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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

El astro nocturno (20 page)

BOOK: El astro nocturno
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Rumores, conversaciones alegres, gritos que ceden cuando se comienzan a escuchar los sones de flautas y timbales, y las ajorcas con cascabeles de unas danzarinas. Tariq las observa como en una nube, quiere olvidar el pasado, en el pasado está Floriana, la corte, la huida… Desde que ha bebido de la copa, el dolor es menor, su alma se ha insensibilizado pero el hambre de venganza, el deseo de humillar a sus enemigos ha crecido. Ahora él es el hijo de Ziyad; los hombres le respetan y aquel gobernador Musa, mano derecha del hermano del califa, le ha nombrado gobernador de una ciudad en el estrecho, la ciudad de Tingis.

El olor de la comida inunda la sala, albóndigas de arroz, berenjenas, ensalada de tahina, todo cubierto por especias, ajo, pimienta y bañado con salsa de yogur. Los criados sirven los manjares; baja el tono de las voces mientras los invitados están ocupados en la comida. Los asistentes al banquete sonríen y se observan atentamente unos a otros, pero sobre todo se fijan en Ziyad, el hijo de la Kahina. Musa le ha cedido un lugar preeminente. A Tariq le han colocado junto a su padre, que habla sin problemas el lenguaje de los árabes y que ocasionalmente se lo va traduciendo a su hijo. Cerca de Ziyad, se sientan los hijos de Musa: Abd al Aziz y Abd al Allah, dos individuos fuertes, curtidos por el desierto y las guerras de conquista. Abd al Aziz, un hombre guapo y alto pero no tan alto como el hijo de Ziyad, de mirada orgullosa, con una nariz semita, grandes ojos castaños, frente amplia debido a una incipiente calvicie, y labios gruesos que articulan una sonrisa amable. Abd al Aziz se inclina ceremoniosamente ante Ziyad.

—Sois una leyenda. Sois el hijo de la Kahina.

Ziyad no le responde, las arrugas en torno a sus ojos adoptan una expresión pensativa. Abd al Aziz prosigue:

—Dicen que la Kahina os adoptó… Sí, dicen que os prohijó mediante una ceremonia mágica en la que os amamantó, sois más hijo de la Kahina que los de su propia sangre. Sus hijos le fueron dados pero, a vos, os escogió. Se rumorea que os traspasó sus poderes, que adivináis el futuro. ¿No es así?

—Quizá…

No habla más. Tariq piensa que a su padre le gusta rodearse de un cierto halo de misterio. Incluso con él, que es su hijo y a quien ama con orgullo de padre, no se confía fácilmente, mantiene una distancia que le hace parecer enigmático; un hombre más allá de los otros mortales. Pero también es posible que a Ziyad le desagrade el interrogatorio al que el hijo de Musa le está sometiendo. La historia de la Kahina es algo íntimo, quizá doloroso, para su padre; una historia en la que se oculta una traición a la Hechicera, algo de lo que no quiere hablar. Ante el silencio de Ziyad, Abd al Aziz busca otro tema de conversación.

—Hemos sabido que habéis atacado las tierras al otro lado del estrecho…

Ziyad afirma con la cabeza y le dice:

—Uno de mis hombres, Tarif, atravesó el mar y llegó hasta las tierras de Hispania, ha traído cautivos, riquezas y mujeres.

—Vos deseáis proseguir la conquista.

—Sería conveniente… Ahora es el momento adecuado.

Abd al Aziz ben Musa le interroga interesado:

—El reino de los godos es poderoso, pero… ¿cómo podríamos atacarlo sin conocer el terreno?

—Tendremos ayuda. Olbán de Septa nos acompañará, además el reino godo se hunde… Preguntad a mi hijo que proviene de la corte de Toledo.

Ziyad señala a Tariq. Abd al Aziz le examina con detenimiento. Tariq y él tienen casi la misma edad. Se dirige al antiguo gardingo real hablándole en un latín deformado que Tariq entiende bien.

—¿Conocéis bien a los godos?

—He sido educado en la corte visigoda… Huí de Toledo para obtener ayuda de mi padre. Tras la muerte del anterior monarca visigodo, el país se ha partido en dos, por un lado los hombres de Roderik, el actual rey, que ocupan el Oeste y el Sur del país. Por otro lado, los que siguen a los hijos del finado rey Witiza, que han nombrado un sucesor, Agila, que gobierna en el Norte y sobre todo en las tierras de la Septimania, lindantes con las tierras francas. Son sus partidarios quienes me envían. Necesito vuestra ayuda.

—La tendréis, pero mi padre espera órdenes del califa. Al Walid está empeñado en una guerra contra los persas; pero además los bizantinos han rehecho fuerzas y se oponen al avance del Islam.

Tariq protesta, él sí que tiene prisa, sabe que la campaña no debe demorarse.

—Ahora la invasión de Hispania sería fácil, no podemos retrasarla más. Todo el Sur de Hispania está desprotegido, el rey Roderik ha conducido al ejército al Norte para luchar contra los vascones. Los witizianos esperan que ataquemos antes de la llegada del verano. Vosotros, los árabes, fuisteis rechazados en el Sur por los godos en tiempos de Wamba; en aquel tiempo los godos poseían una buena escuadra que defendía sus costas. Ahora la flota está en el Norte ocupada en la lucha contra los vascones y los witizianos. El paso del estrecho será fácil en los próximos meses, más adelante puede que no lo sea.

—¿Cuántos hombres necesitáis?

—No menos de diez mil.

Abd al Aziz sonríe, mirándole como si estuviese loco, a la vez que le responde con firmeza:

—Mi padre no puede disponer de tantos efectivos, a riesgo de dejar sin defensa las tierras de Ifriquiya, pero me ha designado como su lugarteniente, lucharé a vuestro lado, llevaré conmigo algunos hombres, unos quinientos… Si la campaña es productiva, se os enviarán más tropas.

—Veo que no confiáis en el triunfo de la empresa…

—Sí. Lo hacemos, pero somos prudentes. El califa ahora no quiere abrir más frentes de batalla. La prueba de que confiamos en vos es que yo, el hijo de Musa, gobernador de Ifriquiya, os acompaño y además vendrá con nosotros un hombre cercano al califa Al Walid, este hombre es Mugit. el bizantino. También vendrá con nosotros el tabí Alí ben Rabah, para adoctrinar a las tropas bereberes; muchos de vuestros hombres son infieles.

—¿Qué es un tabí?

Abd al Aziz explica:

—Un tabí es un hombre santo, un guerrero que fue discípulo de los compañeros del Profeta…

Tariq observa al hombre a quien Abd al Aziz había nombrado como tabí; un anciano de mediana estatura, aún fuerte, de pelo blanco y luenga barba que le llega hasta el pecho; viste una túnica de color claro y se cubre con un pequeño bonete. Su expresión es bondadosa a la vez que seria y firme.

Tras esta explicación, Abd al Aziz da por terminada la conversación, volviéndose y comenzando a hablar en árabe con su hermano Abd al Allah. A Tariq le resulta ininteligible aquel idioma del desierto. Se levanta de su posición reclinada y cruza la sala atestada de hombres, distraídos con las contorsiones de un malabarista que traga fuego. Busca con la mirada al tabí. Al fin lo encuentra un tanto retirado del resto de comensales, mirando a través de una de las ventanas que ventilan la sala, hacia un patio interior. Abajo, arde un fogón y hasta ellos llega el tufo a madera quemada y el sabroso olor a cordero asado. Los criados trajinan alrededor del fogón. El tabí no mira a los criados, sus ojos se alzan hacia el cielo estrellado de la noche norteafricana.

Al notar un hombre detrás de sí, el tabí se vuelve. Penetra con su mirada al recién llegado, después le sonríe.

—¿No coméis ni os sumáis a la fiesta? —le pregunta Tariq.

—Mi cabeza está cargada con tanta gente, necesito la brisa fresca de la noche. Me gusta mirar a las estrellas… Las conozco bien, allí ha salido Ofiuco, y más allá el Escorpión. Son constelaciones que presagian la guerra. Es una noche hermosa, llena de luces en el firmamento. Sí, en el cielo veo la grandeza y el poder del que es Todopoderoso. Somos muy poca cosa ante Allah…

El tabí se enardece hablando del que adora con todas las fuerzas de su ser, del Todopoderoso al que sirve desde años atrás.

—¿Sois vos entonces creyente en la luz del Clemente, del Misericordioso? ¿Cuál es vuestro nombre? —el tabí le pregunta a Tariq.

El godo se presenta:

—Mi nombre es Atanarik, soy de origen godo. Todavía no creo en lo que vos creéis. Soy el hijo de Ziyad ben Kusayla. Ahora ha cambiado mi nombre. Me llaman Tariq.

Alí ben Rabah le sonríe amablemente, su rostro es suave, cruzado por mil arrugas, pero la mirada es firme e intensa.

—¡At Tariq…! Vuestro nombre es también el inicio de una de las suras del Corán, la sura ochenta y seis. At-Tariq, el astro de la noche, la estrella de la mañana…

El tabí se detiene y comienza a recitar las palabras del Sagrado Corán:

¡Considera los cielos y lo que viene de noche!

¿Y qué puede hacerte concebir qué es lo que viene de noche?

Es la estrella cuya luz atraviesa las tinieblas de la vida
,

pues no hay ser humano que no tenga un guardián
.

Después, muy despacio, comienza a explicarle:

—Algunos creen que lo que se describe como At-Tariq es «lo que viene de noche» y que ese nombre representa a una estrella, la primera que aparece en el cielo al atardecer; la última que se desvanece en la luz del alba. Otros dicen que significa «el que golpea», o «el que llama a la puerta». Quizás el nombre At Tariq se refiere a alguien que viene de noche; porque quien llega de noche a una casa debe llamar a la puerta y cuando ésta se abre, la luz del interior rompe la oscuridad de la calle sombría. Sí. En realidad, el Sagrado Corán se refiere a la luz celestial que puede llenar al ser humano sumido en las tinieblas de la aflicción y la angustia. Sí, At Tariq es la revelación divina que llama a las puertas del corazón del hombre trayendo la paz y el sosiego…

—Yo busco la paz… —se expresa con cierta angustia Tariq.

—La encontraréis en la revelación divina. ¿Os han explicado el mensaje del Profeta? ¿Conocéis la luz que Muhammad, la paz y la bendición le sean dadas, nos trajo?

—No. Todavía no…

—Es el mensaje que Dios ha otorgado a los hombres, el único camino que conduce a la salvación. Adonde todos debemos llegar.

El tabí le observa con la cara de un iluminado, que expresa «¿a qué aguardas?».

Tariq cada vez más interesado le pregunta por aquella fe salvadora:

—¿Conocisteis a los compañeros del Profeta?

—Sí.

—¿Qué os contaron?

—El Profeta Muhammad, Paz y Bendición, nació en la ciudad de La Meca en el país de donde yo provengo, la lejana Arabia. Pese a pertenecer a la nobleza de los árabes, su clan era pobre. Quedó huérfano de padre antes de nacer y perdió a su madre cuando sólo contaba cuatro años, siendo a partir de entonces criado primero por su abuelo y luego por un tío paterno. Debió trabajar como camellero y viajar mucho. Tras su matrimonio con una mujer llamada Jadicha, la paz sea con ella, pudo dedicarse a la oración. Se retiraba a una cueva cercana a la ciudad de La Meca. Allí, en aquella caverna, anhelante de la Verdad, recibió por primera vez la revelación divina y la función profética. A partir de ese momento su vida cambió. Se dedicó de lleno a la misión que le fue encomendada, proclamar a Dios, como el Único digno de adoración y reverencia. Exhortó a sus compatriotas a abandonar la idolatría. La ciudad vivía del culto a los ídolos, por eso las tribus quaryshíes de la ciudad le persiguieron, pero unos cuantos, los que a partir de entonces se llamaron compañeros del Profeta, lo apoyaron. Yo los conocí, me hablaron de Muhammad, la paz y bendición sean siempre sobre él.

—¿Cómo era?

—El más modesto de los hombres. Decía: «No vayáis demasiado lejos al alabarme, no caigáis en la misma situación que los cristianos con Jesús.» Para los creyentes, el Profeta Muhammad, Paz y Bendición, es el más grande de los siervos de Allah, el humilde profeta de Allah —los ojos del tabí mostraban una profunda emoción—. Él estaba cerca, muy cerca de Allah. Todo cambió con él.

—¿Cuál fue su mensaje? ¿Qué os decía?

—Nos dejó la palabra de Dios escrita e increada, Al-Corán. El Profeta no creó el Libro, el Libro lo trajo Dios a través del Profeta. La Madre del libro se encuentra en el Seno de Allah. Allah está por encima de nosotros, pero su Espíritu nos hizo descender la Palabra Divina, el Corán.

Tariq escucha atentamente las explicaciones del tabí, entendiéndolas parcialmente; se da cuenta de que el tabí es un hombre profundamente convencido en lo que cree, una persona que posee la fuerza de una verdad que ha asumido como la guía de su vida. La figura amable del tabí, sus rasgos serenos, su lenguaje lento pero a la vez firme, despiertan el interés en el hijo de Ziyad.

—Vosotros poseéis un libro, los cristianos poseen los Evangelios…

—Sí. Son también religión del Libro, por eso os respetamos —le fue explicando el tabí—, pero sabemos bien que sólo existe un Libro, el Corán que está en los Cielos, la palabra increada de Allah, vosotros creéis que alguien escribió la palabra de Jesús, y por eso los Evangelios y el Antiguo Testamento están sujetos a interpretación de los hombres. El Corán es la misma palabra de Allah, por eso está escrito en primera persona. Si Dios habla directamente a los hombres, no caben interpretaciones de la palabra divina. Al hombre sólo le queda someterse a los mandatos de Allah.

Al godo todo aquello le parece ingenuo y un tanto simple, por eso le pregunta con cierta ironía:

—No sé si os entiendo… ¿Me decís que Dios ha hablado al hombre a través de un Profeta, que escribió las palabras en un Libro, y que esas palabras eran divinas?

Alí ben Rabah no percibe la ironía en las palabras de Tariq, le parece que no le comprende bien por lo que le responde con paciencia:

—El Profeta, la paz sea con él, no sabía leer ni escribir, transmitió las palabras del Libro, los hombres de su época, los memorizadores aprendieron el Libro. Fue el califa Utman, la paz sea con él, quien ordenó ponerlo todo por escrito. Pero el texto original y arquetípico se encuentra en el cielo, descendió y fue comunicado al Profeta. En el Libro, en el Libro sagrado, se escucha la voz de Allah, el Clemente, el Misericordioso, el Único.

—Los cristianos creen también en un solo Dios.

La faz del tabí enrojece en desacuerdo, las arrugas en torno a sus ojos se curvan, con cierto enfado:

—No, eso no es así; para vosotros, para los Rumi, hay al menos tres Dioses, el Padre, el Hijo encarnado, y el Espíritu. Para nosotros, eso es blasfemo; por eso sois politeístas… porque creéis que Cristo es Dios. Nosotros respetamos a Jesús, como a un profeta más. ¿Por qué vosotros, los Rumi, los nazarenos, no aceptáis al Profeta?

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