El caballero del rubí (11 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El caballero del rubí
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—El caballero es un hombre alto de porte arrogante. Uno de sus compañeros es una bestia enorme, apenas humana. El otro es un tipo con cara de conejo y una excesiva afición a la bebida.

—Se parecen bastante a unos viejos amigos nuestros, ¿eh? —acotó Kalten—. ¿Tenía algún rasgo fuera de lo común ese caballero?

—Tenía el pelo completamente blanco —repuso Alstrom—, y no era tan viejo como para ello.

—Por lo visto, Martel sigue moviendo los hilos —observó Kalten.

—¿Conocéis a ese hombre, sir Kalten? —inquirió el barón.

—El del pelo blanco se llama Martel —explicó Sparhawk—. Sus dos mercenarios son Adus y Krager. Martel es un caballero pandion renegado que vende sus servicios en diversas partes del mundo. En los últimos tiempos ha estado trabajando para el primado de Cimmura.

—Pero ¿con qué objeto fomentaría el primado la discordia entre Gerrich y yo?

—Vos mismo habéis formulado ya la respuesta, mi señor —respondió Sparhawk—. Los preceptores de las cuatro órdenes militantes se oponen frontalmente a la idea de que Annias ocupe el trono del archiprelado. Ellos estarán presentes, con derecho a voto, durante la elección en la basílica de Chyrellos, y su opinión tiene un gran peso entre la jerarquía. Por otra parte, los caballeros de la Iglesia intervendrían al instante ante el primer indicio de irregularidades en la elección. Para hacer realidad sus deseos, Annias debe hacer ausentar a los caballeros de la Iglesia de Chyrellos antes de las votaciones. No hace mucho pudimos desbaratar una intriga que Martel tramaba en Rendor, la cual habría obligado a abandonar la ciudad santa a los caballeros. Sospecho que estos desgraciados sucesos por vos referidos apuntan a idéntico designio. Martel, actuando bajo las órdenes de Annias, está recorriendo el mundo preparando hogueras con la esperanza de que tarde o temprano los caballeros de la Iglesia se verán obligados a salir de Chyrellos para apagarlas.

—¿Es Annias en verdad tan depravado? —se escandalizó Ortzel.

—Ilustrísima, Annias hará cualquier cosa por ascender al trono. Estoy convencido de que ordenaría la masacre de media Eosia con tal de conseguir lo que quiere.

—¿Cómo es posible que caiga tan bajo un eclesiástico?

—La ambición, Ilustrísima —repuso con tristeza Bevier—. Una vez que ha hundido sus garras en el corazón de un hombre, ciega sus ojos a cualquier otra consideración.

—Ésta es una razón de más para que mi hermano llegue sano y salvo a Chyrellos —concluyó gravemente Alstrom—. Es una persona muy respetada por los otros miembros de la jerarquía y por ello su voz tendrá una influencia capital en sus deliberaciones.

—Debo advertiros a vos y a vuestro hermano, mi señor Alstrom, que vuestro plan no está exento de riesgos —los previno Sparhawk—. Están persiguiéndonos. Existen personas consagradas a tratar de frustrar nuestra empresa. Dado que la seguridad de vuestro hermano es vuestra principal preocupación, debo deciros que no puedo garantizarla. Nuestros perseguidores son implacables y muy peligrosos. —Hablaba con rodeos, consciente de que ni Alstrom ni Ortzel darían crédito a sus palabras de contarles la pura verdad acerca de la naturaleza del Buscador.

—Me temo que no tengo posibilidad de elección al respecto, sir Sparhawk. Con este sitio cerniéndose sobre mi cabeza, he de sacar a mi hermano del castillo aun corriendo riesgos.

—Si así lo preferís, mi señor… —Sparhawk suspiró—. Nuestra misión es sumamente urgente, pero este asunto lo es incluso más.

—¡Sparhawk! —exclamó Sephrenia.

—No tenemos otra opción, pequeña madre —señaló—. Debemos escoltar a Su Ilustrísima a Chyrellos. El barón está en lo cieno. Si algo le ocurriera a su hermano, los caballeros de la Iglesia abandonarían Chyrellos para tomar represalias. Habremos de llevar a Su Ilustrísima a la ciudad santa y después tratar de recuperar el tiempo perdido.

—¿Cuál es exactamente el objetivo de vuestra búsqueda, sir Sparhawk? —preguntó el patriarca de Kadach.

—Como ha explicado sir Ulath, hemos de recurrir a la magia para restablecer la salud de la reina de Elenia, y sólo existe una cosa en el mundo que contenga tamaño poder. Nos dirigimos al gran campo de batalla del lago Randera para buscar la joya que en un tiempo adornaba la corona real de Thalesia.

—¿Bhelliom? —Ortzel estaba perplejo—. ¿No iréis a traer nuevamente a la luz ese objeto maldito?

—No tenemos más remedio, Ilustrísima. Sólo Bhelliom es capaz de sanar a mi reina.

—Pero Bhelliom está contaminada, infectada por la perversidad de los dioses troll.

—Las deidades de los troll no son tan malignas, Su Ilustrísima —lo tranquilizó Ulath—. Son caprichosas, eso os lo garantizo, pero no realmente malas.

—El Dios elenio prohíbe tener tratos con ellos.

—El Dios elenio es sabio, Ilustrísima —intervino Sephrenia—. También ha prohibido el contacto con los dioses estirios e hizo, no obstante, una excepción, en el momento de la creación de las órdenes militantes. Los dioses menores de Estiria accedieron a apoyarlo en su designio. Cabe preguntarse si no hubiera sido asimismo capaz de procurarse la ayuda de los dioses troll. Él es, según tengo entendido, muy persuasivo.

—¡Eso es una blasfemia! —se encolerizó Ortzel.

—No, Ilustrísima. Yo soy estiria y por lo tanto no estoy sujeta a la teología elenia.

—¿No sería mejor que partiéramos? —sugirió Ulath—. Hay un largo camino hasta Chyrellos y hemos de hacer salir a Su Ilustrísima del castillo antes de que dé comienzo la batalla.

—Buena propuesta, mi lacónico amigo —aprobó Tynian.

—Prepararé de inmediato el equipaje —anunció Ortzel, encaminándose a la puerta—. Podremos emprender viaje dentro de una hora. —Acto seguido abandonó la estancia.

—¿Cuánto creéis que tardarán en llegar aquí las fuerzas del conde, mi señor? —preguntó Tynian al barón.

—No más de un día, sir Tynian. Tengo amigos que están entorpeciendo su marcha hacia el norte desde su fortaleza, pero dispone de un gran ejército y estoy seguro de que no tardará en librarse de su impedimento.

—Talen —indicó con tono tajante Sparhawk—, devuélvelo a su sitio.

El chiquillo torció el gesto y volvió a depositar sobre la mesa una pequeña daga con pedrería incrustada en la empuñadura.

—No pensaba que estuvierais mirando —dijo.

—No vuelvas a caer en ese error —le advirtió Sparhawk—. Te vigilo constantemente.

El barón parecía desconcertado.

—El chico aún no ha aprendido a distinguir los aspectos más sutiles de la propiedad privada, mi señor —restó importancia Kalten—. Hemos intentado enseñárselos, pero es lento en aprender.

Talen suspiró y sacó su bloc de dibujo y un lápiz. Luego se sentó en una mesa en el otro extremo de la habitación y comenzó a dibujar. Esa era una actividad, recordó Sparhawk, para la que disponía de un especial talento.

—Os estoy sumamente agradecidos a todos, caballeros —decía el barón—. La seguridad de mi hermano ha sido mi única preocupación. Ahora podré concentrarme en mis tareas. —Miró a Sparhawk—. ¿Creéis que es posible que encontréis a ese Martel en el curso de vuestra misión?

—Eso espero —repuso fervientemente Sparhawk.

—¿Y es vuestra intención matarlo?

—Ese ha sido el anhelo de Sparhawk durante los últimos doce años aproximadamente —aseguró Kalten—. Martel tiene el sueño muy ligero cuando Sparhawk se halla en el mismo reino que él.

—Que Dios dé fuerza a vuestro brazo entonces, sir Sparhawk —le deseó el barón—. Mi hijo descansará con mayor sosiego cuando ese traidor se reúna con él en la morada de los muertos.

La puerta se abrió de golpe, dando entrada a sir Enmann.

—¡Mi señor! —dijo a Alstrom con urgencia en la voz—. ¡Venid aprisa!

—¿Qué sucede, sir Enmann? —inquirió Alstrom, levantándose.

—El conde Gerrich nos ha engañado. Tiene una flota de barcos en el río y en estos instantes sus fuerzas están tomando tierra a ambos costados de este promontorio.

—¡Dad la alarma! —ordenó el barón—. ¡Y levantad el puente!

—Enseguida, mi señor —contestó Enmann, antes de salir presuroso de la sala.

—Me temo que es demasiado tarde, sir Sparhawk —dijo Alstrom con un suspiro—. Ahora vuestra misión y la tarea que os he encomendado están condenadas al fracaso. Estamos sitiados y me temo que quedaremos atrapados entre estos muros durante varios años.

Capítulo 5

El retumbante choque de los cantos rodados arrojados contra los muros del castillo de Alstrom sonaba con monótona regularidad mientras los ingenios de asedio del conde Gerrich tomaban sus posiciones y comenzaban a someter la fortaleza a sus embates.

Sparhawk y sus compañeros, que habían permanecido en la lúgubre estancia atestada de armas a petición de Alstrom, aguardaban sentados su regreso.

—Nunca me he encontrado en estado de sitio —comentó Talen, alzando la mirada del papel—. ¿Cuánto suelen durar?

—Si no logramos encontrar la manera de salir de aquí, ya te afeitarás la barba llegado el momento de su conclusión —le respondió Kurik.

—Haced algo, Sparhawk —pidió, angustiado, el muchacho.

—Estoy dispuesto a escuchar cualquier propuesta.

Talen le devolvió una mirada de impotencia.

—Me temo que estamos completamente rodeados —anunció el barón Alstrom de regreso a la sala.

—¿No hay posibilidad de una tregua? —sugirió Bevier—. En Arcium es costumbre garantizar la salida a mujeres y eclesiásticos antes de emprender un asedio.

—Por desgracia, sir Bevier —replicó Alstrom—, esto no es Arcium. Esto es Lamorkand y aquí no existen las treguas.

—¿Alguna idea? —preguntó Sparhawk a Sephrenia.

—Algunas, quizá —repuso la mujer—. Permitidme que ponga a prueba vuestra excelente lógica elenia. Primero, el uso de la fuerza bruta para salir del castillo es totalmente descabellado, ¿no os parece?

—Sin lugar a dudas.

—Y, como habéis señalado, es probable que una tregua no sea respetada.

—Ciertamente no querría poner en juego la vida de Su Ilustrísima ni las nuestras con una tregua.

—Entonces nos resta la posibilidad de una huida sigilosa. No creo que eso fuera factible tampoco, ¿y vos?

—Demasiado arriesgado —convino Sparhawk—. El castillo está cercado y los soldados vigilarán para que no se escabulla nadie.

—¿Algún tipo de subterfugio? —inquirió ella.

—No en las circunstancias actuales —descartó Ulath—. Las tropas que rodean el castillo van armadas con ballestas. Jamás llegaríamos lo bastante cerca para parlamentar con ellos.

—Entonces únicamente nos queda recurrir a las artes de Estiria, ¿no es así?

—No pienso participar en nada que implique el uso de brujería pagana —declaró Ortzel con expresión súbitamente adusta.

—Me temía que adoptaría esa actitud —murmuró Kalten a Sparhawk.

—Trataré de hacerlo entrar en razón por la mañana —respondió Sparhawk entre dientes. Se volvió hacia el barón Alstrom—. Es tarde, mi señor —observó—, y todos estamos fatigados. Tal vez el reposo del sueño nos despeje la mente y sugiera nuevas soluciones.

—Tenéis toda la razón, Sparhawk —acordó Alstrom—. Mis criados os acompañarán a vuestros aposentos y mañana volveremos a considerar este tema.

Los llevaron a través de los desapacibles corredores del castillo de Alstrom a un ala que, a pesar de ser confortable, no tenía huellas de ser utilizada con frecuencia. Les sirvieron la cena en las habitaciones, tras lo cual Sparhawk y Kalten se quitaron la armadura y, después de comer, se sentaron a conversar tranquilamente en el dormitorio que compartían.

—Hubiera podido prevenirte de la postura que adoptaría Ortzel respecto a la magia. Los eclesiásticos de Lamorkand son casi tan intransigentes en estas cuestiones como los rendoreños.

—Si se hubiera tratado de Dolmant, habríamos logrado convencerlo —acordó sombríamente Sparhawk.

—Dolmant es más cosmopolita —afirmó Kalten—. Se crió en la casa contigua al castillo principal de los pandion y conoce más profundamente los secretos de lo que deja entrever.

Sonó un golpecito en la puerta y Sparhawk se levantó a abrirla. Era Talen.

—Sephrenia quiere veros —informó al fornido caballero.

—De acuerdo. Acuéstate, Kalten. Todavía pareces algo desmejorado. Llévame hasta ella, Talen.

El chiquillo condujo a Sparhawk al fondo del pasillo y llamó a una puerta.

—Entra, Talen —contestó Sephrenia.

—¿Cómo sabíais que era yo? —preguntó con curiosidad Talen al abrir la puerta.

—Hay maneras de saberlo —fue la misteriosa respuesta de la menuda mujer estiria, quien cepillaba suavemente el largo cabello negro dé Flauta.

La niña tenía una expresión soñadora en la carita y canturreaba alegremente para sí. Sparhawk estaba perplejo. Aquél era el primer sonido vocal que le había oído emitir.

—Si puede canturrear, ¿por qué no sabe hablar? —inquirió.

—¿Qué os ha hecho pensar que no sabe hablar? —preguntó a su vez Sephrenia sin dejar de peinarla.

—Nunca lo ha hecho.

—¿Y qué tiene eso que ver?

—¿Para qué queríais verme?

—Necesitaremos algo bastante espectacular para salir de aquí —respondió— y puede que necesite vuestra ayuda y la de los demás para lograrlo.

—Sólo tenéis que pedirlo. ¿Tenéis alguna idea?

—Varias. Pero nuestro primer problema es Ortzel. Si se inmiscuye en esto, jamás lo sacaremos del castillo.

—Suponed que me limito a golpearlo en la cabeza antes de partir y lo dejo atado a la silla de su caballo hasta que nos hallemos lejos.

—¡Sparhawk! —lo reprendió.

—Era una idea —repuso, encogiéndose de hombros—. ¿Y qué hay de Flauta?

—¿Que pasa con ella?

—Ella consiguió que ignoraran nuestra presencia los soldados de los muelles de Vardenais y los espías apostados fuera del castillo pandion. ¿No podría hacer lo mismo aquí?

—¿Os dais cuenta de lo numeroso que es el ejército que hay afuera, Sparhawk? Ella no es más que una niña, después de todo.

—Oh. No sabía que eso influyera.

—Por supuesto que influye.

—¿No podríais dormir a Ortzel? —preguntó Talen—. Ya sabéis, mover los dedos delante de él hasta que se caiga de sueño.

—Es posible, supongo.

—Entonces no sabría que habéis utilizado la magia para sacarnos de aquí hasta que se despierte.

—Una idea interesante —concedió ella—. ¿Cómo se te ha ocurrido?

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