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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (48 page)

BOOK: El bokor
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—¿Desea usted que su compañero esté presente en el relato? Odiaría tener que repetirlo luego.

—No se ocupe usted de eso.

—¿Y por dónde desea que empiece?

—Por el principio padre, tengo toda la madrugada para escucharlo.

—Ya otras veces me lo ha pedido y sin embargo algo más importante ha surgido.

—No será así en esta ocasión, se lo prometo.

Capítulo XXXII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Hablar con mama Candau no había hecho más que acrecentarle las dudas que sentía en su corazón, la vieja sin duda estaba convencida de que Amanda Strout era la encarnación de un demonio, no lo decía por animadversión hacia la mujer como podía decirlo Jean o como una creyencera más de las que había en la isla, mama Candau era una mujer inteligente y en sus ojos había podido leer el terror que no permitía expresar con el resto de su cuerpo. Había anochecido y no había rastros de Amanda, quizá, para su fortuna, la mujer se había ido muy lejos de allí. Tonterías, sabía que eso no era posible y que tarde o temprano tendría que enfrentarla. ¿Volvería a caer en sus redes, en sus hechizos de mujer o podría enfrentarla envestido del poder de Dios? Comenzaba a pensar como si de verdad Amanda fuera un demonio al que debía enfrentar y no la mujer hermosa con la que había caminado hacia la costa en la conversación más interesante e inteligente que había tenido en la isla.

Sintió el piquete del hambre que le hizo recordar que no había comido nada desde el desayuno y fue a la cocina, mama Candau no le había dejado nada preparado así que se conformó con un vaso de leche y una caja de galletas dulces con formas surtidas que encontró en la alacena. Las degustaba con placer cuando escuchó un grito en la choza de mama Candau, era una especie de sonido de animal que están desoyando. La piel se le erizó de la cabeza a los pies y no atinó a levantarse de la silla hasta que el grito se repitió esta vez acompañado de una especie de oración en creole en la voz de la mama. Corrió hasta la choza y golpeó la puerta. No hubo respuesta, solo se escuchaba una especie de siseo dentro de la casa. Una vez más mama Candau gritaba reprendiendo ¿a Nomoko? No. Nunca había escuchado a la mama gritarle al chico, pero estaba seguro de que esos gritos no iban dirigidos al pequeño. Volvió a tocar a la puerta con más fuerza pero obtuvo los mismos resultados. Gritó advirtiendo que abriría por la fuerza y no lo pensó de nuevo, cargó contra la puerta que cedió ante su primer embate y vio algo que se le quedaría grabado en sus retinas, mama Candau luchaba contra algo a lo que él no podía ver pero que al parecer era más fuerte que la anciana. La casa lucía desordenada como si hubiese sido el centro de un huracán, al entrar Adam, la puerta de la alacena se cerró con furia y los vidrios se hicieron añicos, los vasos de cristal que se hallaban dentro explotaron como si hubiesen sido sometidos a un cambio de temperatura brusco.

Kennedy caminó hacia mama Candau que se hallaba en un pequeño cuarto, al lado de la cama y conforme se acercó pudo notar que Nomoko estaba teniendo otra convulsión, ambos ojos estaban en blanco como si fueran dos esferas rellenas de leche. Mama volteó la cabeza y a Adam le pareció verla transfigurada, no tenía aquella paz habitual sino que lucía con las facciones ásperas, con gestos tensos, le gritó algo en creole que no logró descifrar. Se siguió acercando y la anciana cargó contra él como si se tratara de una fiera que se acercaba a su nieto para devorarlo. Apenas si lograba contenerla a pesar de que le duplicaba el peso. Kennedy no quería lastimarla e intentaba sujetarla sin hacer demasiada presión, pero la fuerza de aquella mujer era incontenible. Kennedy cayó al suelo y mama Candau lo miró con furia.

—Usted lo ha provocado.

—Mama…

—Ha abierto las puertas del infierno y Nomoko está pagando las consecuencias.

Kennedy miró hacia el chico que seguía convulsionando, ahora con mayor intensidad, mientras una baba blanca le corría por las mejillas.

—Está sufriendo un ataque de epilepsia —atinó a decir.

—No. Mi nieto está siendo atacado por las fuerzas que usted provocó…

Kennedy intentó incoporarse y sintió un dolor profundo en un costado, como si tuviera una costilla rota.

—Márchese padre, aun es tiempo —dijo la mujer con un tono menos severo.

—No me iré dejándolos en este estado.

—Usted no lo entiende, no hay nada que pueda hacer por esta isla.

Kennedy se incorporó con dificultad y mama Candau ya no lo atacó más, caminó de prisa hacia Nomoko para atenderlo, el cuerpo del chico se sacudía sin control y el padre intentó sostenerlo con todas sus fuerzas, pero parecían insuficientes para contener aquella energía brutal que despedía su cuerpo.

—Nomoko, escúchame —dijo el padre suplicante— la cara del jovenzuelo lucía pálida y el espectáculo de sus ojos era aterrador. Mama Candau oraba. Kennedy maldecía.

Una nueva oleada de energía azotó la habitación y cientos de estampas volaron con fuerza por los aires, un par rozó la cara del sacerdote provocándole cortadas dolorosas.

—Nomoko, serenate —lo decía sin convencimiento, sin esperar ningún resultado. De pronto, el cuerpo del chico se aflojó como si fuera una esponja a la que le habían desprovisto del líquido. Volvía a ser el chico débil. Adam lo liberó de la presión que ejercía sobre él y lo sujetó con mayor cuidado. El cuerpo del niño se hacía ingrávido, podía sentirlo. A sus espaldas seguía escuchándose la voz de mama Candau. Era apenas un susurro, una plegaria, una oración en la lengua creole, una invocación que liberara a su nieto de las garras de la bestia que lo tenía preso. Adam soltó a Nomoko y lo dejó sobre la cama. Volteó a ver a mama Candau y la mujer parecía estar en un trance hipnótico, ajena a su presencia. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y volteó despacio, Nomoko estaba levitando. Podía jurarlo, el niño se había hecho tan liviano que su cuerpo se levantaba de la cama quedando apoyado solo sobre los pies, pero en un ángulo imposible aun para un contorsionista. Se retiró un par de pasos y fijó su mirada en el chico, su cuerpo formaba con la cama un perfecto ángulo de cuarenta y cinco grados, su camisa colgaba hacia abajo, sus manos a los lados del cuerpo en posición de descanso. El lento orar de la mama parecía envolverlo todo y Adam se sentía sumergido en un líquido viscoso. El cuerpo de Nomoko comenzó a bajar hasta volver a quedar en posición horizontal, pero ahora su cuerpo entero levitaba, no había contacto con la cama. Era imposible. De la boca del niño comenzaron a escucharse en eco las oraciones que rezaba su abuela. Una vela que reposaba en la mesa de la sala fulguró hasta alcanzar al menos los treinta centímetros de alto. Unos segundos después, la vela se extinguía al igual que toda actividad en aquella casa. Nomoko volvió a la cama con una expresión apacible en el rostro, pero a la vez lucía cansado, extenuado por el esfuerzo. Mama Candau se relajó hasta parecer que estaba profundamente dormida. Kennedy arropó al chico y llevó a cuestas a la mama a su habitación y la puso sobre la cama. La arropó y caminó hacia la puerta desvencijada.

Jean Renaud llegaba a la carrera y se encontró con Kennedy que se disponía a salir.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé —respondió el sacerdote— escuché ruidos, gritos y al llegar, todo estaba my confuso.

—Es Nomoko ¿verdad?

—Así es.

—Lo he podido sentir. Estaba cenando y sentí el sufrimiento del chico. Ha tenido otro ataque ¿no es verdad?

—Si, al parecer la epilepsia…

—Padre, usted sabe bien que no ha sido simplemente un ataque de epilesia. Otras veces he visto a epilépticos y puedo decir que Nomoko no ha sufrido nada que sea de este mundo.

—No quiero parecerte rudo, pero son ustedes y sus creencias las que han provocado un estado tal en este joven, lo que tiene es una autosugestión que lo lleva a estas crisis.

—No discutiré su ciencia, pero esto lo viví, hace unos años en Cuba, Jazmín…

—No te empeñes en convercerme de que Nomoko está poseído, no soy Barragán. Debiste decirme que ese hombre es parte de esa hermandad.

—No lo sabía. ¿Se lo ha dicho la mama?

—¡Maldición Jean, deja de comportarte como un estúpido!

—Nadie sabe quienes conforman en su totalidad la hermandad del sello, solo sus miembros. Saberlo solo pone en peligro su vida y la existencia de la hermandad.

—Nada de lo que ha pasado tiene que ver con brujería o hechizos, es solo la enorme sugestión de este niño alimentada por las historias que usted y su abuela le han hecho sentir como una verdad.

—Veo en sus ojos el miedo, padre Kennedy ¿Qué ha visto?

—Nada que no pueda explicar la ciencia.

—¿Habló Nomoko en lenguas?

—Solo el creole.

—Pero dijo algo que a usted le atemoriza.

—No ha dicho una sola palabra que pueda entender.

—Entonces ¿qué es lo que le asusta padre?

Kennedy se frotó el cabello y cerró la puerta tras de sí. Caminó unos pasos hacia su casa y Jean le siguió. Iba meditando en lo que había visto. El cuerpo de Nomoko levitando y el torbellino que se afincó en aquella casa.

—Nomoko ha levitado… su cuerpo se levantó de la cama…

—Lo ha hecho otras veces ya.

—¿Lo has visto?

—Al menos en dos ocasiones, en ambas luego de estar en presencia de la Mano de los Muertos.

—Debe ser el temor que le despierta ese sujeto el que le produce esos estados.

—¿Alguna vez vio a alguien levitar por el temor?

—No… pero si otras manifestaciones como fuerza increíble e incluso lanzar berridos que quiebran los objetos de vidrio como ha sucedido en la choza.

—Por más que se empeñe no le encontrará una explicación científica, padre. Es usted un psiquiatra y estoy seguro de que nunca había visto algo así.

—Pero si lo he leído en muchos tratados.

—No se engañe padre Kennedy, ha estado usted en presencia del poder del mal y eso no tiene una explicación lógica.

—Esas oraciones que decía mama Candau… no eran cristianas ¿verdad?

—No lo sé. ¿Siente usted que lo eran?

—No entendí una palabra de lo que dijo.

—Son pocos quienes han escuchado las invocaciones. Mama debió estar desesperada para decirlas en su presencia.

—El chico convulsionaba y creo que hasta pudo haber muerto de un infarto si no es que…

—Las oraciones dieron resultado.

—Iba a decir que pasó la crisis. Pero si, puede que la misma sugestión que lo llevó a ese estado lo haya sacado de él al escuchar las oraciones de su abuela.

—¿Habló usted con mama Candau acerca de Amanda Strout?

—Me dijo lo mismo que usted. Ella también piensa que es una especie de súcubo y no la hija de Benjamin quien habita en ese cuerpo.

—Lilitu debe ser detenida.

Kennedy lo miró sin asombro, como si ya esperara aquellas palabras.

—Jazmín no debe volver.

—Jean, la reencarnación no existe.

—La biblia lo dice, muchos volvieron de entre los muertos.

—Por milagros obrados por Jesucristo y sus apóstoles.

—Lo dice usted como si no fuera posible. Como si fuera una simple fábula para entretener a los niños.

—Jean, la biblia…

—Lo sé, mas todo es un asunto de fe. ¿La tiene usted padre Kennedy?

—Tengo fe. Soy un sacerdote.

—¿Y entonces por qué se niega a aceptar que así como existe el bien, también existe el mal y que este es tan poderoso como el primero?

—La ciencia…

—Al diablo con la ciencia —dijo en un tono que jamás le había escuchado— la ciencia no aplica en un sitio como Haití. He visto las cosas más increíbles suceder sin que encuentre ninguna explicación. Barragán, Casas y Rulfo eran también hombres de fe como usted y tuvieron que terminar admitiendo que lo que sucede en esta isla es cosa del demonio.

Usted ha hablado con Barragán y con Casas, también habló con la mama y aun asi parece ser más poderoso el embrujo que esa mujer ha puesto en usted.

—Amanda no es más que una mujer que ha vivido la misma influencia que Nomoko, su padre era también parte de la hermandad.

—Benjamin Strout fue asesinado como parte de un ritual, su cráneo estaba vacío cuando lo encontraron tirado a un lado del camino.

—¿Qué dices?

—Su cerebro no estaba. El parte policial dio cuenta de que posiblemente algún animal había devorado sus sesos, pero ¿qué animal despreciaría el resto del cuerpo? Lo que buscaban era sus conocimientos y Benjamin Strout no pudo evitarlo, su propia hija lo mató…

—No digas más tonterías, ha sido suficiente basura por hoy.

—Coma usted de la carne del Cordero padre, beba su sangre en la comunión antes de que sea demasiado tarde.

—¿Tarde para qué?

—Amanda quiere su simiente, como Jazmín quería la del padre Barragán.

—Barragán mató a Jazmín.

—Pero antes había sucumbido a sus encantos y copulado con ella. Solo su fortaleza logró que venciendo el poder del mal lograra matar a esa bestia.

—No puedo creer que pienses tal cosa.

—Es la verdad.

—Es lo que te han hecho creer.

—Padre Kennedy, tendrá que darse cuenta por usted mismo. No habrá más opción que viva usted en carne propia lo que esa mujer es capaz de hacer.

—De pronto la Mano de los Muertos ha dejado de ser importante para ti, parece que ahora estás enfocado en hacer parecer a Amanda como un demonio, tanto así que Doc y Baby Doc ya no te suponen ningún problema.

—Porque ninguno de ellos tiene tanto poder contra usted como lo tiene esa mujer. Amanda Strout puede ser su perdición.

—Largate de aquí Jean y busca claridad en tus pensamientos.

Jean se marchó mascullando algunas cosas que Adam no alcanzó a oir. Miró la hora en su reloj de bolsillo esperando que no fuera demasiado tarde para llamar a Pietri, la única persona en la que al parecer podía confiar. Decidió dejar la llamada para la mañana siguiente.

Apenas si había amanecido cuando tomó el teléfono, no había dormido en toda la noche y se sentía débil y malhumorado luego de rumiar por horas lo que había sucedido. Esperó un par de pitidos antes de escuchar la voz de su amigo.

—Buenos días Angelo.

—Buenos días Adam, veo que has decidido madrugar para llamarme.

—Más bien no he dormido en absoluto.

—¿Siguen los problemas en Haití?

—Así es.

—Baby Doc no cambiará de la noche a la mañana.

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