La llave del abismo

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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

BOOK: La llave del abismo
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La llave del abismo
es un thriller de ambiente futurista donde
José Carlos Somoza
, utilizando técnicas narrativas que van desde los juegos de rol hasta las clásicas novelas de aventuras, evoca un universo de sombras cuya explicación final dejará sin aliento al lector. Y también es un trepidante viaje a los entresijos de la fe, una reflexión sobre lo que implica matar en nombre de las creencias religiosas y una revelación de lo que realmente se oculta tras ellas.

La vida rutinaria de Daniel Kean, joven empleado ferroviario, queda marcada para siempre cuando en un día normal de trabajo descubre a un pasajero con una bomba adherida a su cuerpo. Antes de que pueda reaccionar, el extraño le propone un arriesgado trato... A partir de ese momento, la familia de Daniel estará en peligro, y la única posibilidad de salvarles residirá en descubrir quiénes se esconden tras el atentado terrorista del tren.

Junto a una muchacha cuyos ojos solo ven oscuridad, un bibliófilo escéptico e inquisitivo y los extraños y poderosos amigos de estos, Daniel Kean cruzará tierras pobladas de tinieblas, remotas leyendas y dioses arcaicos, desde Japón hasta los últimos confines de la Tierra, para hallar la
Llave del Abismo
y descifrar así la verdad sobre la entidad suprema que rige el mundo. Una verdad tan imprevista como pavorosa.

José Carlos Somoza

La llave del abismo

ePUB v1.0

GONZALEZ
15.11.11

Editorial: PLAZA & JANES EDITORES

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 9788401336508

Año edición: 2007

[Sabemos que la Biblia pretende ser la palabra de Dios, mientras que
Las mil y una noches
son una recopilación de cuentos fantásticos. Eso es la solapa: lo que sabemos, o creemos saber, sobre estos libros. Ahora imagine que la Biblia y
Las mil y una noches
hubieran trastocado sus solapas hace milenios: a estas alturas, las andanzas de Yahvé constituirían un deleite para niños pequeños, mientras que muchos devotos... habrían sido torturados por negar a Sherezade.

Fragmento de un texto prebíblico de origen desconocido
]

[Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo.

Fragmento de un texto prebíblico de origen desconocido
]

[Si ese Abismo y lo que alberga es real, no hay esperanza.

Sagrada Biblia
, Undécimo Capítulo, 8, 28]

PRIMERA PARTE:
ALEMANIA

[Muros desnudos y ventanas llevan pronto a la locura al hombre que sueña y lee demasiado.

Sagrada Biblia
, Primer Capítulo, 2]

_____ 1 _____
Klaus

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1.1
• •

Una fea madrugada de otoño un joven llamado Klaus Siegel salió de su casa en una pequeña calle del oeste de Dortmund y se dirigió a pie a la estación de tren. Caía una llovizna incesante que espolvoreaba de oro las aceras bajo las luces de las farolas, y el largo pelo rubio del joven se aplastaba, húmedo, en su cabeza y sobre los tirantes de la holgada pieza roja que vestía. Balanceaba la mano izquierda al caminar, la derecha desaparecía bajo la prenda. Al llegar a la estación, aguardó turno en una máquina expendedora de billetes y adquirió uno para el Gran Tren de las 7.45 con destino a Hamburgo. Pagó con la mano izquierda, brillante de lluvia, y se aferró con la misma mano al barrote cromado de las puertas automáticas al subir al tren. Ocupó un asiento de un grupo de cuatro en el nivel superior de la sección central, y el tren se puso en marcha.

Era el único pasajero en aquella hilera. Nadie se fijó en él, su aspecto no tenía nada de particular; su expresión era neutra y en esto no se diferenciaba del resto de viajeros.

El borde inferior de su largo vestido goteaba, formando una pequeña mancha bajo sus botas. Poco a poco, conforme el tren adquiría velocidad, la mancha se hizo mayor y más oscura, y se añadieron pequeñas gotas rojas.

• •
1.2
• •

Fue el subalterno segundo de la sección cuarta, Daniel Kean, el primero en advertir la sangre.

Daniel Kean tenía veintinueve años, era alto, esbelto y de rasgos delicados, con grandes ojos azules y pelo rubio dorado hasta la mitad de la espalda. Su único detalle llamativo era un mechón oscuro en la coronilla. Por lo demás, a esas horas parecía lo que todos: alguien que se había levantado demasiado pronto y se acostaría demasiado tarde. Las ojeras marcaban su rostro terso, y los párpados le abultaban cargados de sueño. Trabajaba sin descanso desde los veinte años haciendo turnos extra, siempre para la misma empresa, primero en Hamburgo, luego en Hannover y por último en Dortmund. Los dueños del Gran Tren lo hacían mudarse con frecuencia para ocupar los puestos que otros dejaban vacantes por tener que mudarse con frecuencia. En cualquier caso, a Daniel le daba lo mismo, ya que una ciudad es siempre igual a otra, tanto en Alemania como en el resto del Norte.

Aquella madrugada, dos horas antes de incorporarse a su turno en el Gran Tren, Daniel despertó y comprobó que Bijou ya estaba vistiéndose. Se besaron, y él le contó el sueño que acababa de tener, en el cual no la conocía y se encontraban de repente.

—¿Y qué era lo bonito? —preguntó Bijou peinándose el largo cabello castaño frente al espejo—. ¿Que no me conocías o que nos encontrábamos de repente?

—La alegría de conocerte de nuevo. —Respondió él, y añadió:— Eh, me ha salido una frase estupenda.

—Ya me había dado cuenta.

Bijou tenía un año menos que Daniel, pero parecía todavía más joven. Al mirarla, Daniel pensaba en la niña que ella había sido alguna vez, de grandes ojos oscuros que semejaban ventanas abiertas hacia su interior. Y otro detalle que amaba de ella: casi nunca sonreía, pero siempre estaba alegre. Daniel suponía que solo la gente triste necesitaba sonreír.

—Pero es Yun quien necesita frases estupendas —añadió Bijou terminando de vestirse—. Ha tenido un sueño también, aunque no tan agradable como el tuyo.

La pequeña Yun era la hija que ambos habían querido tener, y, pese a todos los problemas que les ocasionaba, seguían pensando que era la mejor decisión de sus vidas. La niña miró a su padre muy seria, con sus grandes ojos rasgados, cuando este entró en su habitación. Se hallaba leyendo: últimamente a Yun le había dado por leer de todo. Era la evolución normal en un niño de seis años, pero a Daniel le apenaba un poco que su carácter infantil fuese quedando atrás. Cuanto más leía, más seria se mostraba.

—Hoy he soñado algo malo, papá —le dijo Yun.

—Cuéntamelo.

La niña guardó silencio un instante.

—Que te ibas en un tren muy oscuro y no volvías nunca. Querías volver pero no podías. Y ya no regresabas a casa jamás.

—Yo he tenido otro sueño —dijo Daniel agachándose frente a ella y sonriendo—. Soñé que volvía a conocer a mamá y la quería tanto como ahora.

—¿Y yo no estaba?

—Tú aún no habías venido, pero en mi sueño me hacía feliz pensar que ibas a venir, porque de alguna forma te recordaba. Y me decía: «Ya he conocido a mamá, y ahora vendrá Yun».

—Y eso ¿qué significa?

Daniel acarició la mejilla de Yun.

—Nada. Simplemente, me sentí muy feliz. Y tú te has sentido triste. Los sueños pueden ser buenos o malos, pero no significan nada, Yun.

—Mamá dice que soñamos porque vivimos en grandes ciudades y necesitamos soñar.

Daniel asintió, aunque no estaba del todo de acuerdo. Le ocurría lo mismo con otras enseñanzas bíblicas que Bijou transmitía a Yun. Bijou era creyente y él no, pero habían decidido que Yun recibiría una educación equilibrada para que pudiera elegir por sí misma cuando se hiciera mayor. Por otra parte, Bijou nunca le enseñaba cosas muy extrañas, tan solo las creencias comunes de la gente.

—Es igual que comer —dijo Daniel sonriendo—: las comidas son buenas o malas, pero hay que comer algo todos los días. Y hablando de comer, tengo hambre...

Se puso en pie, pero la mirada de Yun se elevó hacia él desde su carita inmóvil.

—¿Hoy vas a ir en tren?

—Es mi trabajo, pero no es un tren oscuro como el de tu sueño: es el Gran Tren, ¿recuerdas? Ya has viajado en él. Tiene vagones brillantes y techo de cristal. Y te prometo que volveré antes de que te duermas esta noche. Luego nos intercambiaremos los sueños: te tocará a ti soñar que nos conoces otra vez y a mí con el tren oscuro.

Daniel invitó a su hija a reír, pero Yun movió la cabeza, muy seria.

—No quiero que sueñes con el tren oscuro, papá. Lo pasarías mal.

—Pues nadie volverá a soñar con eso. —La besó en la frente.

Al volverse descubrió a Bijou asomada a la puerta y mirando a Yun.

—Se supone, señorita, que deberías vestirte. Hoy entro en la academia y tengo que llevarte más temprano.

Bijou había conseguido un trabajo de subalterna de archivos en la misma academia donde Yun recibía sus clases, lo cual consideraban afortunado tanto ella como Daniel. Aunque el sueldo era escaso, Yun podía así disfrutar, al menos, de la compañía de uno de sus padres.

Se quedaron a contemplar cómo Yun se vestía minuciosamente con una pieza azul oscura bordada de pequeñas estrellas. Luego se retiraron a su habitación y Daniel acabó de ponerse su propia ropa. Mientras comían unas cuantas galletas para desayunar, Bijou y él hablaban en voz baja.

—Sueña mucho —decía Bijou—. Y lee demasiado.

—A todos los niños, llegada cierta edad, les pasa igual.

—Sí, pero ha empezado a tener miedo.

—Eso significa que ya es mayor —repuso Daniel.

—Quizá deberíamos sacarla un poco de la ciudad... Llevarla al parque... —Bijou se tocaba los labios con un dedo.

Daniel besó al mismo tiempo su boca y aquel dedo.

—Podemos hacerlo. Dentro de dos días tengo un turno de descanso. Si consigues un permiso en la academia...

Lo decidieron así. Luego Daniel le dijo a Bijou que lo despidiera de Yun: no quería que la niña lo viera marcharse. Era cierto que últimamente Yun parecía distinta, pero Daniel lo atribuía al desarrollo normal de todo niño y se figuraba que Bijou quería conservar a la misma pequeñita de antes, cuya sonrisa achicaba sus ojos rasgados y resultaba tan contagiosa. Por supuesto que también él echaba de menos la infancia de Yun, pero suponía que esa nostalgia era, igualmente, el desarrollo normal de todo padre. Además, nada les impedía tener más hijos y disfrutar otra vez del carácter infantil. Todo dependía de que a él lo ascendieran. Con dinero suficiente, podrían permitírselo. Pensando eso, se marchó.

Salió de su casa más o menos a la misma hora a la que Klaus Siegel lo hacía de la suya. Recorrieron calles paralelas bajo idénticas torres humeantes y cielo color violeta, llegaron a la vez a la estación y subieron al mismo tren.

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1.3
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El Gran Tren. Poderoso, inmenso, hecho de cristal y acero. Dos niveles por sección —superior e inferior—, catorce grandes secciones, más de cincuenta pasajeros en cada una. Los engranajes de las ruedas soltando bufidos bajo el peso descomunal, azotando con chorros de centellas los costados de la vía. Olor a vidrio y metal calientes. Hermoso y pavoroso. Caminar por su interior, con su techo alto, sus lámparas de araña y sus molduras, los gruesos y ornamentados marcos de los espejos y las paredes forradas de piel o cristal pintado, era pensar que el mundo aún guardaba ciertos tesoros, espectáculos colosales realizados por la mano del hombre. Pero también, de algún modo extraño que Daniel Kean no acertaba a comprender, uno se sentía en sus manos cuando recorría sus pasillos. Esa vibración en el centro del pecho y ese golpe de mazo bajo los pies hacían saber que a partir de ese momento se pertenecía a él. No se podía evitar, se fuera pasajero o empleado, aquella sensación de pequeñez, de percibirse como un simple átomo de carne y sangre en el vientre de la suprema tecnología.

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