos lo veneran como santo.

Desde Tarraco, las tropas de Tariq saquean las tierras vecinas y hostigan la Septimania. Son hombres disciplinados que se mueven buscando botín. El hijo de Ziyad intenta, sin mucho éxito, que respeten sus órdenes. A continuación, se dirigen más al norte, hacia Barcino, donde Agila mantiene aún un simulacro de corte; incluso acuña monedas. Son los restos del reino visigodo que pronto morirá.

El lugarteniente de Musa está agotado, en los últimos meses no ha cesado de luchar. Una actividad incesante le espolea. En la guerra no tiene tiempo de pensar, resuelve los problemas que se van presentando en cada instante, y eso le impide angustiarse. Cuando se detiene, las noches son a menudo largas, no puede conciliar el sueño. Le parece que, a pesar de tantas victorias, a pesar del botín y de haber conquistado el reino de los godos, él, el godo Atanarik, ha fracasado. Así, un amanecer en Tarraco, sobre la alta fortaleza que se asoma al Mediterráneo, se abisma en la contemplación del mar, que brilla intensamente bajo el sol naciente del verano; más allá de los restos del anfiteatro romano. Tariq dirige su mirada hacia el este. Muchas millas lejos de allí está la ciudad de Damasco. Allí, el sucesor del profeta Mahoma, la paz y el bien le sean siempre dados, desconoce quizá la indignidad de Musa, su afán de rapiña y poder.

Una noche tiene un sueño, un hombre de cabellos oscuros y ojos claros, al que le cruza una cicatriz roja por el cuello, le revela que un día cruzará el mar hacia el lugar donde nace el sol.

Por la mañana, un correo de Musa le aguarda. Le reclaman en Caesaraugusta. Ese mismo día emprende el retorno hacia la ciudad del Iberos. A su paso, puede contemplar la campiña arrasada por la guerra y el pillaje; casas quemadas, campos sembrados de sal. Se estremece al ver el caos. Se siente culpable del desastre del país.

Al llegar a la urbe, comprueba que durante aquellos meses Caesaraugusta ha cambiado. Por doquier se advierte la presencia del Islam. En los patios de la nueva mezquita, la antigua iglesia de San Vicente, puede ver a sus correligionarios haciendo las abluciones y las oraciones de la tarde.

Tariq se encamina a la fortaleza que ocupa Musa, sede del gobierno local. Allí desmonta del caballo; un criado conduce al animal hacia las cuadras. Tariq golpea en los flancos suavemente a su montura y se dirige hacia las estancias de Musa ben Nusayr, wali de la lejana ciudad de Kairuán, ahora, señor de Al Andalus, de las tierras conquistadas que ocupan desde las costas mediterráneas al río Iberos.

Antes de llegar, un anciano de pequeña estatura le sale al paso, es Alí ben Rabah. El hombrecillo se regocija al ver a su antiguo prosélito. Tariq se alegra aún más.

—Te hacía en Damasco, con el califa —dice Tariq—, pensé que no ibas a regresar tan pronto.

—Hemos tenido buenos vientos, cruzamos en unas semanas el Mediterráneo.

—¿Has visto al califa?

—Lo he visto. Mi señor, Al Walid nos ha enviado con un encargo urgente.

—¿Nos?

—Sí, tu amigo Al Rumí también está de vuelta.

—¿Cuál es el encargo?

—El Padre de Todos los Creyentes os ordena a ti y a Musa presentaros ante él en Damasco.

Tariq extrañado pregunta:

—¿Ahora? ¿Cuando comenzamos a controlar las tierras godas? ¿Cuando aún no ha acabado la conquista?

—La corte de Damasco es un nido de habladurías y de intrigas; se habla de un tesoro fabuloso, del que Musa y tú os habéis apropiado. Se dice también que Musa se quiere desvincular del califa. En Oriente la guerra continúa, no se pueden mantener dos guerras a la par en puntos tan distantes. Además mi señor Al Walid, la paz de Allah sea siempre con él, está molesto con Ben Nusayr, porque él, como bien sabrás, nunca autorizó la conquista.

—¿No le habéis dicho lo que realmente ha ocurrido en Hispania?

BOOK: El astro nocturno
2.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Outlaw Country by Davida Lynn
A Ragged Magic by Lindsey S. Johnson
The Letting by Cathrine Goldstein
Cat's Eyewitness by Rita Mae Brown
The Stone of Blood by Tony Nalley
For All Their Lives by Fern Michaels