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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (46 page)

BOOK: El bokor
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Salió a la puerta con su libreta de notas a esperar que mama Candau regresara del mercado, la había oído salir temprano como todos los sábados y ya había tomado la decisión de averiguar todo lo que aquella vieja pudiera saber respecto a los Strout. Se sentó en una mecedora y repasó sus notas acerca de los sacerdotes.

Ángel Barragán, catalán, edad cincuenta y cinco años, ordenado a la edad de los veinticuatro, lingüista experto y teólogo, trabajó para la Santa Sede como ayudante de Pio XII destacado en Haití hasta su muerte en 1958, luego fue relegado por Juan XXIII, posiblemente ya conocidas sus inclinaciones sexuales. Angel Barragán fue excomulgado por su participación en un rito de exorcismo que salió mal, posiblemente Jazmín, desde entonces no hay reportes suyos en la Santa Sede, por lo que se conoce vive en condición de ermitaño en Haití.

No había nada en el reporte que no conociera o fuera de interés para si, del exorcismo practicado a Jazmín apenas si se hablaba para ligarlo a su separación de la iglesia pero ni siquiera se mencionaba el nombre de aquella mujer. Había deseado que Pietro tuviese al menos el nombre completo de Jazmín y poder investigar algo acerca de su procedencia, algo que borrara las habladurías de que era un súcubo y que no había nacido de mujer, sin embargo Pietri había fracasado en obtener aquella información.

Siguió leyendo sus apuntes:

Fernando Rulfo, de Alicante, sociólogo, murió en Haití oficialmente a los cuarenta años victima de un infarto, migró a Haití junto con Barragán que era su compañero sentimental. Participó en el exorcismo de Jazmín. Su cuerpo fue enviado a España pero nunca llegó a su destino. Luego de su muerte la iglesia lo consideró inmerecedor de la comunión, posiblemente para darle el mismo tratamiento que a Barragán.

Tampoco había nada extraordinario en lo datos que lograra conseguir Pietri, quizá solo un comentario final de que recientemente se habían hecho gestiones ante la Santa Sede para que su nombre fuera limpiado. Según Pietri, la gestión la había realizado un familiar cercano en su Alicante natal.

Sin mayor entusiasmo tomó los datos de Casas y leyó:

Alcides Casas, mallorquín, cuarenta y ocho años, teólogo radicado en Cuba desde hace más de diez años, fue expulsado de la iglesia por haberse comprobado su pederastía. Fue acusado por una familia haitiana cercana al Presidente, su excomunión se dio luego de un corto proceso donde renunció a tener un representante.

—La vida de estos tres hombres parece ser la misma, pero no hay nada que me ayude a comprender la relación que puedan tener con Jean o con Amanda Strout —dijo con la mirada puesta en sus notas, justo antes de ser sorprendido por mama Candau.

—Al fin se deja usted ver, padre Kennedy. Empezaba a temer por su vida.

—Me ha dado usted un susto de muerte —confesó aún acelerado— no la esperaba así de repente.

—Pensé que esperaba por mí, que quería usted hablar conmigo.

—Así es pero… en fín, no me haga usted mucho caso. Mama Candau, necesito hablar con usted respecto a…

—La joven Strout.

—Así es, necesito saber acerca de ella y su familia.

—¿Qué interés le mueve padre?

—Hay muchas habladurías respecto a esa mujer y su padre, Jean me ha dicho que la única persona que puede hablarme de Benjamin Strout y sus aficiones, es usted.

—No creo serle de mucha utilidad. Ya he hablado antes con usted respecto a esta mujer y parece preferir ignorar mis advertencias.

—Eso es porque usted no ha querido ser franca conmigo.

—¿Franca? ¿Acaso lo ha sido usted, padre? Desde que conoció a esa mujer está usted embobado con ella y se le ha olvidado lo que vino a hacer. Ni siquiera se ha vuelto a interesar por hablar con Baby Doc.

—Hice lo que pude y ese hombre solo se burló de mí.

—Que pronto se ha dejado vencer por el demonio, pensé que había venido a la isla a luchar, no a perder su alma.

—Quizás no la perdería si usted me dijera lo que sabe.

—¿Y qué es lo que desea saber?

—Todo, empezando por su relación con la familia Strout.

—Benjamin Strout era un buen hombre, aunque no supo conducirse con cuidado cuando debió haberlo hecho. Su hija, Amanda, fue su perdición.

—Hábleme de eso, ¿Por qué asesinaron a Benjamin Strout?

—Eso fue obra de Doc. Benjamin le era un estorbo en sus deseos de hacerse de todo el poder en la isla y acabó con él.

—Usted lo conoció porque ambos practicaban el ocultismo ¿no es así?

—Benjamin era uno de los doce.

—¿De los doce qué? —preguntó Adam ante un nuevo silencio de mama Candau.

—Por varias generaciones nuestras familias han pertenecido a algo a lo que usted llamaría hermandad o algo por el estilo. Hemos sido los guardianes de un secreto del que ya le he hablado.

—¿Se refiere al sello?

—Asi es.

—Entonces Benjamin Strout al igual que sus padres…

—Benjamin es un caso muy particular, para usted no debe ser un secreto que siempre hay un traidor. Igual que en la Santa Cena de Nuestro Señor.

—¿Era Benjamin un traidor?

—Déjeme contarle un poco.

Desde tiempos muy remotos, cuando nuestros antepasados aun estaban en Nigeria y adoraban a los dioses antiguos, una especie de sociedad se encargaba de mantener el equilibrio.

—¿Entre el bien y el mal?

—No. Esos coexisten, el equilibrio no tiene que ver con algo tan volátil como la bondad y la maldad.

—Creo no entenderla.

—¿Cree usted, padre Kennedy, que las cosas son siempre buenas o siempre malas?

—Las cosas no, pero…

—Tampoco las personas y menos aún los dioses.

—Creo que en eso difiero de usted.

—Eso ayuda al equilibrio. Como le decía, el equilibrio estaba en el saber, en el conocimiento de cosas arcanas. Nuestros antepasados conocían cosas que el hombre corriente, aun hoy con toda su ciencia, sería incapaz de conocer.

—Sin embargo la ciencia…

—La ciencia está hecha para conocer las cosas mundanas, no las espirituales.

—Habla usted de religión.

—Por supuesto que no. Hablo de algo que va mucho más allá, cosas que si le dijera podrían convertirse en una maldición para alguien como usted.

—¿A qué se refiere con alguien como yo?

—Es usted un hombre inteligente padre, lo suficiente para saber cosas y sin embargo, se ha unido a una iglesia que lucha por ocultar la verdad a cualquier costo.

—Hay cosas que los hombres no pueden conocer.

—¿Se siente acaso usted más capaz que cualquier otro mortal?

—Solo digo que, al común de la gente, hacerle ciertas revelaciones podría resultarle muy peligroso.

—Y por eso le cubren los ojos para que no vean la verdad y estén a salvo dentro del capullo que usted desea para ellas.

—No es algo tan sencillo, más bien, yo diría que es preciso que el conocimiento esté en manos de aquellos que saben que hacer con él.

—¿Cree usted padre, que la muerte es la frontera final?

—Creo en un sitio donde van las almas…

—No me refería al cielo, padre, o al infierno si usted lo prefiere. Me refería a la muerte como la frontera entre este mundo y uno sin ataduras.

—¿Otra dimensión?

—La única real.

—Mama Candau, no soy un hombre crédulo, necesitará decirme mucho más que eso…

—Los doce es un grupo de iniciados, seis hombres, seis mujeres, todos conocen parte del secreto, como un rompecabezas donde cada uno tiene una parte sin la cual no es posible conocer el cuadro completo.

—Y me dice que sus padres eran parte de los doce.

—Ambos, lo cual no debería ser. Los doce no podían compartir sueños, ni una cama y mis padres desafiaron esa ley.

—Y fueron castigados…

—Las cosas no funcionan como en su iglesia padre, no hay excomuniones en la Hermandad del sello de fuego. Simplemente, quienes dejaban de ser aptos para guardar el secreto, debían renunciar a él.

—¿Y como harían tal cosa? ¿Acaso con un lavado de cerebro?

—No. Usando el sello de fuego.

—Lo dice como si fuera algo físico.

—Lo es.

—Mama Candau, no estoy comprendiendo nada de lo que me dice.

—Porque se empeña usted en comprender y no es ese el camino de la verdad. Es usted un hombre de ciencia, padre Kennedy y como tal aplica un método, único, invariable e infalible para llegar a la verdad.

—También soy sacerdote y creo en la verdad revelada.

—¿Cree usted que Jesucristo volvió de entre los muertos?

—Por supuesto, ese es un pilar de mi fe.

—Pero lo cree como un dogma, porque alguien dijo que resucitó de entre los muertos, no porque usted lo viera.

—Eso sería imposible, mientras…

—Mientras esté usted vivo.

—Si. Por decirlo de algún modo.

—Entonces cree usted que el cuerpo es una atadura.

—Ya veo donde quiere llegar, conocí a unos sujetos que pensaban parecido e hicieron una secta que se suicidaría masivamente en un día cabalístico. Al final, todos menos los líderes se quitaron la vida. Esos hombres estaban trastornados y lograron hacer creer a los demás que luego de la muerte los esperaba otra especie de vida mejor.

—¿Trastornados? ¿No es lo que usted a diario le dice a las personas?

—No es el caso. La Iglesia no habla de volver de entre los muertos…

—Más que para los iniciados.

—Si se refiere usted a…

—A las personas a las que su Maestro trajo desde el más allá o que en las mismas escrituras bíblicas se habla de que salieron de sus tumbas y fueron vistos con vida. Lázaro, la hija de Jairo, las resurrecciones hechas por los apóstoles, los que volvieron al momento de la muerte de Jesucristo.

—Mama Candau, es usted una persona instruida sin duda y como tal debo recordarle que las escrituras están llenas de alegorías y metáforas que no pueden tomarse al pie de la letra sin caer fácilmente en el error.

—Bien, aunque creo que eso desacredita toda la obra que usted dice respetar o ¿es que usted si sabe cuales son las alegorías y cuales las verdedades reveladas?

—Solo soy un sacerdote. No creo saberlo todo.

—El grupo de los doce, padre Kennedy —continuó la anciana— era formado por verdaderos iluminados, personas que como le indiqué conocían lo que nadie más puede conocer y entre todas esas cosas, por supuesto, el cómo volver de la muerte.

—¿Me dice que sus padres resucitaban personas?

—¿Le es más fácil pensar en que eran fabricantes de zombis?

—Eso es una tontería. Los zombis son un cuento para asustar a los chicos.

—¿Cree usted en la posesión?

—Por favor, mama Candau, soy un científico, todas las historias de posesión demoniaca son explicables con algún mal funcionamiento de la química o física cerebral.

—Así explicaría el conocimiento espontáneo, el saber cosas que nadie sabe, el tener habilidades físicas incompatibles con nada que usted conozca.

—Veo que está familiarizada con el rito.

—Como que fue practicado en mí.

—¿Me está diciendo que alguien la exorcizó a usted?

—Le hablé de que estaba sellada y que por eso no le temo a la Mano de los Muertos.

—¿Sus padres la exorcizaron?

—Mis padres eran mucho más que exorcistas.

—Pero me habló usted de un sello físico.

—El sello de fuego.

—Ese mismo.

—¿Y para que sirve?

—Para cerrar las puertas por las que pueden entrar los resucitados.

—¿Habla usted de demonios?

—Padre Kennedy, le hablé de equilibrio y que esto no tiene nada que ver con el bien y el mal, el poder de volver a los muertos de sus tumbas no se circunscribe solo a Dios.

—Eso es algo que no puedo aceptar.

—Quizá por eso a los que resucitó Jesucristo nadie osaría llamarles zombi.

—¿Tenía este poder que usted dice el señor Strout?

—Benjamin Strout tenía en su poder el sello de fuego y quizó usarlo con su hija.

—¿Con Amanda?

—Así es, por eso Benjamin fue asesinado.

—No me dirá que Amanda lo mató.

—Lo que habita en esa chica no es más su hija.

—No sé a que se refiere.

—Benjamin intentaba proteger a su hija, la verdadera, no al demonio que ahora habita en ella.

—¿Dice usted que Amanda está poseída?

—Cuídese usted, padre Kennedy, el amor es una venda que no le dejara ver la verdad. Amanda Strout no es quien usted cree.

—Me niego a pensar siquiera en que tenga sentido…

—¿Por qué cree que trabaja para Duvalier?

—Por que en esta isla el trabajo no abunda…

—Una chica con los conocimientos de Amanda no debería tener problemas para encontrar trabajo en ningún sitio.

—En eso estoy de acuerdo, es sin duda inteligente.

—Es astuta como la serpiente y aún más peligrosa.

—Mama Candau…

—Es inútil padre, usted deberá darse cuenta por usted mismo. Ya le he contado más de lo que debería y he puesto en peligro a Nomoko. Espero que al menos no se cierre usted a la verdad al momento en que tenga que tomar decisiones.

—¿Qué clase de decisiones?

—Como las que tomó el padre Barragán.

—¿Se refiere usted a matar a una mujer?

—A un súcubo.

—No me dirá que Barragán era uno de ustedes.

—Lo sigue siendo, padre, quien entra a la Hermandad del sello de fuego, no sale con vida de ella.

Capítulo XXXI

El tipo colgaba de los pies como si se tratara de un cerdo en una empacadora de carne, le habían quebrado las cervicales y su cabeza mostraba un espectáculo dantesco. No cabía ninguna duda, había sido asesinado por el mismo tipo que mató a sus compañeros y los colgó del techo de la iglesia. En esta oportunidad un árbol había sido convertido en el asta que sostenía aquella bandera infernal.

—¿Viste su cuello? —dijo Johnson señalando con un lapicero con el que tomaba notas mientras otro policía tomaba fotos con manos temblorosas.

—Imposible no verlo, a este hombre le rompieron el cuello como si se tratara de un pollo.

—¿Algo ritual?

—Todo apunta a que si. El modus operandis es el mismo que en los otros sujetos.

—Alli vienen los de la prensa. ¡Malditos! Ya imagino los encabezados de mañana.

—Solo hacen su trabajo, igual que nosotros el nuestro.

—¿Esperas encontrar algo en este sitio?

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